El linaje de las sombras

Lilián Hirigoyen

Olga Orozco fue una poeta, narradora y periodista argentina nacida en 1920 y fallecida en 1999.

Contenido de la edición 18.03.2021

 

Hija de Carmelo Gugliotta, siciliano, y de la argentina Cecilia Orozco, eligió, vaya a saber por qué motivos, identificarse con el apellido de su madre.  Pasó sus primeros años entre Toay (La Pampa), patria chica de su madre, y Buenos Aires.

En 1928, la familia se mudó a Bahía Blanca y ocho años más tarde a Buenos Aires. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Trabajó en periodismo empleando varios seudónimos y dirigió algunas publicaciones literarias. Fue editora de la sección de horóscopos en el diario Clarín y además, tarotista. De hecho, lo esotérico estuvo presente en su obra y en su vida, y en gran medida marcó su forma poética, imponente y dinámica, de vincularse con el mundo. "Con sol en Piscis y ascendente en Acuario, y un horóscopo de estratega en derrota y enamorada trágica, nací en Toay"; de esta forma empieza su "Anotaciones para una autobiografía" que se recoge en las últimas páginas de su "Poesía completa", libro publicado en el 2012. Añade en el mismo libro: "Desde muy pequeña me acosaron las gitanas, los emisarios de otros mundos que dejaban mensajes cifrados debajo de mi almohada, el basilisco, las fiebres persistentes y los ladrones de niños, que a veces llegaban sin haberse ido".

Olga Orozco pertenece a la generación del 40 y formó parte del grupo literario «Tercera Vanguardia», de marcada tendencia surrealista. Al mismo grupo pertenecían a su vez, entre otros, Oliverio Girondo y Ulises Mezzera. Basó su producción poética en la influencia que en ella ejercieran San Juan de la Cruz, Rimbaud, Nerval, Baudelaire, Milosz y Rilke.

Sus temas frecuentes son la evocación de la niñez -la infancia se intuye como una puerta iniciática que asimila con la época del paraíso perdido-, la adolescencia y también el recurso de la memoria, en donde el tiempo parece a resguardo y recuperable ante la muerte.

Publicó su primer libro, "Desde lejos", en 1946. Sus obras han sido traducidas a varios idiomas. Poemas como "Cartomancia" o "Para destruir a la enemiga" denotan su vínculo estrecho con el tarot, al que abandonó repentinamente por haber visto en las cartas la muerte de un amigo cercano, cosa que sucedió como lo había predicho.

Su obra recibió muchos premios, entre otros:

"Gran Premio de Honor" de la SADE (1989)

"Premio Nacional de Poesía" (1988)

"Premio Gabriela Mistral" de la OEA (1988)

"Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo" (1998)

"Premio Konex de honor" (2004)

Aunque muchos consideran sus poemas surrealistas, otros opinan que no lo son porque no están en ellos la irracionalidad ni el libre fluir del subconsciente, ni las "grietas del sentido" (al decir de Breton). Su obra nos lleva por un viaje al interior y, a veces, a imágenes asimilables al surrealismo. Lo que sí no puede negarse es que su poesía indaga en los aspectos visibles del mundo tanto como en los más ocultos y sutiles, y  crea un trasfondo filosófico hecho de reflexiones y viajes introspectivos que dan un sentido de trascendencia a su mundo.

Su lenguaje poético, pleno de misterio y belleza, crea un halo fascinante, apoyado en visiones espectaculares y a la vez espectrales del mundo natural. Entonces, los objetos adquieren propiedades simbólicas, casi míticas, aparentando estar inmersos en otra realidad. Sus poemas, cargados de imágenes, muchas veces de versos extensos, aluden a sus propios fantasmas, su mundo interior, sus sueños y crean indiscutiblemente una atmósfera de ensoñación.

 

Aquí están tus recuerdos

Aquí están tus recuerdos:

este leve polvillo de violetas

cayendo inútilmente sobre las olvidadas fechas;

tu nombre,     

el persistente nombre que abandonó tu mano entre las piedras;

el árbol familiar, su rumor siempre verde contra el vidrio;

mi infancia, tan cercana,

en el mismo jardín donde la hierba canta todavía

y donde tantas veces tu cabeza reposaba de pronto junto a mí,

entre los matorrales de la sombra.

 

Todo siempre es igual.

Cuando otra vez llamamos como ahora en el lejano muro:

todo siempre es igual.

Aquí están tus dominios, pálido adolescente:

la húmeda llanura para tus pies furtivos,

la aspereza del cardo, la recordada escarcha del amanecer,

las antiguas leyendas,

la tierra en que nacimos con idéntica niebla sobre el llanto.

 

-¿Recuerdas la nevada? ¡Hace ya tanto tiempo!

¡Cómo han crecido desde entonces tus cabellos!

Sin embargo, llevas aún sus efímeras flores sobre el pecho

y tu frente se inclina bajo ese mismo cielo

tan deslumbrante y claro.

 

¿Por qué habrás de volver acompañado, como un dios a su mundo,

por algún paisaje que he querido?

¿Recuerdas todavía la nevada?

 

¡Qué sola estará hoy, detrás de las inútiles paredes,

tu morada de hierros y de flores!

Abandonada, su juventud que tiene la forma de tu cuerpo,

extrañará ahora tus silencios demasiado obstinados,

tu piel, tan desolada como un país al que sólo visitaran cenicientos pétalos

después de haber mirado pasar, ¡tanto tiempo!,

la paciencia inacabable de la hormiga entre sus solitarias ruinas.

 

Espera, espera, corazón mío:

no es el semblante frío de la temida nieve ni el del sueño reciente.

Otra vez, otra vez, corazón mío:

el roce inconfundible de la arena en la verja,

el grito de la abuela,

la misma soledad, la no mentida,

y este largo destino de mirarse las manos hasta envejecer.

 

Cabalgata del tiempo

Inútil. Habrá de ser inútil, nuevamente,

suspender de la noche, sobre densas corrientes de follaje,

la imagen demorada de un porvenir que alienta en la memoria;

penetrar en el ocio de los días que fueron dibujando con terror y paciencia

la misma alucinada realidad que hoy contemplo,

ya casi en la mirada;

repetir todavía con una voz que siento pesar entre mis manos:

-Alguna vez estuve, quizás regrese aún, a orillas de la paz,

como una flor que mira correr su bello tiempo junto al brazo de un río.

 

Todo ha de ser en vano.

Manadas de caballos ascenderán bravías las pendientes de su infierno natal

y escucharé su paso acompasado, su trote, su galope salvaje,

atravesando siglos y siglos de penumbra,

de sumisas distancias que irremediablemente los conducen aquí.

 

Tal vez sería dulce reconquistar ahora una música antigua,

profunda y persistente como el eco de un grito entre los sueños,

sumirse bajo el verde sopor de las llanuras

o morir con la lluvia, tristemente,

entre ramos llorosos que sombrearan viejísimas paredes.

 

Imposible. Sólo un fragor inmenso de ruinas sobre ruinas.

Es el desesperado retornar de los tiempos que no fueron cumplidos

ni en gloria de la vida ni en verdad de la muerte.

Es la amarga plegaria que levantan los ángeles rebeldes

llamando a cada sitio donde pueda morar su dios irrecobrable.

Es el tropel continuo de sus lucientes potros enlutados

que asoman a las puertas de la noche la llamarada enorme de sus greñas,

que apagan con mortajas de vapor y de polvo toda muda tiniebla,

agitando sus colas como lacios crespones entre la tempestad.

La sangre arrepentida, sus heroicas desdichas.

 

Y nada queda en ti, corazón asediado:

apenas si un color, si un brillo mortecino,

si el sagrado mensaje que dejara la tierra entre tus muros,

se pierden, a lo lejos,

bajo un mismo compás idéntico y glorioso como la eternidad.

 

Detrás de aquella puerta

En algún lugar del gran muro inconcluso está la puerta,

aquella que no abriste

y que arroja su sombra de guardiana implacable en el revés de todo tu destino.

Es tan sólo una puerta clausurada en nombre del azar,

pero tiene el color de la inclemencia

y semeja una lápida donde se inscribe a cada paso lo imposible.

Acaso ahora cruja con una melodía incomparable contra el oído de tu ayer,

acaso resplandezca como un ídolo de oro bruñido por las cenizas del adiós,

acaso cada noche esté a punto de abrirse en la pared final del mismo sueño

y midas su poder contra tus ligaduras como un desdichado Ulises.

Es tan sólo un engaño,

una fabulación del viento entre los intersticios de una historia baldía

refracciones falaces que surgen del olvido cuando lo roza la nostalgia.

Esa puerta no se abre hacia ningún retorno;

no guarda ningún molde intacto bajo el pálido rayo de la ausencia.

No regreses entonces como quien al final de un viaje erróneo

-cada etapa un espejo equivocado que te sustrajo el mundo-

descubriera el lugar donde perdió la llave y trocó por un nombre confuso la consigna.

¿Acaso cada paso que diste no cambió, como en un ajedrez,

la relación secreta de las piezas que trazaron el mapa de toda la partida?

No te acerques entonces con tu ofrenda de tierras arrasadas,

con tu cofre de brasas convertidas en piedras de expiación;

no transformes tus otros precarios paraísos en páramos y exilios,

porque también, también serán un día el muro y la añoranza.

Esa puerta es sentencia de plomo; no es pregunta.

Si consigues pasar,

encontrarás detrás, una tras otra, las puertas que elegiste.

 

La abuela

Ella mira pasar desde su lejanía las vanas estaciones,

el ademán ligero con que idénticos días se despiden

dejando sólo el eco, el rumor de otros días apagados

bajo la gran marca de su corazón.

 

De todos los que amaron ciertas edades suyas, ciertos gestos,

las mismas poblaciones con olor a leyenda,

no quedan más que nombres a los que a veces vuelven como a un sueño

cuando ella interroga con sus manos el apacible polvo de las cosas

que antaño recobrara de un larguísimo olvido.

Sí. Ese siempre tan lejos como nunca,

esa memoria apenas alcanzada, en un último esfuerzo,

por la costumbre de la piel o por la enorme sabiduría de la sangre.

 

Ella recorre aún la sombra de su vida,

el afán de otro tiempo, la imposible desdicha soportada;

y regresa otra vez,

otra vez todavía, desde el fondo de las profundas ruinas,

a su tierna paciencia, al cuerpo insostenible, a su vejez,

igual que a un aposento donde sólo resuenan las pisadas de los antiguos huéspedes

que aguardan, en la noche, el último llamado de la tierra entreabierta.

 

Ella nos mira ya desde la verdadera realidad de su rostro.

 

LILIÁN HIRIGOYEN

Escritora, jurado en el área Letras del Premio Morosoli, expresidenta de la Casa de los Escritores del Uruguay

 

Imagen: Infobae


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2021-03-18T00:01:00