Entre Mario Vargas Llosa y Toño Azpilcueta

Alejandro Carreño T.

Contenido de la edición 20.03.2024

 

En la última página de Le dedico mi silencio, su reciente ¿novela?, el autor de la Casa Verde escribe la siguiente nota: "Terminé de escribir el borrador de esta novela, en Madrid, el 27 de abril de 2022. Comencé a corregirla en mayo y desde entonces he seguido estos meses (mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre, noviembre y diciembre), haciéndole pequeños cambios" (Alfaguara, primera edición en Chile, noviembre de 2023).

No sé si Le dedico mi silencio es, en realidad, una novela, a pesar de que el propio Mario Vargas Llosa lo afirma en su nota. Yo diría que se trata, en primer lugar, de un libro distinto a todos los que el Nobel 2010 ha escrito. Es un libro híbrido, en el sentido que define el término la RAE en su segunda acepción: "Dicho de una cosa: Que es producto de elementos de distinta naturaleza". Le dedico mi silencio es un texto que se mueve entre la novela y el ensayo, dos variantes de la literatura en las que Mario Vargas Llosa es un maestro, como lo comprueba el extenso camino recorrido en ambos géneros literarios. A modo de ejemplos, solamente, ilustro con La Casa Verde e Historia de un deicidio, respectivamente. En determinados momentos prevalece la ficción literaria y en otros momentos el ensayo asume el rol principal del relato. Es, desde esta dualidad creativa, un texto único en la literatura del eximio escritor peruano.   

El hecho de que Mario Vargas Llosa haya hecho "pequeños cambios" a su novela-ensayo, en revisiones mensuales consecutivas, fue uno de los aspectos que me llamó muchísimo la atención pues, en algún sentido reproduce la acción de su propio personaje, Toño Azpilcueta, que corrige su libro Lalo Molfino y la revolución silenciosa, en ediciones sucesivas. Borges diría sin titubear que no habría ninguna razón para pensar que la acción de reproducir la revisión del escrito, no haya nacido de Mario Vargas Llosa, imitando a su personaje de ficción. Hay un diálogo evidente entre el creador y su creación; entre literatura y realidad; entre el ensayo y la novela, que sutilmente Mario Vargas Llosa desliza en una nota inocente al final de su libro. La estructura de Le dedico mi silencio sobre la base del diálogo novela-ensayo es simple, y el lector la reconoce de inmediato por el tono comunicativo de uno y de otro que se encuentran, además, claramente identificados en los capítulos, en los que la ficción ocupa los capítulos impares y la argumentación ensayística los capítulos pares. Esta conversación entre lenguaje y metalenguaje se extiende hasta el capítulo "XXX". Desde el "XXXI" la ficción asume el rol protagónico hasta el final (capitulo XXXVII): "¿Para qué lo habría llamado ese miembro de la élite intelectual del Perú, José Durand Flores? [...] ¿Para qué lo había llamado? No lo conocía personalmente, pero Toño Azpilcueta sabía quién era José Durand Flores" (Capítulo I).

La respuesta a la pregunta con que comienza la novela-ensayo, es el universo entero que se proyecta desde ella y culmina en la nota aclaratoria del autor al final del texto. El carácter lúdico de este diálogo entre estos géneros literarios, se construye desde el mismo instante en que Toño Azpilcueta, la ficción, columnista y escritor, creada por Vargas Llosa, se formula la pregunta "¿Para qué lo había llamado?". A él, un personaje lejos de la élite peruana, aunque era un erudito de la música criolla "a la que había dedicado toda su vida", a diferencia de José Durand Flores, "ensayista, poeta, erudito, diplomático y director del Colegio de México", pero que tenía la rareza de escribir todos los sábados para el diario La Prensa, columnas en que hablaba muy bien de la música criolla. El lector, al igual que Toño Azpilcueta, el espejo de Vargas Llosa, deberá esperar hasta mitad del capítulo "III" para romper el enigma de la pregunta, porque en el capítulo "II" el autor de esta dialéctica conversación entre novela y ensayo, inicia su labor ensayística describiendo la Lima de fines del siglo XIX y los inicios del siglo XX, "donde los valses reemplazarían a todas las músicas que se disputaban los favores de la gente y se irían implantando de forma natural [...]".

El autor de un libro encantador como El mundo de Sofía, Jostein Gaarder, dice que "Los que preguntan son siempre los más peligrosos". Y Toño Azpilcueta, el alter ego de Mario Vargas Llosa, lo es o, mejor aún, lo será desde el momento en que su pregunta se desgrane en una realidad que lo perseguirá a lo largo del relato, pero que, a su vez, su creador, lo acompañará desde la otra vereda, describiendo y comentando la historia de la música criolla peruana, con sus valsecitos, sus huainos, las marineras, sus instrumentos populares, sus intérpretes y su "huachafería". Mundos paralelos que solo se encontrarán en la última edición del libro de Toño Azpilcueta, Lalo Molfino y la revolución silenciosa y las notas finales de Le dedico mi silencio. No es por acaso que, en ambas obras, la real y la de ficción, la palabra "silencio" se encuentre presente en el título. Tampoco lo es que ambos autores sean escritores y columnistas, ni mucho menos que ambos revisen una y otra vez sus escritos. Lalo Molfino es solo un nombre desconocido para Toño Azpilcueta, pronunciado por José Durand Flores al final del primer capítulo: "-Apuesto que no ha oído hablar nunca de Lalo Molfino -contestó la voz en el auricular--, ¿Me equivoco / -No, no... ¿Lalo Molfino, me dijo? -Es el mejor guitarrista del Perú y acaso del mundo-exclamó con seguridad el doctor José Durand Flores" (Capítulo I). Entonces la llamada tenía que ver con el "mejor guitarrista del Perú y acaso del mundo".

En lo primero que se fijó Toño Azpilcueta de Lalo Molfino, fueron sus zapatos de charol, olvidados cuando comenzó a tocar la guitarra: "No, no era simplemente la destreza con que los dedos del chiclayano sacaban notas que parecían nuevas. Era algo más. Era sabiduría, concentración, maestría extrema, milagro" (Capítulo III). Desde este momento, Le dedico mi silencio se bifurca en lo que será el libro de Azpilcueta sobre Molfino, por un lado y el ensayo sobre la música popular peruana, de otro lado. Ambos autores con su investigación minuciosa y su fijación obsesiva por su trabajo literario, complementan sus respectivos relatos. ¿Qué tipo de personaje es Toño Azpilcueta? Desde luego un personaje complejo, inmerso en sus principios, convicciones y teorías. Su único propósito es escribir un libro sobre Lalo Molfino, rescatarlo del anonimato nacional, incomprensible para él dado el virtuosismo del músico, y proponer la unidad del Perú a través de la música popular: "Mareado, con algo de vértigo, tuvo que reconocerlo: el libro sobre Lalo Molfino y el Perú estaba allí, acabado [...] Lo había titulado Lalo Molfino y la revolución silenciosa" (Capítulo XXIII). Aunque prefería el título que pensó cuando su libro no era más que un montón de fichas y resúmenes: "¿Un champancito, hermanito?" (Capítulo VII).

La técnica cervantina utilizada por Mario Vargas Llosa para construir su novela-ensayo resulta evidente. Crea un personaje escritor que en algún momento es llamado de loco: "-Lo es, lo es. Aunque bueno, yo creo que el autor anda un poco loquibambio. ¡Imagínate!, sostener la tesis de que la música criolla va a integrar este país nuestro, acercando a la gente de distintas razas, colores y lenguas; es decir, el vals, la marinera, los huainitos..." (Capítulo XXV). Y tiene reacciones de un loco: "Con vergüenza he de decir que mis colegas..., mis excolegas aquí presentes no soportan que mis ideas triunfen en el país y en el extranjero. [...] Quieren que el Perú siga dividido y enemistado [...] Hay un nombre para los seres que prefieren la corrupción a la fraternidad. ¿Quieren saberlo? ¿Quieren que lo diga? ¡Ratas!" (Capítulo XXXVI). Las citas ilustran dos escenarios diferentes, un café, en el que conversan dos parroquianos sobre su libro y la universidad, donde Toño Azpilcueta acaba de perder su trabajo de profesor por falta de alumnos en su cátedra.  En algún sentido, Azpilcueta es un personaje quijotesco; es obsesivo, leal a sus principios por los que batalla una y otra vez y sus aventuras lo llevan a buscar el bien que, para él, es reivindicar el nombre de un hombre al que el Perú le debe tanto y unir a su país mediante la música popular. Tiene también una Dulcinea que, aunque no es una locura, sí es un amor no correspondido.

Lalo Molfino, el personaje de la obsesión de Azpilcueta, es un perfecto desconocido para el Perú. Lo vemos solo aquella vez en que transforma la vida y los intereses de Toño Azpilcueta, al punto de hacerle olvidar sus obligaciones de esposo y padre: "-Lo siento, pero ya no puedo hacer más, Toño, -le dijo--. Hasta ahora no te he molestado, aumentando la ropa que lavo y plancho, para que entraran algunos solcitos en nuestro presupuesto. Estoy muy cansada y podría enfermarme. Esto me preocupa por las dos niñas que tenemos [...] Tienes que ponerte a escribir esos articulitos de nuevo [...] Pero yo no puedo seguir manteniendo sola esta casa. Lo siento mucho, Toño" (Capitulo XXI). En varios pasajes de la novela-ensayo, Mario Vargas Llosa retrata las pellejerías de su personaje-escritor, que no son diferentes a las vividas por muchos de nuestros escritores latinoamericanos: "Piden la cuenta y, como siempre, Cecilia se empeña en pagarla. Discuten, al fin. Toño cede porque Cecilia "es la que tiene más plata, y salen de la Tiendecita Blanca" (Capítulo XXXVII). Y para la publicación de su libro, no faltó el amigo generoso_ "-Te voy a prestar cinco mil soles, hermano- le dijo su amigo Collau, incómodo, hurtándole los ojos y casi balbuceando--. Para que escribas el libro que se te ha metido escribir sobre Lalo Molfino y las cosas del Perú" (Capítulo VII).

"Cosas del Perú" que el ensayista Mario Vargas Llosa va describiendo y comentando en una narración paralela a la historia narrada por el autor ficticio Toño Azpilcueta. Dialogan ambos relatos, se complementan y se confunden en un texto único que es el libro que representa, supuestamente, la última novela del autor como él mismo lo ha dicho en la nota al final de la obra. Novela-ensayo, como la hemos denominado nosotros, que se adentra en un Perú desconocido para el lector vargallosiano, acostumbrado a temáticas donde predominan la ficción y la narración elaborada a partir de estructuras narrativas propias de la novela contemporánea, alejada de la omnisciencia del clásico narrador de la novela moderna y su linealidad expositiva (siglos XVIII y XIX): "El vals peruano es una institución social: no se ha creado para ser interpretado o escuchado en soledad, como otras músicas. Nada de eso. El vals requiere de un conjunto de tres, cuatro o más personas para ser tocado y animado; por eso, desde el principio, allá en el siglo XIX cuando nació y en las primeras décadas del siglo XX, se conformaron varios grupos" (Capítulo X). Este tono ensayístico que ocupa los capítulos pares de Le dedico mi silencio, prevalecerá, como dijimos, hasta el capítulo XXX. En el capítulo siguiente el libro retoma el relato ficcional hasta el final.

El último capítulo en que la figura del ensayista se hace presente, comienza con "otra de las confesiones" de Mario Vargas Llosa: "Aquí va otra de mis confesiones, paciente lector: no guardo gran simpatía por el Tahuantinsuyo, el Imperio de los incas". Y en la última página del capítulo retoma la idea de la música criolla como impulsora de un Perú grandioso: ¿Podía la música criolla imprimir ese rumbo histórico? ¿Hacer del Perú, de nuevo, como en el pasado, un país importante, productor de riquezas y de ideas, de historia y de músicas que llegaran a todo el resto del continente, que traspasaran los mares, que leyeran, cantaran y bailaran hombres y mujeres de todo el mundo? La voz del ensayista Mario Vargas Llosa se confunde con la voz del autor ficticio Toño Azpilcueta, y la figura de Lalo Molfino, el músico ignorado por el Perú y detestado por quienes intimaron con él, termina uniéndolos en el sueño común: "Es seguro que yo no lo veré, pero la vida y obra de Lalo Molfino, acompañada de las ideas que aquí han sido consignadas, contribuirán a que así sea [...] Que así sea". Con esta frase, "Que así sea", sentimiento generoso de símbolos socioculturales de un Perú soñado y deseado, el ensayista Vargas Llosa culmina su tarea ensayística y retoma su ser novelístico en su espejo Toño Azpilcueta.

Lentamente, la parte novelística de Le dedico mi silencio, va descubriendo la conflictiva personalidad tanto del personaje investigado como del investigador. Lalo Molfino es un ególatra detestado por quienes forman parte de su entorno musical, pero un incomprendido para Toño Azpilcueta: "No llegamos a actuar nunca por culpa de ese tal Lalo. Un infeliz, un malnacido lleno de escrúpulos y obsesiones. No quería actuar en grupo, exigía tocar solo [...] Una rata, un concha de su madre ese Lalo Molfino" (Capítulo XV). El testimonio del señor Abanto, una suerte de empresario, "rasgó el corazón a Toño". Ambos personajes, tanto Lalo como Toño, responden a lo que, desde una mirada semiótica, los define como protagonistas de la novela contemporánea, que los distingue de los personajes de la llamada novela moderna, respecto de su relación con el mundo. ¿Qué es un personaje?, se preguntan Claude y Robert Marty en su libro La Semiótica. 99 respuestas (Edicial, 1995). En la novela que ahora nos preocupa y que los autores llaman "novelas de la modernidad", (nosotros preferimos el término "contemporánea"), y que a juicio de ellos se inicia con Stendhal, es aquella en que el "individuo se autonomiza. Se considera poseedor de su propia visión del mundo que afronta".

Como Lalo Molfino, para quien el mundo le era completamente indiferente, y la versión que le entrega Cecilia Barraza, la artista de quien Toño Azpilcueta está enamorado, es un complemento de la que conoce por boca del señor Abanto: "-Era un genio, por supuesto -dijo ella--. Pero, al mismo tiempo, era un creído, un vanidoso, una persona dificilísima. Un neurótico como no creo haber visto otro igual. Se negaba a tocar con los demás del equipo, quería números para él solito [...] Pero si no lo despedía, me iba a renunciar toda la compañía" (Capítulo V). Es un personaje que de ninguna manera se corresponde con los de la novela del siglo XVII, XVIII o decimonónica en las que "las relaciones sociales son determinantes y el Yo (Moi) es el reflejo de la sociedad", nos dicen Claude y Robert Marty. En otras palabras, son personajes que responden a los patrones de comportamiento impuestos por la sociedad.  Y Toño Azpilcueta se pierde también entre los recovecos de su obsesión por Lalo Molfino y su idea de unificar social y culturalmente al Perú a través de la música popular, como su propio creador Mario Vargas Llosa, que en cada capítulo de su ensayo nos va entregando un pedazo de la historia de la música popular, sus artistas y sus instrumentos: "El cajón es la gran invención de la música popular cuyo origen se pierde en la noche de los siglos, aunque probablemente nació en tiempos de la conquista, pues con los españoles llegaron muchos negros y mulatos -esclavos o libres-" (Capítulo XIV).

Sí, Lalo Molfino y Toño Azpilcueta son personajes con un "ego experimental" que "tienen estados de consciencia que son el reflejo de su Yo (Moi) que tiende a afirmarse contra el mundo y "se construye" o se "destruye en esa tentativa" (Marty y Marty). El primero se destruye en una muerte miserable y en el desprecio del recuerdo de quienes lo conocieron, en cuanto que el segundo se confunde en una nebulosa que confunde también al lector: "-Se te cayó la libreta, Toño, dice con picardía--. ¿Se puede saber qué estás escribiendo? / --Nada / Cecilia lo mira a los ojos fijamente sonriéndole. / --Si me dices, te canto ya mismo la canción que quieras al oído, para ti solito. / Es una locurita de ésas, Cecilia. Mejor no te cuento ahora, porque todo está muy verde todavía" (Capítulo XXXVII, último de la novela-ensayo). ¿Estarán registradas en esa libreta nuevas modificaciones a su libro Lalo Molfino y la revolución silenciosa, para una nueva edición, la tercera?). ¿Qué silencio le dedica Lalo Molfino a la cantante Cecilia Barraza, de quien se dice estaba enamorado?: "Le dedico mi silencio", me dijo, y partió casi a la carrera. No sé lo que quiso decirme con eso: "Le dedico mi silencio". ¿Tú lo entiendes?", le pregunta Cecilia a Toño (Capítulo V). Y Mario Vargas Llosa nos dedica también su silencio que es el mismo y es otro al mismo tiempo, como el río de Heráclito, que el de Lalo Molfino.

Tres personajes en busca de lectores, parodiando la obre de Luigi Pirandello, Seis personajes en busca de autor. En Le dedico mi silencio son tres personajes que construyen esta novela-ensayo, inédita en la obra vargallosiana, que juega con estos géneros literarios que se alimentan recíprocamente de los contenidos del otro, ampliando sus horizontes genéricos con otras manifestaciones culturales como la historia, la sociología, el arte, la religión y hasta el propio lenguaje. Tiene razón Julio Cortázar cuando le dice a Carlos Fuentes en carta escrita en París el 7 de septiembre de 1958: "No tengo el prejuicio de los géneros literarios: una novela es siempre un baúl en el que metemos un poco de todo" (Julio Cortázar / Carlos Fuentes / Gabriel García Márquez / Mario Vargas Llosa. Las cartas del Boom, Barcelona, 2023).

Dos contadores de historia que tienen en Lalo Molfino y la música popular peruana un sueño en común construido de anécdotas, historias y silencios enigmáticos como el libro que usted ahora, lector, posiblemente, tiene en sus manos.

 

ALEJANDRO CARREÑO T.

Profesor de Castellano, magíster en Comunicación y Semiótica,

doctor en Comunicación. Columnista y ensayista (Chile) 

 

Imagen de portada: RAE


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2024-03-20T21:30:00