¿Quién llama a la puerta? Crónica de aldabas y picaportes

Fernando Mut

Cuando recorremos los cascos antiguos de muchas ciudades del mundo, podemos reparar en elementos colocados en las puertas de entrada a viviendas o edificios, que originariamente permitían al visitante la función de anunciarse. 

Contenido de la edición 22.07.2021

 

Eran de gran utilidad práctica, e incluso servían de referencia para distinguir casas de mayor o menor alcurnia. A pesar de su notoria obsolescencia, estos adminículos aún hoy se conservan siquiera como objetos de carácter puramente ornamental. Reparar en ellos y valorar su arte y significado es un ejercicio entretenido para quienes disfrutamos de los detalles urbanos. Nos referimos a las aldabas, picaportes o llamadores.

"Una aldaba, picaporte o llamador es una pieza articulada de metal situada en las puertas exteriores de las casas, que sirve para llamar a sus ocupantes por medio de golpes en la puerta" (Wikipedia). La palabra aldaba proviene del árabe andalusí "ad-dabbah"; a su vez, picaporte deriva del catalán (picaportes) y llamador, del latín (clamator). Como suenan demasiado bien las palabras castellanas de origen árabe, quizás por la abundancia de vocales (como ocurre con las lenguas guaraníes), prefiero referirme a las "aldabas".

La forma típica de una aldaba es la de una argolla o aro, siendo las más antiguas de hierro, unida a una cabeza de bronce u otro material contundente. Se golpeaba con ellas sobre una gruesa cabeza de clavo; servían además como tiradores y en las puertas de algunas iglesias eran un signo de asilo, que se solicitaba asiéndose del anillo. Imaginen a un fraile medieval reabriendo las puertas del monasterio al amanecer y recogiendo a decenas de indigentes pobladores colgados del aro, en una época de terribles necesidades. Como sea, la aldaba es un símbolo de permiso, de hospitalidad, de anuncio, de compañía. Aunque también, a veces, de malas noticias. 

Uno de los ejemplares de aldaba más remotos en el tiempo fue hallado en la ciudad romana de Pompeya, compuesto por una argolla colgada de una cabeza de Mercurio, el mensajero de los dioses. Otras de las aldabas de más antigua usanza tenían cabeza de león, de grifo o de quimera, estas últimas figuras mitológicas muy ornamentadas, a menudo de aspecto feroz, que en realidad no emitían un mensaje muy hospitalario que digamos.

En los pueblos de cultura islámica también se colocaban aldabas en las puertas de las viviendas, pero curiosamente eran dos, de diferente forma y tamaño, que también sonaban distinto. Una se colocaba a la derecha, para los hombres, y otra a la izquierda, para las mujeres; la de los hombres con sonido más grave y la de las mujeres más agudo. Así, en función de quien llamara salía a abrir un hombre o una mujer, para minimizar la exposición pública entre sexos opuestos (según manda el Corán). Sin embargo, el simbolismo más amigable y receptivo parecería ser el de la aldaba con forma de mano, muy frecuentemente encontrado entre su variada y casi infinita morfología. Se trata de una mano de rasgos finos, con o sin anillos, que sostiene lánguidamente un fruto esférico como si fuese a dejarlo caer en la mano que quien se dispone a llamar. Hay quien confiere este uso al símbolo de la cultura árabe y judía sefardí, tratándose de la mano de Fátima o Jamsa que simboliza el numero cinco, en referencia a los cinco pilares de la religión musulmana: la profesión de fe o "shahada", la oración o "azalá" que debe realizarse cinco veces al día, la limosna para los pobres o "azaque", el ayuno o "sawm" en el mes sagrado de Ramadán, y la peregrinación a la Meca que se debe cumplir una vez en la vida. Según los eruditos, su uso probablemente se base en la leyenda según la cual estando Fátima (la hija del profeta Muhammad) preparando la cena para su marido Alí, este llegó inesperadamente con otra de sus mujeres. Ante la sorpresa y bajo un súbito ataque de celos, Fátima dejó caer su mano dentro de una olla de aceite hirviendo. Como consecuencia, quedó lisiada de por vida y su amado padre, el profeta, escogió el símbolo protector de su mano para inmortalizar aquel funesto suceso.

La mano de Fátima

Las aldabas son elementos esencialmente urbanos, pues están al alcance del pasante. Las viviendas rurales, establecimientos de campo o casas rodeadas de patios o jardines carecen de ellas, ya que el visitante se anuncia desde lejos, a menudo golpeando las manos. Esta suerte de aplauso (merecido o no), si no llega a alertar directamente a los moradores, al menos a veces despierta a una jauría que se encarga de amplificar la situación (y hasta logran ahuyentar a algún forastero). En esos lugares también pueden existir campanas, que es posible hacer sonar mediante una cuerda o alambre accesible desde el portón. Una característica adicional de la aldaba era que sus golpes (más eficientemente que usando los nudillos) se solían personalizar, como los "ringtones" de los teléfonos celulares, de modo que en general se sabía quién llamaba, pues los visitantes más frecuentes se identificaban fácilmente según el particular número y cadencia de los sonidos que generaban. Esto aún fue posible con la introducción del timbre eléctrico, aunque luego ya no tanto cuando aparecieron los "ding-dong" y otras melodías monótonas y estandarizadas que pasaron a eliminar toda creatividad, y así el visitante volvió al anonimato.    

Las aldabas también han contribuido a enriquecer el lenguaje coloquial que llegaron a usar nuestros abuelos y que podemos identificar en muchas piezas de la literatura hispánica. En su momento, las aldabas constituían un símbolo de distinción social o de poder económico de los moradores de las casas en cuyas puertas se encontraban, y de ahí el refrán: "de tal casa, tal aldaba". Asimismo, el proverbio "tener buenas aldabas" significaba que la familia contaba con la confianza y el respaldo de amistades o conocidos importantes, cuya influencia les podía eventualmente conferir elevados privilegios. Por otra parte, la denominación de "tragaldabas" refiere - hasta hoy, aunque en desuso - a una persona muy glotona capaz de engullir de todo, incluso aldabas.

En nuestras ciudades es muy común ver puertas con modestas aldabas, en simples casas de barrio que datan de fines del siglo XIX o principios del XX. Son residencias proyectadas y construidas, en su mayoría, no por arquitectos diplomados sino por inmigrantes de zonas mediterráneas que con sus dotes artesanales levantaron viviendas según las costumbres y técnicas originarias, con techos elevados, claraboyas y ambientes enormes imposibles de calefaccionar durante nuestros duros inviernos, diferentes de los suyos; pero era lo que sabían hacer. Los golpes de las aldabas sonaban en los zaguanes (otra palabra de origen árabe), que obraban como cajas de resonancia para que fueran escuchados desde cada rincón de la casa, remedando lo que al mismo tiempo ocurría en Andalucía, en Nápoles o en los pueblos de Calabria. Las aldabas eran ineludibles, porque eran parte fundamental del propio diseño arquitectónico y de un particular estilo de vida.

Muchas aldabas se han perdido con el paso del tiempo, arrancadas tras las restauraciones de las casas y edificios u olvidadas ante el desconocimiento o indiferencia respecto a su valor histórico o artístico. No es raro ver hermosas y antiguas puertas abandonadas, pintarrajeadas o "grafiteadas" (aldabas incluidas), evidenciando la superposición de culturas urbanas como si fueran estratos geológicos que nos inducen, desesperadamente, a intentar desentrañar viejos tesoros. 


Existen (o existían) aldabas porque existen (o existían) puertas cerradas pasibles de ser abiertas voluntariamente por quienes se encuentran del otro lado. Quizás en otra época se daba por sentado que alguien abriría sus puertas gustosamente, aunque hoy en día esto no está garantizado; podría tratarse de un intento de copamiento, de un allanamiento policial, de recolectores de firmas para un plebiscito o una petición, de una citación judicial o, incluso, de los Testigos de Jehová. Por eso, ya no hay aldabas. Han sido sustituidas por porteros electrónicos. En otras puertas cerradas o clausuradas que no son susceptibles de abrirse fácilmente (pensemos en una celda), no tiene sentido colocar un llamador de este tipo. Quizás estemos viviendo en una especie de celda, o el mundo exterior se haya convertido en una celda.

Recuperemos las aldabas y con ellas su belleza artística, o todavía más importante, su significado simbólico.

 

Fotos: Leticia Mut y Alejo Linardi (puertas y aldabas de Barcelona)

 

FERNANDO MUT

Médico especialista en Medicina Nuclear

 

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2021-07-22T00:07:00