Frutas y erotismo: el placer en la literatura

Alejandro Carreño T.

Contenido de la edición 23.02.2025

 

El sexo es el motor que mueve la humanidad. Se alimenta de todo lo que el hombre es en su naturaleza hecha de carne y de sueños. La Historia, con sus mitos y leyendas, lo han ilustrado en la guerra y en la poesía. Ha sido el delirio y la sublimación de unos y el fracaso y la perdición de otros. Es fuente de inspiración y deseos y el amor se cubre con su vigor y potencia, tal como lo entiende José Ortega y Gasset: "No hay amor sin instinto sexual. El amor usa de este instinto como de una fuerza brutal, como el bergantín usa el viento". La literatura se ha enriquecido con él y él se ha poetizado con ella y revestido de símbolos. Como las frutas, por ejemplo, cuya resonancia simbólica enriquece metafóricamente el contenido poético-narrativo en que ellas se encuentran. "Es tu seno paraíso de granados / con frutos exquisitos", le dice Él a Ella en Cantar de los Cantares (4:13). La granada simboliza la fecundidad, nos dice Juan-Eduardo Cirlot en su Diccionario de Símbolos (Labor, 1969). Y en el capítulo XVIII (Epitalamio: 7: 7, 8 y 9), varias frutas son utilizadas por el poeta para metaforizar el cuerpo de la mujer descrito con un profundo sentido sensual y poético: "¡Qué dulce y bello es / el amor en las delicias / Asemeja tu talle a una palmera / y tus pechos a los racimos. / Yo pensé: treparé a la palmera / a recoger sus dátiles; / tus pechos son racimos de uvas, / tu aliento, aroma de manzanas, / tu paladar un vino exquisito".

La granada es "símbolo de la fecundidad por la cantidad de granos encarnados y jugosos que encierra cada fruta", señala Elbia Haydée Difabio en su ensayo "Presencia de la fruta en la literatura griega antigua" (Estudios Avanzados,16 de diciembre de 2011, p.18). Y su presencia en Cantar de los Cantares, asociada a otras frutas, nos pinta un cuadro paradisiaco en que amor, erotismo y sensualidad son el marco de un locus amoenus en el que yacen Él y Ella: "Ven, amado mío, salgamos al campo, / pernoctemos entre los cipreses; amanezcamos entre las viñas. / Veremos si las vides ya florecen, / si echan flores los granados; 7 y allí te daré mis amores" (Epitalamio, 7: 11, 12 y 13). Las uvas, como las granadas, son también un símbolo de fertilidad, aunque en ocasiones aparecen descritas con una exuberante carga erótica. En un texto antológico que descubrí leyendo el ensayo "Apreciación de la fruta en obras literarias. (III): la fruta del Campo Lindo", de Amalia Castro et al (Literatura y Lingüística N. 29, pp.189 a 210), sobre la temática de la fruta en el campo chileno, me encontré con este poema titulado "La finca de don Chuma", una historia de amor en la que las uvas metaforizan la relación sexual construida sobre la base de la comunicación humana, salpicada con los colores propios del lenguaje de la gente de campo:

"Yo fui viña con tus manos me cultivaste(s) / las uvas las cosechaste(s) / y con ellas / tú gozaste. / Te fuiste y me dejaste(s) sin saber por qué". Las uvas como símbolo de la mujer consciente de que su cuerpo fue tocado, acariciado y gozado por el hombre que un día la abandonó ante la presencia de quien él cree que es un amante: "Sí en verdad tú eras mi viña / Con mis manos te cultivé / La cosecha era muy buena / Yo a ella la saborié, / Me fui y te dejé / Porque un ladrón me encontré". Pero las uvas no se encuentran en el listado de los frutos afrodisiacos, aunque estén asociadas a Dioniso, el dios que encarna el símbolo del exceso y la desmesura de los hombres. En su Dicionário dos Símbolos, Círculo do Livro, 1990, Herder Lexicon señala que Dioniso es "o deus do êxtase". Y Ángel González Vera en su libro Influencia de los afrodisíacos y el erotismo en la gastronomía, nos dice que "ninguna fiesta de la Antigüedad que se preciase podía carecer de ellas; la uva era la fruta asociada con el placer y la fertilidad, y con Dionisio, Príapo, Baco y cuanto dios alegre exista, porque de la uva se hace el vino, y sin vino el regocijo y el jolgorio bajan muchos tonos" (Cuadernos de Aragón, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2011). Para González, la manzana y la uva "son las que reinan" sobre los otros afrodisiacos.

En su citado ensayo, Difabio dice que "La reina será decididamente la uva, por su transformación en la bebida predilecta de los griegos: el vino. Además las frutas encarnan símbolos eróticos, sobre todo la manzana [...]. Y, en el apartado dedicado a los Idilios, Teócrito (III a.C.), señala que "de los treinta idilios conservados exactamente la mitad aluden a frutas, ya sea porque forman parte del paisaje, ya porque son obsequios entre los protagonistas, ya porque impliquen símbolos eróticos o sean galanterías masculinas o epítetos de dioses". Así, por ejemplo, en el Idilio X, verso 42, Deméter es "rica en frutos". Y en el Idilio XI, verso 39, el cíclope Polifemo llama a su amada ninfa, Galatea, "dulce manzana mía". Por último, en el Idilio 27, verso 50, los pechos femeninos son "aterciopeladas manzanitas". Para los lectores que leen en portugués, recomiendo la tesis doctoral de Érico Nogueira, Verdade, contenda e poesía nos Idílios de Teócrito, Universidade de São Paulo, Faculdade de Filosofia, Letra e Ciências Humanas, Departamento de Letras Clássicas e Vernáculas, 2012. En la Segunda Parte presenta el texto completo de 26 Idilios). La presentación de los Idilios es acompañada por comentarios y notas que enriquecen su comprensión.

Mito, creencia o ciencia, lo cierto es que las frutas se encuentran en todas las culturas como símbolos afrodisiacos de la sensualidad, del placer y del erotismo: la sexualidad. De hecho, la RAE define el concepto como sustancia "que estimula el apetito sexual". Del amplio espectro de las frutas afrodisíacas que puebla no solamente la literatura, sino también el arte figurativo, la manzana es simbolizada como la fruta prohibida, la fruta del pecado. Pero también la fruta de la discordia asociada a la belleza de la mujer-diosa. Esta "aterciopelada manzanita" carga en su erotismo el peso ingrato e injusto de ser la responsable de la seducción de Adán, tentado por Eva en el bucólico Paraíso. Esta "aterciopelada manzanita" de Teócrito revela en la pareja bíblica la vergüenza del pecado que representa la desnudez de sus cuerpos. Haber comido del Árbol de la Ciencia, que no es otra cosa que perder la pureza al momento de conocer el bien y el mal, les significó la expulsión de Paraíso y las penurias del hombre en la Tierra. Pero también, el placer y el goce encarnados en la relación de un hombre y una mujer. Con todo, la Biblia es un texto literario, y como tal, despliega no solo su "polivalencia erótica", como dice Reina Rofeé, sino también su versatilidad narrativa en la construcción de su poesía que ha sido fuente de inspiración a lo largo de la historia de la Humanidad.

La citada Rofeé señala en su artículo "Sexualidad, erotismo y pornografía femenina en la literatura", publicado en Revista Crisis el 23 de octubre de 2020 que "Toda obra literaria despliega en su polivalencia una erótica. Velada o manifiesta, ésta es materia primordial (a veces inconsciente y otras tendenciosamente intencionada) del mundo de relaciones". Y la Biblia, como texto literario que también lo es, no es la excepción. Pero el erotismo que se le atribuye a la "aterciopelada manzanita" de Teócrito en ella, no es más que un mito sexual sin ningún fundamento en el texto bíblico. La culpa de este mito sexual la tiene Jerónimo de Estridón, san Jerónimo, que tradujo la Biblia del hebreo y del griego al latín, encargada por el papa Dámaso I (siglo IV d.C., a partir del año 382). Esta biblia se conoce como la Vulgata, de vulgata editio, que significa "edición para el pueblo". En ella Jerónimo confundió el sustantivo malus (manzano) con el adjetivo malus (mal). El texto original del Génesis en la biblia latina es lignus scientiae boni et mali (árbol del conocimiento del bien y del mal).

Vulgata latina antigua (Wikipedia)

Del mismo modo que en Cantar de los Cantares, los árboles frutales componen un cuadro bucólico en el que el erotismo que mana de Él y Ella todo lo envuelve, en El Mago Merlín, de Robert de Boron, Merlín, con sus poderes sobrenaturales, convierte un bosque horroroso en una floresta propia de un paisaje pastoril en que la naturaleza florida y generosa en árboles frutales, es el marco bucólico para que el mago disfrute del placer y goce de la compañía de su amada Viviana: "Mi querida Viviana, este bosque parece horroroso, pero el amor sabe embellecerlo todo; hagamos de él una soledad encantadora, forcemos a la naturaleza a cambiar por completo de aspecto y que este desierto se convierta en un santuario del placer". Y la magia de la palabra, más que la magia de Merlín, que todo lo transforma, convierte el bosque deprimente, impropio para el placer del amor, en un locus amoenus donde reine la primavera perpetua: "Los árboles, cargados al mismo tiempo de flores y frutos, servían de refugio a una infinidad de pájaros cuyos gorjeos deleitaban el oído, al mismo tiempo que la belleza de su plumaje asombraba los ojos; un aire puro y sereno debía animar siempre esta región, donde reinaba una primavera perpetua" (Pablo Lacoste y Amalia Castro, "Apreciación de la fruta en obras literarias (I): entre poemas épicos y viajeros (siglos VIII-XVI)", Literatura y Lingüística N. 26, 2012).

Las frutas, implícita o explícitamente, han metaforizado la relación amorosa del hombre y la mujer, con su erotismo y sexualidad que la literatura y el mito les han construido en todas las culturas, en todos los tiempos. Si el texto de Boron es un canto a la naturaleza paradisiaca aquí en la tierra, repleta de flores y árboles frutales para que Merlín y Viviana disfruten de una eterna primavera, el poema "Amor de frutas", de la poeta nicaragüense Gioconda Belli, es el canto desenfrenado del erotismo que emana de las frutas, para desgranarse en versos inundados de sexualidad: "Dejame rodar manzanas en tu sexo, / néctares de mango, / carne de fresas: / Tu cuerpo son todas las frutas". Es un poema voraz en su carga semántica cuyo hablante lírico, una mujer, se entrega sin pudores al placer carnal. "Te abrazo y corren las mandarinas. / Te beso y las uvas sueltan / el vino oculto de su corazón / sobre mi boca". Y el hombre, erotizado su cuerpo por el lenguaje de las frutas, es consumido por los néctares de la naturaleza: "Mi lengua siente en tus brazos / el zumo dulce de las naranjas. / Y en tus piernas el promegranate (sic) / esconde sus semillas incitantes. / Dejame que coseche los frutos de agua / que sudan en tus poros / ¡Mi hombre de limones y duraznos! / Dame a beber fuentes de melocotones y bananos, / racimos de cerezas".

En "Amor de frutas", del libro Apogeo, (Universidad Externado de Colombia Decanatura Cultural, N. 165, 2020, Editorial Nomos S.A.), el mito de la expulsión del paraíso se nos presenta por medio de la voz de un hablante despojada de los tabúes sexuales que han coartado la manifestación más profundamente humana del deseo. El cuerpo del hombre, que las frutas recorren poética y minuciosamente, es para ella la propia descripción del paraíso perdido al que se aferra con determinación y del que ningún Dios podrá jamás expulsarla: "Tu cuerpo es el paraíso perdido / Del que nunca jamás / ningún Dios / podrá expulsarme". El poema "Amor de frutas" consagra el pecado original simbolizado con la expulsión del Paraíso, e instala en la tierra el paraíso humano de adanes y evas con sus cruces y sufrimientos, pero también con sus cuerpos y sus almas que se lazan, entrelazan y erotizan no solo en busca del placer, sino también para perpetuar el pecado original. En este sentido, el sexo, representado por la sexualidad que rodea el pecado original y su expulsión del Paraíso es, como dice Nietzsche "una trampa de la naturaleza para no extinguirse".

Miguel Ángel. Pecado original y expulsión del Paraíso terrenal, 1509, Capilla Sixtina (Wikipedia)

Las frutas del amor desprenden sus sápidos sabores del placer y erotismo del sudor, que inundan los "frutos de agua" que emanan de los poros humanos. En el poema "Tus senos", de Rodolfo Jaramillo Ángel, los pechos femeninos son "dos pomos pulidos / que llevan a los sentidos / sed de pecados eternos". En cuanto que, en el poema dedicado a las fresas, de Leidy Bernal, la sexualidad que irradia la fruta se describe ya en el primer verso: "La fresa a mi boca", para luego recorrer los recovecos del cuerpo humano: "De la fresa a mi cuerpo / cruzo por mi sexo de carne dulce. / A mi sexo de carne y jugo de fresa [...], para ser toda ella "Jugo de fresa que emana de mí" hasta confundirse con la fruta, en una conjunción de deseo y pecado: "Mi lengua, fresa en la boca / que se come a sí misma". Se perpetúa el pecado original y se perpetúa el símbolo de la fruta como placer de la sexualidad en sus diversas formas. En el poema "Afrodisia", de Humberto Senegal, las nalgas de la amada son, por ejemplo, el durazno, en una descripción poética de fuerte contenido erótico: "Amada, entrando por entre tus nalgas / de durazno, / debo asirme a lamentos silenciados / para no hundirme tan de prisa", y que termina en la conjunción de dos cuerpos que son una sola y placentera unidad sexual: "Blanca luz que nos desintegra, AMADA. / Y que nos funde hasta quedarnos / unidos en el sueño: tú sin querer huir de mí, / yo sin poder salir de ti".

Los poemas citados se encuentran en el libro Poesía amorosa y erótica del Quindío, (Biblioteca de Autores Quindianos, Secretaría de Cultura, Gobernación del Quindío, Universidad del Quindío, Armenia, Colombia, 2011). "No hay amor sin instinto sexual", decía Ortega y Gasset. Esa "fuerza brutal" que yace en la naturaleza humana y que es fuente de inspiración y deseo. Y la poesía, también la que nos habla de erotismo y sexualidad, es inspiración e imaginación: "En todo encuentro erótico hay un personaje invisible y siempre activo: la imaginación", dijo Octavio Paz. La imaginación crea realidades en las cuales el erotismo se abre en su abanico sexual a todas las posibilidades. En un poema excepcional de Walt Whitman, "Una mujer me espera", de su clásico libro Hojas de hierba, el sexo ocupa todos los espacios del ser humano, su ser interior y su ser exterior: "Una mujer me espera y no falta nada, / Pero todo faltaría si faltara el sexo, o si faltara la simiente del hombre suyo. El sexo todo lo contiene: cuerpo, almas, / Significaciones, pruebas, purezas, delicadezas, resultados y anunciaciones, / Cantos, órdenes, salud, soberbia, el misterio de la maternidad, la leche seminal, / Todas las esperanzas, favores, dones, todas las pasiones, amores, bellezas, delicias de la tierra, / Todos los gobiernos, jueces, dioses, jefes de la tierra. / A todos los contiene el sexo, como partes suyas y justificaciones suyas. / Sin rubor, el hombre a quien amo sabe y pregona lo deleitable de su sexo, / Sin rubor la mujer que amo sabe y pregona lo deleitable de su sexo" (Selección, traducción y prólogo de Jorge Luis Borges, de acuerdo con la versión definitiva de Hojas de Hierba editada por Harold W. Blodgett y Sculley Bradley, Nueva York 1965, Barcelona, 1991. En InfoLibros.org, se encuentra otra versión en español, una en portugués y una tercera en inglés.

Cantar de los Cantares, "Amor de Frutas" y "Una mujer me espera", así como los varios ejemplos que hemos seleccionado para este ensayo, representan momentos de la historia del erotismo y la sexualidad en la literatura, en los que la perpetuidad del pecado original, el instinto sexual orteguiano y el mundo de Whitman, con sus placeres que envuelven el cielo y la tierra, a dioses y hombres, nos perpetúan también un mundo en que la poesía trae consigo ese personaje invisible que es la imaginación.

 

ALEJANDRO CARREÑO T.

Profesor de Castellano, magíster en Comunicación y Semiótica,

doctor en Comunicación. Columnista y ensayista (Chile) 

 

Imagen de portada: adhocFOTOS/Nicolás Celaya


 

Archivo
2025-02-23T14:11:00