El Origen del Mundo: semiosis de una pintura y su representación

Alejandro Carreño T.

Contenido de la edición 20.07.2022

 

Publicada el 4 de julio en CONTRATAPA, pudimos leer una interesante columna del profesor de Filosofía y escritor español Eduardo Infante, sobre la presentación artística de Deborah de Robertis en el Museo d'Orsay de París el año 2014, a propósito del cuadro El origen del mundo de Gustave Courbet.

La columna de Infante me trajo a la memoria el cuadro de Courbet y la comentada presentación de de Robertis. Este ensayo es una mirada semiótica de la relación entre arte y realidad, destemplados para la sensibilidad estética de ayer y de hoy, pues pocas veces una pintura fue tan cuestionada: "Un óleo de 46 x 55 turbador hoy como hace un siglo. Si ahora Facebook cierra cuentas por reproducirlo, en 1995, cuando la tela llegó al Orsay y EL MUNDO la reprodujo, varios lectores llamaron indignados" (Iñaki Gil, "El 'Origen del Mundo' de Courbet era la entrepierna de la bailarina cortesana", El Mundo, 8 de octubre de 2018). Por su parte, Israel Roncero en su ensayo "La rostrificación del cuerpo abyecto en el entorno de las redes sociales" (Revista Caracteres Estudios culturales y críticos de la esfera digital. Vol. 1 N.1 mayo 2012), comenta que la obra enfrentó en su época duras críticas "por mostrar de una manera obscena, desenfadada e impúdica unos genitales femeninos que, aunque habían sido representados con frecuencia a lo largo de toda la historia del arte, nunca habían sido mostrados de aquella manera tan profana, descarnada y desacralizada".

El origen de El origen del mundo, título que inicia el viaje a la semilla, parodiando el cuento de Alejo Carpentier, el regreso adonde todo comienza, es el "aperitivo" barthesiano, pues abre el texto para que nosotros, intérpretes del signo, lo leamos. Y como nombre propio que es, es el príncipe de los significantes, como lo llama Roland Barthes. La pintura es un laberinto artístico que la historia ha ido desentrañando con su paciencia milenaria para entregarnos su sentido. Esa significación que suele buscarse en todas las cosas, sobre todo en el arte, puesto que todas las cosas son signos que debemos decodificar, para apoderarnos de ellas. Los signos representan, es decir, están en lugar de algo. Umberto Eco propone que "se defina como signo todo lo que, a partir de una convención aceptada previamente, pueda entenderse como ALGUNA COSA QUE ESTÁ EN LUGAR DE OTRA". Y cita a Morris: "algo es un signo sólo porque un intérprete lo interpreta como signo de algo" (Tratado de Semiótica General, Lumen, 1991). El arte, como dijimos, no está ajeno a esta comprensión del signo. En otro de sus textos clásicos sobre semiótica, A estrutura ausente, Perspectiva, 1976, Eco nos dice que "todos os fenômenos de cultura são sistemas de signos, isto é, fenómenos de comunicação". La obra de Courbet es un signo que nos comunica algo que debemos decodificar, traducir la magnificencia del sexo femenino, vigoroso, espléndido y desafiante. Leer su desenfadado mensaje en una época (1866) de exultante cursilería parisina vivida en los salones donde campea la hipocresía, especialmente la vinculada con el sexo y las relaciones sexuales (recuerdo ahora el cuento Bola de Sebo, de Guy de Mauppasant, publicado en 1880, pero que relata acontecimientos de 1870).

El origen del mundo/ParisCityVision

Y leerlo hoy, 156 años después cuando el sexo se ha vulgarizado y entrado de lleno en la sociedad del espectáculo, como la llamó Guy Debord, que no es nada más que la simulación de la realidad: "el espectáculo es la principal producción de la sociedad actual" (Proposición 15). Y en la Proposición 215 Debord nos dice: "El espectáculo es la ideología por excelencia porque expone y manifiesta en su plenitud la esencia de todo sistema ideológico: el empobrecimiento, el sometimiento y la negación de la vida real. El espectáculo es materialmente la "expresión de la separación y el alejamiento entre el hombre y el hombre".

Sin duda, no es este el sentido que el sexo y su representación tenían en la burguesa sociedad parisina de Courbet. El origen del mundo rompe sin contemplaciones el modelo valórico vigente respecto del desnudo como exposición, aceptado en el mundo académico mediante representaciones mitológicas. Una mirada sutil y poética del cuerpo femenino, lejos de la agresiva y desafiante puesta en escena del sexo femenino que tanto perturbó a los críticos de su tiempo. Y ya sabemos la reacción de la gente cuando el diario El Mundo lo reprodujo en sus páginas en 1995, año en que el cuadro es presentado en el Museo d'Orsay de París. Con todo, no fue este el único cuadro del pintor rechazado por la crítica. Venus y Psique, cuadro hoy desaparecido, fue considerado "indecente". Lo mismo había ocurrido con la pintura de Manet Almuerzo sobre la hierba, que presentaba a dos señores junto a una mujer desnuda, y rechazado en el Salón de 1863. Pero el Origen del mundo no es solo, en su semiosis esencial que nos comunica, un sexo desenfadado que quebranta los códigos estéticos de su época o la rebeldía de un pintor, es también el símbolo del misterio de su propio destino: "El mismo Museo de Orsay, en París, reconoce que se desconoce cuál fue la suerte de esta pintura desde su realización, en la década de 1860, hasta que ingresó a su colección en 1995. Hasta hace poco solo sabían que su primer propietario había sido el diplomático turco-egipcio Khalil-Bey" (France24, del 10 de octubre de 2018), un nombre relevante para descifrar varios misterios de la controvertida pintura.

Khalil Sherif Pasha, conocido la mayor parte de su vida como Halil Bey o Khalil Bey, fue presentado a Courbet por el escritor y crítico francés Charles Sainte-Beuve. Courbet le pinta dos cuadros: El sueño (Museo Petit Palais, de París, también de 1866, que presenta dos mujeres desnudas durmiendo), y El origen del mundo. Es el comienzo de la historia poco conocida de esta pintura considerada obra clásica del Realismo. Se sabe que dos años después, en 1868 fue adquirida en una subasta por el anticuario Antoine de la Narde. Se pierde en los laberintos de la historia hasta 1889, cuando el escritor Edmond de Gouncourt lo ve en la tienda de un anticuario con otro cuadro de Courbet, Le château de Blonay. "El conjunto reapareció en 1913 en la Galería Bernheim-Jeune de París donde lo adquirió el barón húngaro Ferencz Hatvany junto con otras obras del mismo artista. Ferencz Hatvany lo llevó a Budapest, donde permanecieron hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando el Heer se apoderó de ellos. Posteriormente, el Ejército Rojo acabó recuperándolo y se lo devolvió a su legítimo dueño" (Brenda B. Lennox, "El origen del mundo: El cuadro más obsceno de la historia", Volonté, abril 1, 2022). El último dueño del cuadro fue Jacques Lacan, quien se lo compró a Ferencz Hatvany en 1955. Tras la muerte del psiquiatra y psicoanalista, El origen del mundo pasa a manos del Estado francés que lo expone en 1995 en el Museo d'Orsay de París.

El cuadro y sus distintas significaciones, ya no solo como el propio signo que provoca con su mensaje hasta al más liberal de sus críticos y lectores, sino también como signo icónico de su azarosa existencia, con sus historias de apariciones y desapariciones, envolviendo a figuras connotadas del arte, la política y la aristocracia, ocultaba aún su secreto mejor guardado: la dueña de ese generoso sexo que impúdico se dejaba ver en toda su grandeza. "Aquella cosa", como propone Eco, "que está en lugar de otra", y que nosotros, como interpretantes, lo interpretamos "como signo de algo", siguiendo ahora a Morris. Estamos en el terreno de la semiología peirciana: el representante, que es el signo propiamente tal (el cuadro El origen del mundo), el representado, aquello a lo que el signo se refiere (al sexo femenino de la modelo) y el intérprete, genérico, que representa la colectividad a la que pertenece (los observadores del cuadro que forman parte de una cultura común). Como suele ocurrir con los hallazgos de la ciencia y del arte, una casualidad quiso que la dueña que simboliza el viaje a la semilla, en la mostración más audaz de que se tenga registro en la historia del arte pictórico-sexual, lo conociésemos recién en pleno siglo XXI. La serendipia pertenece a Claude Schopp, biógrafo de Alejandro Dumas, hijo, el autor de La Dama de las Camelias. El biógrafo estudiaba la correspondencia entre Dumas y George Sand (seudónimo de Aurore Lucile Dupin de Dudevant, novelista y periodista francesa), cuando repara en el siguiente texto de una carta escrita en 1871: "«On ne peint pas de son pinceau le plus délicat et le plus sonore l'interview de Mlle Queniault (sic) de l'Opéra».  ¿Dumas escribe "Interview" ?, se pregunta Schopp.  Y decide confrontar el texto con el manuscrito conservado en la Biblioteca Nacional de Francia, folio 295 del manuscrito 24812: "Ce n'est pas «interview» qu'il fallait lire mais «intérieur» (las citas en francés corresponden a Le Figaro del 25 de setiembre de 2018.

No, no era "interview", sino "interior". Entonces lo que había escrito Dumas era lo siguiente: "No se pinta con su pincel más delicado y sonoro el interior de la señorita Queniault de la Ópera". Aparece por primera vez el nombre "Queniault" (sic) asociado al vigoroso sexo del cuadro. Su hallazgo Schopp se lo comunica a Sylvie Aubenas, directora del Departamento de Grabados e Imágenes de la Biblioteca Nacional de Francia. Y para que nada le faltase al azar, el 16 de octubre de 2018 se expondría en la Biblioteca una muestra del pionero de la fotografía en Francia, Gaspard-Félix Tournachon, famoso como Félix Nadar (1820-1910), que presentaba una fotografía de la modelo. Su nombre: Constance Quéniaux. "Tenemos la certeza al 99% de que fue la modelo de Courbet", asegura la directora de su departamento de estampas y fotografías, Sylvie Aubenas, que participó en el descubrimiento al comparar la referencia encontrada por Schopp con el manuscrito original de la misiva, conservado en la biblioteca parisina" (Álex Vicente, "La bailarina que inspiró el escandaloso cuadro El origen del mundo", El País, 27 de septiembre de 2018)

La historia y recovecos de un cuadro que el mundo conoció por la representación que de él hizo Deborah de Robertis el 29 de mayo de 2014, en cuanto se escuchaba, de fondo, el Ave María de Schubert: «Je suis l'origine / Je suis toutes les femmes / Tu ne m'as pas vue/Je veux que tu me reconnaisses / Vierge comme l'eau / Créatrice du sperme» (Malik Teffahi-Richard, "A Orsay, un remake de « L'Origine du mond", Le Monde, 5 de junio de 2014)

Lo cierto es que, a partir de ella, El origen del mundo obtuvo una gratuita y planetaria publicidad. En la revista francesa Les Inrockuptibles, del 22 de enero de 2016, declaró que "mostrar el cuerpo desnudo es un acto que puede tener un impacto político. Pero, no es tanto el cuerpo lo que es político, sino la reflexión a la que conduce".

Deborah de Robertis delante de "L'Origine du monde", de Gustave Courbet en el Musée d'Orsay , Paris, 29 de mayo de 2014. Captura de pantalla de YouTube publicada originalmente en Le Monde

"Mon œuvre - baptisée Miroir de l'origine - ne reflète pas le sexe, mais l'œil du sexe, le trou noir. C'est pour rendre visible cet œil que j'ai tenu mon sexe ouvert avec mes deux mains, pour révéler ce qui n'est pas visible sur le tableau d'origine", en la citada edición de Le Monde. No refleja el sexo, sino el "ojo del sexo", "el hoyo negro", declara la artista. Y por eso, continúa, mantuvo su sexo abierto, para mostrar lo que no es visible en el cuadro original. El nombre con que bautizó lo que ella llama "su obra" es Espejo del origen. El viaje a la semilla carpentierano donde todo comienza.

La representación de De Robertis, su carácter mimético, toma El origen del mundo de Courbet y lo deconstruye; es decir, lo deshace analíticamente y le da una nueva estructura visual, un hipertexto visual que comprende no solo "el estar ahí en lugar de algo", interviniendo el texto original, sino utilizando todos los recursos de la representación contemporánea: música, público y escenario que también es desacralizado por su presentación audaz y provocativa. El propio título con que llama a su representación artística, Espejo del origen, quiere ser reflejo, pero profundo, del cuadro de Courbet y la frondosa sexualidad de Constance Quéniaux. La sociedad del espectáculo que, como afirma Feuerbach en el prefacio a la segunda edición de La esencia del cristianismo, citado por Débord en su clásica obra La sociedad del espectáculo, prefiere la representación a la realidad: "Y sin duda nuestro tiempo... prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser... lo que es 'sagrado' para él no es sino la ilusión, pero lo que es profano es la verdad. Mejor aún: lo sagrado aumenta a sus ojos a medida que disminuye la verdad y crece la ilusión, hasta el punto de que el colmo de la ilusión es también para él el colmo de lo sagrado".

¿Es De Robertis la artista de la ilusión? Cuando vi su representación hace muchos años, tuve la sensación de que la era de la conversión del arte en espectáculo, presionado ahora por el auge de las redes sociales, en que el cuerpo responde a la sociedad del espectáculo o a la civilización del espectáculo como más tarde la llamó Mario Vargas Llosa, ingresaba, para su bien o para su mal, al mundo de la ilusión que termina imponiéndose como la realidad de todos.

Personalmente, aprecio El origen del mundo, el signo original, el interpretante peirciano, por sobre El espejo del origen, su representación carnavalesca.

 

 

ALEJANDRO CARREÑO T.

Profesor de Castellano, magíster en Comunicación y Semiótica,

doctor en Comunicación. Columnista y ensayista" (Chile) 

 

 

Imagen de portada: detalle de tapa del libro L'origine du monde - Vie du modele, de Claude Schopp, Phébus, 2018


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2022-07-20T12:28:00