Escribir: ¿trabajo o pasatiempo?

Lilián Hirigoyen

Desde tiempos inmemoriales, el arte ha estado inexorablemente ligado al hombre. Desde los remotos comienzos de la vida tribal, está presente acompañándolo en diferentes manifestaciones.

Contenido de la edición 20.05.2021

 

Primero fueron los dibujos rupestres, los sonidos rítmicos asimilables a la música, la escultura y, después, que el lenguaje apareció para instalarse definitivamente. Fue la trasmisión oral de las grandes epopeyas, forma poética que asumían las antiguas migraciones y conquistas, la que se dejaba oír, junto con las otras manifestaciones del arte, en las reuniones donde tenía lugar el intercambio comercial o el esparcimiento. Cuando la escritura dio lugar por fin al registro, pudimos entonces tener al alcance la aventura vívida de las civilizaciones, perdurando hasta hoy su hálito cotidiano gracias a obras memorables de la literatura universal.

Si la literatura acompaña a nuestros ancestros prácticamente desde que los signos nos acompañan, imposible desligarla entonces de su función civilizadora y de divulgación. Al igual que el polen se disemina con el viento y permite la reproducción del bosque hasta distancias insospechadas, de igual manera, lo que queda escrito se expande a través de la memoria de los hombres venideros, multiplicando así el conocimiento, la comprensión y la perdurabilidad de lo que se trasmite.

Es innegable, entonces, deducir que lo escrito, sea científico o de ficción -de alguna manera la imaginación de los pueblos también genera empatía a la distancia-, es una suerte de necesidad imperiosa, no solo para quien escribe, sino para quien lee, porque será este último la tierra fértil que recibe la semilla para multiplicar el bosque originario, formando con los otros el entramado vital de los pueblos desde sus comienzos hasta que el tiempo determine la existencia.

Si la importancia que tiene el escritor es fundamental para el conocimiento y la trasmisión, hoy en día en que la supervivencia va ligada a otras cuestiones más mundanas y terrenales, no es justo que quienes contribuyen de tal forma con su creatividad a la memoria y a la supervivencia de la comunidad, queden fuera del tejido social del que indefectiblemente forman parte.

Hasta ahora, la gran mayoría de los escritores deben conformarse con ganar el sustento por otros medios que no sea la escritura, a la que se considera como un mero pasatiempo. No se toma en cuenta, claro, que ese "pasatiempo" lleva implícito un sacrificio de energía, tiempo y ocio (todos ellos con la posibilidad de ser medibles y cuantificables económicamente, cosa que no sucede) en pos de un logro que a la postre, redundará en beneficio para la comunidad.

Solo a través de los premios institucionalizados, en el caso de ganarlos, o recibiendo una pensión graciable cuando la situación es extrema porque la persona se encuentra en estado de indigencia, siendo aprobado por el Parlamento en muy contadas ocasiones, es que el escritor recibe una compensación por lo que hace.

Sabemos que muy pocos acceden a cualquiera de los dos puntos anteriores y ninguno de ellos tampoco (ni premios ni pensiones) resultan jueces incuestionables de la real valía de un escritor, cuando quien verdaderamente los rescata del olvido o los eleva a un sitial insospechado es la fibra sensible de la sociedad, que a la postre es la que da su veredicto inapelable.

Creemos que no es justo que quienes integran la comunidad como parte activa no tengan el derecho ciudadano a la profesionalización de su trabajo. Escribir también es un trabajo, y no solo exige esfuerzo a quien lo hace, sino que también genera ganancias a la sociedad toda, tomando en cuenta las ediciones, diseños, traducciones, distribuciones, etc., todos ellos, a su vez, puestos de trabajo ligados a la creación literaria. Si es a través de una obra escrita que surge de la imaginación y del esfuerzo de quien la escribe, y es a partir de ella que se genera una compleja cadena de actividades remuneradas -empezando por la edición hasta llegar a la venta de la obra- donde la inclusión en el régimen social está contemplada, ¿por qué, entonces, el escritor, energía creadora que da andamiaje a esta maquinaria productiva, no está incluido también al sistema previsional como debería?

Sin el concurso del primer eslabón de esta cadena (el escritor) no hay obra y sin ella, todo el tejido laboral que se construye a partir de su escritura se disolvería en la nada.

Quien escribe, al igual que cualquier persona que ejerza su oficio, necesita estar amparado, ya sea por una modificación en la ley 18.384 (conocida comúnmente como ley del artista, que abarca a músicos, actores y a los oficios conexos) o en otra norma que nos contemple. Reconocernos como tales -trabajadores y artistas, con los mismos derechos y obligaciones- es una forma de que la sociedad toda y también nosotros mismos logremos desprendernos de ese halo lúdico, de mítico parnaso conque nos envuelven (o nos envolvemos) y pasemos a reconocernos como seres de carne y hueso a los que las penurias cotidianas también afectan. El hecho de que escribir lleve implícito la pasión y el placer por lo que se hace, no significa que no debamos ser considerados como iguales al resto de los compatriotas que se dedican a una tarea. Toda la urdimbre laboral (además de lo específicamente cultural) que se genera a partir de la literatura lo amerita. En la Casa de los Escritores del Uruguay, en la directiva que presidí y siguiendo los pasos de la directiva anterior, buscamos un acercamiento legal al tema. El camino es largo, trabajoso y no exento de piedras a las que habrá que sortear para llegar a la meta. Pero para que la voz de todos los escritores y escritoras se escuche en todos los ámbitos -parlamentario, social, estatal etc.- es necesaria la unión, un frente común que permita entender el tema, asimilarlo, compartirlo y llevarlo a la práctica.

En eso estamos.

Sensibilizada con el tema, la Fundación Mario Benedetti ha llevado adelante un ciclo de seis diálogos colectivos, La pluma y el pan, sobre la situación de quienes escriben, tomando en cuenta no solo el aspecto simbólico sino también la situación material de quienes lo hacen.

En esta mesa que aquí reproducimos, fui invitada por la Fundación a moderar el diálogo entre los escritores Luis Bravo, Leonor Courtoisie y Carlos Liscano.

Los invitamos a verlo.

 

 

LILIÁN HIRIGOYEN

Escritora, jurado en el área Letras del Premio Morosoli,

expresidenta de la Casa de los Escritores del Uruguay

 

Imagen de portada: adhocFOTOS/Javier Calvelo

 

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2021-05-20T00:17:00