Borges y el otro Onetti: para una tumba con nombre (*)

Pablo Silva Olazábal

Siempre me llamó la atención cómo dos de los más grandes escritores del Río de la Plata, que tenían en común el mismo vicio y una pasión, permanecieran tan distantes, lejanísimos, sin tocarse, en las bibliotecas y mentes del mundo académico. 

Contenido de la edición 28.04.2022

 

Parecen estar siempre en veredas contrapuestas, sin nada en común. No sé cuántos escritores rioplatenses estaban apasionados en la década del 30 por la obra de William Faulkner: sospecho que pocos. Pero si fueran muchos, igual estamos hablando de una afinidad estética que llama la atención pero que no ha servido para detectar afinidades. La obra de ambos estuvo inmersa en lo que después dio en llamarse la "crisis del narrador" -dejar de naturalizar esa figura y problematizarla, haciendo que sea lo que es, el primer personaje de toda narración-, una fisura que alcanzó con Faulkner niveles más que inesperados. En los tres escritores la figura del narrador tomó una importancia capital y una visibilidad acorde. Alguien podría objetar que Faulkner fue fundamental para otras grandes plumas latinoamericanas, pero yo hablo del Río de la Plata: es difícil hallar en esta zona lectores tan atentos como Onetti y Borges. Sin embargo, ni siquiera esto parece unirlos; todo es, entre ellos, contraste y distancia.

Hace años le pregunté a María Esther Vázquez, que escribió varios libros en coautoría con Borges y fue su amiga y asistente durante años, si alguna vez habían hablado sobre Faulkner y de paso, si lo había oído mencionar a Onetti. Me dijo que sobre el primero hablaron muchas veces, en cambio no recordaba haber oído nunca el nombre del uruguayo en labios de Borges. Años más tarde le hice la misma pregunta a Noemí Ulla, otra amiga del autor de El Aleph, y la respuesta fue la misma. Ninguna recordaba ninguna mención a Onetti.

 

El otro Onetti

En 1974 el crítico Jorge Ruffinelli hizo la misma pregunta, pero esta vez directamente a Borges:

- ¿A qué escritores latinoamericanos actuales ha leído: a Juan Carlos Onetti?

- Lo conozco muy poco... Me acuerdo que era rengo, ¿no? ¿No era rengo?

- No.

- Sí, creo haberlo conocido, pero nunca leí nada de él. Creo que ha muerto,

además, ¿verdad?

Parece broma pero no lo es; Pablo Rocca sostiene en su artículo "Los Onetti y Jorge Luis Borges" (Fragmentos Nº 28, 2005) que la respuesta fue "una ironía borgiana, o una broma de muy mal gusto" y que en realidad se estaba refiriendo a otro Onetti.

Se trata de Carlos María Onetti, nacido en Melo en 1894 y fallecido en Paraná en 1940; según el mismo Rocca era primo del famoso novelista uruguayo y también hijo del poeta Luis Onetti Lima (1874 - ¿1940?).

Carlos María tuvo una salud delicada: murió a los 46 años, y tenía un impedimento físico, que no está muy claro en qué consistía. Se mudó joven a Argentina, interesado en las vanguardias; según Rocca, fue el primero en traducir al castellano el ensayo de Jean Epstein "La poesía de hoy" (Buenos Aires, circa 1920).

En 1927 se radicó en Paraná, donde vivió dando clases los últimos trece años. Dejó huellas en esa ciudad, al punto que le pusieron su nombre a una calle, a una escuela y a un centro cultural (que actualmente no existe). Podría decirse que bastante más de lo que logró su primo Juan Carlos en su ciudad natal.

En Paraná Carlos María Onetti generó un discreto magisterio, y hay artículos de prensa que prueban que se lo siguió recordando años después de su muerte.  

Fue profesor, integró el Instituto de Profesores Secundario de Paraná y la Facultad de Ciencias de la Educación y también fungió como conferencista y poeta, aunque su actividad lírica fue haciéndose cada vez más marginal. Lo relevante es que tuvo una gran influencia sobre sus alumnos. La revista literaria Sauce lo consideró "el gran maestro y animador espiritual de Paraná". En una nota necrológica que me facilitó el escritor paranaense Matías Armándola (a quien llegué a través del escritor Fernando Belottini, de Concordia), se dice lo siguiente:

"El Onetti maestro reunió en ese aspecto a todos los otros talentos que su alma dispensaba generosamente. En la cátedra fue poeta y amigo, un maravilloso artífice de la palabra y un no menos asombroso dueño y señor de síntesis deslumbradoras". Más adelante el autor de este artículo, el poeta Carlos A. Álvarez resume con fineza: "la paradoja, en sus labios, sonaba a evidencia".

 

Un temperamento delicado

Carlos María tenía un temperamento de artista delicado y, como se ha dicho "un lamentable impedimento físico". Como intelectual de provincias, dio conferencias en Santa Fe, Tucumán y Paraná sobre múltiples escritores demostrando una destreza envidiable: Mansilla, Apollinaire, Martí, Unamuno, Verlaine, José Asunción Silva o Valery fueron algunos de los abordados. Uno de sus libros más conocidos, "Cuatro clases sobre Sarmiento escritor", fue editado por la Universidad de Tucumán. Su trayectoria lo convirtió en un animador cultural constante, al punto que el poeta Alfonso Sola González sostuvo que "lo que se ha dado en llamar la Generación de Paraná fue obra completamente suya".

En otra necrológica se destaca su entusiasmo argentino: "A pesar de haber nacido en la República Oriental, podemos decir que Onetti era muy nuestro, porque sentía la argentinidad no solo intelectual sino sentimentalmente. Sus alumnos han podido apreciar muchas veces la emoción con que se refería a los hombres más ilustres de la literatura y la historia argentinas, el conocimiento de causa con que trataba sus temas y la pasión que ponía al trabajar en la formación de nuestra juventud".

Finalmente, cuando lo enterraron, el Instituto de Profesores y la Escuela de Bellas Artes suspendieron sus clases. Debe estar enterrado en el cementerio de Paraná, seguramente en una tumba con nombre.

 

Santa María y su reflejo, Paraná

En 1945 Juan Carlos Onetti publica el cuento La casa en la arena: en este texto da inicio a la saga de Santa María. Según declaró a su amigo Omar Prego, la creó a partir del recuerdo de un viaje a la provincia de Entre Ríos. Allí, le dijo, "estuve dos o tres días en Paraná, que tiene una rambla, como Santa María".

En esa ciudad fue feliz por un día, sin ninguna razón. También dijo en otra ocasión que los paranaenses son "los uruguayos de Argentina", por su inclinación a la interioridad y a cierta melancolía.

Por lo que se sabe, jamás habló de su primo escritor de Paraná, pero resulta difícil pensar que lo hubiera olvidado cuando pasó por aquella esa ciudad.

Algo vio allí que resultó ser un poderoso detonante artístico, algo que le permitió crear Santa María, es decir, cuajar una visión que ya traía de antes (pienso que el conocimiento de lo que es la vida en un pueblo lo adquirió en su adolescencia y juventud en Villa Colón; en su última novela, "Cuando ya no importe" lo hace explícito al escribir que en la plaza de Santa María hay un inverosímil héroe desmontado, "sosteniendo con las manos un racimo de uvas muy gruesas, acunadas en una hoja de parra": es la descripción de la estatua de la plaza Vidiella, en el centro de Villa Colón).

Como sea, Onetti pudo imaginar allí un pueblo a la vera del río, con un médico poseedor de un delicado temperamento artístico y una visión escéptica y por momentos ácida -pero en el fondo piadosa- de la humanidad. Incluso en su obra magna, La vida breve, se imaginó a sí mismo trabajando en el diario de aquella ciudad.

Oscar Wilde decía que la vida imita al arte mucho más de lo que el arte imita a la vida; en esa misma línea el propio Onetti sostuvo que si se desarrollara una literatura sobre Montevideo, poco a poco los montevideanos terminarían pareciéndose a ella.

Carlos María Onetti murió en Paraná en 1940, y Santa María nace furtivamente en 1945 para alcanzar su apogeo en 1950, en La vida breve. Un río, un pueblo, una colonia de labradores, el espacio del litoral produciendo sus propios personajes. Porque el litoral es mucho más que un espacio geográfico: es una mentalidad, un perfil y una manera de estar en el mundo que trasciende los límites de los países. Centra su eje en el río; en los ríos.

¿Supo Onetti que su primo vivía en un permanente desasosiego -definido en una necrológica como "agonía unamuniana"? No resulta nada difícil imaginarlo con su "impedimento físico", mirando a través de la ventana y observando los desencuentros vitales de los paranaenses mientras reflexiona sobre el naufragio de la existencia humana, condenada desde siempre a ser un proceso de demolición.

Los artificios de la ficción produciendo su propia realidad, o viceversa, la realidad transmutada en ficción. Al fin y al cabo, lo más importante es el narrador; si es médico, entonces que tenga sensibilidad de poeta. 

 

El tercer Onetti

Hay un poeta y cantor salteño, cultor de la zamba argentina, que Borges no conoció y del que probablemente jamás oyó hablar. Seguramente Onetti sí lo conoció, y tal vez trató, a través de su familia, disfrutándolo gracias a Los Olimareños.

Se llamaba Víctor Lima y su segundo apellido era Onetti. Admiraba mucho a Borges (tanto que proyectó un libro, Fervor de Treinta y Tres, del que se conocen muchos poemas, en obvio homenaje al argentino). Se sabe que se radicó en Buenos Aires en 1939. Su biógrafo, Leonardo Garet, dice que "se presume que vivió en la casa de un primo de su padre, el escritor Juan Carlos Onetti". Pero ¿No habrá conocido también a Carlos María, que vivió en Buenos Aires? Hay aquí mucho para investigar.

Víctor Lima era un poeta caminante, autor de versos como estos, que a Borges no le hubieran disgustado:

Bienhaya el árbol que tiende

la sombra que necesito

para descansar mi sombra

al costado del camino

Qué lindo es tener querencia

llego y quisiera quedarme

es caracú de mi ausencia

el ansia de aquerenciarme.

 

En su famoso himno a Salto habló de la luz anaranjada del litoral:

Nacido en tierras aromadas

de naranjales en flor

mi vista tiene el calor

de la luz anaranjada

de la ausencia desvelada

de ser yo mismo una ausencia

un día encontré querencia

lejos del Salto oriental

mi dulce tierra natal

aquella de la inocencia".

 

Y también cultivó la poesía social como esta:

Mientras exista en el mundo

un pobre que al rico enfrente

la gente que es gente pobre

nunca será pobre gente"

 

Aunque su costado más existencial y telúrico posee connotaciones zen, o tal vez borgeanas, como ser en estos versos:

"Yo, que como de la tierra

que un día me comerá

pienso que la tierra es

cosa de vida en la eternidad"

 

El otro Borges

Borges nos enseñó que no hay lecturas equivocadas, que todas son pertinentes y acaso sean necesarias. En un desliz, tal vez un ofuscamiento mencionó al otro Onetti. Pero la intuición poética no conoce el desacierto: tal vez estaba -¿involuntariamente? - dándonos otra lectura de la obra onettiana, señalando un nudo que nadie había visto.

En este sentido, y puesto que todo tiene su vuelta, habría que pensar quién, en esta zona, podía ser el otro Borges. Candidatos no han faltado pero tal vez como siempre, la respuesta está en el nombre, y el segundo apellido de Onetti es Borges. Así, Juan Carlos Onetti Borges, podría ser, pensándolo bien, el otro Borges: el reflejo al otro lado del río. Un destello por el que el propio Georgie no pudo sentir más que vértigo y, acaso, aversión.

 

PABLO SILVA OLAZÁBAL

Escritor, comunicador, director y conductor del programa radial La máquina de pensar

 

Imagen de portada: Borges y Onetti en Barcelona, 1978/Dolly Onetti

(*) Presentado en Paysandú, 19 marzo de 2022, Encuentro "Borges, Onetti, Piglia: en la otra orilla".


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2022-04-28T23:29:00