El recuerdo de aquel “Mundialito” en las tinieblas

Alejandro Giménez Rodríguez

En su intento por legitimarse ante la ciudadanía, la dictadura cívico-militar, que se había entronizado luego del quiebre institucional del 27 de junio de 1973, buscaba perpetuarse, en la etapa que Luis Eduardo González llama "Ensayo fundacional", entre 1976 y 1980.

Contenido de la edición 14.01.2021

Algunos de los campeones del Mundialito de 1980-81 con la Copa de Oro, que permanece guardada en la bóveda de un banco de Montevideo (Foto: Nostálgicos del Fútbol Uruguay).

En su intento por legitimarse ante la ciudadanía, la dictadura cívico-militar, que se había entronizado luego del quiebre institucional del 27 de junio de 1973, buscaba perpetuarse, en la etapa que Luis Eduardo González llama "Ensayo fundacional", entre 1976 y 1980.

Para eso utilizaba los íconos de la orientalidad: los fastos patrios y el fútbol. En 1980 se cumplía el sesquicentenario de la Jura de nuestra primera Constitución y era una buena oportunidad para tratar de que la ciudadanía aprobara una carta magna que permitiera y habilitara la continuidad del gobierno de facto.

Pero también, y celebrando medio siglo del primer Mundial de fútbol, los militares organizaron un torneo llamado "Mundialito" o Copa de Oro, con los seis campeones mundiales de entonces. Era clara la influencia de sus pares argentinos, con lo que había sido la Copa del Mundo del ´78 como elemento propagandístico y exaltador de patriotismo.

La Asociación Uruguaya de Fútbol era presidida por el capitán de navío Yamandú Flangini, la Armada dominaba el 70% de la estructura organizativa, y si bien el fútbol no escapaba a la militarización de la sociedad que se promovía desde el gobierno, se daba lo que es una curiosidad histórica, como la presencia en una de las comisiones del torneo- la de  Tesorería y Finanzas -del que luego sería el primer presidente de la república de izquierda, como el Dr. Tabaré Vázquez, recientemente fallecido.

El futuro primer mandatario era en ese momento presidente del Club Progreso, y todos los que lideraban clubes de primera división participaban en las trece áreas de  organización. Consultado para "Mundialito", un documental sobre el torneo realizado en 2010, declinó hablar de su trabajo en el mismo.

Andrés Morales analiza esa coyuntura reflexionando que "como siempre se hizo, el culto a la democracia y a la Constitución lo festejaríamos a través de nuestro deporte identitario, el fútbol". A tales efectos, el Estadio Centenario se renovó, y justo en su cincuentenario, rehaciéndose el campo de juego, colocándose torres de iluminación por fuera del escenario deportivo e instalándose un moderno tablero electrónico.

La mascota era un indiecito charrúa (muy parecido al del mundial argentino), dominando con el taco una pelota. Su creador, Heber Pintos Brito hablaba en marzo del ´80 de su propósito de sintetizar en esa imagen "el espíritu de nuestro pueblo y el significado que tiene la Copa de Oro en esta etapa nueva de nuestro país".

Pero algo falló. En noviembre de ese año el ya mencionado plebiscito no se asoció al festejo. El proyecto de reforma constitucional fue derrotado en las urnas por un contundente 57 a 43%, pese al monopolio de publicidad a favor del SI que se pudo ver en los medios de comunicación. El petit campeonato debía entonces servir para distraer la atención ante ese fracaso en las urnas.

A solo un mes del inicio del torneo, ya sonaba fuerte la marcha oficial de la Copa, que decía, en un fragmento: "Bajo un sol y nueve franjas/ nuestra patria será un gran hogar/ Con la Copa de Oro/ damos un tesoro de amistad, paz y libertad".

Cuatro días antes de la inauguración- prevista para el 30 de diciembre -los celestes practicaron en el remozado Centenario contra una selección de jugadores uruguayos en el exterior. El himno en esa oportunidad no pudo ser ejecutado por la banda militar de turno, ya que los silbidos del público pudieron más.

El combinado era lo mejor del medio local, en tiempos en que se había optado por no repatriar valores. Faltaban, entre otros, Fernando Morena y  Juan Ramón Carrasco, ambos desarrollando sus carreras en el exterior.

Después de vencer a Holanda (que suplantó a Inglaterra) y a Italia por idéntico dos a cero, la final nos enfrentaba a Brasil, que había superado en la serie a Alemania Occidental y Argentina. Con goles de Jorge "Chifle" Barrios y Waldemar Victorino, Uruguay ganó por dos a uno y se consagró campeón de campeones del mundo, en una experiencia irrepetible, ya que no volvió a disputarse un torneo similar.

Los festejos ganaron las calles y muchos también aprovecharon para la celebración atrasada del "NO" de noviembre anterior, que no se había permitido entonces. No extrañó escuchar esa noche del 10 de enero del ´81, mezclado con cantos futbolísticos, el clásico "Se va a acabar la dictadura militar".

Ese año sería el del comienzo de la apertura democrática, registrándose en julio las primeras desproscripciones de dirigentes políticos, con miras a unas elecciones internas de los partidos, que se realizarían en noviembre de 1982.

El misterio de la copa perdida

El título obtenido de poco le valió a la selección uruguaya. El equipo nuevamente orientado por el campeón mundial de 1950 Roque Máspoli parecía que clasificaría fácilmente para el Mundial de España, a jugarse en 1982. Sin embargo, le tocó una muy difícil serie de eliminatoria, junto a colombianos y peruanos, resultando los incaicos los clasificados, venciendo a la celeste en el propio Estadio Centenario. Una nueva frustración.

El cineasta Andrés Varela, autor junto a Sebastián Bednarik del citado documental sobre el campeonato, comparó a este título del Mundialito como "un hijo no reconocido", que no integra las "estrellas" de la camiseta y que ni siquiera la FIFA lo considera un torneo oficial. Y si bien nadie cuestionó la victoria, como hasta hoy sucede con el logro de Argentina en el Mundial que organizó en el ´78, no tuvo ni cerca el valor para el pueblo futbolero uruguayo que tuvo la conquista albiceleste para nuestros hermanos del Plata.

Para colmo de males, el trofeo obtenido por Uruguay en aquel enero de 1981 estuvo perdido durante muchos  años; una copa de 18 quilates, creada por el orfebre Walter Pagella. Recién en enero de 2018, las autoridades de la AUF descubrieron que se encontraba en la caja fuerte del Banco Santander en la Ciudad Vieja.

Primero estuvo guardada en el Banco República y luego en la Tesorería de la AUF, no estando asegurada, por lo que nunca fue exhibida en el Museo del Fútbol, sito en el Centenario, como hubiera correspondido.

A cuatro décadas de aquel caluroso enero de doble victoria política y deportiva,  debe evaluarse bien el valor de esa conquista. Para Rafael Bayce, los triunfos "generaron manifestaciones populares celebratorias que descongelaron emotivamente y fueron un impulso psicosocial al proceso de deslegitimación del gobierno de facto, que alentó la apertura y la restauración democrática a la que asistimos".

Siguiendo a Bayce, el éxito en la cancha "fue una contribución del micromundo deportivo al micromundo social (...) las victorias deportivas predispusieron el ánimo de la población para la celebración de hechos de otros ámbitos".

De esa manera, los uruguayos fueron tomando fuerza y viviendo instancias colectivas. Fue una contribución del fútbol, a su manera, a la recuperación de las más preciadas tradiciones democráticas del Uruguay, que recobraría su institucionalidad en marzo de 1985.

 

ALEJANDRO GIMÉNEZ RODRÍGUEZ

Historiador, docente, comunicador, asesor en la Dirección Nacional de Cultura del MEC

 

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2021-01-14T00:01:00