A propósito de “Imantada – Ensayos sobre la escritura, el individuo y la plaga”, de Aldo Mazzucchelli

Horacio Bernardo

A continuación realizaré una lectura del excelente libro Imantada (Taurus, 2021), de Aldo Mazzucchelli, el cual creo que es de una lucidez extraordinaria y que posee muchos destellos, tanto estilísticos como de contenido.

Contenido de la edición 20.01.2022

 

No es un libro para leer de un tirón; no porque sea moroso (su prosa es muy ágil y amena), sino porque es necesario detenerse para saborear y meditar sobre muchas de las ideas allí planteadas. En consecuencia, luego de leerlo dejé pasar unos días y, tras ese paréntesis, comencé a escribir estas líneas sobre la serie de ensayos que conforman el libro.

Si bien Imantada se divide en seis secciones diferenciadas y recoge textos escritos en un lapso extenso (desde 2012 a 2021 inclusive), creo que en ellos hay una unidad que, sin ser evidente, revela desde distintos ángulos la potencia metafísica de las ideas planteadas. Esto convierte a la obra en un ensayo filosófico que excede la mirada sociológica o el diagnóstico de coyuntura. Celebro la existencia de esa profundidad y procuraré mostrarla a lo largo de estas impresiones interpretativas.

1.     Puerta de entrada al libro: el tabú de Occidente

Entre los párrafos de Imantada, en un lugar aparentemente secundario, hay un pasaje clave que, a mi entender, es la gran puerta de acceso a la visión de la actualidad que presenta Mazzucchelli. No tiene que ver con ninguno de los elementos del subtítulo (ni con la escritura, ni con el individuo ni con la plaga), no porque esté desconectado de ellos sino, por el contrario, porque se trata de un aspecto más general que permite comprender a los otros. El pasaje es el siguiente:

"Es notoriamente difícil llegar a convocar por escrito el tabú fundamental de Occidente, al que ha rechazado por ser "oscurantismo", "religión", al que en nombre de la ciencia, la tecnología, el consumocentrismo, se ha relegado al punto ciego de la esfera en que vivimos. Ese punto ciego sería una política de amor, basada en la conciencia de la necesidad de trascendencia" (pp. 60-61)

La última frase es el cristal a partir de la cual el libro comienza a proyectar haces de luz sobre el presente. Luego de la muerte de Dios preconizada por Nietzsche (o sea, la imposibilidad o el rechazo de un fundamento seguro que permita sentar las bases de la vida individual y colectiva), el gran problema de Occidente es el de querer fundar una política (y, agrego, una moral) sin un apoyo externo y firme que esté más allá de la pura opinión o las disputas de poder.

Si bien para defender esa "política de amor" y ese "apoyo externo" podría apelarse a una visión religiosa (por ejemplo la presente desde el primer cristianismo) o volver a algunos de los fundamentos modernos sustitutivos de ese punto de apoyo religioso (naturaleza, historia, utopía, etc.), queda claro que el autor no plantea ese tabú para superarlo desde la perspectiva de una religión positiva ni un orden natural o un proyecto utópico. De hecho, no dice que falta una "conciencia de trascendencia" sino una "conciencia de la necesidad de trascendencia", lo cual significa que el tabú consiste en no considerar o acallar esa necesidad humana fundamental que es la base para ese "religarse", para ser amorosamente con otros, a partir de un fundamento que sea punto de apoyo común y compartido.

Para el autor, todo el problema de Occidente comienza aquí, en querer ocultar esa necesidad humana ineludible y sustituirla, o bien con el afán por un crecimiento arrasador (tecnológico, económico) o bien con la pura crítica de lo existente (cfr. p. 61). A partir de estas ideas comienza la originalidad del libro, del cual surgen varios destellos de pensamiento, de los cuales haré mención solamente a tres de ellos a lo largo de este comentario.

Primer destello del libro: a partir de la idea de "la muerte de Dios" Mazzucchelli no va a quedarse en el puro cuestionamiento de la sociedad sumándose al concierto de nihilistas, decadentistas o constructores de diagnósticos. Explorando sus páginas aparece otra posición filosófica mucho más arriesgada y desafiante. Va a plantear que es posible, como mínimo, un punto de apoyo externo desde otro lugar.

 2.    La escritura como posibilidad de trascendencia

El libro plantea la posibilidad de satisfacer esa necesidad de trascendencia en la escritura. Desde este punto de vista cobrará pleno sentido el título "Imantada" que, además es el título de la sección que cierra el libro. Haciendo una detallada referencia al Ion de Platón, Mazzucchelli propone algo que creo debe ser leído con detenimiento.

En Ion, Platón defiende la idea de que el poeta no escribe sino que, mediante la inspiración, recibe desde las Musas su arte. La escritura es un imán que ha atraído ese mensaje hacia el poeta inspirado que es capaz de expresarlo. Pero el poeta, a su vez, imanta al rapsoda que evoca los textos al declamarlos y el rapsoda imanta a quienes escuchan los textos. Cadena de imantados. Bajo esta idea, la escritura no es un objeto, una convención humana puramente objetivable, sino un imán, un magnetismo que atrae objetos; la escritura es una condición de posibilidad de conexión con un "más allá" (con algo trascendente). En consecuencia, el escritor/poeta no es un mero productor de discursos puramente calculados, sino quien recibe los objetos de esa imantación y hace uso inspirado de la grafía para conectarnos con una sabiduría que nos nutre, imantándonos a nosotros también.

Recalco: lo anterior debe ser leído con detenimiento porque estoy seguro de que puede dar lugar a malas interpretaciones simplificadas (falacia del hombre de paja). Volver a la teoría de la cadena de imantados y de las musas inspiradoras puede parecer, en términos más actuales y de modo apresurado, como si se plantease que la escritura fuese una especie de juego de "escritura automática" dadaísta reveladora o una "sesión médium" espiritista a través de la cual nos estaríamos conectando con algo suprasensible. Podría ser eso pero, tal como lo interpreto, es algo más que se liga con la experiencia cotidiana y con la cultura.

La escritura (la que discurre y no es discurso prefabricado, puramente intencionado o calculado), al no ser un objeto, es también un canal a partir del cual surge algo más que lo previsible. La escritura es una apertura a la trascendencia por dos motivos. El primero, porque a través de ella podemos conectamos con los muertos (entendiendo esto como la cultura heredada de quienes nos precedieron y de nuestra posibilidad de diálogo con ese pasado). El segundo, porque excede la pura objetivación sociológica o lingüística, porque no es un objeto de estudio manipulable desde el presente ya que atrae más de lo que promete y no deja ver todo su significado ni su intencionalidad.

La imantación es una arriesgada y lúcida idea para pensar la posibilidad de la escritura como un punto de apoyo externo sin convertirla en un puro objeto social y abriéndola al misterio sin necesidad de adherir a una religión positiva. Hay una dimensión misteriosa que aparece cuando podemos registrar en la letra las ideas, pensamientos, emociones, etc. Todo ese registro es parte de nuestra dimensión humana: nos trasciende, está "más allá" y, en consecuencia, no revela todo su misterio. Mazzuccelli plantea que la filosofía empezó a existir cuando se pasó de lo sonoro (la expresión a través de la voz) a lo visual (la expresión a través de la escritura) (cfr. p. 49). La escritura es la condición mínima de posibilidad para trascender al tiempo y el espacio de nuestra vida concreta, de la pura voz que es pronunciada sin ser registrada y que es escuchada sin más posibilidad que la comprensión instantánea. Cuando hay escritura es posible plantear ideas que pueden ser releídas, revisadas, y encarnadas en otros que quizás lean muchos años después de la muerte de quien registró su mensaje.

En otras palabras, aun cuando no haya Dios u orden natural, o una filosofía de la historia, está la escritura como aspecto mínimo y fundamental que es apertura al misterio y que nos comunica con algo que nos trasciende. Es muy significativo la alusión a Swedenborg en la sección final (titulada "Imantada" igual que el libro). La visión del cielo y del infierno de Swedenborg (hay una maravillosa conferencia de Borges sobre el asunto) nos presente un "más allá" que no está totalmente desligado de lo humano. Ángeles y demonios son humanos que, trascendiendo, siguen hablando y persuadiendo a los nuevos recién llegados de unirse a unos u otros. La escritura en el cielo y el infierno de Swedenborg es, si la pudiésemos entender, cualitativamente parecida a la nuestra. Los muertos viven en nosotros, están allí presentes todo el tiempo y es en la escritura donde residen. "El más allá no es más que un barrio rico del más acá" (p. 222)

Segundo destello del libro: una vez planteada la centralidad de la escritura y su papel cultural, hay un giro particularmente interesante. El autor no extrae como conclusión que la escritura es un puro dispositivo de poder cultural ni opta por la deconstrucción; caminos que habrían resultado fáciles, predecibles, aunque estériles para su finalidad, que es la comprensión de la necesidad de trascendencia. Habiendo puesto la escritura en oposición a la voz, a Mazzucchelli le habría resultado fácil remitirse a De la gramatología de Jacques Derrida y engrosar el coro de deconstructivistas, dejando a la escritura reducida a un puro juego de significantes. Pero, muy por el contrario, todo el razonamiento anterior le sirve a Mazzucchelli para cuestionar esos supuestos abordajes liberadores (que resultan, a la larga, conservadores).

Habiendo planteado que la escritura no es un objeto sino una capacidad magnética, la deconstrucción no aparece como un posible psicoanálisis de la escritura sino una manifestación más del punto ciego de Occidente: otra forma de detenerse en juegos lingüísticos y negar la necesidad de trascendencia. Ligar la escritura con la cultura no tiene por qué desembocar en una crítica que se limite solo a desarmar lo existente. Quien afirma que todo es cultural y lenguaje, que todo está allí únicamente para esperar ser desarmado y deconstruido, acaba por negar toda posibilidad genuina de construcción y, en definitiva, defendiendo implícitamente a la conservación de lo ya existente. Sin ir hacia ello, otro camino teórico (por el cual va Mazzucchelli) es tomar la escritura para, a partir de ella, ir en búsqueda de la construcción de un fundamento sobre el cual basar la política, sin reducir esa escritura a un discurso político más o un puro blanco de ataque intelectual desde los prejuicios políticos del presente. En consecuencia, Mazzucchelli trae la idea de que no toda escritura es pura "narrativa" que sería siempre fruto de relaciones del "poder". No todo es narrativas en disputa (cfr. p. 38). La escritura tal como la plantea está allí como algo que nos trasciende y nos religa, nos une y nos penetra encarnando en nosotros, sin revelar nunca plenamente su misterio, sin dejarse nunca desarmar plenamente. A partir de lo anterior, la escritura no es un puro artefacto, sino un suelo compartido sobre el que reside nuestra libertad de escribir lo nuevo. Lo escrito interesa no solo por cuanto reproduce su tiempo y las relaciones de poder que lo circundan: tiene algo más que decirnos, lo cual nos enriquece desde otro lugar más profundo y humano, más allá de ese puro análisis social.

Creo ver en la propuesta de Mazzucchelli la búsqueda de una base para fundar una pertenencia cultural y la posibilidad de transformarla, de seguir escribiendo. La "política de amor" (tabú de Occidente) podría dejar de ser tabú si tomáramos en cuenta las escrituras de los que nos precedieron como voces que nos hablan y que nos constituyen, si nuestras lecturas y nuestras propias escrituras fueran más complejas, largas, meditadas pero también abiertas a poder dejarnos escribir, a ser inspirados por la sabiduría escrita, por ese "más allá" compartido que no necesariamente debe coincidir con lo nacional, sino con otras formas de particularidad frente al puro globalismo o a la construcción de identidades colectivas asentadas sobre la pura reivindicación.

3.    La escritura y sus obstáculos

Tercer destello del libro: Una vez planteado que la escritura es la clave para superar el tabú de Occidente, el libro liga todo ello al presente y nos propone que la escritura está amenazada. Esta idea tiene una gran trascendencia filosófica y, a partir de ella, se abren distintos análisis que son un conjunto de lúcidos textos que le dan cuerpo al libro y que son provocaciones para pensar. Diferentes críticas van a estar conectadas con la escritura y su debilitamiento, no solamente desde lo sociológico o lo lingüístico, sino desde una altura metafísica potente conectada con las ideas reseñadas anteriormente. Debilitar la escritura, en el planteo de Mazzucchelli, no es solamente debilitar una mera técnica, sino impedir la posibilidad de considerar la política ligada a una "necesidad de trascendencia" frente al relativismo y nihilismo. De ahí su dimensión profundamente filosófica y no solo sociológica.

No puedo detenerme en cada uno de los obstáculos, pero los presentaré a partir de tres modos en los que se manifiestan en el libro los obstáculos contra la escritura.

3.1. Primer obstáculo para la escritura: Empobrecimiento del debate y empobrecimiento educativo. Sustitución de la escritura por el "letreo".

Un primer obstáculo se presenta a través de mecanismos que tenderían a sustituir la escritura (compleja, extensa, meditada) por el letreo (un puro intercambio de textos simplificados). En esta categoría aparecen diversas críticas sobre el empobrecimiento de la capacidad de escribir de los sujetos, sobre todo, al intercambiar ideas a través de medios tecnológicos. Ente las críticas, destacan las referidas a la educación. Esta última es clave porque si fuese la educación un obstáculo para la escritura, esta se transformaría en algo solo accesible para una élite. Mazzucchelli (en el ensayo titulado "Minga") es particularmente crítico con un texto de 2014 (cuando se hablaba de cambio de ADN de la educación) en el que algunas propuestas planteadas como novedosas serían obstáculos para la escritura. En dicho documento, redactado por cuatro expertos, se planteaba que algunas metas ya no debían ser centrales en educación: 1. acceder a la información como bien escaso, 2. dotar al niño de una serie de conocimientos fijos y estables, 3. homogeneizar la diversidad, 4. seleccionar a través de un sistema de vallas quiénes ameritan el ingreso a la educación terciaria.

A partir de ellas, Mazzucchelli desafía a pensar que, detrás de cada una de esas afirmaciones podría esconderse el empobrecimiento de la escritura, de la lectura, junto con la generación de "sujetos hiper-adaptables" invitando a poner foco en cada uno de estos aspectos

Casi una década después, el planteo crítico me parece de sumo interés, en un tiempo de transformaciones educativas y en el que se suele dar la disputa teórico-práctica entre contenidos educativos y competencias. Razonando vazferreiranamente (por grados) creo que hay dos extremos que son viciosos para la escritura. El puro culto al contenido recargado y memorístico es vicioso y esto ya era criticado desde los tiempos prevarelianos en nuestro país porque, entre otras cosas, producía un sobre esfuerzo que no rendía en relación a lo que realmente era aprendido luego por los estudiantes. Por otra parte, el puro culto al "aprender a aprender" o a las competencias es también vicioso si no se considera que el metaaprendizaje solo es posible con contenidos sólidos de base. Creo que en ambos extremos hay perjuicios para la escritura. Más allá de la resolución de este tema (tal vez una falsa oposición) y el planteo de un justo medio, creo que las críticas son muy provocadoras y atendibles hoy, si tomamos como eje la siguiente idea que creo impregna todo el planteo de Mazzucchelli: la educación se empobrece cuando la escritura se empobrece, no solo porque genera sujetos pobres culturalmente sino porque, metafísicamente, obstaculiza la posibilidad de tomar contacto con la necesidad de trascender, de vencer nuestro punto ciego hacia esa política de amor que hoy es tabú.

3.2. Segundo obstáculo para la escritura. Reducir el lenguaje a puro objeto o producto político. El "nominalismo" filosófico.

El segundo obstáculo es un sinnúmero de estrategias (todas viciosas) que forman parte del "nominalismo" imperante que surge de tomar al lenguaje como objeto (muchas veces, objeto político). Se mata la trascendencia de la escritura cuando se la convierte en un instrumento de poder. Actualmente se confunde el nombrar con el ser, las palabras con las cosas. No pocas personas creen que, si se cambia el nombre de las cosas, las cosas cambiarán, transformando a la escritura en un puro artefacto manipulable.

Algunas de estas estrategias son el culto al hipertexto (creer que las lecturas no lineales nos liberan de la tiranía del discurso o de la autoría) o la obsesión de analizar todo texto como un metatexto que desmontaría cuestiones sociales (lo cual genera una serie de galimatías que acaban en una metafísica misteriosa llena de leyes económicas, cuestiones de género o identitarias, relaciones invisibles de opresión nominales, etc.) que pueden incluso estar desligados de los hechos verificables por otros medios.

Aun así, el tema de fondo es que, al transformar toda escritura en un mero objeto (e instrumento político) se quita la posibilidad de fundar una política más allá de puros discursos que luchan por tener más influencia y no más base razonada. En lugar de una política de amor ligada con la necesidad de trascendencia, se acaba estimulando una política de guerra sin posibilidad siquiera de diálogo.

3.3. Tercer obstáculo para la escritura: Tomar las ciencias y las humanidades como opuestos en detrimento de las humanidades

Finalmente, la escritura es amenazada cuando se sustituye la función de escribir y leer, de pensar y comprender, delegando esta función en los científicos, los tecnócratas o, como señala Mazzucchelli, los "tunicados". No se niega aquí lo científico sino, más bien, se afirma la necesidad de lo humanístico. La política no es posible y tampoco es posible el pensamiento crítico cuando se minimiza lo humanístico. El caso de la pandemia se plantea como ejemplo de ello. (Aclaración: si bien la pandemia ocupa una sección del libro, no es el asunto central sino, más bien, un ejemplo más de todos los procesos anteriores).

4. Política, izquierda, escritura

Resta hacer un comentario político final, aunque sin poder ingresar en su hondura, la cual aparece en el lúcido ensayo "Un manojo de tesis acerca de la izquierda". Los obstáculos a la escritura son planteados en el libro con relación a la izquierda (lo que entendemos por ella actualmente, que es algo bastante difuso). Incluso Mazzucchelli, si bien emplea el término para hacerse entender, lo rechaza:

"No acepto la dicotomía izquierda-derecha tal como la plantea la autodenominada "izquierda", debido a que me dedico meramente a pensar, y no quiero tener ni buscar nunca el poder. (...) No acepto el esquema de la izquierda por simplificador, por exagerado, por constitutivamente desleal con quien considera sus enemigos políticos, y porque involucra una nota de crítica moral o ética al Otro ("la derecha") que es simplemente inaceptable" (p. 141)

La izquierda para Mazzucchelli es, actualmente, no tanto un conjunto de ideas, sino más bien una actitud surgida de una incapacidad (incapacidad de gobernar, de filosofar), un ser oposición permanente y un conjunto de identidades colectivas entremezcladas. Esa incapacidad es constitutiva de la izquierda pues ella misma es una actitud que busca operar no sobre "lo que es", sino sobre "lo que no es" o lo que le gustaría que fuese (de ahí su vocación opositora). En consecuencia, su proyecto actual, siendo incompatible con la idea de reformar lo real (lo que es) y, siendo incapaz de plantear un proyecto revolucionario creíble (ir hacia lo que no es), solo le resta operar sobre lo discursivo, producir críticas, diagnósticos, cambios de nombre (nominalismo filosófico, lo políticamente correcto), lo cual la lleva a un inmovilismo que no solo la hace cómplice de la derecha globalizante que quiere supuestamente combatir sino que contribuye a empobrecer la escritura, transformándola en objeto de poder que oculta su incapacidad. La izquierda así concebida, vacía y contradictoria, aunque no lo asuma, mata la posibilidad de una "política de amor" apropiándose de la escritura y esterilizándola.

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Hasta aquí la interpretación del texto la cual, naturalmente, no tiene por qué comprometer al propio autor con la totalidad de estas afirmaciones. Si algo habría que agregar de Imantada como comentario final es que se agradece la inteligencia. Es un libro profundamente inteligente, filosófico y desafiante. Una escritura que imanta.

 

 

HORACIO BERNARDO

Magister en Filosofía, docente, escritor y conferencista, premio Pensamiento de América Leopoldo Zea.

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2022-01-20T14:18:00