Cien años del monumento a Artigas en plaza Independencia: del difunto olvidado a la construcción del héroe nacional

Alejandro Giménez Rodríguez

Contenido de la edición 03.04.2023

 

A la hora 16 de aquel soleado miércoles 28 de febrero de 1923, el presidente Baltasar Brum, y quien lo sucedería un día después, José Serrato, inauguraban el monumento a José Artigas en plaza Independencia.

En setiembre de 1820 el hoy prócer de los uruguayos se adentraba en el Paraguay, con un puñado de hombres, al no poder efectivizar su proyecto de crear en la región una liga federal de provincias, que tuvo la resistencia de Portugal y Buenos Aires. Ya no volvería a su tierra natal.

El proceso político y militar de los años ´20 del siglo XIX en el Río de la Plata culmina con el nacimiento del Uruguay como entidad jurídica nacional, luego de una guerra entre las Provincias Unidas y el Imperio del Brasil, lo que tiene como hitos fundacionales la Declaratoria de la Independencia del 25 de agosto de 1825 en la Florida y la Jura de la Constitución del 18 de julio de 1830. Artigas entraba en la dimensión de héroe olvidado, por más que los colores liberales que impulsó serían revindicados en algunas ocasiones en esos años, como en el desembarco de los Treinta y Tres Orientales.

Luego de transcurrida la primera década de vida independiente del país, durante el período de la Guerra Grande, los dos gobiernos en que se dividió la novel nación hicieron sus respectivos homenajes en vida del caudillo oriental. Ambos fueron recordatorios en el nomenclátor de Montevideo, sitiada por el ejército blanco de Manuel Oribe desde el Gobierno del Cerrito, enfrentado al de la Defensa, comandado por Joaquín Suárez.

Así, en la nomenclatura montevideana diseñada por Andrés Lamas en 1843, está el nombre de "Piedras", en homenaje a la localidad de la gran victoria militar de Artigas contra el imperio español el 18 de mayo de 1811; y desde el campo sitiador se llamó "General José Artigas" a la actual avenida 8 de Octubre, que unía ambos sectores de la ciudad, lo que se decretó en 1849.

La muerte del que había sido "Protector de los Pueblos Libres" se produjo el 23 de setiembre de 1850 en suelo guaraní, a los 86 años, siendo informada algunos días después por el diario "El Paraguayo Independiente". Recién en febrero del año siguiente su similar montevideano "El Porvenir" se hizo eco de la noticia, la que pasó bastante desapercibida.

Cinco años más tarde los restos de Artigas son repatriados, siendo recibidos en el Puerto de Montevideo, en donde permanecieron trece meses en un galpón, siendo rescatados de allí por el presidente Gabriel Antonio Pereira, sobrino nieto del hoy héroe uruguayo, que lo envió al panteón familiar y luego al Panteón Nacional. Pero aún se estaba muy lejos de su reivindicación como líder de los orientales.

Hacia la perpetuación a través del bronce

Un jalón muy importante en la reivindicación de la figura del prócer fue su primera biografía, denominada "Vida de Artigas", de autoría de quien se considera nuestro primer cronista-memorialista, que fue Isidoro de María, publicada en 1860.

No demoró en aparecer el primer proyecto de estatua en bronce, a ser ubicado en plaza Independencia en 1862, durante el gobierno de Bernardo Berro. Por esos años ese espacio público era la mitad de lo que es hoy, ya que aún estaba allí lo que quedaba de la antigua Ciudadela del período colonial, que entonces era el llamado "Mercado Viejo".

Las discusiones no se hicieron esperar en torno a la iniciativa del diputado Tomás Diago. El pensamiento de Artigas aún era controversial para algunos sectores, lo que generó dudas acerca de este homenaje. También la ubicación causó diferencias, ya que muchos no querían que estuviera en la citada plaza, articulación entre la Ciudad Vieja y la Ciudad Nueva.

Así, aparece la propuesta de que se instalara en la plaza Cagancha, bautizada así por el lugar del  departamento de San José en el que en diciembre de 1839 las fuerzas comandadas por Fructuoso Rivera vencieron a las de Buenos Aires, en uno de los primeros episodios de la Guerra Grande. La idea era que pasara a llamarse plaza Artigas, lo que no se concretó. En 1867 se emplazó allí el Monumento a la Paz, primero de Montevideo.

Tuvieron que transcurrir dos décadas, hasta que el gobierno de Máximo Santos, gran impulsor del recuerdo del carácter militar del caudillo promoviendo el 23 de setiembre como feriado nacional, reactiva la idea en 1883.

Encarga a Juan Manuel Blanes una obra que sería premonitoria, como es el cuadro "La Revista de 1885", en el que puede verse en la plaza Independencia a Santos acompañado por militares, y al fondo un monumento ecuestre muy similar al que está hasta la actualidad en ese espacio público.

Se convocó a un concurso, que fue ganado por Federico Soneira, un uruguayo formado en Florencia con el maestro Antonio Císeri, al igual que Blanes. La maqueta de la obra nunca concretada está en exhibición en el Museo García Uriburu de la ciudad de Maldonado.

Pasado el período militarista, en julio de 1896 es ubicada frente a la entonces casa de gobierno, el ex Palacio Estévez, la estatua de Joaquín Suárez, patriota de la Independencia y presidente del Gobierno de la Defensa en la ya citada Guerra Grande, obra de Juan Luis Blanes.

Pero en aquel fin del siglo XIX la reivindicación artiguista crecía, y por eso no extrañó que se instalara su primer monumento y no precisamente en Montevideo. Fue en la ciudad de San José de Mayo, en 1898, de autoría de Juan Manuel y Juan Luis Blanes. Entre tanto, la imagen de Suárez fue trasladado en 1906 para su actual ubicación, en la Plaza que lleva su nombre, en la esquina de la avenida homónima y Agraciada.

"Los monumentos nos hacían civilizados"

Corría 1908 y en Washington el gobierno estadounidense construía el nuevo Pabellón de las Repúblicas Americanas. Cada nación debía tener en ese lugar la imagen de su héroe nacional, y la representación diplomática uruguaya empezó a dudar sobre a quién colocar en ese lugar.

Hecha la consulta al ministro de Relaciones Exteriores de la administración de Claudio Williman, Jacobo Varela Acevedo, la respuesta no se hizo esperar: el Artigas en la Ciudadela, de Juan Manuel Blanes, ya que era "la mejor que puede expresar la personalidad del Jefe de los Orientales, hombre de acción y de pensamiento, caudillo de un pueblo, defensor abnegado de sus derechos, sostenedor, si no el único, el más resuelto e invariable entre los hombres de la revolución americana, de las ideas de democracia y república, triunfantes hoy en toda América".

Un año antes Williman había resuelto mediante un decreto la tan postergada construcción del monumento, afirmando que "honrar a los héroes sirve, a un tiempo, de premio, de estímulo y de ejemplo", refiriéndose al hoy prócer como "el gran calumniado de la historia de América".

La investigadora DanielaTomeo señala que "los monumentos nos hacían civilizados, demostrábamos que éramos cultos y que actuábamos como los países europeos que admirábamos".

La "Epopeya de Artigas", poema de Juan Zorrilla de San Martín editado en 1910, sirvió como base para los participantes del concurso, cuyo llamado se efectivizó dos años después, al tiempo que en 1911 la celebración del centenario de la batalla de Las Piedras fue un impulso, ya que también se llamó a artistas, resultando electa la propuesta de Juan Manuel Ferrari, un obelisco que aún puede verse en esa ciudad.

En 1912 llegaron 45 propuestas, desde Italia, Francia, Austria, Inglaterra, Alemania, Bélgica, Estados Unidos, España, Argentina y naturalmente Uruguay.

Hecha la selección, llegaron al final el escultor italiano Ángel Zanelli y el uruguayo Ferrari. Se trataba de dos propuestas bien diferentes. La del peninsular era de tipo clásico-universal, con aires de Augusto y montando un caballo imponente. Era el héroe triunfante. En cambio, el proyecto del oriental era local-criollo, en el que Artigas parecía un "gaucho derrotado", con la cabeza gacha, montado en un caballo como tantos en nuestros campos. El ícono de un país que se consolidaba debía ser majestuoso, lo que inclinó la balanza a favor del artista europeo.

Instalación de la cabeza de la estatua del prócer (Foto: CdF)

Fundidas en Florencia, las 30 toneladas de bronce viajaron en barco, siendo un engorroso procedimiento trasladar la obra por partes hasta su destino desde el puerto capitalino. El gran día, retratado por el pintor italiano Godofredo Sommavilla, y que puede verse en películas de época, llegó el 28 de febrero de 1923.

La construcción de la nación y su relato

Aquel último día del gobierno de Brum se constituyó en un hito fundamental en la construcción del relato de la nación que se afirmaba como tal. Caetano analiza que "la coyuntura del Centenario volvía a aquella época especialmente propicia para reconstruir y resignificar el tema de la nación (...), un país que percibía su futuro con tanta seguridad y optimismo debía construir una comunicación particular con su pasado. La sociedad de los uruguayos debía construir el relato de sus orígenes".

En la plaza Independencia estaban autoridades nacionales, pero también Juan Zorrilla de San Martín y las delegaciones argentina y española, como legitimación por parte de dos de los principales adversarios que había tenido Artigas en la primera etapa de la emancipación.

"El presidente Brum tenía la obsesión de terminar su mandato con esta inauguración. Incluso en su discurso ese día trató de vincular el inicio de su mandato, que era el comienzo de la vigencia de la segunda Constitución de la república, y el fin de su presidencia, con la inauguración del monumento a Artigas. Incluso trató de establecer la apoteosis del héroe fundador de la nacionalidad, que era la visión que allí se consolidaba, con la idea de la expansión del reformismo social", afirmó el citado historiador a inicios de los años noventa en el programa "Inéditos". Había una clara vinculación con el país que se afirmaba socialmente a través del proyecto moderizador batllista.

El monumento y una bandera uruguaya que demoró en caer en aquel último día de febrero de 1923 (Foto: CdF)

El monumento estaba rodeado de un lado por la bandera artiguista y del otro por el pabellón nacional. Como un gran simbolismo, aquel día de gran calor, en el momento en que debían desprender ambas banderas, "la artiguista cayó de inmediato y la uruguaya costó más que cayera. Un sector de la prensa dijo que eso afirmaba la idea de la uruguayidad del prócer, mientras que otro lo veía como que la providencia había establecido la dificultad de uruguayizar en exceso la figura de Artigas", comentó Caetano.

La llegada de 120.000 inmigrantes a aquel país aluvional solo en los años veinte, con un cuarto de la población de Montevideo de origen extranjero, mostraba la importancia de consolidar una democracia pluralista en aquella sociedad hiperintegrada.

En 1977 la dictadura militar intentó afirmar la imagen del Artigas militar con la inauguración del mausoleo construido debajo del monumento en plaza Independencia, resaltando en sus paredes las fechas de los acontecimientos de la Patria Vieja por sobre el ideario del caudillo.

Al decir del recordado historiador Washington Reyes Abadie, ese día de febrero del '23 fue el de la afirmación de José Artigas como el "tótem de la tribu uruguaya", con el que todos estábamos de acuerdo.

 

ALEJANDRO GIMÉNEZ RODRÍGUEZ

Historiador, docente, comunicador,

asesor en la Dirección Nacional de Cultura del MEC

 

Imagen de portada: inauguración del monumento a José Artigas en la plaza Independencia, Godofredo Sommavilla, Museo de la Casa de Gobierno.


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2023-04-03T14:13:00