Fructuoso Rivera y el Partido Colorado: historia, literatura, ficción y realidad. ¿Y Oribe?

Polémica Jorge Chagas - Romeo Pérez

CONTRATAPA también es ámbito para la polémica, y aquí se larga entre el integrante de nuestro staff, Jorge Chagas, y Romeo Pérez, a partir de una entrevista al primero publicada en La Mañana.

Contenido de la edición 18.02.2021

 

 JORGE CHAGAS


A raíz de una entrevista a mi persona publicada en el semanario La Mañana en su edición del 20 de enero, he recibido varias llamadas y mensajes por WhatsApp, de conocidos y amigos, criticándome amablemente, con mayor o menor dureza, por "defender a Fructuoso Rivera y al Partido Colorado".

Para empezar: la transcripción del reportaje que me realizó Marcos Methol refleja cabalmente mis dichos (solo hay una errata cuando hablo de Jorge Pacheco Areco: donde digo "cuando se vuelca a la reforma de la granja" , en realidad es "cuando se vuelca a la reforma naranja").

Ahora bien, esto no quiere decir que no deba extenderme más en mis opiniones para ayudar a que se entienda mi pensamiento.

No me referiré a mi novela "El Pardejón", donde el principal protagonista es Fructuoso Rivera. Eso es ficción. Basada en hechos históricos y personajes reales, pero es una ficción pura; no un ensayo ni una biografía.

En la entrevista hablo del Rivera histórico y no del personaje de mi novela.

Cuando asevero que al atacar a Rivera en realidad se está atacando al Partido Colorado expreso una convicción personal. No defiendo al Partido Colorado - ¿a santo de qué haría eso?- sino que trato de ser, aún en el error, honesto intelectualmente.

Es muy fuerte decir que el hombre al que se considera fundador de una colectividad política, fue un traidor a Artigas y un genocida. Se le está pegando de lleno a las raíces mismas de uno de los partidos tradicionales del Uruguay. Y la pregunta que todo historiador serio debe hacerse es: ¿cuán auténticas son estas afirmaciones?

Es absolutamente cierto que Rivera, tras la derrota de las tropas orientales en la Batalla de Tacuarembó el 22 de enero de 1820, desobedeció a Artigas y pactó un armisticio con el jefe imperial Bento Manuel Ribeiro.

Además le escribió al caudillo entrerriano Francisco Ramírez ofreciéndose a "ultimar" a Artigas, a quien calificó como un "monstruo, déspota, anarquista y tirano". (Curiosamente, Ramírez nunca creyó que Rivera fuese sincero).

Nunca está de más recordar que la magnitud de las fuerzas que se desataron contra Artigas hacía casi imposible una resistencia eficaz. Los portugueses invadieron con soldados veteranos de las guerras napoleónicas, además de la complicidad logística de la clase dirigente porteña y montevideana. Poco podían hacer las montoneras artiguistas contra semejante enemigo.

Rivera pelea hasta que es vencido (a diferencia de Oribe que se retiró a la vecina orilla) y opta por negociar, preservando el mando de sus tropas. ¿Esto fue un acto aislado? No. Lecor fue recibido con pompa y halagos por la clase alta montevideana, es llamado "El Pacificador" y Dámaso Antonio Larrañaga celebra una misa en su honor. A los portugueses le servía el acuerdo con Rivera porque podían mantener pacificada la campaña que estaba, desde hacía años, en una situación calamitosa.

Con esta narración histórica no pretendo justificar la voltereta de Rivera.

Pudo optar por seguir combatiendo hasta morir en batalla, o ser ajusticiado, o caer prisionero, o acompañar a Artigas en su derrotero final como hizo el escuadrón de libertos acaudillado por Ansina.

Por qué los personajes relevantes, en ciertos momentos críticos, toman una decisión y no otra entre todas las posibles, es uno de los enigmas más apasionantes de descifrar para el historiador. Por eso mi intención es situar sus actos en su justo contexto, donde casi nadie se identificaba con Artigas. Ni el mismo Juan Antonio Lavalleja que siguió guerreando, con su característica tozudez, quiso que lo identificaran con el caudillo derrotado.

Pero hay una cuestión más sutil. Aun calificando la actitud de Rivera como traición, no fue cometida hacia el Artigas que nosotros veneramos en este presente. En aquel momento histórico Artigas no es el Prócer, no es el Héroe Máximo, no es el Padre de la Patria (porque sencillamente la patria, entendida como el Uruguay, todavía no existía). Era un caudillo regional importante, por supuesto, pero de ninguna manera estaba en un impoluto pedestal. Durante una parte importante del siglo XIX Artigas era mala palabra.

Hay algo que pocos saben: la letra de nuestro Himno Nacional tiene estrofas - que nunca se cantan, por cierto- que son una referencia negativa a Artigas.

Si queremos juzgar objetivamente a Fructuoso Rivera por esa acción debemos hacerlo colocándonos en aquel pasado decimonónico y no desde este ahora donde la percepción de los acontecimientos es diferente por nuestra valoración sobre Artigas.

La otra acusación contra Rivera es muchísima más grave: genocida.

¿Cuán cierto es?

Muchas veces se usan las palabras con cierta ligereza. El concepto de "genocidio" fue acuñado por el jurista judío-polaco Raphael Lemkin en 1944. O sea que es un concepto moderno que significa la "aniquilación o exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos o religiosos". Una operación de genocidio implica la movilización de una cantidad enorme de recursos humanos y materiales con el objetivo de asesinar hombres, mujeres, ancianos y niños sin piedad. Se trata de montar una maquinaria de destrucción masiva, que incluye resortes burocráticos, que actúe durante un lapso prolongado, en forma aceitada. Solo pensar en eso, eriza la piel.

Ahora bien. La matanza de Salsipuedes (no fue la única, hubo otra más, perpetrada por Bernabé Rivera en un rancho) en el otoño del año 1831 no obedeció a ninguno de los tres motivos que se indican en la definición de genocidio. No se los mató porque eran indios. De hecho, los soldados del séquito armado de Rivera eran, mayoritariamente, guaraníes. No fueron hombres blancos y rubios matando indios. Nada de eso. Tampoco hubo, por cierto, motivos religiosos y mucho menos políticos. No hubo de por medio ninguna cuestión ideológica. La verdad es terriblemente prosaica: los charrúas estaban cometiendo todo tipo de tropelías y Rivera decidió terminar con ese estado de cosas.

Para ello, Rivera no puso en marcha ninguna maquinaria de destrucción. El Estado era casi inexistente y sus recursos escasos. Tampoco había un ejército nacional, que se formaría recién después de la Guerra de Paraguay. O sea que sostener - como se hace - que en Salsipuedes el Ejército cometió "el primer crimen de Estado" es absolutamente falso. No mataron a mujeres, niños o ancianos. Lo que ocurrió es que los repartieron - en un sistema de semiesclavitud- entre las familias pudientes. No hubo ningún genocidio. Aunque sí se puede hablar de un etnocidio.

Pero hay un drama profundo en este episodio que se resume en la pregunta que hace el cacique Venado cuando recibe en la espalda el balazo de Rivera: "¿Don Frutos, matando amigos?". Esa es la clave. Los charrúas tenían valores, como la amistad. Rivera no era su enemigo. Todo lo contrario. De ahí la perplejidad del cacique Venado antes de caer muerto. Rivera, por motivos nunca del todo claros, no los enfrentó a campo abierto ni les tendió una emboscada. Fue una trampa ladina. Los invitó a una reunión, asado y bebida de por medio, esperó que bajaran la guardia y los atacó. Ni los defensores más acérrimos de Rivera pueden obviar esto.

Ahora bien, si leemos la prensa de la época y los relatos, ningún sector social, político o religioso protestó por esta acción de Rivera. Es más: no faltaron los aplausos de aquella sociedad oriental de principios del siglo XIX. Nadie parece haberse preocupado mucho por la suerte corrida por los prisioneros charrúas que pasaron a realizar tareas de servidumbre ni por el grupo que fue embarcado a París. La historia nunca ocultó este episodio. Es más, en la década del '30 se inauguró en el Prado el monumento a los "últimos charrúas". En realidad, no fueron los últimos, lo que pasó es que los charrúas que quedaron en el país se mezclaron con el resto de la población y la etnia se borró.

Durante décadas y décadas este fue un episodio menor de la historia uruguaya. Más allá del tema de la "garra charrúa" (surgido en enero de 1935 durante el Sudamericano de Fútbol de Santa Beatriz) nadie le daba mucha importancia a la matanza de Salsipuedes. Pero en los años ochenta la obra "Salsipuedes" de Alberto Restuccia y la excelente novela "Bernabé, Bernabé" de Tomás de Mattos, pusieron el tema en la agenda pública hasta hoy.

En el reportaje que me hizo Marcos Methol dije que a Tomás de Mattos la novela se le escapó de las manos y hay quien lo interpretó como un juicio negativo hacia su obra. Obviamente, quien me hizo este comentario no leyó "El Pardejón" donde, en uno de sus párrafos, le rindo un homenaje literario a esa novela icónica. Lo que quise decir es que "Bernabé, Bernabé" fue concebida como la historia de un héroe trágico (Bernabé Rivera) pero por imperio de la situación política vigente en el momento que la obra se publicó - el debate sobre los derechos humanos, las víctimas del terrorismo de Estado y sus consecuencias - los charrúas pasaron a simbolizar a esas víctimas de un poder despótico en nuestra historia reciente. Por eso no es difícil empatizar con ellos.

Finalmente, un tema aparte: también me han criticado porque en esa entrevista de La Mañana yo habría dicho que nunca sufrí discriminación racial. De ninguna manera. Si se lee atentamente, Marcos Methol me pregunta específicamente si yo había sido discriminado en mi pasaje por la UdelaR. Y yo le respondo que no, que "jamás de los jamases". Dije la más pura verdad. Hubiese sido una infamia con mis compañeros de estudio y mis profesores decir lo contrario. Si, en cambio, me hubiese preguntado: "¿ A lo largo de tu vida sufriste la discriminación?, otra muy diferente habría sido mi respuesta.

Así de simple.

 

ROMEO PÉREZ


Estimado Jorge:

Como conozco tu honestidad intelectual y tu seriedad de investigador, me ha dolido la referencia que hacés, muy sumariamente, a Manuel Oribe en la entrevista que te hizo Marcos Methol.

No me extenderé respecto del juicio general sobre Rivera, pero quiero decirte que me parece muy injusto (y muy inexacto, historiográficamente) afirmar que Rivera combatió con Artigas casi hasta el final mientras Oribe se fue para Buenos Aires. Supongo que aludís a que Oribe, junto con su hermano Ignacio y siguiendo ambos al General Rufino Bauzá, dejaron el ejército artiguista y pasaron a Buenos Aires, donde continuaron sin interrupción el servicio a la insurrección comenzada en mayo de 1810. Bauzá y los Oribe tuvieron razones muy graves y concretas para tomar esa actitud, que no solo no los mancha sino que los enaltece, salvo que hagamos de Artigas el mito absoluto, en relación con el cual ha de establecerse y graduarse la validez de la conducta de todos los demás ciudadanos, en esa época y después.

Manuel Oribe va a retornar a Montevideo en el período cisplatino y se va a incorporar al regimiento de orientales que comandaba Fructuoso Rivera en su calidad de oficial del Imperio de Brasil. Pero los comportamientos de uno y otro fueron disímiles hasta lo antagónico durante la dominación brasileña.

Rivera combatió todos esos años, hasta el abrazo (?) del Monzón, con el Imperio y por el Imperio, a menudo contra muchos orientales. Oribe, en cambio, volvió a Montevideo para combatir a los invasores y de allí su incorporación a los Caballeros Orientales y su actuación como jefe del alzamiento contra Lecor y su régimen que culminó en la Batalla de Casavalle, desfavorable para los patriotas orientales.

No tengo que decirte que fue el segundo jefe de los Treinta y Tres, que fue heroico y decisivo en Ituzaingó, como lo había sido en Sarandí. Y no me olvido de la campaña de Rivera en las Misiones Orientales.

Quería recordarte, por último, que durante la presidencia de Rivera floreció el comercio de esclavos en la República Oriental, en violación de la Constitución vigente, lo que reprimió con toda energía Manuel Oribe al suceder a Rivera en la presidencia (puedes leer al respecto a Eduardo Acevedo hijo, en los Anales, primer tomo; te remito a una fuente colorada, no blanca).

Y será Oribe durante su presidencia con sede en el Cerrito el que abolirá definitivamente la esclavitud en nuestra República, abolición verdadera y no aparente como la decretada poco antes por el Gobierno de la Defensa, que se traducía en la leva forzosa de esclavos para servir, como carne de cañón, sin consultar su voluntad, en un regimiento especial. Al fallecer Oribe, como no dudo que conoces bien, los representantes de la comunidad afrouruguaya entregaron a su viuda un elocuente testimonio de cómo reconocía y recordaba esa comunidad a don Manuel Oribe.

Un abrazo.

 

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2021-02-18T00:01:00