De "Rebelión en la granja" a "1984"

Alejandro Carreño T.

Contenido de la edición 26.11.2025

 

Cuando se lee 1984 (1949), la célebre novela de George Orwell, nacido como Eric Arthur Blair, la pregunta que asalta de inmediato es si alguna vez la Humanidad vivió alguna época utópica, como la que Tomás Moro describe en Utopía (1516). La RAE nos dice que "Utopía deriva del latín moderno y se refiere a una isla imaginaria con un sistema político, social y legal perfecto, descrita por Tomás Moro en 1516". Luego nos entrega dos definiciones sobre el término: "Plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización" y "Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano". El periplo por el término "utopía" lo cerramos con los comentarios de Juan Manuel Santiago en el "Resumen" que presenta a 1984, y que el lector puede encontrar aquí: "Utopía. Obra que describe un futuro estado feliz de la humanidad, en el que cada persona tiene satisfechas sus necesidades y existe un gobierno benévolo que provee de todo lo necesario (o bien el gobierno ha desaparecido absolutamente, tras resultar innecesario). El nombre procede de la obra homónima de Tomás Moro (que viene del griego utopos, ningún lugar)".

¿Por qué detenerse en este concepto "utopía" si 1984 representa exactamente lo contrario de un "mundo feliz", la obra homónima de Aldoux Huxley, antecedente directo de la novela de Orwell? Porque se ha dicho que 1984 es una obra distópica, es decir, como señala la RAE, una representación "ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana". Así la describe Santiago en las primeras líneas de la presentación de la novela: "1984 es la antiutopía o distopía más célebre de todas cuantas fueron escritas durante la primera mitad del siglo XX.  En ella, Orwell presenta un futuro en el que una dictadura totalitaria interfiere hasta tal punto en la vida privada de los ciudadanos que resulta imposible escapar a su control". Y ofrece una definición en que el término "distopía" se presenta a la gente como una "utopía". Distopía es la "contraposición a 'utopía', obra en la que se describe una sociedad opresiva y cerrada sobre sí misma, generalmente bajo el control de un gobierno autoritario, pero que es presentada a los ciudadanos de a pie como una utopía". Pero Orwell vivió la distopía del Gran Hermano, la construcción del "mundo feliz" propuesto por la dictadura stalinista, y su obra más que una distopía se asemeja más a la construcción de un mundo de dolorosa ironía y triste sarcasmo.

Por eso el lenguaje simbólico, mordaz, avasalla la dignidad humana representada por Winston Smith, que trabaja en el "Ministerio de la Verdad" y Julia, funcionaria del "Departamento de Ficción", para las nuevas generaciones. ¿Cuántos ministerios de la verdad no se encuentran hoy a lo largo y ancho del planeta? Impresionan la fuerza y el entusiasmo como se construyen modelos encargados de velar por los medios de información adecuados para, justamente, "proteger a la ciudadanía y la democracia".  En cuanto que en el "Departamento de Ficción" se escriben obras que entretienen a la población con el propósito de manipular a la gente. La realidad se esconde bajo el manto de la mentira y el engaño. En 1984 se adecúa la verdad y se modifica la historia para satisfacer las necesidades del sistema. El lenguaje construye realidades, y el Gran Hermano posee un nuevo diccionario que ya se encuentra en su undécima edición, para describir su "mundo feliz": el Diccionario de neolengua. La "neolengua" se compone de reglas y normas severas, pero las palabras evolucionan frecuentemente para impedir acciones delictivas o que propaguen el libre pensamiento: "¿No ves que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente?", le dice Syme, encargado de la undécima edición, a Winston.

En otras palabras, la "neolengua" se construye y evoluciona para evitar el "crimen de pensamiento". El "crimental" como lo llama Syme: "acabaremos haciendo imposible todo crimen del pensamiento. En efecto, ¿cómo puede haber crimental si cada concepto se expresa claramente con una sola palabra, una palabra cuyo significado esté decidido rigurosamente y con todos sus significados secundarios eliminados y olvidados para siempre?".  Pero Winston Smith ya había cometido un "crimental", puesto que estaba escribiendo un libro prohibido y teniendo reuniones también clandestinas con Julia. Eran seres condenados por el Gran Hermano y su doctrina totalitaria por no haber respetado los principios soberanos de obediencia al Partido (Ingsoc, Socialismo inglés), el Gran Hermano: La guerra es la paz; La libertad es la esclavitud; Y La ignorancia es la fuerza. Discurso panfletario sustentado en el terror y la muerte, escrito en el frontis del Miniver, "Ministerio de la Verdad" en la nueva lengua. Aquí se escribe con un lenguaje que significa exactamente lo que no es. El absurdo semántico que pavimenta el camino hacia la tortura y la muerte. Tanto Julia como Winston, torturado en los calabozos del "Ministerio del Amor", terminan remedos humanos luego de los horrendos castigos recibidos. ¡Qué brutal ironía!

En un texto clásico de George Orwell que sería el prólogo de otra de sus grandes novelas, Rebelión en la granja (1945), titulado Libertad de Prensa, el escritor desnuda el vasallaje que tanto la prensa inglesa como la propia política rinden a Rusia: "En este instante, la ortodoxia dominante exige una admiración hacia Rusia sin asomo de crítica [...]. Cualquier crítica seria al régimen soviético, cualquier revelación de hechos que el gobierno ruso prefiera mantener ocultos, no saldrá a la luz [...]. El servilismo con el que la mayor parte de la intelligentsia británica se ha tragado y repetido los tópicos de la propaganda rusa desde 1941 sería sorprendente, si no fuera porque el hecho no es nuevo y ha ocurrido ya en otras ocasiones. Publicación tras publicación, sin controversia alguna, se han ido aceptando y divulgando los puntos de vista soviéticos con un desprecio absoluto hacia la verdad histórica y hacia la seriedad intelectual". Vasallaje que los cerdos de Rebelión en la granja imponen a los otros animales, sometidos a los Siete Mandamientos propuestos por el Viejo Mayor, el cerdo que transmite sus ideas revolucionarias a los animales de la granja, pero que irán paulatinamente siendo modificados por el déspota Napoleón.

La realidad del régimen soviético proyectada a 1984 se sustenta, en consecuencia, en los cuatro ejes fundamentales de todo sistema totalitario: Control social que se apodera de la mente del individuo, lo aliena e impide que piense o reflexione por sí mismo; Dictadura que cercena el pensamiento y la persona no es más que un sujeto utilizado por el Estado y desechado cuando este así lo estime; Falseamiento de la realidad que no es otra cosa que perpetuar la mentira, reinventando el pasado y haciendo de la historia una realidad negada o modificada. Por último, Violencia que sustenta el régimen, pues impone el terror coercitivo, dejando marcas indelebles en el cuerpo y en la mente de quienes, como Winston y Julia se atreven a enfrentarlo, desobedeciendo sus leyes, normas y principios por más absurdos que estos sean, como por ejemplo si "dos más dos son cinco y no cuatro, porque así le conviene al Estado que sea en algún momento, entonces cinco serán". No, no hay distopía en 1984, sino la constatación de una vivencia política enmarcada en la ironía atroz de un régimen totalitario muy vigente en varios lugares del mundo del siglo XXI.

1984 no es, por lo tanto, la proyección de ninguna ficción, pues Orwell la sintió en carne propia en su desencanto de la doctrina soviética y de las otras doctrinas totalitarias surgidas durante la guerra, como el fascismo. Basta recordar que Rebelión en la granja es una idea de 1937 cuya redacción terminó en 1943, pero el libro anduvo de un editor en otro buscando su impresión. Uno de ellos estaba decidido a publicarlo, pero entregó la siguiente respuesta para no hacerlo, según se lee en el citado texto Libertad de Prensa: "Me refiero a la reacción que he observado en un importante funcionario del Ministerio de Información con respecto a Rebelión en la granja. Tengo que confesar que su opinión me ha dado mucho que pensar... Ahora me doy cuenta de cuán peligroso puede ser el publicarlo en estos momentos porque, si la fábula estuviera dedicada a todos los dictadores y a todas las dictaduras en general, su publicación no estaría mal vista, pero la trama sigue tan fielmente el curso histórico de la Rusia de los Soviets y de sus dos dictadores que sólo puede aplicarse a aquel país, con exclusión de cualquier otro régimen dictatorial". ¿Qué tiene de distópico este pasaje descrito por Orwell? El escrito no es más que el "curso histórico de la Rusia de los Soviets y de sus dos dictadores que solo pueden aplicarse a aquel país".

No, definitivamente 1984 no es ninguna distopía. Es simplemente una radiografía feroz de lo que es un régimen totalitario llevado a la narración, que solo tiene de ficticia la armazón del relato, pero no la metáfora que representa. El lenguaje aliena el pensamiento y el simbolismo de la novela se sustenta en tres principios básicos, tres lemas que constituyen el primer sometimiento a las leyes del partido, el Ingsoc, Socialismo Inglés: "La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza". La razón de la sinrazón de una semiosis que confunde cualquier interpretación semántica, en el frontis del Ministerio de la Verdad", son la puerta de entrada al mundo de la esclavitud. El "neolenguaje" y la tortura que terminan por convencer al individuo que efectivamente "libertad es lo mismo que esclavitud". La alienación del ser humano, la pérdida de su dignidad, le ponen fin a una novela que jamás ha perdido su condición de metáfora de la realidad histórica que se vivió, y se vive, en muchos lugares del mundo: "Dos lágrimas, perfumadas de ginebra, le resbalaron por las mejillas. Pero ya todo estaba arreglado, todo alcanzaba la perfección, la lucha había terminado. Se había vencido a sí mismo definitivamente. Amaba al Gran Hermano".

¿Qué diría hoy George Orwell sobre su novela al comprobar que ella podría relatarse desde la perspectiva de otro Gran Hermano, y sin necesidad de ninguna metáfora que simulase la verdad histórica? Así mismo, ese editor no necesitaría referirse a la "Rusia de los Soviets" como el Viejo Mayor o Napoleón de su Rebelión en la granja. Los tiempos han cambiado y la globalización de los medios no se presta para simulaciones ni metáforas, pues la realidad se encuentra a un clic del ratón electrónico. Nosotros, los latinoamericanos, conocemos muy bien a este personaje vestido con ropas diversas, pero usando el mismo lenguaje, desde el castrismo cubano al pinochetismo chileno; desde el somacismo, primero y el orteguismo después, nicaragüenses, hasta el vidalismo argentino y el velasquismo peruano; desde el strossnerismo paraguayo y el bordaberrismo uruguayo al madurismo venezolano. Lo curioso es que todos los Gran Hermano tienen un enemigo común: "el enemigo del pueblo que ellos aman y protegen", como en 1984: "Como de costumbre, apareció en la pantalla el rostro de Emmanuel Goldstein, el Enemigo del Pueblo [...]. Los programas de los Dos Minutos de Odio variaban cada día, pero en ninguno de ellos dejaba de ser Goldstein el protagonista". ¿Recuerdan los bandos militares de nuestras dictaduras latinoamericanas? Ninguna diferencia.

 Como leemos en Libertad de Prensa: "Las ideas impopulares, según se ha visto, pueden ser silenciadas y los hechos desagradables ocultarse sin necesidad de ninguna prohibición oficial". El neolenguaje cumple esta función deformadora de la realidad, silenciándola o transformándola, institucionalizando lo absurdo: "La guerra es la paz" o "La fuerza es la ignorancia". Pero también machacando las conciencias: "El Gran Hermano te vigila". O sometiendo las conciencias con verdades que no son: "Bebe tu Ginebra de la Victoria" y "Fuma tus Cigarrillos de la Victoria", puesto que esta "victoria no es del pueblo". En la conformación de estas frases elaboradas, cuya semiosis no admite lecturas anfibológicas, el posesivo "tus" es dramáticamente revelador de un orden de cosas que nada tiene que ver con lo distópico. Por eso el neolenguaje debe ir adaptándose al curso de los acontecimientos según los principios del Gran Hermano, pero en los que siempre el proletariado no tiene ninguna importancia: "[...] con un desprecio absoluto hacia la verdad histórica y hacia la seriedad intelectual", recordando las palabras de Orwell en "Libertad de Prensa".

Lo que ocurre es que en todos los regímenes donde actúa el Gran Hermano, históricos y literarios, siempre habrá animales más animales que otros como en Rebelión en la granja. En todos ellos se manipulan las conciencias, se crean los servicios de espionaje para controlar a los disidentes y la policía represiva como la Policía del Pensamiento de 1984. Asimismo, el lenguaje construye normas que el Gran Hermano se encarga de acomodar a su antojo, como los Siete Mandamientos de Rebelión en la granja y que terminan siendo pura letra muerta: "Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo. / Todo lo que camina sobre cuatro patas, nade, o tenga alas, es amigo. / Ningún animal usará ropa. / Ningún animal dormirá en una cama. / Ningún animal beberá alcohol. / Ningún animal matará a otro animal. / Todos los animales son iguales". La sátira perfecta de Rebelión en la granja la representa Squealer o Chillón, el cerdo que cumple la función de portavoz y es un experto en oratoria. Cualquier semejanza con la realidad, es pura coincidencia.

Más allá de Rebelión en la granja y 1984, la historia y la literatura han sido testigos de cómo la figura del Gran Hermano, de Napoleón, trascienden su propia realidad y ficción para hacerse vida elocuente de una existencia que la humanidad carga sobre sus hombros y de la que, al parecer, no se desprenderá jamás: siempre habrá algún Gran Hermano que le dirá cómo vivir, qué comer, cómo vestirse, cómo amar. Un Napoleón que le dirá qué y cómo odiar.

Por eso, siempre habrá animales más animales que otros.

 

ALEJANDRO CARREÑO T.

Profesor de Castellano, magíster en Comunicación y Semiótica,

doctor en Comunicación. Columnista y ensayista (Chile) 

 

Archivo
2025-11-26T12:14:00