CALLE A CALLE MVD (*) – Un viejo árbol de madera muy dura
Daniel Feldman
Contenido de la edición 05.08.2024
Los orígenes de la ciudad nos llevan aún más atrás en el tiempo, a épocas de caballeros templarios y devociones medievales.
La palabra "nomenclátor" refiere, según la Academia de la Lengua, al "catálogo de nombres propios o de voces técnicas de una disciplina". Es así que tenemos el nomenclátor de las calles de Montevideo, y es cierto que muchas veces vivimos en una calle o pasamos a diario por otra de la cual tenemos muy poca o nula idea del origen de su nombre.
A pesar de esto, todas tienen su historia, y de alguna manera van plasmando en nuestro deambular la historia y los vaivenes de la ciudad, conformados por su evolución y nuestra cotidianidad.
Fue en 1724 cuando el rey Felipe V firmó contrato con don Francisco de Alzaybar para traer 25 familias gallegas y otras tantas canarias a nuestra ciudad de Montevideo, aún en ciernes.
Previamente, y ante la insistencia del rey para frenar avances portugueses, Bruno Mauricio de Zabala, a la sazón gobernador del Río de la Plata, había dispensado franquicias y privilegios a aquellos que cruzasen el río de la Plata para establecerse en Montevideo.
Don Alzaybar era socio de un tal Urquijo, pero el nombre de este se pierde en la historia, quedando únicamente el del primero, que aparentemente obtuvo pingües ganancias por el tráfico entre estas costas y los de la "madre patria".
Sin embargo, el contrato de Alzaybar y Felipe V no estuvo exento de demoras, y recién en noviembre de 1726 arriban a nuestra bahía 16 familias, canarias, en la fragata "Nuestra Señora de la Encina".
El proyecto de venida de familias gallegas quedó por el camino, y el número total de viajeros debió reducirse debido a la capacidad del navío.
Este era uno de los cinco barcos que mandó construir Alzaybar y, teniendo en cuenta el origen del empresario, hace referencia a la copatrona (junto a San Prudencio) de Álava, la más extensa de las tres provincias vascas. En Arceniega se encuentra el santuario, que fuera levantado en 1498.
Pero se me antoja mucho más poética la historia de la Virgen de la Encina que la convierte en patrona de la comarca de El Bierzo, en la provincia de León, España. Esto, si podemos hablar de poesía en temas de religión, generalmente más dados al derramamiento de sangre, a pesar de los llamamientos a la paz.
Esta Virgen de la Encina es también conocida como "Morenica", por el color de su talla. Se trata de una imagen de estilo bizantino, que representa a la madre y al niño, y es de las pocas vírgenes negras que existen.
Cuenta la leyenda que el obispo de Astorga, Santo Toribio, fue el responsable de traerla desde Tierra Santa hasta la comarca, allá por el siglo V. Ante el avance de la presencia musulmana, en el siglo IX el monje San Genadio decide esconderla, para su protección.
Y según los relatos, la virgen permaneció oculta durante varios siglos, hasta que el azar llevó a que, alrededor del año 1300 fuera rescatada por los templarios. ¿Cómo? Las obras en el castillo de la comarca requerían de grandes cantidades de madera. Un día ocho de setiembre (no se conserva con exactitud el año), al cortar una encina, esta se partió dejando a la vista un nicho con la imagen de la virgen.
Las encinas son árboles que tienen una altura de diez a doce metros y su madera es muy dura.
Quienes la encontraron desconocían su nombre, y en alusión a las características de su descubrimiento pasaron a llamarla "Virgen de la Encina". En la región, el 8 y 9 de setiembre se celebra su día, aunque la talla actual no es la que refiere la historia: ya no se trata de la "morenica", sino que está realizada en madera plateada, y es una obra del siglo XVI.
Pero volvamos a nuestra nave, "Nuestra Señora de la Encina", también apodada "La Bretaña", y más precisamente a la calle que lleva su nombre, que discurre transversalmente por la estructura en damero del barrio Palermo. En su fecha de llegada a nuestras costas el proyecto de ciudad llevaba el nombre de San Felipe y Santiago de Montevideo.
En algún momento de la década de arranque del siglo XXI fue definida como una "calle de integración", partiendo de la alusión a las primeras familias canarias en llegar, y pasando por los viejos conventillos habitados en su momento por italianos, rusos y comunidades de afrodescendientes.
Hoy la mistura es mucho mayor, y si nos aventuramos en una fría tarde de sábado de invierno, podemos toparnos con el templado de las lonjas y el deambular machacón de unos y otras, que te van llevando con cierto ritmo a recorrer las pocas cuadras de la calle.
Partir de la Escuela Figari de la UTU hacia el sureste, nos conduce a una plaza denominada Juan Ramón Gómez, en honor el primer presidente de la Asociación Rural del Uruguay, en una especie si se quiere de mentís citadino para tanto desheredado. Plaza que ostenta un frondoso árbol, que supongo no es una encina.
Miro hacia atrás, y vaya a saber por qué, me empiezan a retumbar en la cabeza la voz y los versos de "El Sabalero":
Callecitas de adoquines,
te harán vibrar con su canto
los negros de roncas voces,
los negros de duras manos,
tan duras como la vida
de ese Sur montevideano
con sus rotos conventillos,
piezas de cuatro por cuatro,
donde se amontonan hijos
y sueños casi castrados...
... aunque los rotos conventillos sean historia en medio de tanto reciclaje.
Y así, tiritando, observo las mesas dispuestas a recibir comensales, y tal vez me animo.
(*) CALLE A CALLE MVD pretende acercarnos al por qué de los nombres de las vías públicas de la ciudad... y tal vez a otros desvaríos
DANIEL FELDMAN
Director de CONTRATAPA