“La tala” de Thomas Bernhard

Tomás Abraham

Contenido de la edición 06.06.2022

 

Me acordé de un escritor: Thomas Bernhard. Lo leí con entusiasmo hace años y lo sigo leyendo. Devoré su libro sobre el sobrino de Wittgenstein, y "El malogrado", en el que presenta a Glenn Gould en Salzburgo, novela que descubrí después de publicar "Lo bello seco o la experiencia Gould" sobre el admirado pianista canadiense.

Eso por un lado; por Wittgenstein y Gould, le agrego la cita que encabeza mi libro "Mis Héroes", y que atesoro como una idea iluminadora. Dice Bernhard:

"La verdad es que no amamos a Pascal porque sea tan perfecto sino porque en el fondo es tan desvalido, lo mismo que amamos a Montaigne, que buscó toda su vida sin encontrar nada, a causa de su desvalimiento. Efectivamente, amamos a la filosofía y todas las ciencias del espíritu en general sólo porque son absolutamente desvalidas. En verdad sólo amamos los libros que no son un todo, que son caóticos, desvalidos".

Es fascinante lo que dice sobre Austria. Hablar mal, pésimo del propio país, como lo hace Bernhard, es una especialidad de grandes escritores. Si leemos la añoranza de Stefan Zweig sobre su divina Viena y la contraponemos a la horrible Viena de Bernhard, nos da un Frankenstein urbano. Céline sobre los franceses. Joyce sobre Irlanda. Azúa sobre los españoles y los catalanes, Imre Kértesz sobre los húngaros, el joven Ionesco sobre la cultura rumana, Cioran sobre los humanos en general, Gombrowicz sobre los polacos, y muchos otros podrán completar la lista de quienes han hecho de la invectiva sobre el ser nacional una de las artes más refinadas. Los lugares comunes que embisten no son tan comunes, son condensadores de mitos represores e inmaculados en los que se sella una identidad.

A nosotros los argentinos nos da vergüenza ejercer la corrosión antiidentitaria; como mojigatos y como doncellas violadas, reclamamos le devolución del himen, buscamos a un malévolo que nos hizo daño y nos lamentamos del imperialismo yanqui al peronismo, del colonialismo a la oligarquía, del neoliberalismo al populismo; cualquier infamia nos viene bien para proteger una pureza del que no pudo ser, la promesa que no la dejaron florecer.

No me refiero a hablar mal del país, una liturgia del facilismo de topos y mercenarios disfrazados de profetas antisistema, sino de escritores que se atreven en la soledad y sin acompañamiento a juzgar a la argentinidad en su raíz, no pueden decirlo sin más, de un modo bruto y directo, en carne viva - lo que sólo puede hacerlo un gran escritor como los nombrados - sino que deben estudiar como un pigmeo, o ser un esclavo doblado por el peso de los documentos, estudiar para justificar con pruebas su rabia, escribir ensayos ciclópeos como Martinez Estrada para denostar el resentimiento argentino. Sólo pueden atacar la sacrosanta nacionalidad si tienen los pergaminos que los autoricen ingresar al canon literario.

Bernhard no necesita bibliografía. Es vengativo; dicho de otro modo, es un flor de hijo de puta, en el mejor sentido del término; es un ser humano para leer, no para tratar, y menos para ser su amigo. Se corre el riesgo de ser retratado de un modo execrable en una próxima novela.

Bernhard tiene lo peor de un voyeur cuando se lo combina con la crueldad. Puede dar lugar a una buena literatura; no siempre, no todos los sádicos son artistas o filósofos, ni les importa darle una forma bella a una manía o a un vicio, les basta con demoler o con hacerse de un botín. Estos personajes no es que carezcan de amigos; por lo general tienen a un amigo al que no le hacen daño, no gozan con su eventual demolición, ni con el desprecio o la humillación, por lo general son elegidos o agraciados por algún rasgo que detiene al buitre: su fragilidad, su impoder, su vulnerabilidad, su resignación, o por su dinero. Son carne flaca, sin grasa, poco apetitosa.

La dignidad del buitre sapiens es no aprovecharse del débil, virtud practicada en rara ocasión ya que hablamos de un perverso.

Hay muchos novelistas que escriben esas novelas que se llaman "en clave", los personajes nacen de las relaciones cercanas al escritor y las personas reales se reconocen en ellas. Se quejan, se sienten estafados, y puede ser que lo sean porque al par de rasgos verosímiles, el escritor puede sumar otros que inventa para reforzar lo que quiere hacer; ya lo dije, vengarse.

¿De qué? No importa, no tiene sentido buscar una causa, es un mundo infernal en el que habitan fantasmas desatados.

En uno de sus libros, que los traductores españoles en un acto irreconocible por su cortedad han llamado "Tala", una novela que estoy leyendo en francés, hay algo que se repite. Bernhard es un artista de la repetición, y eso lo digo porque estudié filosofía y tengo el oficio de buscar constantes, encontrar regularidades, desembuchar peculiaridades, como la del personaje de esta novela escrita en primera persona que está sentada en "un fauteuil à oreilles", un sillón de respaldo muy alto enfundado en una misma tela, ladeado de brazos con repulgue. Por lo general son feos. Siempre reintroduce con un ritmo discontinuo, a veces cada treinta renglones otras cada cinco, el hecho de que está sentado en ese sillón de falso monarca para celebrar un "dinner d'artistes" en casa de examigos y ve pasar a un bestiario de especímenes de la cultura vienesa caricaturizados de un modo grotesco como lo son en especial los dueños de casa, en la que vivió tres años de intimidad y leal amistad hasta que decidió vengarse.

Se venga porque odia y odia porque amó. Se odia a quien se amaba, el odio no es un afecto inicial, es un sentimiento derivado de uno anterior y antónimo, el amor. Cuanto más se amó más se odiará. Dice Bernhard en la página 58: "Mantenemos con la gente relaciones de amistad íntima y no dudamos que es para toda la vida; y un buen día, esas mismas personas nos decepcionan, las mismas que estimábamos como lo más apreciado del mundo, que admirábamos, que amábamos, y desde ese momento las repelemos, las odiamos y no queremos tener nada que ver con ellos, pensaba yo en el 'fauteuil  à deux oreilles'".

El artista de la venganza caricaturiza, ése es su veneno, su espada, su hacha. Los deforma, los hace grotescos, los afea.

Bernhard ataca y tiene un blanco: la sociedad vienesa embestida en su flanco cultural. No sólo Viena, le agrega Salzburgo. Les envía todas las plagas a mano. No ahorra adjetivos. La maldice. Lo hace desde dentro, es parte de ella. Viena no es el mundo de ayer como lo era para Zweig, es de hoy. No murió con la primera guerra. El Danubio azul del "Fin de siècle " no es un vals sino el río a los que arrojaban los nazis a los judíos ametrallados durante la segunda guerra mundial. Bernhard no necesita mencionarlo para tenerlo presente.

Viena y Salzburgo son ciudades culturales, el mito y la pretensión de las bellas artes son parte de su patrimonio. No desaparecieron con la monarquía. Es una sociedad de artistas, tal como la define Bernhard que escribió esta novela, en castellano "Tala" y en francés "Arbres à abattre", en la que en doscientas treinta y cinco páginas trata de una cena, una cena de artistas.

Comienza con un suicidio, y me llama la atención la palabra francesa para el traslado del cuerpo al ataúd: mise en bière. Traducido literalmente es puesto en cerveza. El libro es muy bueno, intenso, Bernhard no se detiene nunca, cuando se queda sin aliento la prosa vuelve a posarse en el sillón a dos orejas y arranca de nuevo. Todos los invitados se convierten en títeres. Pretenden ser artistas, lo son, y lo pretenden, pero aspiran a ser más de lo que son. Se comparan con los grandes y para elevarse se alzan de un modo vacilante y trastabillan. La sopa, el pescado con alcaparras, la torta de chocolate, el champagne y el vino blanco, los muebles de estilo, esa obsesión por el estilo, las discusiones sobre quién es mejor, si Ibsen o Strindberg, la adoración por la música, el sueño por tener un título nobiliario aunque fuere el de conde.

Estos austríacos de Bernhard son de otra época, pero sobreviven. Al libro lo secuestraron de las librerías el 29 de agosto de 1984 por una demanda de uno de los personajes que se consideró difamado a pesar del cambio de nombre. Parece que la novela en clave venía con un traductor automático, los lectores sabían quién era el referente detrás de la ficción.

Bernhard ordenó que se retiraran entonces sus libros de todas las librerías de Austria. De estos conflictos hay abundancia en su trayectoria literaria, pero se resuelven a la europea. Lo premian igual, sus obras de estrenan en los teatros que el denigra, es parte de lo que aborrece y se salva con la confesión de que también se aborrece a sí mismo.

El austríaco escribe contra sus semejantes, no contra la humanidad porque la humanidad no existe sino como entelequia, sino contra los connacionales, esos que se encuentran en la calle, en las presentaciones de libros, los espectadores de una sala, los que pueden ubicarnos.

Bernhard teme ser devorado, no se trata de una interpretación, lo dice con todas las letras una vez tras otra. Quienes dicen amarnos terminan por devorarnos. Lo hacen en silencio y con cariño. Son cosas de Bernhard, de su sexualidad, de su homosexualidad. Su intérprete y traductor Miguel Saénz cree que no hay vestigios de homosexualidad en él, aunque el mismo escritor que escribe en primera persona y no se esconde detrás de un personaje por haber estado en persona en la cama del dueño de casa organizador de la cena de artistas, dice no ser más que otro joven escritor que frecuentaba esa cama.

Pero entre la devoración y la homosexualidad la combinación que resulta es de alguien que huye avanzando con sus magníficos libros. Glenn Gould, el genial intérprete de las Variaciones Goldberg, era parecido a Bernhard, con la particularidad que para no ser contaminado en sus giras y conciertos por el universo bacteriano se protegía con barbijos y guantes. Tenía un infierno pandémico propio y en estos días se hubiera visto reflejado con espanto en el mundo entero.

 

TOMÁS ABRAHAM

Filósofo - Argentina

Profesor Emérito de la Universidad de Buenos Aires/Doctor Honoris Causa de la Universidad de Tibiscus, Timisoara (Rumania). Sus más recientes publicaciones: El deseo de revolución (Tusquets, 2017); La máscara Foucault (Paidós, 2019); Aburrimiento y entusiasmo (Ed, Digital, Indie, 2021); La matanza negada -autobiografía de mis padres (Ed El Ateneo, 2021). 

 

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2022-06-06T11:24:00