Historias olímpicas – Capítulo III: México 1968, el silencio de Tlatelolco

Matías Mateus

A falta 10 días para la inauguración de los Juegos Olímpicos, los primeros en la historia que se disputarían en Latinoamérica, un mitin convocado por el Consejo Nacional de Huelga en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco es disuelto con saña, tiñendo de sangre la antesala de la mayor fiesta del deporte. 

Contenido de la edición 20.05.2021

 

En 1968 los Juegos Olímpicos arribarían por primera vez a Latinoamérica. Uno de los principales promotores de la candidatura fue Miguel Alemán Valdés, presidente mexicano entre los años 1946 y 1952, consciente de la posibilidad que otorga organizar un evento de ese calibre, para mostrarle al mundo una imagen más precisa del país y de su gente, muchas veces denigrada y humillada por el cine hollywoodense.

Avery Brundage, por entonces presidente del Comité Olímpico Internacional, apoyó la propuesta de Alemán Valdés; sin embargo, la primera vez que Ciudad de México postuló para albergar los Juegos, quedó eliminada en la segunda ronda de votación.

En 1955 la capital mexicana organizó los Juegos Panamericanos, antecedente positivo, que, sumado a la construcción del Estadio Olímpico Universitario e importantes obras de infraestructura civil como un nuevo aeropuerto y varias vías terrestres, robustecieron los méritos para una segunda postulación.   

En la 60ª sesión del COI, en la ciudad Baden-Baden de Alemania Occidental, finalmente Ciudad de México se impuso con 30 votos a favor, sobre los 14 que recibió Detroit, los 12 de Lyon y los 2 de Buenos Aires. Si bien el resultado fue contundente, la sede que organizaría los Juegos de la XIX Olimpiada tuvo sus críticas y resistencias. Por un lado, se trataba de llevar la fiesta olímpica a un país subdesarrollado, cosa de la que dudaban los más escépticos; y, por otra parte, el promedio de altitud de la ciudad ronda los 2200 metros sobre el nivel del mar, factor que podría incidir en el rendimiento de los atletas, beneficiando a algunos y perjudicando a otros. Esta particularidad fue determinante para la obtención de algunas marcas olímpicas y mundiales, pero de eso hablaremos en otro momento.

El presidente Gustavo Díaz Ordaz aplaudiendo sonriente durante la inauguración de los JJOO. Fuente: Mediateca INAH

¿Qué estaba pasando en 1968? Absolutamente de todo. La Guerra Fría marcaba el ritmo y la agenda política del planeta: la amenaza nuclear y la carrera espacial como dos ejemplos de las tensiones permanentes entre los dos bloques. El 4 de abril se perpetró el asesinato de Martin Luther King en la ciudad de Memphis.  En la primavera europea se había vivido el Mayo Francés. La Guerra de Vietnam provocó movimientos antibelicistas en los Estados Unidos en donde las autoridades no escatimaron al momento de aplicar la fuerza. Solo a modo de ejemplo puede mencionarse la manifestación convocada para el mes de agosto en la Convención Nacional Demócrata, que a la dura represión hubo que agregarle el juicio de imparcialidad dudosa en contra de los "Siete de Chicago", acusados de conspiración e incitación a la violencia. Ese mismo mes las tropas de los países socialistas miembros del Pacto de Varsovia invadían Checoslovaquia.

Latinoamérica estaba lejos de vivir un periodo de armonía. Brasil, Bolivia, Perú y Paraguay estaban sumidos en sangrientas dictaduras militares. En el resto de los países del continente, diferentes movimientos sociales y grupos armados irrumpían en escena con la pretensión de frenar la embestida de los gobiernos autoritarios, apoyados por la CIA y por la Escuela de las Américas del ejército estadounidense, que venía adiestrando desde 1946 a los seres más funestos de esta zona del globo.

México no era ajeno a lo que sucedía en la región ni en el mundo. El Partido Revolucionario Institucional (PRI), facción política que se autoproclamaba como la heredera de una revolución social, venía gobernando desde hacía 39 años de un modo autoritario. El gobierno controlaba todos los sectores del Estado, sindicatos, patronales, medios de comunicación; excepto el movimiento estudiantil de la Universidad, el Instituto Politécnico Nacional y las preparatorias, que, atentas a los movimientos sociales y estudiantiles de Latinoamérica y del resto del mundo, encendieron la mecha de la rebeldía.

Sin embargo, esa olla a presión terminó por estallar luego de un pleito entre alumnos de las Vocacionales 2 y 5 del Instituto Politécnico Nacional y estudiantes del preparatorio Isaac Ochoterena, recientemente anexada a la UNAM. Este episodio, ocurrido el 23 de julio de 1968, fue disuelto después de una intervención violenta por parte de los granaderos, que actuaron especialmente en la Vocacional 5, reprimiendo a alumnos y docentes.

Este suceso provocó una manifestación convocada para el 26 de julio en la Alameda Central, donde se encuentran con una manifestación de jóvenes comunistas, con quienes deciden marchar hacia el Zócalo. En un país dominado por el autoritarismo y la exacerbada violencia por parte de las fuerzas públicas, no cabía otro final para esa marcha: el cuerpo de Granaderos interviene reprimiendo, pero los enfrentamientos entre granaderos, militares y estudiantes no terminan de inmediato. Continúan durante cuatro noches más, hasta que el ejército ingresa al Colegio Nacional San Ildefonso, sede de la Escuela Nacional Preparatoria, después de derribar la puerta de un disparo de bazuca.

El 1 de agosto, el rector de la Universidad Nacional, ingeniero Javier Barros Sierra, en la explanada de la rectoría, pronuncia un discurso en defensa de la autonomía de las universidades y de los estudiantes que estaban siendo criminalizados por las autoridades y la prensa que los tildaban de "agitadores comunistas"; y encabeza una marcha a la que se le unen más de 80.000 personas.

El 2 de agosto se formó el Consejo Nacional de Huelga (CNH), integrado por los estudiantes de la UNAM, del Instituto Politécnico Nacional y más de 70 instituciones educativas del todo el país; y dos días después, el 4 de agosto, hacen público un Pliegue Petitorio reclamando el cese de la violencia y un diálogo público con el presidente Gustavo Díaz Ordaz. En el pliegue se exigía la liberación de los presos políticos, la disolución del cuerpo de Granaderos, destitución de jefes policiales, indemnización a las familias víctimas de muertos y heridos desde el comienzo del movimiento, y la eliminación de los artículos 145 y 145bis del Código Penal relativos al delito de disolución social.

El movimiento debió ingeniárselas para organizar "mítines relámpago", cosa de no ser capturados por la policía, en donde las brigadas del CNH trasladaron a la opinión pública el contenido del Pliegue Petitorio.

Finalizando agosto y a menos de 45 días del inicio de los Juegos Olímpicos, una multitudinaria marcha partió desde el Museo de Antropología hasta el Zócalo, exigiendo el diálogo con Díaz Ordaz. A la mañana siguiente, el 28 de agosto, el gobierno convocó a una concentración en el zócalo en repudio al "agravio a la bandera" perpetrado por el movimiento estudiantil. Dicha movilización se convirtió en un acto de protesta, puesto que los allí presentes fueron obligados a asistir por ser empleados del Estado, e imitando el balido de las ovejas cantaron: "nos traen, beee, beee, somos borregos".

El clima de por sí tenso, lejos de aplacarse, continúa caldeándose con el discurso amenazador del Presidente, dado el 1 de setiembre, en el que anuncia que dispondría de las tres fuerzas para mantener la seguridad de la nación amparado en el artículo 89 de la Constitución: "Hemos sido tolerantes, hasta exceso criticados y no podemos permitir ya, que se siga quebrantando irremisiblemente el orden jurídico, como a los ojos de "todo mondo" ha venido sucediendo", afirmó.

El 13 de setiembre se convoca una marcha en silencio, esta vez en protesta porque el presidente criminalizó a los estudiantes. Cinco días más tarde el ejército ocupa la Ciudad Universitaria, donde interrogan y revisan a 5.000 estudiantes como si fueran delincuentes. El día 23 del mismo mes, el ejército ocupa el Politécnico en el casco de Santo Tomás, tras 12 horas de disputa frente a la resistencia estudiantil.

La embestida militar y policial debilita al movimiento estudiantil a la fuerza, y la opinión pública es moldeada por los medios de comunicación, que jamás se refieren a los estudiantes como un "movimiento", sino como un grupo de "apátridas" o "forajidos". Muchas familias piden a los estudiantes que regresen a sus ciudades y Estados por miedo a que sus hijos caigan presos, heridos o muertos.

*

En la mañana del 2 de octubre, en la casa del rector de la Universidad, Javier Barros Sierra, se reúnen representantes del Consejo Nacional de Huelga y una comisión del gobierno para tratar los puntos del Pliegue Petitorio. Las negociaciones no avanzan y acuerdan continuarlas al día siguiente.

Luego de la infructífera reunión en casa del rector, el CNH convocó a un mitin en la Plaza de las Tres Culturas, en la Unidad Habitacional Tlatelolco. Para entonces, la Operación Galeana, orquestada por el secretario de Defensa Marcelino García Barragán, ya estaba en funcionamiento; el Batallón Olimpia, integrado por miembros de élite del Estado Mayor Presidencial creado para garantizar la seguridad de los Juegos, iba preparando el terreno para hacer su estreno esa misma tarde.     

El jefe del Estado Mayor Presidencial, Luis Gutiérrez Oropeza, comanda a las unidades del grupo paramilitar denominado Batallón Olimpia. Sus unidades se distribuyen por algunos de los apartamentos vacíos del Edificio Chihuahua, otros en oficinas de la sede de la Secretaría de Relaciones Exteriores y en otros edificios circundantes a la plaza.

Los líderes del CNH comenzaron la oratoria desde el balcón del tercer piso del Edificio Chihuahua, ante un auditorio de estudiantes, obreros y familias, que oscilaba entre las 8.000 y 10.000 personas. En las inmediaciones de la Plaza de las Tres Culturas, tres unidades del ejército estaban esperando la orden para disolver la congregación y capturar a los referentes del movimiento estudiantil.

Minutos antes de las 18.00, desde un helicóptero se arrojan dos bengalas de color verde. Después: el horror.  

 

Estudiantes detenidos después de la masacre de Tlatelolco: Fuente El País de Madrid/Archivo

Francotiradores del Batallón Olimpia, vestidos de civil y con un guante blanco en unas de sus manos, empiezan a disparar contra la multitud. Dos de las tres salidas de la explanada de la plaza es ocupada por los militares, que confundidos por el tiroteo, también abren fuego sin saber desde donde viene la agresión primaria. El embudo que se forma en la única salida disponible se convierte en una trampa mortal para los manifestantes que son presa de las balas, y también se convierte en una trampa para los soldados del propio ejército.

Muchos militares son heridos y muertos, y algunos otros derriban a los manifestantes con las culatas de sus rifles y los protegen de la balacera. Es que la intervención del Batallón Olimpia era confidencial para los mandos del ejército, puesto que la pretensión de abrir el fuego desde la platea de los oradores, serviría para hacer creer que el tiroteo lo comenzaron los estudiantes, y sobre todo, sería la coartada que posteriormente utilizaría Gustavo Díaz Ordaz.

Al otro día, el ejército acordonó el lugar para remover los cuerpos y lavar la plaza, antes de soltar la versión oficial de un enfrentamiento entre estudiantes y las autoridades, en la que "agitadores infiltrados" dispararon con saña y sadismo contra la policía. Gustavo Díaz Ordaz en rueda de prensa declaró: "Desde la azotea del Edificio Chihuahua dispararon perversamente contra soldados y contra sus propios compañeros; por el nerviosismo del momento y por la falta de práctica en el uso de las armas".

La cifra oficial que se reprodujo en los titulares habla de 29 muertos, y aunque aún hoy no existe una cifra exacta, se estima que las víctimas mortales de la Masacre de Tlatelolco superan los 300 y los heridos ronda el millar.

 

Enriqueta Basilio próximo a encender el pebetero olímpico. Fuente: Milenio

Solo diez días después de ese episodio triste y oscuro de la historia mexicana, el 12 de octubre de 1968, la atleta Enriqueta Basilio se convirtió en la primera mujer en encender el pebetero olímpico. Y como es tradición, el presidente ofrecería un breve discurso en el que declararía inaugurado los Juegos de la XIX Olimpiada. 

Carlos Fuentes sentenció: "El presidente Gustavo Díaz Ordaz inauguraría los juegos olímpicos con un vuelo de pichones de la paz y una sonrisa de satisfacción tan amplia en su hocico sangriento"

 

MATÍAS MATEUS

Escritor

 

Imagen de portada: Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Fuente: El Universal


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2021-05-20T00:17:00