Entrenadores y docentes: desafíos en un contexto complejo

Pablo Romero García

Contenido de la edición 18.12.2025

 

En primera instancia, agradecer la invitación de Alejandro Cáceres, felicitándolo por la notable tarea que lleva adelante con la academia de entrenadores, impulsando estos espacios de reflexión e investigación. Y, por cierto, fue Alejandro quien me planteó la importancia del pasar del paradigma cartesiano al paradigma de la complejidad al momento de analizar los modos en que concebimos la idea del rendimiento y el resultado, tanto en lo deportivo como en lo educativo, resultándome inmediatamente una cuestión muy interesante de abordar, particularmente en el marco de un seminario para futuros entrenadores de futbol.

Tomaré ese disparador inicial para luego trabajar desde algunos autores que nos van a permitir pensar sobre la complejidad del desafiante contexto que habitamos, tanto entrenadores como educadores. Me parece un paso realmente importante este encuentro entre la reflexión filosófica y la reflexión sobre el rendimiento deportivo, incluyendo particularmente lo que sucede en el espacio educativo y que condiciona nuestra realidad social.

Hablando de condicionamientos, cuando referimos a un paradigma lo hacemos señalando su intención de explicar el mundo y el entorno que determinan nuestras acciones y nuestro modo de ser y estar en ese mundo. El paradigma cartesiano ha matrizado en buena medida nuestra concepción moderna, al punto tal que su método es considerado un sinónimo de ciencia. Representa esa idea de que todos los fenómenos son medibles, verificables, comprobables a partir de un método lógico-racional universal, que lo explica todo, desde las ciencias naturales hasta las ciencias sociales. Y en esa perspectiva, el contexto socio-histórico no es relevante, en tanto se postula que existe una razón objetiva, atemporal, universal, que todo lo explica, más allá de cualquier marco particular. Así, todo queda reducido a una forma finalmente simple de comprensión del mundo. Será a mediados del siglo XX, de los años 60' y 70', cuando la obra de Edgar Morin, a diferencia del paradigma cartesiano, remarca que el conocimiento debe incluir fundamentalmente el contexto, que el conocer es una cuestión multidimensional que requiere de abordajes multidisciplinarios y supone la consideración de estructuras socioafectivas. Lo emocional, la subjetividad, que se vuelve intersubjetividad, pasa a ser lo central. Cada sujeto tiene una visión del mundo que en su tiempo histórico lo comparte con otros y es esto lo que construye la mirada que tenemos sobre ese mundo en el cual actuamos.

Ese sujeto contextualizado es el cual vamos a vincular con el deporte, con el fútbol y con lo que creo que tenemos en común los docentes con los entrenadores de fútbol y las instituciones escolares con las instituciones deportivas: la formación de la persona, de una subjetividad contextualizada que se vuelve intersubjetividad, acuerdo social de valores que sostienen el bien común.

El individuo no es un sujeto cartesiano, sino un sujeto complejo, lo cual implica comprender también que la cuestión no pasa simplemente por el rendimiento académico cuantificable en términos matemáticos ni por el rendimiento deportivo medido solo por el resultado. Nosotros los docentes queremos que nuestros estudiantes terminen el liceo y ustedes los entrenadores quieren que sus equipos ganen, pero esto no puede darse sin atender la formación del ciudadano, de la persona en un sentido integral. Este paradigma de la complejidad que aporta Morin coloca justamente esta mirada más holística en juego, por lo cual resulta un valioso aporte.

Morin señala que, si bien las partes no terminan de explicar el todo, que no es cuestión de solo sumar unas partes con otras para comprender el pensamiento complejo, resultan fundamentales. Y, por lo tanto, el entorno histórico, el contexto socio-cultural, es clave. Las ideas particulares que construyen una época histórica pasan a ser determinantes, en una visión del mundo donde todo está interconectado y en permanente movimiento. Entonces, es importante abordar el entorno social, cultural, histórico, que construye nuestro tiempo y que incide, por lo tanto, en la tarea formativa, en la labor educativa, que llevamos adelante profesores y entrenadores. Yo soy docente de Ética en la universidad y profesor de Filosofía e Informática en educación secundaria, y llevo 25 años trabajando en el sistema educativo, buena parte de ellos en instituciones que reciben alumnado de contexto crítico y/o que han desertado hace años de los estudios formales y están intentando retomarlos. Tengo muy presente que durante muchos años nuestro desafío era lidiar con las instituciones deportivas en tanto comprendieran la importancia de que además de estar jugando al fútbol los chiquilines, particularmente aquellos de contextos vulnerados, no debían desatender los estudios. En muchos de estos hogares la idea de movilidad social parece que pasaba, en buena medida, por el éxito en el fútbol y el estudiar era algo que quedaba relegado a un segundo o tercer plano.

Aunque teníamos un diálogo permanente con las familias sobre este asunto, era difícil romper con cierta lógica que veía en esa apuesta al fútbol el jugársela todo por un futuro mejor, a pesar de saberse que son pocos los que finalmente llegan y que es una carrera corta o que una inesperada lesión te puede sacar del camino y que, entonces, también por eso hay que tener estudios que sustenten otra opción. Además, la ampliación del pensamiento, la cultura general del sujeto, es algo que incluso se ve reflejado en la capacidad de resolución de ese individuo en la cancha y en cualquier nivel del deporte que sea. Por suerte, creo que en los últimos años las instituciones y los entrenadores de fútbol han ido comprendiendo la importancia de esta cuestión reclamada durante tanto tiempo por los docentes.

Pero, en los últimos años comenzamos a asistir a un fenómeno similar y muy diferente a la vez, en tanto no está vinculado a una cultura de la vida, como en el caso de la movilidad social por medio del deporte, sino que nos encontramos con el avance de la narcocultura en muchos de nuestros barrios y por ahí un joven ya no busca tanto la salida por medio del fútbol, por ejemplo, sino por el mundo del narcotráfico. Esto sí que es una situación novedosa y muy delicada que estamos enfrentando.

Muchos de nuestros jóvenes se asocian a lógica de vida rápida, efímera, del consumo y el dinero fácil, vinculada al ascenso económico por medio del delito; una cultura de la muerte, más allá del ocasional poder que creen tener y la sensación de sentido vital que pueda eventualmente otorgarles. Esto atraviesa hoy día también a las instituciones deportivas y educativas, y afecta espacios territoriales donde a veces el Estado parece estar en retirada, lo cual agrava la situación. Allí se vuelve aún más difícil colocar en escena la perspectiva del largo plazo, a partir de la apuesta por el estudio, del ir por un camino deseable. Antes quizás algunos de estos jóvenes querían ser Messi o Cristiano Ronaldo y hoy quieren ser futuros protagonistas referidos en una narcoserie de Netlfix que los haga famosos en el mundo entero.

Para ilustrar esto, cuento una anécdota que viví hace algunos años en un curso de primer año de ciclo básico. Tenía una alumno llamado Carlos, bastante disruptivo, que vivía en un barrio marginal, en una situación económica que parecía ser muy precaria y que llevaba repitiendo ese primer año al menos unas tres veces. Entonces, permanentemente hablaba con él sobre la importancia de estudiar, de construir un mejor futuro desde su avance en el liceo, de que había que pensar a largo plazo, que debía portarse bien en clase y prestar atención para aprender y salir adelante, que esto era central para sus mejores posibilidades en la vida. Y en un momento, en una de esas charlas, Carlos, que casi nunca me respondía nada, me dice, me pregunta: "pero, ¿y vos cuánto ganas?" Le contesté lo que ganaba y me dijo que él ganaba mucho más vendiendo pasta base en una boca familiar, que tenía influencia en su barrio y que lo que quería lo conseguía, que no necesitaba del liceo, aunque alguna "cosita" también podía llegar a vender y eso le sumaba. Así de directo fue y así de complicado resulta desarmar esa lógica.

La situación, por cierto, fue abordada por los equipos de apoyo de la institución liceal sin lograr que las cosas realmente cambiaran. El contexto resultaba absolutamente determinante en la vida de Carlos. Estas lógicas están más presentes en nuestras instituciones educativas e imagino que en alguna medida, aunque quizás no en casos tan extremos, también puedan estar alcanzando las instituciones deportivas. Esto, además, en un marco donde la movilidad social en nuestro país es bastante escasa.

Uruguay está a nivel de egreso de la educación media superior en uno de los últimos lugares de la región. Los últimos datos más fiables, aquellos previos a la pandemia (luego se dio ahí una flexibilización muy fuerte en el pasaje de grado), indican que solo 4 de cada 10 jóvenes uruguayos terminan el nivel medio de educación. Y esto es una tragedia social. Si en la calle nos cruzamos con jóvenes en el entorno de los 20 años, tendremos que 6 de cada 10 ni siquiera han terminado ese nivel educativo cada vez más básico en el marco de la llamada sociedad del conocimiento.

El origen socioeconómico del estudiante sigue siendo determinante en sus posibilidades. Nuestra sociedad parece ser muy homogénea y generadora de oportunidades de manera equitativa, pero lo cierto es que estamos lejos de que lo sea. Un estudiante que nace en Casavalle, por ejemplo, sigue teniendo muy pocas posibilidades de terminar el liceo e incluso menos de continuar estudios universitarios. Y en un barrio como Punta Carretas o Punta Gorda sucede exactamente lo contrario. Todo dentro de una ciudad pequeña como Montevideo. Hay una marcada segregación territorial y la desigualdad socioeducativa es grande.

En el quintil más bajo, solo 2 de cada 10 alumnos terminan el liceo y en el quintil más alto 8 de cada 10. Es importante ver lo que al respecto, desde hace muchos años, señalan los informes del INEED, el Instituto Nacional de Evaluación Educativa. Esta es la realidad que vive buena parte de los jóvenes que asisten a nuestras escuelas y liceos y la que ustedes reciben en sus clubes deportivos, con el ingrediente extra de que muchos veces es en ese equipo de fútbol donde colocan finalmente la posibilidad de la salvación económica, de salir del contexto de pobreza y dificultades.

Lamentablemente, como explicaba recién, tenemos ahora a la cultura narco buscando ser también la salvación más rápida para esos jóvenes en procura de sentido y movilidad social. Compite el narco en ocupar ese lugar, entonces, con el sistema educativo y con el espacio deportivo. Hemos visto, por ejemplo, como en algunos equipos de baby fútbol o en comisiones de fomento de una escuela comienzan a aparecer el "desinteresado" aporte de grupos o familias vinculadas al mundo del narcotráfico, a veces suministrando pelotas, a veces pagando facturas de servicios, a veces costeando con sus aportes los profesores extracurriculares en una escuela, entre otros aportes directos o indirectos. Y empiezan a ser importantes allí. Recordemos la historia de Pablo Escobar y los clubes deportivos que apoyó y financió, y cómo lo querían en su barrio de contexto muy pobre, donde era una especie de héroe, una especie de santo. Esta cultura viene lenta y peligrosamente creciendo también en nuestro país. Incluso ya tenemos nuestro primer narco famoso internacionalmente, que además tiene una marcada presencia mediática, lo cual supone un impacto negativo en la vida de varios de nuestros jóvenes, con los modelos que comienzan a tomar como referentes. Y en una sociedad de la viralización digital, donde para muchos de nuestros jóvenes ser es aparecer.

Como último punto de descripción de este contexto que debemos tener inicialmente en cuenta, diría que nos enfrentamos a un nuevo modo del analfabetismo. Ya no alcanza con saber leer y escribir. Aquel sujeto que no sabe discriminar inteligentemente en el mar de información al que tenemos acceso, aquel individuo que no sabe leer críticamente un texto, que no logra comprender el núcleo argumentativo de un planteo básico, es un analfabeto funcional. Tenemos nuevos modos del analfabetismo en nuestros jóvenes de la sociedad del conocimiento.

Somos sujetos históricamente situados, por eso pensar el espacio social que habitamos y construimos junto a otros es primordial. En tal sentido, es que desde aquí les propongo aterrizar en el planteo de tres autores que nos ponen a pensar en relación a este contexto ciertamente complejo que tenemos y nos desafía.

Voy a comenzar por referir a Zygmunt Bauman, destacado sociólogo y filósofo polaco, y su concepto de modernidad líquida. Allí, contrapone nuestro tiempo, que algunos otros autores directamente llaman posmodernidad, al de una modernidad sólida donde estaban presentes basamentos, valores y principios que constituían un horizonte humano definido por la búsqueda de una mejor sociedad, de una mejor vida en común. Hoy, por el contrario, señala que vivimos en una modernidad liquida, que se escurre, que carece de toda solidez, un mundo de lo instantáneo, marcado por la tendencia a la inmediatez, por esas vidas rápidas de las cuales hablábamos hace un rato, con dificultades para pensar a largo plazo (recordemos la anécdota con mi alumno). Esto lo vemos cotidianamente en nuestras aulas y lo viven también los entrenadores con sus jugadores, en el hecho de que se pueda ver incluso más allá del resultado deportivo inmediato o del querer tener éxito inmediato. Parece que la vida siempre es ya y el resultado tiene que ser también ya. En tal sentido, por cierto, creo que la idea de proceso que impuso la selección uruguaya del maestro Tabárez fue algo muy positivo, incluso para nuestras instituciones educativas, dando cuenta también de cómo los mensajes en el mundo del deporte impactan en nuestras aulas, en este caso para remarcar la importancia del largo plazo, de lo que supone justamente el proceso educativo.

Bauman apunta a que tenemos una gran dificultad al respecto, porque vivimos en un mundo que es el de las comidas rápidas, los amores fugaces, los saberes efímeros, del buscar conexiones ocasionales antes que vínculos que perduren, lo cual se ve reflejado también en el uso que se le da a las nuevas tecnologías, particularmente en la utilización de los celulares y las redes sociales, donde bloqueamos o desconectamos en un solo clic a aquel que no piensa como nosotros o terminamos una relación amorosa por un mensaje, evitando el cara a cara, volviendo digitalmente aséptica hasta esa instancia de la presencialidad. O ese mismo mundo digital que ha borrado la frontera entre lo público y lo privado y donde la permanente exhibición es parte de los problemas que afectan la vida de nuestros jóvenes. En este mundo de conexiones y desconexiones rápidas, de aceleración temporal de la vida, la escucha del otro se hace cada vez menos habitual y más difícil y las exigencias del triunfo inmediato están más presentes que nunca.

El proceso, el largo plazo, no forma parte de la perspectiva habitual que se tiene. Para intentar frenar este vértigo sin sentido, que nos consume la vida casi sin que atravesemos por ella, Bauman propone volver justamente a la pregunta por el sentido, al interrogarnos sobre el por qué y para qué de nuestra existencia y nuestros actos, contemplarnos y contemplar nuestro entorno, intentar comprenderlo y comprender nuestro existir allí, en tanto entiende que es la falta de sentido lo que ha construido esa modernidad líquida sin certezas, cargada de incertidumbres, sin bases firmes, donde prima la acción impulsiva por sobre la razón meditada.

El segundo autor que les propongo como insumo para pensar estas cuestiones es Byung-Chul Han, filósofo surcoreano, actualmente docente universitario en Alemania, que viene consolidando una de las obras más interesantes de estos últimos años. Su libro clave, al menos el que lo catapultó a nivel internacional, se llama La sociedad del cansancio, la cual, entiende, está caracterizada por el pasaje del paradigma de la sociedad disciplinaria -marcada por aquella imagen omnipresente del panóptico foucaultiano, por la concepción de vigilar y castigar a todo aquello que se escapa de la norma, cuestión que también caracteriza a las instituciones escolares-, que era un paradigma de la negatividad, o sea, que señalaba lo que no debía hacerse, a una sociedad del paradigma del rendimiento positivo, donde todo es permitido, a punto tal que se te exige que lo hagas y se te dice que es posible, que tienes el poder de realizarlo todo.

Así aparece, por ejemplo, la idea del emprendedor, de ser tu propio jefe, vivir en la producción permanente, rendir al máximo en todos los terrenos, lo cual termina agotando y frustrando al individuo. Así es que tenemos una sociedad marcada por el cansancio, por la fatiga, tanto física como psicológica. Nos hemos convertido en sujetos de rendimiento permanente y esto, claro, es algo para pensarlo particularmente en el mundo del deporte, por la exigencia que allí se tiene sobre el rendimiento, sobre el hecho de que siempre se debe rendir al máximo.

Han agrega otros elementos que afectan y profundizan en el tener un sujeto agotado, como el uso excesivo del celular -que, además, configura un grave problema de déficit atencional a la hora de profundizar en el conocimiento-;  la escasa tolerancia al vacío, que termina aniquilando el necesario espacio del ocio creativo; el multitask como hábito, que también afecta la economía de la atención y la capacidad de profundizar en lo que pensamos y hacemos; la ausencia de la pausa reflexiva, la exigencia de que todo tiene que ser divertido, que parece querer  convertir a docentes y entrenadores en animadores de fiestas infantiles; e incluso el actual consumo serial en plataformas de streaming, que lleva a que nuestros jóvenes duerman poco por pasar la madrugada conectados a las diversas pantallas, lo cual nos lleva a que tengamos individuos que parecen estar siempre  cansados.

Como respuesta y consecuencia de ese agotamiento, aparece la frustración, el estrés, la depresión al no poder con todo, al afrontar desde el cansancio las múltiples actividades. Imaginemos al adolescente que va de mañana al liceo, de tarde hace fútbol en su club y a la noche pasa conectado y llega casi dormido al otro día a la siguiente jornada liceal y deportiva. Esto sucede cada vez con mayor frecuencia y tenemos muchos jóvenes cansados, frustrados, deprimidos por ese ciclo de rendimiento y agotamiento y la exigencia de ser exitosos en todo que cargan desde el discurso socialmente instalado. Esto se visualiza también desde el propio aumento de los problemas de salud mental entre nuestros adolescentes. Así pasamos, remarca Han, de aquellos sujetos de mediados del siglo XX que eran caracterizados como revolucionarios, hijos de una modernidad que buscaba un hombre nuevo, una sociedad más justa para todos, al sujeto del siglo XXI caracterizado como depresivo. El pasaje del sujeto revolucionario al sujeto depresivo.

Fracasar, por otra parte, en esta sociedad del conocimiento es un problema personal y no del sistema y es esta otra dificultad -y una trampa impulsada desde el propio sistema hegemónico- a la que nos enfrentamos en estos tiempos que corren. Si alguien fracasa, se nos dice una y otra vez, es porque no hizo los esfuerzos necesarios, no tuvo los méritos suficientes para alcanzar el éxito. Se exculpa al sistema y se deja de lado el análisis de las dificultades y limitantes que impone el contexto socioeconómico y cultural al individuo. Y en este sentido, por supuesto, es que irrumpe el predominante discurso neoliberal de la meritocracia. Cada cual se ubica socialmente según sus méritos y se obvian las desigualdades e injusticias sociales existentes desde los puntos de partida.

Sin lugar a duda que los docentes y entrenadores tenemos por delante importantes desafíos compartidos, que incluyen ampliar la grilla cultural de nuestros jóvenes, el formarlos como ciudadanos, fortaleciendo valores como la convivencia, la solidaridad, la justicia social y el trabajo en equipo. Y también enseñarles que no todo pasa por la inmediatez y el resultado concretado en lo material, y que el tiempo libre es fundamental para cultivar el mundo interior, para poder pensarnos y pensar la sociedad que habitamos. Ese, por cierto, es el gran legado que nos dejaron los antiguos griegos, padres fundadores de la filosofía y de la democracia. Y es el camino que Han nos propone retomar.

El último autor que muy brevemente quiero presentarles es Gilles Lipovetsky, filósofo y sociólogo francés, quien frecuentemente sigue dando interesantes charlas alrededor del mundo. Lipovestky plantea que vivimos en la era del vacío (así se llama, justamente, su obra de referencia, escrita a comienzos de los ochenta) que, dirá en años más recientes, se ha globalizado y profundizado en estas primeras décadas del siglo XXI, devenido en una cultura-mundo que se caracteriza por el hiperindividualismo, el consumismo, el culto a la tecnología y la caída de los grandes relatos, fenómenos que han terminado de potenciarse por efectos de la globalización y las redes sociales, llevando así el vacío de sentido a una escala planetaria.

La era del vacío supone la falta de grandes ideales, de valores colectivos y sentido trascendental, lo cual nos ha dejado hundidos en lo inmediato, en una sociedad narcisista y desvinculada de proyectos colectivos, donde lo importante únicamente pasa a ser la satisfacción personal, donde nos convertimos en moléculas fragmentadas sin noción de lo común. En este marco, Lipovetsky señala que nuestros jóvenes quieren "todo y ahora", desde un marcado hedonismo individualista, desapareciendo la concepción del largo plazo y de la otredad, coincidiendo en buena medida con los diagnósticos que realizan Bauman y Han. Por esto mismo, Lipovetsky señala que el principal desafío que tenemos es el de la integración en las escuelas, potenciar los vínculos interpersonales (afectados, además, tras la pandemia vivida recientemente) y minimizar la lógica de la violencia, que viene atravesando cada vez más frecuentemente nuestras instituciones educativas.

Y termino con una cita de este autor, expresada en el cierre de una conferencia que dictó en 2017 en la Universidad Pontificia Bolivariana de Colombia, que sintetiza, a mi entender, la idea de por dónde ir en estos tiempos que tanto nos interpelan y nos desafían. Dice: "En un mundo desorientado, requerimos una inversión significativa en el saber, en la educación. Esa es la llave para un futuro mejor. No pensemos que las cosas se van a arreglar mediante conjuros morales. Debemos amparar en la cultura, en la formación intelectual, en el saber vivir, a las nuevas generaciones, empoderarlos para que enfrenten y comprendan el mundo en cual están. Pienso que el futuro le pertenece que sepan invertir para las futuras generaciones. Es posible y solo nosotros tenemos el poder de hacerlo. Uno ve países, incluso países pequeños, que saben invertir en sus escuelas y que logran integrar a sus jóvenes y les ofrecen la posibilidad de construirse en la vida".

Esta es la tarea que tenemos en común, la labor en la que coincidimos tanto los entrenadores como los docentes, tanto las instituciones deportivas como las instituciones educativas, en el marco de un contexto complejo.

 

PABLO ROMERO GARCÍA

Profesor de Filosofía, comunicador 

 

 (*) Exposición realizada el 16 de noviembre de 2024, en el salón de eventos del Hotel Cottage de Montevideo, en el marco de actividad de cierre de seminario de investigación de la academia de entrenadores de fútbol "Montevideo City Coach Academy", asociada al Manchester City FC.

Imagen de portada: extécnico de la Selección, Óscar Tabárez/adhocFOTOS/Nicolás Celaya


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2025-12-18T19:38:00