El oro que sí reluce y es festejado

Roberto Cyjon

El hecho de que vivimos en un siglo de rupturas, o, al menos, fisuras de modelos políticos como la democracia, ni más ni menos, avasallada por nacionalismos extremos o desigualdades sin precedentes y todo ello en medio de una confusión global y justificada debido a la pandemia, parecería ser tan reconocido como criticado. 

Contenido de la edición 30.09.2021

 

Sin embargo, hay hechos que nos continúan encandilando, y, es más, dejándonos contentos, a veces admirados, incluso inspirados como para proyectarlos a las nuevas generaciones. ¿A qué me refiero con esta introducción que pretende ser simultáneamente dramática y enigmática?

Desarrollemos un poco estas reflexiones. Pero antes de hacerlo, expondré en forma explícita cierta inhibición de opinar por mí mismo. Me voy a amparar en algunos insignes pensadores, de los intocables -por suerte-, para respaldarme en ellos y mitigar el impacto de las críticas y condenas que he de inspirar con algunos temas que me cuestiono. Ahora sí, escudado con artillería pesada, explicaré de qué se trata esta nota.

Esta mañana (23 de setiembre de 2021), ojeo los diarios, varios y variopintos, y me entero de un nuevo dato de la revista Forbes: la nómina de los jugadores de futbol mejor remunerados. A saber, por año:

1.      Cristiano Ronaldo U$S 125.000.000

2.      Lionel Messi U$S 110.000.000

3.      Neymar U$S 95.000.000

4.      Kylian Mbappé U$S 43.000.000

5.      Mohamed Salah U$S 41.000.000

6.      Robert Lewandowski U$S 35.000.000

7.      Andrés Iniesta U$S 35.000.000

8.      Paul Pogba U$S 34.000.000

9.      Gareth Bale U$S 32.000.000

10.  Eden Hazard U$S 29.000.000

Lo sumé, de curioso nomás, y obtuve 579 millones entre las diez estrellas terrenales, no cósmicas. Es obvio que mi primera indignación nacionalista fue no encontrarme con ningún compatriota. Eso me dolió un poco, más bien me decepcionó, porque en esta lista hay algunos que no me caen simpáticos, a los nuestros los quiero a todos y estaba convencido que ganaban bien. Otros, pensé, ya no jugaban más, como el español que ahora posee una bodega de vinos con su marca y supuse que el boliche funcionaba de maravillas.

Presentada esta evidencia documentada, primero: "bajo la pelota" al piso, quizá esté "todo bien". Segundo: recuerdo que yo ya escribí de este tema en un artículo titulado: ¿Y nuestras estrellas de fútbol?, publicado en Uypress el 20 de abril de 2020, así que justifico y me atribuyo el derecho a reincidir. Tercero: repasé en mi mente lo que opinaba acerca de esta época Gilles Lipovetsky ya en 1983, Eric Hobsbawm en 1999 y Manuel Castells en 2017. Finalmente, entendí que sería bueno vincular nuestra actualidad poniendo un foco sobre el fútbol, compartir con CONTRATAPA sus pensamientos y mechar, atrevidamente, los míos.

Cuando escribí aquella nota al comienzo de la pandemia, observábamos perplejos cómo brotaban ollas populares de improviso, un día sí y al otro también y en mayores proporciones. Estremecía observar esos colectivos de bebes aupados, niños, hombres y mujeres jóvenes y ancianos con rostros adustos y posturas desgarbadas a la espera de un plato de comida caliente. Con el avance del invierno se tornaron más impactantes aún, por las cuadras que debían recorrer desde sus casas y hacer la cola, más de una vez bajo lluvia. Me preguntaba, pues, cuánto debería haber aportado nuestra pléyade de cracks, y sus círculos concéntricos, materialmente y en concreto, a la altura de la dimensión de sus ingresos, los que a tantos enorgullecen. Contribuido, insisto, como referentes sociales con todo el peso socio-político-económico con el que la población los resignifica, y ellos mismos se autorrepresentan en publicidades, shows, entrevistas. La historia dará cuenta de las repuestas, yo no las tengo. Ese contexto ya disminuyó, ahora ansiamos con optimismo y cautela, que la luz que vemos al final del túnel no sea ilusoria y podamos ir dejando atrás aquellas instancias tan dolorosas. En esta nota aspiramos sondear con mayor ambición, y una no menor dosis de audacia, a la matriz orgánica del fútbol por fuera de una coyuntura específica.

Lipovetsky es un sociólogo y filósofo francés nacido en 1944, que analizó la sociedad sobre finales del siglo XX y escribió un libro titulado La era del vacío, que ya lleva, solo en español, dieciséis ediciones. O sea, no pierde, sino que gana vigencia. Sintetizarlo es complejo, es un pensador profundo. Extraeremos solo oraciones sueltas y editadas- no completas-: "Consumimos la propia existencia a través de la proliferación de los mass media, del ocio, de las técnicas relacionales, del vacío en tecnicolor, la imprecisión existencial en y por la abundancia de modelos (...)  hemos dejado paso a una cultura posmoderna en búsqueda de calidad de vida y pasión por la personalidad (...) Estamos en la segunda fase de la sociedad del consumo cool." ¿Adónde nos llevan estas resumidísimas consideraciones del autor? Considero que él lo aclara: "a la ampliación del individualismo, anular los puntos de referencias, destruir los sentidos únicos y los valores superiores de la modernidad..." Agrego un poco más de sus reflexiones: "Para la mayoría, las cuestiones públicas, incluida la ecología movilizan durante un tiempo y desaparecen tan deprisa como aparecieron (...) la indiferencia actual se trata de una alienación ampliada, [y así empieza] la indiferencia pura, librada de la miseria, y de la pérdida de la realidad."

Traduzco: "ocio", resultado frustrante de desear y presuponer éxito antes que trabajo, falsedad que solo existe en el diccionario. "Abundancia de modelos", me pregunto: ¿de cuáles? ¿youtubers, cantantes de un solo tema liviano y rítmico con millones de fans al instante, faranduleros/as cool, jugadores de fútbol? He visto personalmente, y no es novedad, la ansiedad exacerbada expresada con epítetos violentos de padres y madres de contextos humildes -y no tan humildes también-, hacia sus hijos, niños que juegan baby fútbol y cometen errores al distraerse en la cancha, no atajar o meter goles por su tierna torpeza motriz infantil. Es muy probable que sus progenitores desconozcan la lista Forbes y cuánto menos al intelectual francés, pero sí saben cuánto ganan los jugadores estrellas del pasional deporte espectáculo -debí decir: negocio espectáculo y "espectacular" bajo rótulo deportivo, porque esa, creo, es la secuencia cierta-. Suelen pensar que si sus hijos fuesen lo suficientemente habilidosos podrían resolver las miserias de su pobreza. "Pobres" padres y madres, por tener esas expectativas y cargar a los niños con tamaña responsabilidad fantasiosa.

Es obvio que nunca estuvo "todo" bien en ninguna sociedad de ninguna época. Pero el desempeño de estos modelos referentes, exultantes por sus éxitos deportivos, "humillados" por fallos injustos, llevados en alza por hazañas extraordinarias, angustiados por la demora en resolver sus pases en negociaciones de 20 millones de dólares más o menos, injusticias que no se merecen, minutos jugados o inaceptables ausencias en el equipo titular, entre otras vicisitudes, aparecen día tras día en la primera plana de múltiples diarios en el mundo entero. Los mass media a que alude Lipovetsky nos desorientan y desvían de otros valores y pueden aturdir nuestra existencia. "Indiferencia pura y pérdida de realidad", suena distópico. Aunque sea vulnerable la dimensión de su perspectiva, es preocupante; en el tema fútbol tiene mucho de verdadero. Lo podríamos interpretar, al menos, como cierta tendencia a la disminución de capacidad o voluntad crítica.

Volvamos a nuestro contexto actual en lo que a "rupturas" refiere en ámbitos realmente graves, y luego retornaremos al futbol, hay un hilo conductor en estas construcciones filosóficas y materiales.

Manuel Castells es catedrático de sociología en un sinnúmero de prestigiosas universidades. Miembro de la Academia Europea, más la Academia Americana de Ciencias Políticas y Sociales, para exponer solo una muestra de sus saberes expertos. Es, además, uno de los grandes referentes en Redes y Comunicación. Acaba de publicar un libro titulado: Ruptura: la crisis de la democracia liberal. Su preocupación radica en lo que interpreta como el fin del bipartidismo en Europa, la crisis democrática que significó el "efecto" Trump en los Estados Unidos, el surgimiento "de un nacionalismo excluyente, el odio en sus múltiples formas: xenofobia, racismo, sexismo, homofobia y todo un aquelarre de rechazo violento a los demás (...) una mezcla explosiva que puede destruir lo que tanto nos costó construir, llevándonos a una espiral destructiva multidimensional." Agrega: "Nuestras vidas titubean en el torbellino de múltiples crisis (...) Una crisis económica que viene de lejos y que se ha convertido en colapso económico en 2020, abocándonos a la precariedad laboral y a salarios de pobreza (...) Una marcha aparentemente ineluctable hacia la inhabitabilidad de nuestro único hogar, la Tierra." Castells se preocupa por hechos dolorosos de este siglo, tampoco nuevos, pero sí de ribetes extraordinarios: "Una política europea marcada por un déficit democrático en su funcionamiento, y una población sumida en presiones migratorias escasamente controlables (...) una crisis migratoria intraeuropea y extraeuropea, los europeos del Este emigraron por millones al oeste y al norte, y por otro lado, el dramático éxodo de millones de personas huyendo de Irak y Siria para escapar de las atroces guerras resultantes de la geopolítica de las grandes potencias."

O sea, su mirada es global, aunque no mencione las caravanas humanas centroamericanas en marchas infrahumanas tras un sueño americano que Lipovetsky ya había dado por defenestrado en décadas anteriores. Más las latinoamericanas al sur y las sudamericanas al norte, gente sin rumbo buscando su "norte" con una brújula de coordenadas inestables. Todo ello, según Castells, y suscribimos: "exacerbó la xenofobia y el racismo [más] el poder de la red que se opone al poder de la identidad, y la crisis del Estado democrático por su incapacidad para gestionar la dinámica contradictoria entre la red y el yo."

Ahora bien, en esta óptica tan apesadumbrada, sin embargo, el fútbol ha sabido imponer una impronta positiva. Vemos, con satisfacción, como se reprimen las frases o incluso gestos discriminatorios en campos deportivos, en general. El fútbol, gran convocador de masas, ha construido tolerancia. Se ha caracterizado y jerarquizado en tal sentido, lo cual es halagador y gratificante.

Eric Hobsbawm fue un famoso historiador nacido en Egipto en 1917 y fallecido en Inglaterra en 2012, que plasmó en su obra grandes eras. Las eras de la revolución, del capital, del imperio, títulos de sus variados y acreditados textos de estudio. Como obra póstuma, nos legó el libro: Un tiempo de rupturas: sociedad y cultura en el siglo XX, escrito en 1999. De él podemos inferir una síntesis de los aportes de los intelectuales que nos han acompañado en esta nota, y con mención específica del futbol.

Este deporte puede ser tan vilipendiado por lo obsceno de las cifras económicas que maneja, sostengo de mi parte sin ambages, así como ser elevado al altar de las deidades de cada quien con fervor y pasión religiosa.

Hobsbawm hilvana conceptos como las crisis de las migraciones, de los nacionalismos y de los vacíos identitarios de esta, nuestra era, y los moldea con sus pros y contras, precisamente, utilizando el ejemplo del deporte que ha inspirado este artículo. Transcribimos un párrafo entero:

Pero este nuevo mundo, complicado y multidimensional, siempre en movimiento y en combinación constante, ¿traerá la esperanza de una mayor fraternidad entre los seres humanos? En esta época de xenofobia, parecemos estar muy lejos de esa confraternización. No lo sé. Pero pienso que tal vez encontremos la respuesta en los estadios de fútbol del mundo. Porque el más universal de todos los deportes, es, al mismo tiempo, el más nacional. Hoy día, para casi toda la humanidad, esos once jóvenes sobre un campo son los que representan a 'la nación', el Estado, 'nuestro pueblo' en lugar de los políticos, las constituciones y los despliegues militares. A primera vista, estos equipos nacionales están formados por ciudadanos del país. pero todos sabemos que estos millonarios del deporte solo aparecen en un contexto nacional unos pocos días al año. En su principal ocupación, son mercenarios transnacionales, con un sueldo altísimo, contratados casi todos fuera de sus países de origen. Los equipos a los que un público nacional aclama día a día son en realidad un variopinto conjunto de Dios sabe cuántas naciones y razas; dicho de otro modo, de los jugadores más reconocidos y selectos de todo el mundo. En los clubes nacionales de más éxito, a veces apenas tienen a más de dos o tres jugadores nativos. Y es lógico, incluso para los aficionados más racistas, porque también ellos quieren un club ganador, aunque haya dejado de ser de pura raza.

Intentemos armar una reflexión final constituida sobre la base de los insumos previos, porque no hay cabida a conclusiones deterministas. Existe un "vacío" espiritual, quizá, cultural o motivacional que se puede percibir en el discurso de una parte no insignificante de la sociedad global.  Ello deriva en un malestar relevante hacia lo político in totum, lo cual erosiona el poder conceptual, tanto de vigencia como de evolución democrática, también global. Las migraciones y desorientaciones existenciales son patentes en todas las coordenadas. Ello exacerba las discriminaciones en esferas ampliadas y, por contrapartida, exalta nacionalismos excluyentes. Lo fantástico, en ambas acepciones del término, es que el fútbol trasciende y sobrevuela esas complejidades. Este deporte particular se impone como un sujeto socio-político-económico-emocional en el corte transversal de las clases sociales universales. Constituye "un valor identitario" en sí mismo, y con o sin pandemia trasciende y se amplifica. Tiene vida propia. Es parte integral de los mass media y fluye en las redes sociales, configurando o reforzando un "Yo", probablemente, debilitado. Ello no se lograría si no fuese utilitario a todos los actores involucrados, por tanto, parecería ser que se lo acepta y celebra sin restricciones. Las riquezas desmesuradas de sus íconos transnacionales, conocidos en los cuatro puntos cardinales y en todos los idiomas, no solo son contempladas como bien habidas, sino, incluso, celebradas. Las mayores cifras de sueldos anuales y contratos de larga duración, premios por publicidades y copas conquistadas, daría la sensación que estimulan a la gente a idolatrarlos aún más. Su oro, sí reluce.  Ahora bien, el último párrafo que transcribí, y sus conceptos, no los digo yo, los dice Hobsbawm...

Aquí termino con mis inquietudes, habiendo ya hecho mi propia catarsis, y adjuntado la contribución de tres ilustres pensadores*. El tema es complejo, sin lugar a dudas polémico. Usted, ¿qué opina?

 

*Lipovetsky, G. (2003). La era del vacío: ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Barcelona: Anagrama

Castells, M. (2020). Ruptura: la crisis de la democracia liberal. Madrid: Alianza editorial.

Hobsbawm, E. (2013). Un tiempo de rupturas: sociedad y culturas en el siglo XX. México: Crítica. (p. 43).

 

ROBERTO CYJON

Ingeniero, magíster en Historia Política,

expresidente del Comité Central Israelita del Uruguay

 

Imagen: adhocFOTOS/Javier Calvelo


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2021-09-30T00:11:00