El rol de la filosofía en tiempos digitales

Pablo Romero García

No es que en mi planteo implique un marcado pesimismo sobre los tiempos digitales, pero sí hay una mirada que aterriza en puntos críticos del uso de las nuevas tecnologías

Contenido de la edición 12.11.2020

Esto puede resultar como el título de Eco "Apocalípticos e integrados", siendo yo el apocalíptico. No es que en mi planteo implique un marcado pesimismo sobre los tiempos digitales, pero sí hay una mirada que aterriza en puntos críticos del uso de las nuevas tecnologías, partiendo de la experiencia de ya dos décadas de trabajo en el Ciclo Básico como profesor de Informática, que se suma a la de docente de Filosofía en el bachillerato, disciplinas que justamente tienen que ver con el tema que nos convoca.

Comencé a trabajar en educación en momentos de una fuerte eclosión en el campo de las nuevas tecnologías. Y en estos años, en el trabajo directo con los alumnos, si bien hay aspectos que han modificado nuestra forma de conocer y que son un aporte valioso de las nuevas tecnologías a la hora de construir conocimiento, debo decir que no todo son bondades. Hay un signo de interrogación, sobre todo en relación a la capacidad reflexiva que se desprende del uso que le están dando las nuevas generaciones. 

En estos años, el gran problema que estamos teniendo -y que no necesariamente se asocia con estos tiempos digitales, aunque hay elementos a tener en cuenta- es el de cómo estamos construyendo el capital cultural de nuestros adolescentes.  Hay un déficit de ese capital y esta situación se ha convertido en el talón de Aquiles de nuestro sistema educativo. Por más que cambiemos de planes, de programas y reformulemos, o pensemos en fortalecer sistemas politécnicos como el de la UTU, lo que realmente sucede es que se dan los mismos índices de repetición y deserción, más allá del subsistema y su enfoque, lo cual indica que el tema no se soluciona migrando alumnos desde educación secundaria -y su histórica formación preuniversitaria- a una formación técnica orientada al ámbito laboral. El problema es más de fondo.

Recientemente, el INEED , que es el Instituto Nacional de Evaluación Educativa, ha dado a conocer números que posicionan a  Uruguay en una situación bastante incómoda, en tanto solo cuatro de cada diez jóvenes en edad de haber terminado el bachillerato efectivamente lo están haciendo, lo cual nos coloca en el penúltimo lugar en Latinoamérica en este punto. O sea, y yendo a una de mis disciplinas, significa que la mayoría de nuestros jóvenes no están accediendo directamente a un primer curso de Filosofía en el ámbito de la educación formal. En mi caso, que vengo trabajando en liceos con alumnado considerado de contexto crítico, tengo muy presente que difícilmente misa alumnos del Ciclo Básico lleguen al liceo de bachillerato de la zona.

¿Cuáles son las virtudes de tener ese contacto con la filosofía? Uno se posiciona desde el campo docente con pretensiones de transformación crítica de la realidad, como un intelectual, como un trabajador cultural que busca formar ciudadanía reflexiva. Y si bien las diversas disciplinas que conforman nuestro currículo nos permiten, por supuesto, desarrollar el campo de la reflexión y de la capacidad argumentativa, específicamente esa es la tarea de la Filosofía.

adhocFOTOS/Javier Calvelo

 

Por lo tanto, hay una pérdida a posteriori de la calidad del debate argumentativo en nuestra democracia cuando muchos de nuestros jóvenes no están accediendo a los cursos de Filosofía del bachillerato. Y hay una disminución importante del registro lingüístico de nuestros alumnos, que es bastante bajo.

También todos estamos al tanto del vínculo entre pensamiento y lenguaje. Aquella teoría de Bernstein sobre los códigos restringidos, sobre la posibilidad de la adaptación a las diversas situaciones comunicativas que se van presentando, se aplica para señalar que nuestras nuevas generaciones tienen un código lingüístico restringido: ha ido cayendo la cantidad de palabras que utilizan, la cantidad de vínculos significativos que hacen a su vez entre esas palabras. Todo esto supone un problema y un desafío complejo. Incluso ha sido una situación que también he experimentado en el ámbito universitario, en mi experiencia como docente de Argumentación, donde a muchos de mis alumnos les costaba encontrar los núcleos argumentativos de un texto básico.

La pregunta sería ahora si hay alguna relación entre esto que comencé señalando y la era digital. Creo que efectivamente hay algunas características que establecen una relación. Veamos algunas a tener en cuenta.

Por ejemplo, la escritura breve y recortada, que es algo que está muy presente y que se vincula también con modalidades de la escritura en el ámbito digital, donde algunas redes sociales nos empujan a esta cuestión, limitando la cantidad de caracteres que podemos utilizar a la hora de comunicarnos; a la vez que el uso "práctico" de aplicaciones de móviles hacen poco amigable a la escritura que no sea acotada.

Otro punto es el de la poca concentración del alumnado, situación que en parte deviene de una cultura del hiperenlace y del zapping, o sea, de la idea de estar permanentemente desplazándose hacia un lado y otro, sin permanecer ni concentrarse mucho en ninguno. Tema que entiendo está relacionado también con una cuestión muy compleja que atraviesa el sistema educativo, como lo es el del caso de los diagnósticos de trastornos de déficit atencional. Lo cierto es que a los estudiantes les cuesta mucho concentrarse en un texto, y es muy difícil que terminen de leer un texto de cierta extensión.

Me pasó hace poco con un grupo de sexto año de liceo, o sea alumnos a punto de eventualmente pasar a ser estudiantes universitarios, cuando frente a un primer repartido del curso, consistente en unas cinco carillas y con algún dibujo incorporado, algunos me preguntaron muy seriamente si abarcaba todo el año. El poco alcance de la lectura y la escasa capacidad de concentración es un problema importante.

Se están dando usualmente diagnósticos de trastornos de déficit atencional que a mi entender -sin ser, por supuesto, un experto clínico en el tema- están inflados en cuanto a la cantidad real. Muchos de nuestros alumnos están medicados con Ritalina como si fuese agua mineral. Sucede que ellos están acostumbrados a la pantalla, al aprender en buena medida por imágenes y sonidos (y por menos texto) y nos cuesta en el sistema educativo adaptarnos a las nuevas formas cognitivas de aprender que tienen los alumnos. Esta es una cuestión a tener en cuenta. Cuando nosotros aparecemos con la fibra y trabajamos en la pizarra tradicional y le hablamos dos horas corridas de Aristóteles, nos ven como algo obsoleto y no coincidimos con la dinámica digital a la que ellos están acostumbrados. Pese a esto, entiendo que tampoco la solución pasa por tener que correr atrás de esa dinámica digital, sino que hay que buscar puntos de encuentros. O sea, no tienen que ser las instituciones las que se tengan que adaptarse sí o sí a una cuestión de lo rápido y lo efímero, que es lo que muchas veces trae consigo lo digital, porque, justamente, los procesos educativos son a largo plazo, no son inmediatos, y nosotros ejercemos, desde ese lugar, una cierta tarea de resistencia. Hay que tomar ese desafío como tal, sin sentirnos menoscabados por ese señalamiento de que estamos "obsoletos" y que estamos obligados a adaptarnos. Debemos plantarnos desde un lugar en que oficiamos como una alternativa a ese mundo de lo rápido y lo efímero, de las lecturas breves y recortadas. Es una tarea de largo aliento, por supuesto,  pero es la tarea que tenemos por delante en esta era digital: una resistencia desde el campo más clásico de las Humanidades.

Otro problema también importante y que podemos relacionar con el uso que se le está dando a las nuevas tecnologías, es el de la imposibilidad de buscar significativamente, de otorgar sentido, a la hora de bucear en las redes. Cuando se trabaja con los chiquilines en búsquedas de referencias a temas o autores utilizando los navegadores web, se ve claramente este problema. Escarbar entre las millones de referencias que pueden aparecer al buscar información sobre Aristóteles, por ejemplo, para saber encontrar información de calidad, es todo un problema.

La sobresaturación informativa que tenemos, que es otro de los rasgos de nuestra era digital, llega ya a un punto de cuasi intoxicación informativa. Si bien estamos en un momento de la humanidad en que como nunca podemos acceder a la información, sigue siendo clave el mediador adulto, el mediador docente, el mediador preparado en esa capacidad de poder discriminar adecuadamente en ese mar de información en el cual navegan nuestros jóvenes.

La utilización indiscriminada del "recorte y pegue" al que recurren nuestros alumnos es sintomático de este punto.

Las nuevas tecnologías informativas nos aportan muchas cosas que ya están digeridas y los alumnos no están acostumbrados a la tarea de reflexionar sobre esa información por sí mismos, asumiendo sin más el contenido de aquel producto que ya está concluido y validado por simplemente estar en la red. Así, no se ven los procesos y se prioriza lo digerido. Esto, vale decir, me ha pasado también con alumnos de los cursos universitarios, o sea que es un problema que va más allá del ámbito de la educación media. Al respecto, la Filosofía, las Humanidades, tienen un rol fundamental en esa tarea de formar en la búsqueda inteligente, en el saber discriminar para otorgar sentido y una navegabilidad adecuada en ese mundo de las nuevas tecnologías de la información.

Tenemos otro asunto que también entiendo que es clave, y sobre el cual la Filosofía también puede aportar, que es el de la cultura del aburrimiento, la idea de que hay que estar siempre haciendo algo divertido, de que hay que ocupar de algún modo "ameno" los espacios de soledad (que es donde básicamente podemos encontrarnos a nosotros mismos).

El tiempo del ocio creativo, que es tan necesario para el desarrollo de la cultura, el ocio "noble" que es el basamento de nuestra civilización, es bombardeado por una sociedad que nos empuja a que no estemos "aburridos", a que utilicemos permanentemente los aparatos digitales como un modo de estar haciendo algo, terminando en una dependencia por estar permanentemente conectados a la red. Esto nos quita la posibilidad de estar absolutamente a solas, de encontrarnos con nosotros mismos para reflexionar sin "ruidos" y con mayor profundidad sobre nuestra vida y la de los otros, sobre los problemas de la comunidad en la cual uno vive.

Es necesaria la soledad de lecturas de un tiempo que es sin tiempo, sin apuros, al margen de la vorágine de un tiempo que nos exige permanentemente estar divertidos y que, a su vez, nos conduce a esa sensación de culpa por no estar haciendo algo "productivo", en el sentido de ese producir que instala el mercado de la lógica laboral y las nuevas tecnologías asociadas al rendimiento. Esa idea de que permanentemente tenemos que estar haciendo algo o produciendo algo es otro rasgo de los tiempos digitales. Así, nos vamos alejando cada vez más de ese espacio en donde el sujeto se encuentra consigo mismo.

Este punto se traslada a su vez, como parte de las exigencias que se le realizan a los docentes. Parece que tenemos que ser divertidos. Y a uno le cuesta verse en esa tarea educadora en la cual es concebido como si fuese un animador de fiestas sociales. No somos un clown, ni vamos a tirar bolas para arriba para que los alumnos nos atiendan. Una cosa es partir de los intereses de los jóvenes, que me parece algo pertinente, y otra cuestión es pensar que lo que uno hace tiene que entretener al otro todo el tiempo. En la educación no todo es diversión para el momento y los procesos son a largo plazo. Como alumnos, muchas veces hay cosas que no nos van a gustar y nos van a aburrir y le vamos a encontrar el sentido más adelante en nuestra vida. Es importante recalcar esto, pues, para los nativos digitales, los procesos suelen  ser apreciados solamente en el efecto inmediato. Y esa concepción de lo educativo nos complica.

Parecería que la cultura de la comida rápida ha colonizado no solo nuestro apetito sino gran parte de nuestra cotidianidad.

Se impone, entonces, casi un tiempo de no reflexión, en donde se privilegia la rapidez sin ton ni son por sobre el movimiento meditado del sujeto. 

Nuestros avances tecnológicos nos están llevando a esta dinámica desenfrenada y es en este marco que podemos visualizar a la filosofía aportando desde una inclusión crítica de las nuevas generaciones en estos tiempos digitales. La necesaria lentitud de la reflexión profunda oficia como antídoto.

Nuestra democracia se organiza en espacios que son mediatizados por lo digital, en espacios donde las redes sociales y lo virtual están jugando un papel central, por lo cual es fundamental pensar cómo incluimos críticamente a nuestros alumnos, a las nuevas generaciones, en este nuevo mundo.

Se están generando novedosos modos de democracia participativa que tienen que ver con el ágora del siglo XXI que es el ámbito digital.

Fenómenos como el de las noticias falsas y el filtro burbuja que generan las redes sociales requieren nuestra mayor atención. Enfrentarnos críticamente a esa promoción de la mentira y el pensamiento sesgado, es otro rol que le compete a la Filosofía. Evitar esa manipulación a la que nos exponen los tiempos digitales forma parte del trabajo más urgente que tiene por delante el campo de las Humanidades. 

En un momento donde las discusiones tienen una cierta carencia de calidad, potenciada muchas veces por las redes sociales (y que está relacionado, por cierto, con ese no estar acostumbrado a discutir y rebatir la información que se nos hace llegar), el filtro de las información al que nos someten desde las empresas de comunicación digital termina agudizando el problema.

Vivimos en la era del filtro de la información y uno de los principales desafíos que tenemos en este arranque del siglo XXI es ver cómo nos movemos respecto de esta situación, en el marco de una sociedad del conocimiento donde quien posee, maneja y filtra el conocimiento es quien tiene el poder.

Las redes sociales son espacios donde podemos potenciar, como decía Umberto Eco, la estupidez o la manipulación, o pueden ser espacios que fomenten el debate de calidad, con el correspondiente efecto de mejora en calidad democrática. Y es ahí donde la incidencia de la Filosofía, la incidencia de los educadores, es decisiva para inclinar la balanza hacia un lado u otro.

El rol de la Filosofía es clave para enriquecer el diálogo, para fomentar el debate inteligente en nuestra era digital, para propiciar una democracia fundada en la ética argumentativa. Y desde ahí bien vale vernos en un rol que es constructivo y que es a la vez de resistencia, desde un papel que es contracultural, como lo ha sido desde siempre.

 

(*) Conferencia brindada en mayo de 2019 en la Facultad de Información y Comunicación (FIC-UDELAR), en el marco del VII Coloquio de Filosofía e Historia de la Ciencia, titulado Desafíos de la sociedad digital en el mundo contemporáneo.

 

 

PABLO ROMERO GARCÍA

Profesor de filosofía. Comunicador.

 


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2020-11-12T00:00:00