Entre el poder y la gloria: una lectura semiótica del cuento “Espuma y nada más”, de Hernando Téllez

Alejandro Carreño T.

Contenido de la edición 05.11.2022

 

El cuento de Hernando Téllez, Espuma y nada más es un relato envolvente de comienzo a fin. Publicado en 1950 en el libro Cenizas de verano, la historia es un anticipo literario de lo que fueron las sangrientas dictaduras que vivió América Latina 20 años después.

Sin embargo, no es esto lo que sobresale en su narración, sino la fuerza expresiva con que el narrador envuelve al lector como la araña atrapa a su víctima. El propio título del cuento induce a una decodificación aberrante, como diría Eco, puesto que su semiosis no se traduce en una comprensión semántica que oriente su lectura. Después de todo, "espuma y nada más" se lee en su dimensión más denotativa en el primer orden de significación que tienen los signos para significar, según Barthes, que es el de la más prístina objetividad. Es decir, esa dimensión del lenguaje donde la palabra representa la perfecta adecuación entre el signo y el objeto mentado por él: "espuma y nada más".

Tal vez se deba a este título tan carente de atractivo inmediato, que el cuento de Téllez haya pasado absolutamente desapercibido por los hacedores de antologías del cuento hispanoamericano, como diría Borges. Pero, ¿es solo esta lectura en el primer orden de significación que tienen los signos? ¿O el cuento trasciende su decodificación puramente denotativa? Se ha sembrado la duda sobre el título del cuento. La aclaración de esta duda nos ayudará a resolver la comprensión del propio relato.

No conozco ninguna antología editada en Chile donde aparezca Espuma y nada más . Es una historia que, al parecer se evanesció ante los ojos de la crítica como una espuma, y nada más. Esto mismo lo ha convertido en un perfecto extraño para el lector chileno, y para los estudiantes de literatura. Desde los años que hablo de literatura hispanoamericana a mis estudiantes de las universidades donde he impartido mis clases, nunca me he encontrado con ninguno de ellos que lo hubiese oído, siquiera, mencionar. Pero ahí están, el barbero y el capitán Torres, los únicos personajes de la historia, luchando por encontrar su propio camino y, justificar en él, su existencia. Es una historia que, básicamente, se constituye en una búsqueda de la naturaleza ontológica del ser, más allá del poder y la gloria como categorías conceptuales constructoras de una realidad literaria de la que ambos forman parte. Ambos personajes, barbero y capitán Torres son protagonista y antagonista al mismo tiempo. La narración se centra tanto en uno como en otro, a través de la voz narradora del barbero, que maneja los tiempos del relato con notable destreza sicológica.

En la narración autodiegética del barbero, esto es, su narración personal, se encuentra la clave interpretativa de Espuma y nada más: "No saludó al entrar. Yo estaba repasando sobre una badana la mejor de mis navajas. Y cuando lo reconocí me puse a temblar. Pero él no se dio cuenta. Para disimular continué repasando la hoja. La probé sobre la yema del dedo gordo y volví a mirarla contra la luz. Es ese instante se quitaba el cinturón ribeteado de balas de donde pendía la funda de la pistola" (citamos por el libro de John A. Crow y Edward J. Dudley, El Cuento, Holt, Rinehart and Winston, Inc., United States of America, 1966). El párrafo con que se inicia el relato presenta todos los elementos semio-lingüístico-narrativos que construyen la narración (diégesis) del cuento, sobre la base de los opuestos sintagmáticos. Por un lado, el uso del Pretérito Perfecto Simple en oposición al empleo del Pretérito Imperfecto de Indicativo; de otro, la simbología de dos signos constructores de realidad, tanto interior como exterior: la navaja y la pistola. Ambos son instrumentos que llevan consigo la muerte. El poder y la gloria que emanan de acciones sublimes.

La narración del barbero es una progresión dramática incontenible que no da tregua al lector. Su relato lo describe en su condición de barbero y en su condición de espía de los rebeldes perseguidos por el capitán Torres, el sanguinario agente de la represión de un régimen dictatorial cualquiera de los tantos que hemos tenido y tenemos en nuestra América Latina. El párrafo con que se inicia el cuento continúa así: "Lo colgó de uno de los clavos del ropero y encima colocó el kepis. Volvió completamente el cuerpo para hablarme y, deshaciendo el nudo de la corbata, me dijo: "Hace un calor de todos los demonios. Aféiteme". Conocemos al capitán Torres a través del relato del barbero, narrador protagonista y antagonista que lleva al lector a compartir directamente no solo sus apreciaciones respecto del temido capitán, sino también sus emociones y reflexiones respecto de su ser barbero y de su ser espía. Así mismo, el capitán Torres se descubre en sus palabras breves, punzantes y sarcásticas que reproduce el barbero en cuanto lo afeita. Toda la tensión narrativa se sustenta en un acto tan simple y cotidiano como afeitar: "Reanudé de nuevo la tarea de enjabonarle la barba. Otra vez me temblaban las manos".

El cuento se estructura, dijimos, en esta presentación sintagmática de los contrarios bajo una sola voz narradora. La navaja en manos del barbero es un relato silencioso de suspenso, de muerte, de reflexión por la naturaleza del ser en su dimensión humana: "Sí. Yo era un revolucionario clandestino, pero era también un barbero de conciencia, orgulloso de la pulcritud en su oficio [...]. "Venga usted a las seis, esta tarde, a la Escuela". "¿Lo mismo del otro día?" le pregunté horrorizado". "Puede que resulte mejor", respondió". "¿Qué piensa usted hacer?" "No sé todavía. Pero nos divertiremos". Otra vez se echó hacia atrás y cerró los ojos. Yo me acerqué con la navaja en alto". Resulta evidente en esta oposición sintagmática de la narración, el ser de uno y de otro de los personajes. Por un lado, el barbero, temeroso y horrorizado por la barbarie del capitán; de otro lado, la tranquilidad con que este narra sus atrocidades como un acto rutinario de ser un agente de la represión. Un acto que entiende como una entretención, pero también como su deber. El arte narrativo de Téllez radica precisamente en esta capacidad de transmitir en frases breves y definidas, sin perturbaciones estilísticas que puedan detener el dramatismo del relato, el pensar de dos hombres antagónicos en su naturaleza ontológica, pero semejantes en la búsqueda de la concreción de su destino. Y el suspenso que compromete la tranquilidad del lector y no lo deja irse de la historia: "Yo me acerqué con la navaja en alto".

Sin duda que la narración en primera persona, la narración autodiegética, como técnica narrativa, enfoca todo el peso del relato en un solo personaje: "Se elige un solo personaje que será el centro del relato en el que uno se interesará o, en todo caso, de manera distinta de los demás". Es lo que Jean Pouillon en su clásico Tiempo y novela (Paidós, Buenos Aires, 1970), denomina la visión "con". Esto significa que vemos a los otros personajes a través de su mirada. Por lo mismo, este personaje es central no porque sea visto como tal, sino "porque es siempre a partir de él que vemos a los otros. "Con" él vemos a los otros protagonistas, "con" él vivimos los hechos relatados". En Espuma y nada más vemos al capitán Torres y sentimos el peso de la narración a través del barbero: "Torres no sabía que yo era su enemigo. No lo sabía ni él ni lo sabían los demás [...]. Torres debía estar sudando como yo. Pero él no tenía miedo [...]. Maldita la hora en que vino [...]. Yo podría cortar este cuello así ¡zas!, ¡zas!". La reflexión del barbero define, por un lado, la encrucijada existencial que vive en esos momentos en que tiene a su cruel enemigo a su merced. De otro lado, la pasmosa tranquilidad del capitán Torres que, en este punto del análisis parece que no tiene sentido que debiera ser diferente. Pero sí debiera serlo.

Espuma y nada más es algo más que la historia de un barbero revolucionario con una misión determinada y un agente de la represión cuyo sadismo supera lo inimaginable, también con una misión determinada. Es una historia que enfrenta al hombre a una situación límite en que la vida y la muerte determinan no solo el valor de uno y otro personaje, sino también su condición moral frente a la vida. En este planteamiento que trasciende el ser de cada uno, se encuentra la universalidad del relato. El ser o no ser shakespeariano con todas sus problemáticas existenciales que enfrentan al hombre con la vida, el estar o no estar, el existir o no existir, se despliegan con fuerza en la realidad del relato.

La disyuntiva del barbero entre ser un barbero o ser un asesino y la disyuntiva del capitán Torres enfrentado a la verdad o la mentira de que el barbero lo mataría, construyen una narración en la que el lector experimenta su propia catarsis vivida: "Existir o no existir, ésta es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia?" (Soliloquio de Hamlet, Acto III, escena IV. Citamos por la versión de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. El inicio del soliloquio de Hamlet, con sus dudas que lo atormentan, se corresponden con las dudas existenciales del barbero que oscilan entre ser un barbero o un asesino. Y es esta duda la que percibe el lector y hace suya, puesto que en su vida se ha visto también enfrentado ante disyuntivas esenciales sobre las cuales debe decidir "si está o no está", "si existe o no existe".

A Téllez le queda por resolver el problema ontológico de ambos personajes, aquello que define sus rasgos esenciales y que construyen el relato desde la visión "con", para hacernos sentir como si estuviésemos en la propia conciencia del narrador. ¿Qué género de imaginación supone esto? Una imaginación que nos acerque a aquel "con" quien queremos estar", nos dice Pouillon. Y por lo mismo, esta visión "con" hace cómplice al lector de la comprensión del mundo que tiene el narrador. Pouillon lo plantea así: "Ante todo la comprensión sentimental que me hace salir de mí, estoy "con" quien así comprendo", lo que significa "no separarnos del personaje comprendido de esta manera". Las dos últimas páginas del cuento desbordan de la conciencia del barbero: "De ese cuello brotaría un chorro de sangre sobre la sábana, sobre la silla, sobre mis manos, sobre el suelo. Tendría que cerrar la puerta. Y la sangre correría por el piso, tibia, imborrable, incontenible, hasta la calle". Las palabras se atropellan en su relato y sus reflexiones sobre ¿qué soy yo?, ¿cómo me ven, me verán los otros?: "El asesino del Capitán Torres. Lo degolló mientras le afeitaba la barba. Una cobardía [...]. "El vengador de los nuestros. Un nombre para recordar (aquí mi nombre). Era el barbero del pueblo [...]. ¿Asesino o héroe?" El ser y no ser shakesperiano, la duda tremenda de Hamlet, llevada a la navaja del barbero: "Del filo de esta navaja depende mi destino". Pocas veces una frase fue tan descollante en una narración.

En estas dos páginas, el capitán Torres pronuncia un lacónico "gracias", cuando el barbero terminó de afeitarlo y cierra el cuento con dos líneas que lo retratan como un hombre cuyo ser ontológico se manifiesta en sus propiedades más singulares: ser un asesino agente de la represión, pero al mismo tiempo, ser un soldado que cumple con valentía su deber: "Me habían dicho que usted me mataría. Vine para comprobarlo. Pero matar no es fácil. Yo sé por qué se lo digo". Pero las palabras del capitán Torres desarman toda y cualquier comprensión que el barbero haya tenido de él, y que nosotros, lectores, cómplices de la visión "con" de este narrador en primera persona, teníamos también del militar. Por un lado, ese "Yo sé por qué se lo digo" como respuesta a su "Pero matar no es fácil", desvelan una faceta que ignorábamos del capitán, el barbero y nosotros lectores. Nos habíamos dibujado una imagen del capitán Torres como un personaje insensible y cruel sin remordimientos, sin claudicaciones con tal de llevar a cabo su misión y ser consecuente con su naturaleza ontológica. Sus palabras, sin embargo, revelan a una persona que sí se cuestiona el acto de matar, su acto de matar. Le es difícil hacerlo, pero debe hacerlo, y podemos suponer que muchas veces dudó en hacerlo; esa duda shakesperiana que también, al igual que al barbero, lo enfrenta a la pregunta ¿qué soy yo?: un militar o un asesino.

De otro lado, tal vez el capitán deseaba su muerte a manos del barbero, de cuya navaja dependía no solo su destino sino también el destino del capitán, lo que comprobaría en aquel segundo que separa la vida de la muerte. O tal vez no hubiera tenido ni siquiera ese segundo. Lo cierto es que Téllez, en tres o cuatro frases del capitán, nos descubre al ser humano detrás del uniforme símbolo de la represión y nos obliga a una nueva lectura del relato, más allá del primer orden de significación que tienen los signos, que es la pura denotación, esa relación ineludible entre la palabra y la cosa mentada por ella. Las palabras finales del capitán con que termina el cuento, reinterpretan todo lo relatado por el barbero en una lectura de segundo orden de significación de los signos. Barthes llama connotación a una de las tres maneras de significar que tienen los signos en el segundo orden de significación (las otras maneras son el mito y el símbolo). "Se refiere a la interacción que ocurre cuando el signo encuentra los sentimientos o emociones del usuario y los valores de su cultura. Es decir, cuando los significados se mueven hacia lo subjetivo, o por lo menos lo interpretativo; cuando el interpretante se ve afectado tanto por el intérprete como por el objeto o el signo" (John Fiske, Introducción al estudio de la comunicación, Editorial Norma, 1982, Colombia).

No se trata, con todo, de justificar los actos criminales del capitán Torres, lo que significaría justificar la muerte como un hecho natural propio de una dictadura, sino de plantear una problemática que, desde la perspectiva de dos personajes marcados por un destino común, proyecta su universalidad al margen del ser ontológico de uno y de otro. Ambos personajes viven en medio del juego "vida / muerte" que su realidad les ha demandado y que la visión "con" del barbero nos ofrece, comprometiendo por él nuestra íntima sensibilidad cómplice de lector. La muerte y la vida que rodean el ser y el no ser de ambos personajes, proponen así una lectura que paradojalmente los une al final del relato: el valor ético como estructura esencial del ser ontológico de cada uno, porque el otro, el valor heroico, se encuentra con sus temores y dudas, en las acciones de cada uno de ellos: "¿Asesino o héroe?, se pregunta el barbero. "Me habían dicho que usted me mataría. Vine para comprobarlo", afirma el capitán Torres. El barbero pudo haber degollado al capitán Torres, y este pudo asesinar al barbero después de que lo afeitara.

Pero ambos prefirieron vivir y dejar vivir. El cuento de Hernando Téllez sí es algo más que espuma y nada más.

¿Qué cree usted, lector? Usted tiene la última palabra como "cómplice directo" del barbero y su visión "con" de los hechos narrados.

 

ALEJANDRO CARREÑO T.

Profesor de Castellano, magíster en Comunicación y Semiótica,

doctor en Comunicación. Columnista y ensayista" (Chile) 

 

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2022-11-05T21:39:00