De Shrapnel a Sorge, o cómo un vetusto invento bélico salvó (probablemente) a la Unión Soviética

Fernando Mut

Henry Shrapnel (1761-1842) nació en Wiltshire, en una casona en medio de la agradable campiña inglesa no lejos del famoso sitio arqueológico de Stonehenge; era el noveno hijo de una acaudalada familia de comerciantes textiles. 

Contenido de la edición 27.08.2021

 

A los 23 años, siendo teniente de la Artillería Real, desarrolló con sus propios recursos un dispositivo mortífero: una bala de cañón hueca llena de pólvora y perdigones de plomo, que mediante la acción de una espoleta cronométrica explotaba en el aire desparramando generosamente su abundante munición sobre las cabezas de los enemigos de turno.

Henry Shrapnel

Una vez perfeccionado, el innovador producto fue oficialmente adoptado por el Ejército Británico y con el tiempo pasó a llamarse "shrapnel", en honor a su creador, ingresando entonces a la exclusiva familia de las bombas de fragmentación. El artefacto fue probado exitosamente en combate y hasta el Duque de Wellington llegó a elogiar efusivamente su eficacia durante la Batalla de Waterloo, lo que valió a su inventor un merecido ascenso dentro del Cuerpo de Artillería e incluso un suculento premio retiro en efectivo, que por razones burocráticas nunca llegó a cobrar. Aunque modificado, hasta fines de la Primera Guerra Mundial el ingenioso objeto todavía se fabricaba según el principio básico original.

Richard Sorge (1895-1944) nació en Baku, Imperio Ruso (hoy Azerbaiyán); era el noveno hijo de un ingeniero geólogo alemán y su esposa rusa. Tras expirar el lucrativo contrato de Herr Sorge en una compañía petrolera en 1898, la familia se mudó a Berlín, donde vivieron cómodamente.

Su padre ostentaba ideas ultranacionalistas e incluso imperialistas, que el joven Richard fue de a poco compartiendo. Sin embargo, quizás por haber nacido en el extranjero y siendo su madre rusa, su nacionalismo germánico nunca caló muy hondo, a pesar de lo cual se enlistó en el Ejército Imperial Alemán en 1914, poco después de estallar la Primera Guerra Mundial.

Tras haber sufrido lesiones varias de mediana gravedad, con sus consiguientes recuperaciones, en 1916 estando de servicio en el frente occidental recibió una andanada de plomo proveniente del estallido de una shrapnel, que le seccionó tres dedos y le fracturó ambas piernas. Esta vez, las heridas le valieron la baja definitiva - adornada por la Cruz de Hierro - y una larga convalecencia en un hospital militar de Berlín.

Richard Sorge

Sumido en una profunda reflexión existencial, no tuvo mejor idea que ocupar sus interminables horas de forzoso ocio leyendo a Marx, Engels y Hilferding, alentado por el padre de su enfermera preferida. Se convirtió así en un perfecto comunista, condición que luego fue puliendo académicamente hasta conseguir un doctorado en Ciencias Políticas por la Universidad de Hamburgo.

Pronto se unió al Partido Comunista de Alemania (KPD), destacándose como un fervoroso militante, lo que no pasó inadvertido para los servicios de inteligencia soviéticos, que lo reclutaron como espía en 1924. Siendo bastante conocido en Alemania, Sorge fue enviado a otros países europeos para desarrollar su sombría actividad, no sin antes pasar por Moscú, donde estuvo involucrado en las luchas intestinas de poder tras la muerte de Lenin y el ascenso de Stalin. A todo esto, había tenido un apasionado romance con la mencionada enfermera que cuidaba de él, para luego casarse con la exesposa de un exprofesor, de quien pronto hubo de divorciarse - según se dice - debido a su obsesiva devoción por la causa política.

En 1929 estuvo un tiempo en Inglaterra escudriñando secretamente la situación general y luego volvió a Alemania para afiliarse al Partido Nazi a fin de limpiar su pedigrí, bajo estrictas órdenes de evitar todo contacto con organizaciones de izquierda. Temerariamente se había metido en la boca del lobo, pero salió ileso; hasta abandonó temporalmente su afición por la bebida, para evitar que el estado etílico lo traicionara durante alguna conversación de taberna con sus nuevos compañeros. Mientras tanto, trabajaba inocentemente en un periódico especializado en temas de agricultura y más tarde pasó a desempeñarse en medios de prensa pronazis.

Ya libre de toda sospecha (se dice que el propio Joseph Goebbels asistió a su cena de despedida), en 1930 se fue a China, acreditado como "periodista" de una agencia de noticias alemana y de una prestigiosa revista de Frankfurt, lo que le permitió recoger valiosa información acerca del movimiento nacionalista-anticomunista de Chiang Kai-shek.

Allí estableció relaciones con varias figuras del ambiente diplomático chino y japonés, incluyendo incursiones de índole sentimental con mujeres de diferentes nacionalidades y virtuosos contactos sociales. En 1933 y ya con Hitler en el poder, Sorge fue destacado en Tokio con la misión de establecer una red de espionaje soviético bajo el camuflaje de un corresponsal de prensa fervientemente anticomunista; su nombre clave era "Ramsay".

Por entonces y en el marco de un conflicto regional, fuerzas japonesas habían invadido Manchuria, una zona de China lindera con la URSS, estableciendo una línea fronteriza terrestre. Algunos generales del Ejército Imperial, dentro de sus ambiciones expansionistas, veían esto como una buena oportunidad para avanzar sobre ese país. Conocedores de tal amenaza, los soviéticos comenzaban a observar al Japón como un enemigo potencial más peligroso que Alemania, por lo cual era crucial conocer sus intenciones al mayor detalle. Sorge se infiltró cuidadosamente en los más altos círculos, ganándose progresivamente la confianza de varias influyentes personalidades. Haciendo gala de un inusual cinismo y aprovechando sus ya célebres encantos, llegó incluso a enamorar secretamente a la esposa de un alto diplomático alemán, más tarde nombrado embajador en Tokio, con quien supuestamente mantenía una estrecha amistad.

La actuación más famosa de Sorge, que da pie para esta nota, tuvo lugar en 1941. Transcurría en pleno la Segunda Guerra Mundial y Europa no la pasaba bien. Tras la fracasada invasión a las Islas Británicas por los alemanes a causa de la derrota de la Luftwaffe a manos de la RAF, Hitler había decidido abandonar dicho plan por el momento y centrarse en la expansión hacia el Este. Había firmado un pacto de no agresión (e incluso de colaboración) con Stalin, que ahora estaba a punto de romper sin aviso, pero aun advertido de dicha situación a través de datos recabados (entre otros, probablemente, por el propio Sorge), el dictador soviético no se daba por aludido, permaneciendo totalmente incrédulo. Los alemanes comenzaban a acumular millones de tropas (literalmente) en su frontera oriental, pero Joseph miraba para otro lado, incluso se había retirado a holgazanear a su dacha (casa de campo). Se dice que cuando unos informantes llegaron a notificarlo acerca de la inminente invasión, mandó fusilarlos. Finalmente reaccionó, pero, ¿cómo distribuir los ejércitos en tan inmenso territorio, con la amenaza pendiente del Japón en el otro extremo del mapa?  

Por aquel entonces, a pesar de la creciente presión de Churchill, EEUU no había entrado aun en la guerra, limitándose a enviar cuantiosos suministros a Gran Bretaña a través de un Atlántico infestado de submarinos alemanes y sufriendo enormes pérdidas humanas y materiales. También abastecían a la URSS con alimentos para las tropas, vehículos de transporte y ropa de fajina. Pero campeaba entre la opinión pública norteamericana un fuerte sentimiento aislacionista, impulsado por el deseo de evitar la tragedia de otro conflicto; nadie quería saber de nada con ese lío.

El entramado de confianzas recíprocas, si es que existía, era al menos complicado: los británicos confiaban ciegamente en los americanos; estos solamente confiaban en sí mismos; los alemanes confiaban en el Führer (y un poco en los japoneses); los soviéticos no confiaban ni en Stalin y los japoneses solo confiaban en el Emperador. En ese contexto, estos últimos desarrollaron la escabrosa idea de intentar acabar con la flota norteamericana del Pacifico, por entonces mansamente fondeada en la base naval de Pearl Harbor, en Hawaii. De ese modo - pensaban - su expansionismo podría desatarse impunemente por todo el Pacífico, sin ningún tipo de resistencia efectiva. Como sabemos, todo le salió al revés, en buena parte porque en aquel 7 de diciembre los portaaviones americanos se encontraban de maniobras en alta mar y luego resultaron letales para la armada japonesa, en la archifamosa Batalla de Midway. Hay quien dice (rumores) que Sorge se había enterado meses antes del plan de ataque nipón y había avisado a los soviéticos, quienes a su vez - se dice - pasaron la información a los estadounidenses y - quizás gracias a ello - estos lograron sacar sus portaaviones a tiempo. Pero no existe evidencia sólida de nada de eso. Lo cierto es que, como consecuencia, Roosevelt inmediatamente declaró la guerra, pero únicamente al Japón, no a Alemania. Sin embargo, Hitler - en otro arranque de genialidad - a los dos o tres días declaró a su vez la guerra a los americanos, bajo la fantasía de que estos, ocupados en varios frentes, serían incapaces de sostenerse (y de continuar asistiendo a los británicos y a los soviéticos). Ya conocemos cómo siguió la cosa.

Pero he aquí la conclusión de esta historia. Un poco antes de todo eso, Sorge seguía muy ocupado en Tokio, donde se desplazaba por todas partes en su motocicleta (con la que llegó a sufrir un importante accidente, a gran velocidad) intentando averiguar si los japoneses invadirían o no a la URSS desde China, atravesando Siberia y partiendo así en dos los esfuerzos defensivos de Stalin. Finalizaba 1941 y se avecinaba el invierno en el hemisferio norte. El hermetismo era cada vez mayor y las fuentes habituales de información de Sorge no le aseguraban datos confiables; no había forma de penetrar los ambientes militares, y si bien se observaban fervorosos preparativos, nada indicaba con precisión el vector del movimiento. Entonces le surgió una idea, esta sí verdaderamente genial: inmiscuirse en las fábricas textiles, objetivo improbable para un espía. Allí descubrió que las prendas confeccionadas a todo ritmo para los soldados japoneses eran pantalones cortos y camisas de algodón. De inmediato transmitió a Stalin la noticia: Japón se disponía a invadir el Sudeste Asiático, no Siberia. No había ni una chaqueta de cuero forrada de lana, sino mayormente vestimenta tropical. En consecuencia, los soviéticos decidieron retirar casi toda su populosa guardia del Este y reforzar el tambaleante frente occidental. Ya conocemos el final, también.     

Poco después, Sorge fue descubierto y arrestado por espionaje, juzgado y condenado, muriendo en la horca a fines de 1944. Enterado de su detención, Stalin no movió un dedo por intentar rescatarlo, aunque más tarde, en 1964 y bajo el mandato de Jruschov, le fue conferido el título póstumo de Héroe de la Unión Soviética.

Sello conmemorativo

De no haber sido herido gravemente por una shrapnel, lo cual derivó en una larga convalecencia estudiando a Marx instigado por el papá de su enfermera, Sorge casi seguramente no hubiera sido comunista. No habría sido reclutado como espía y por tanto no hubiera pasado a Moscú la información de los movimientos japoneses. Probablemente Stalin hubiera permanecido inmóvil esperando los acontecimientos, con resultado presumiblemente fatal para el Ejército Rojo.

La vida de Sorge fue de película. De hecho, sus extravagantes andanzas - muy resumidas aquí - fueron relatadas en varios libros y filmes, incluyendo una serie rusa de televisión. El escritor británico Ian Fleming expresó reiteradamente su admiración por él, y sin duda fue inspiración para caracterizar a su James Bond como un cínico y arrogante personaje cosmopolita de aguda inteligencia, aficionado a las aventuras de acción y a las mujeres sofisticadas, ejerciendo siempre un elegante dominio de cualquier situación complicada, sin despeinarse.

En suma (conclusión personal): Shrapnel, por intermedio de Sorge (ambos novenos hijos de sus respectivas familias, pero esto es una curiosidad), salvó el pellejo a Stalin. Si Churchill hubiera reparado en esta rebuscada conexión, sabiendo que un compatriota suyo fue de alguna forma el responsable de tal evento, se habría sentido orgulloso... o quizás, horrorizado.

 

FERNANDO MUT

Médico, especialista en Medicina Nuclear

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2021-08-27T00:17:00