IDA (y vuelta con) VITALE: “Vivía feliz, haciendo cosas normales”

Entrevista/Daniel Feldman

Tratar de condensar cuatro horas y media de charla con Ida Vitale no es tarea fácil, porque algo va a tener que quedar afuera, y la conversación de la Premio Cervantes 2018 tiene muy, pero muy poca cosa prescindible.

Contenido de la edición 10.12.2020

Sin embargo, aceptamos el desafío. Habíamos concretado la entrevista para un día martes, a las 15.30, y ahí estuvimos puntualmente.

Desde mis años de niño, cuando iba en bañadera a la escuela, recuerdo el edificio donde habita Ida Vitale, en un tercer piso desde el que casi se pueden tocar las olas del Río de la Plata. El transporte escolar doblaba  y me topaba con el predio con fachada semicircular, que me dejaba por largo rato elucubrando sobre cómo serían los ambientes.

Varias décadas después me pude sacar las ganas y resolver una de mis intrigas de infancia.

Todo es torcido, sale de lo normal, lo cual me gusta; no es el clásico rectángulo y los dos cuadraditos. Porque el terreno también es raro, comienza diciéndome Ida Vitale a raíz de mi comentario.

A partir de ahí, la charla fluyó, y capaz que de lo que menos hablamos fue de poesía... Sin embargo, fuimos transitando por parte de la historia, parte de su historia, vivencias, de su formación; pudimos llegar a ver algo de la persona que sostiene a la poeta. Me vino a la memoria su poema Residua

Corta la vida o larga, todo

lo que vivimos se reduce

a un gris residuo en la memoria.

 

De los antiguos viajes quedan

las enigmáticas monedas

que pretenden valores falsos.

 

De la memoria sólo sube

un vago polvo y un perfume.

¿Acaso sea la poesía?


Las terrazas son preciosas, continúa. Yo tengo una manía con las plantas, y acá puedo tenerlas, y además los pajaritos cumplen su función. Esta terraza está techada pero la otra es abierta, y me nacen plantas raras. Es como en lo de mi hija, que tiene un terreno grande en su casa, acá cerca, y su jardín no es el de los canteritos clásicos y ordenaditos... ¡Es un caos!, y aparecen cosas raras. Supongo que yo heredé algo de eso, un pajarito pasa volando y me instala algo de caos.

Pero lo tiene bien cuidado.

Sí. Hoy no desayuné. Me levanté y pensé "hace tres días que no riego". Entonces me pongo a regar, sacar yuyitos. Siempre soñé con un jardín grande, pero si lo tuviera, protestaría. Ya esto me ocupa bastante tiempo.

Este es un barrio tranquilo. Yo era de Pocitos, viví toda mi infancia en una calle que nadie -o casi nadie- conoce: Quebracho. Ahí vivía un tío.

No he vuelto a pasar por ahí. La mía era una casita nueva, que estrenamos nosotros.

Tomaba el tranvía en la esquina e iba a la escuela República Argentina. Mi tía era la directora, pero ella arrancaba tempranito. ¡Qué tiempos! Esa mujer, solterona y no muy joven, se iba de mañana para llegar al primer turno. Volvía al mediodía en un taxi para almorzar. Tenía contratado uno para eso. Luego retornaba a la escuela y seguía hasta las seis de la tarde. El día entero en la escuela. Era una escuela de práctica, además. Tenía dos enormes patios. Una muy buena escuela.

Con buenas maestras, supongo.

Tengo un muy buen recuerdo de todas mis maestras... excepto una... un personaje que después se hizo muy famosa; Celia Reyes de Viana, de quien después me enteré cómo era el personaje completo.

Famosa y no precisamente por buena.

Por ahí estaba Reina Reyes, que era el polo opuesto de esa maestra. Reina tenía más bien que ver con los Institutos Normales, que estaban en la planta alta.

Las maestras no se dan cuenta que, en realidad, tienen que cuidarse de los alumnos. En ese entonces yo tenía once años, y ya tenía la capacidad de juzgarla, a Celia, y la juzgaba. Yo veía mi cuaderno, y cuando llegué a sexto año, encontré las faltas en mis deberes de antes y sin embargo tenía sobresaliente. Entonces yo me decía: "claro, soy la sobrina de la directora".

Usted no comenzó a asistir a la escuela en primero.

Yo entré en tercero a la escuela, hasta entonces había tenido maestros particulares en casa. Estaba harta, aburrida, yo quería ir a la escuela. Pero como vivíamos en Pocitos, era difícil que alguien me llevara. Mi tía salía muy temprano. A partir de tercero sí empecé a ir. Vivían enfrente a casa unos vecinos que llevaban a la hija y también lo hacían conmigo. Lo agradecí muchísimo eso.

Ya en sexto, en todos los recreos iba a saludar a mis maestras, con excepción de Celia Reyes. No era buena maestra, y yo me daba cuenta. Schiapacasse, una italiana, era mi maestra de quinto, y a la de sexto la adoré, que también fue profesora de historia natural (antes se llamaba así la materia) en el liceo. Era una mujer muy dedicada a las clases, Cúneo de apellido. Oriunda de Rosario, en el departamento de Colonia, estaba sola acá. Era estupenda. Teníamos un arreglo con mi tía, la directora, y de cuando en cuando Cúneo me llevaba a sus "excursiones", porque las clases siempre eran con bichos que había encontrado, plantas que traía. La acompañaba a esas colectas de especímenes. Yo era consciente de que tenía que portarme muy bien.

Era una privilegiada entonces.

Era, sí. Yo me llevaba muy bien con ella. Y enganchaba por el tema. Tuve una tía que no llegué a conocer, murió muy joven, también llamada Ida, como yo. Era maestra de sordomudos. Fue a estudiar a Buenos Aires, porque acá no se enseñaba eso. Murió mi abuelo y no había mucho dinero para mandarle, mi abuela no tenía. Ella, en Buenos Aires, casi no comía para poder seguir estudiando, y volvió tuberculosa. No la llegué a conocer, pero todos la adoraban, mis tíos, mi padre. Le interesaba mucho la historia natural, así que me encontré con una biblioteca abundante. Fueron los primeros libros que leí, aparte de los específicos para niños. Todo eso me resultaba muy respetable, porque lo unía a esa tía venerada. Y como a Cúneo le gustaba todo eso también, se convirtió en mi maestra favorita.

Pero finalmente terminó inclinándose por las letras.

Sí (me dice con un gesto como preguntando ¿qué quiere?). En mi casa había una biblioteca, en mi cuarto, que fue de esa tía, y tenía muchos libros, con una cantidad importante en italiano y en francés;  en un mueble donde estaba el teléfono. Yo los miraba a diario, porque era la que atendía el teléfono; pasaba y pasaba las hojas, a ver si por ósmosis me entraba.

Después tuve la suerte de tener una profesora de francés maravillosa, madame Bohemier, en el Elbio Fernández. Era una señora impecable. En primer lugar, era muy guapa, muy elegante, entonces nos servía de modelo. Era muy gentil.

En mis épocas de liceal teníamos francés desde primero hasta primero de Preparatorio (5º año de hoy), y con esos cinco años quedabas bárbara. En cambio en inglés, tuve un desastre. Era una persona muy conocida, parece que famosa como profesora particular... no tenía el menor control de la clase, y además era ceceosa, entonces una percibía que su versión del inglés no era la habitual. Pobre, le hacíamos pasar las de Caín. Después aprendí  inglés por mi cuenta, sola, y la cosa no marchó igual. Mi inglés no es bueno como el francés.

¿Y el italiano?

En italiano tuvimos otra fenómena. ¡Estupenda! Una mujer que vino en barco huyendo de la guerra. Insistió en la gramática durante un año, y yo salí leyendo en italiano. Era una persona ya mayor, todo lo contrario de madame Bohemier. La vimos entrar y todos nos miramos y comenzamos a fastidiar. Pensamos que iba a ser un relajo. ¡Nos domó en la primera clase! Recuerdo que dijo "yo vengo a trabajar, vengo desde mi país del que tuve que irme porque había guerra...".  Quedamos como en misa por el resto del año. Y aprendimos. ¡Es tan importante la comunicación que se establece con el alumno!

No hay una receta para eso, va en la persona, en cómo se planta ante la clase.

Esta iba pobremente vestida, se veía que vino como pudo, con lo que tenía puesto. Madame Bohemier nos había vuelto devotas de ella, y esta nos convirtió en protectoras, nos parecía que teníamos que hacer algo para ayudarla. Era muy buena docente.

Lenguas es de las cosas que una más tendría que aprender. Matemáticas, sumar, restar, interpretar un texto, y no mucho más; después el que quiera seguir una carrera determinada, que se rompa el lomo con eso. La capacidad de los niños para aprender una lengua es mucho mayor que la de un adulto.

Yo estaba obsesionada con las lenguas. Hubo una época que me puse a estudiar esperanto... ¡¿Para qué?! Pero estaba obsesionada; el tener libros que no podía leer me ponía mal.

Incluso empecé a estudiar alemán, que me fascinaba, pero eso ya era complicado.

También estudió canto, según me dijeron

Sí, lo hice durante tres años, y por pura admiración. Yo iba seguido al Ateneo, y un día cantaba Olga Line, no sé si la escuchó nombrar.

No, la verdad que no.

Bueno, yo tengo 97 años, así que ella ya debe haber muerto... era estupenda, tenía una escuela alemana impecable. No era cantante de ópera, le gustaba el lieder. Un día escuché un concierto de ella, con músicas de Schubert y Schumann. Me dije: "esto no puede suceder solo una vez en mi vida, tengo que seguir oyéndolo". Era una mujer de una gran timidez, y cobraba poquísimo por dar clases. Se había casado, había tenido una hija y un hijo, y el marido la abandonó para irse a Buenos Aires con una bailarina. Ella, de una manera muy heroica para la época, crió sola a los hijos, manteniéndose con sus clases. Hubo un tiempo en que todos los nombres importantes que cantaban, hombres o mujeres, habían pasado por sus manos.

Y no se arrepiente.

Es algo de lo que no me arrepiento haber ido a sus clases. Ya de antes me gustaba la música. Y le decía: "Olga, no se preocupe, yo no voy a ser cantante"; para mí eso era un placer. Pero ella me insistía, y me decía "no, no, usted tiene impostación natural, eso es muy bueno". Sería que yo le ponía entusiasmo.

¿Se lo pagaba usted?

Sí, lo pagaba con la plata que me daban para ir al cine.

¿A qué edad fue eso?

Cuando entraba a Facultad; hice un poco de Facultad de Derecho. Sorprendentemente, me daban bastante libertad para poder hacer esas cosas por mi cuenta, pero sin embargo nunca dije en casa que estaba estudiando canto, porque lo hubieran considerado un perdedero de tiempo. Es tal vez la única cosa de la que nunca me arrepentiría, aunque hubiera perdido tiempo.

Bueno, son cosas que uno se da el gusto de hacer.

Claro. Olga estaba tristísima porque yo no pensaba dedicarme al canto. El derecho tampoco creo que me servía, pero a la larga una tiene la sensación que hace bien para la vida aprender ciertos códigos.

Sin embargo los idiomas sí fueron parte importante de su trabajo intelectual.

Sí. Sigo sintiendo que lo cultural es lo francés. Yo empecé a traducir a partir del francés que aprendí en el liceo. Lo primero que traduje fue antes de emigrar; fue como una especie de curso que me hice, porque a veces demoraba horas con una palabra, buscando en el diccionario e investigando. Cuando me fui a México, no diré que viví de eso, pero me dediqué mucho. No había mucha gente que manejara el francés, se estudiaba mucho más inglés. Italiano ni qué hablar. Me pagaban más por traducir del italiano que del francés.

La primera vez que traduje había un español que era el que supervisaba en Fondo de Cultura Económica. Yo le agradecí y al final él me dijo: "bueno, es que a veces uno se da el gusto de elegir una alumna". Yo le agradecía cada corrección; otros se ponían furiosos cuando les corregían. Para mí era aprender. No solo me corregía, sino que después me recomendaba a la editorial.

Los mexicanos fueron muy ayudadores. Primero recibieron muchos españoles. Ellos decían "bueno, nosotros los ayudamos, pero cómo nos ayudaron ellos". La gente que salió de España era lo mejor.

Nutrieron la cultura local.

En México se sentían muy orgullosos de eso. Tanta gente salió de España a México. Hay cosas que han sido creadas por esa corriente migratoria de exiliados. Bueno, el propio papel que tuvieron en Fondo de Cultura Económica. Eso acá falló; no sé por qué nunca pesó la editorial como un instituto. Más que nada, pienso que salía muy caro el libro desde acá.

Parece que todo es caro acá.

Cuando era chica, a casa llegaban cuatro diarios: dos de la mañana y dos de la noche, de distinto pelo. Ahora quedan muy pocos. Creo que eso empobrece mucho al mundo. Prácticamente no hay crítica. El de crítico es también un oficio, tiene derecho a ganar por su trabajo y a mantener una familia.

Da la sensación que hay una desvalorización del trabajo artístico y cultural. Es cierto, como usted dice, la gente tiene que vivir... pero generalmente vive de otras cosas.

Sí, es cierto. Hay que ser heroico. Ya la televisión, que es muy atractiva, quita mucho espacio. Y cansa. Y acá es malísima. En Estados Unidos no necesitaba ir al cine, lo veía en televisión. Y había programas culturales. El otro día pesqué por casualidad algo del Sodre; todas arias de óperas, algunas muy poco conocidas.

A veces pienso que no todo tiene que ser respuesta a lo que "le gusta" a la gente, que algo tiene que ser orientación. No en todas las casas se escucha música, por ejemplo. Creo que el uruguayo tiene la idea de que paga para que la escuela se ocupe, que la formación de los niños es tarea de la escuela, y no siempre es así.

Ese criterio que usted señala está presente en mucha gente y en muy diversos campos: yo pago, ¿por qué me voy a ocupar de eso? La escuela no es solo meter conocimientos a presión, y si en la casa no se complementa...

Claro. Recuerdo un maestro en la escuela, Kiril Svetogorsky. Era todo un personaje; un hombre muy alto, lo que implicaba para nosotros que debía ser muy mayor. No debía serlo, pero a esa edad, toda persona muy alta lo era. Siempre estaba de negro; saco y pantalón negros, pero no usaba cinturón, sino una faja roja. Era ruso. Enseñaba canto coral. Le consultaban de diversos lados, y él hacía sugerencias. Creo que, de alguna manera, la escuela me formó en eso, en la música. A veces no tenía ni la más mínima idea de qué eran esas músicas, pero todas eran buenas.

Cuando escribe, ¿asocia la música de alguna manera?

No sé, yo asocio la música con todo, hasta cuando como. Pero creo que no, es otra cosa.

En casa eran muy de la ópera. Durante mucho tiempo la tuve...

¿Incorporada?

¡Nooo! Al contrario, la detestaba. Era lo que se escuchaba todo el día. Por suerte no escuchaban tangos. Bueno, todavía sigo pensando que hay ópera buena y la hay no tan buena. Una cosa es Mozart y otra Leoncavallo.

Había un tío, al que no estimaba mucho, que era tanguero. Pobre, involuntariamente me hacía bajar el nivel de prestigio del tango en mi consideración. Después, de alguna manera empecé a darme cuenta que había tangos buenos. Tengo que revisar mis opiniones.

Eso es bueno, tener la capacidad de revisar las opiniones propias.

Claro que sí. A veces a una le viene eso. Llegué a los tangos por las letras. Me di cuenta que tenían una cierta intencionalidad, cierta gracia e ironía. Todo es aprendizaje ¿no?

¿Es de teorizar sobre el proceso de creación?

No he sido de teorizar mucho; en general todas las poesías vienen con un cuerpo teórico atrás. Por algo, a través de un poema me doy cuenta que esto es renacimiento o romanticismo. Pero, sobre todo, la poesía es suma de lecturas. ¿Quién influyó en mí? ¿Quién? Tuve la suerte que leí a Delmira (Agustini), que leí a María Eugenia Vaz Ferreira, a Julio Herrera. Ahí nomás, sin remontarme a la historia literaria, había material. Hasta Juana de Ibarbourou, aunque nunca fue mi predilecta. La que más me gustaba era Gabriela Mistral. No me gustaba tanto Delmira como María Eugenia. Siempre le huí un poco a lo muy bonito, a lo muy a priori poético. Cualquiera me va a decir que era mejor poeta Delmira, que tenía más hecha su lengua, su instrumento. Pero quizá porque esa tía que yo no conocí había sido amiga de María Eugenia, y hablaba mucho de ella y la veía muy sobria, muy poco poética. En el fondo, eso no me disgustaba, aunque después enloqueciera con Lorca. Me parecía que una cierta sobriedad está buena. El momento en que la poesía la llama a una, descubre que hay algo que es distinto, que es más memorable. Por supuesto hay gente a la que nunca le llega esto, la poesía ya le es molesta en la teoría. Le resulta terrible el desperdicio de papel, todo eso.

Es interesante eso que me decía, de que no teoriza demasiado sobre la poesía. Sin embargo, se puede leer por ahí  que la califican dentro de lo que se denomina "poesía esencialista".

¡Perdón! Ese es un término con el que me encontré ahora, cuando volví a Uruguay. ¿Qué es poesía esencialista? ¿Quién lo largó? ¿Quién lo dijo primero? Esto parece el país en que uno dice, y después, todos haciéndose los distraídos, repiten. ¿Quién inventó eso?

Estuve leyendo un artículo, donde alguien analizando la poesía del español José Ángel Valente lo hace desde ese punto de vista, e incluso incluyen en esa categoría a Francisco Brines, que obtuviera el Cervantes este año. (Ida Vitale se desvía del tema, y me comenta que este año ella integró el jurado, pero nunca pudieron estar juntos, todo fue discusión virtual, y su candidato no era Brines).

Es que no hay algo que defina al esencialismo como una escuela o corriente, me parece.

Tendría que hacer una investigación para ver quién lo largó.

Por ahí dice que es una generación que no considera al poema como artefacto ideológico

Sí, bueno... eso ya sería esencialísimo, dice Ida con una amplia carcajada.

Da la sensación que existe la necesidad de agrupar.

Sí, claro. Ahora bien, que me digan qué era Vallejo. ¿Qué era Vallejo? O ¿qué era Neruda? ¿A qué escuela pertenecen? A veces hay antecedentes... pero esencialismo...

Algo similar puede pasar cuando se los agrupa en una generación. Por ejemplo, a usted la ponen como parte de la generación del 45.

Bueno, pero a los números yo no les doy tanta importancia. Todo es más cómodo cuando, para el que está afuera, lo ponen en un renglón, con un número. Pero ya una palabra (esencialismo), que tiene una cierta carga... se supone que el año no venía con una predisposición especial.

¿Cómo es, cómo funciona, su proceso creativo? ¿Cómo se arma? ¿Es organizado, caótico?

A veces tengo un poema en la cabeza, otras es el trabajo de la noche, no sé, si tuviera una fórmula, ya la estaría aplicando. Hace como un año que no escribo. Creo que lo importante es no tener que estar perdiendo el tiempo en cosas domésticas. ¡Qué sé yo lo que queda ahí en la cabeza!

Pero ¿sale de una, lo elabora, lo reelabora?

Depende; lo que más me gusta son los poemas chiquitos, que no me dieron trabajo.

Eso de que no le dieron trabajo es un decir.

Me refiero a que salió entero, que no hubo que estar dándole vueltas. Creo que eso siempre tiene más mérito, más prestigio. A veces sí, sale uno que hay algo que no me gusta y queda ahí, hasta que de repente lo puedo corregir, o no. En realidad, me planteo más los problemas de lo que no hago, que es la prosa. Me gusta mucho.

Pero está escribiendo.

Bueno, justamente tengo una novela a la que le faltarían diez páginas, y ahí quedó, atorada. No he vuelto a ella. Me gusta olvidarme un poco y volver a verla como si fuera de otro. Pero de repente me quedo en esa. Me ha faltado concentración. La casa me la instaló mi hija, los libros están más o menos arreglados, pero, sumado a que tengo un poco más años...

Sigue leyendo con avidez.

Sí, eso sí. A veces me engancho y me acuesto a las cinco y media de la mañana. Aunque confieso que no me puedo jactar mucho de mi última lectura, porque puse la televisión y vi que todavía estaban dando las policiales de (Andrea) Camilleri.

Comisario Montalbano.

Exacto. Siempre me gustó la novela policial, y Camilleri tiene eso, que está escrito como una novela cualquiera, con gracia. Con las sucesivas mudanzas perdí muchos libros, pero creo que tenía completa la colección de El séptimo círculo.

Recorremos con la mirada las bibliotecas y nos detenemos en una fotografía...

Ese es Galdós. Tenía una especie de delirio con él. Lo leí absolutamente todo. Me encantaba

También le gustaba Juan Ramón Jiménez.

El polo opuesto. Sí. Lo conocí, y nunca se me ocurrió decirle que era fan de Galdós. A Juan Ramón eso debía parecerle una patanería. Me hubiera gustado conocer a Machado. Yo respetaba mucho a Juan Ramón, pero de corazón, Machado. Juan Ramón Jiménez no parecía español, siento como que vino de otro lado. Esa sobriedad que tenía.

Tengo la sensación -capaz que es algo mío- que acá la poesía de Jiménez no es muy apreciada.

Voy a decir una barbaridad (y con una amplia carcajada la dice): si eso pasó es porque los uruguayos son burros.

Generalmente se escucha Juan Ramón Jiménez y se piensa en Platero y yo.

Bueno, como prosa es una maravilla.

Sí, pero es lo que ha quedado, me parece.

Y es lo que a él le importaba menos. Estaba harto de que le hablaran de Platero y yo. Yo empecé por leer a Machado. Tuvimos una profesora de Español estupenda, muy joven; creo que era el primer año que daba clase en el Elbio. Muy sobria; no entrábamos mucho con ella, creo que justamente porque era muy joven y nos mantenía un poco a distancia. Nos hacía leer mucho. Le agradezco infinitamente ese año, porque no solo era cumplir con todas las reglas y todo eso que uno debía aprender, sino que nos hacía leer. El trabajo gramatical y aburrido, se hacía siempre sobre un buen texto. A lo largo del año dimos Miró, Azorín, siempre cosas muy opuestas. Vimos Ortega y Gasset, algún latinoamericano. Era muy sutil lo que hacía, como diciendo no solo hay que aprender las reglas, sino que hay que tener un modelo. Pero no uno solo, varios, que uno eligiera y viera las diferencias. Esas eran mis lecturas.

De su pasaje por Estados Unidos, ¿qué le dejó la poesía de ese país?

Bueno, lo que me gustaba desde antes. Nuncia fui muy hincha... Elliot, claro. Yo sabía mucho más francés que inglés, y me interesa mucho más lo inglés, y lo alemán, que casi no sé, que lo francés. De repente hay cosas que uno aprende y le saca demasiado temprano el jugo. Mallarmé es Mallarmé, aunque escriba en francés. La poesía italiana me gusta, porque es más sobria de lo que uno piensa. Y no por influencia familiar, porque lo italiano que había en casa no era lo que más me gustaba.

¿A qué apunta con esa constante referencia a la "sobriedad"?

Por ejemplo, a la no veneración del adjetivo, al decir de Vicente Huidobro, que cuando no da vida, mata.

¿Le gusta esa experimentación que a veces se ve en la poesía contemporánea?

Toda la poesía implica experimentación. No sé a qué se refiere con el término experimentación.

Con la palabra.

¿No ser muy claro?

Puede ser eso.

Bueno, más experimentación que Vallejo, difícil. No sé si algún español llegó. A veces uno se encanta con lo que tiene en la casa, y de repente eso no es lo bueno, es lo que leyó primero. Creo que tuvimos suerte con nuestro comienzo uruguayo. Entre Delmira y María Eugenia hay para elegir y saber con qué quedarse.

¿Cómo se siente acá, ahora?

No he salido. Ni a 18 de Julio. No sé. Todos o casi todos quienes eran mis conocidos prácticamente se han muerto. Y si no, no he averiguado. He tenido sí la alegría de encontrarme con gente joven; no necesariamente poetas.

(Con la Generación del 45)

Los recuerdos de esos que ya no están se hacen presentes, y rememora a sus amigos Carlos Maggi y Manuel Flores Mora.

Les divertía discutir en público, y siempre lo hacían: uno decía blanco y el otro negro. Eran muy inteligentes los dos, pero de distinta manera. Maneco siempre podía meter la pata, era fundamentalmente un arrebatado, impulsivo, y Maggi era todo lo contrario, un tipo que pensaba todo. Eran dos amigos íntimos, casados con dos hermanas. Maggi era escrupuloso, cumplía con todo lo que prometía; Maneco no, era un loco bravo, pero era encantador.

Se batía a duelo...

Jajaja, sí, todos se batían a duelo en esa época.

Recuerda también su relación con Laura Escalante...

Con quien trabajé mucho. Yo hacía traducciones, y ella se mataba trabajando. Pensaba la obra, ensayaba, dirigía... y pagaban un porcentaje de las entradas vendidas, así que yo, con mi traducción, en proporción ganaba mucho más. Un día me dice: "esto se acabó, la próxima obra la traduzco yo". Perfecto, le dije, tú sabes todas las lenguas...  excepto el español... Me miró y se mató de risa. Ella era profesora, hice adscripción con ella. Entraba al salón y ya se había ganado a la clase, todos quedaban como en misa, esperando que hablara. Era un bicho teatral, nunca se le aburrían los muchachos. Gesticulaba, se le ocurría una cosa, otra. Le importaba mucho el texto.

Y sí; bueno, por algo los clásicos son clásicos. Quedan, otras cosas pasan.

Sí. Ella buscaba a veces textos raros, y tenía muy buen gusto. Había mucho teatro, muchos grupos. Por ejemplo, estaba El Galpón, que representaba tal vez otra tendencia, pero todo lo que hacía, lo hacía bien. Creo que las cosas hay que empezarlas por la base, acostumbrar a la gente a lo bueno... claro, tal vez ya no conviene acostumbrar a la gente a lo bueno.

Capaz que si se acostumbra a lo bueno después le piden algo mejor.

Claro. El teatro hay que hablarlo, hay que hacerlo, probarlo, ver que funcione. Me encantaba traducir. Bueno, a veces a Laura le venía el sarampión y quería que le tradujera una obra para el fin de semana. Pará, pará, le decía; si querés te puedo traducir una escena, para que vayas probando...

Salgo muy poco, pero por lo que me llega, lo que veo, tengo la sensación que el país está muy empobrecido. El otro día pensaba: "no puede ser que esto esté escrito así". No recuerdo si fue en un diario... Lo único que me queda para sobrevivir es olvidarme de esas cosas, y la verdad que me olvido.

¿Está escribiendo poesía?

No, desde que he vuelto, no. La poesía es algo que tiene que tener un cierto reposo. Estoy todavía muy mareada, con mucha experiencia muy distinta. No tenía ni idea de volver ya. Tengo esa sensación de no servirle de nada a mi hija. No sé si hubiéramos vuelto si Enrique (Fierro, su esposo) no se hubiera enfermado. Él extrañaba mucho, sobre todo el cambio. Bueno, en la enseñanza a veces se nota más. Era otra cosa. En mis recuerdos era tan diferente hasta la relación con los profesores. A veces lo conversaba eso con mis nietas... en mi juventud, yo iba al Elbio y no me gustaba el profesor de Literatura que tenía. No me gustaba nada, no me incentivaba. Entonces de tarde me iba al IAVA, a asistir a las clases de Ibáñez. Hoy no encuentro a nadie que me diga "yo voy a las clases de Fulano o Mengana, ¡qué buenos que son!" Tengo la sensación que toda la sociedad estaba más unida a ciertos nombres y figuras.

Bueno, pero usted tuvo una adolescencia bastante atípica para la época.

Sí. Yo tuve una adolescencia un poco distinta a la de todas mis compañeras. Mi madre había muerto. Yo vivía con esa tía y mi padre dejaba que ella, que era la figura estelar del magisterio, resolviera todo. Por otro lado, tenía mucha más libertad que mis compañeras. Mi tía me estudió. Un día, yo no me di cuenta, andaba por 18 de Julio y me iba a tomar el té, al Anglo. No el Anglo de ahora, era un centro chiquito, y tenía un salón de té. Había descubierto que ese salón de té era el de la literatura inglesa. ¡Me encantaba! Juntaba plata y una vez cada tanto iba. Después apareció una chica, Wilkins, que venía del interior; su familia tenía estancia y ella vivía acá con una tía o una abuela, no recuerdo. Nos habíamos hecho muy compañeras, y alguna vez fuimos juntas. Bueno, esa vez que andábamos por 18, después de clase, mi tía y una amiga que la ayudaba mucho en la escuela nos vieron. Y nos siguieron. Pleno 18 de Julio y nos ven entrar en una casa. Mi tía sabía que esa amiga no vivía ahí. Nosotras, sin darnos cuenta de nada. Entraron detrás de nosotras. De repente, me doy vuelta y veo que ahí estaba mi tía con su amiga. Le pareció muy bien, que habíamos elegido un muy buen lugar para ir. Hubo varias pruebas de ese tipo, de las que, en todas, salí bien parada. Un día mi tía llamó a casa, para que yo fuera a la Biblioteca, con el uniforme. Atendió un tío y le dijo "no, ella a esta hora nunca está". "¡¿Cómo?!" Cuando llega mi tía a la Biblioteca, yo estaba sentada con un grupito, leyendo. Esa salida a ese horario, misteriosa y hasta peligrosa, era lo que ella quería que hiciera. Mi tía llevaba a todo el grupo para que vieran cómo era la Biblioteca... de la que yo era asidua. Después de eso, yo podía desaparecer de la mañana a la noche y nadie me controlaba. Vivía feliz, haciendo cosas normales; nunca hice ningún descalabro. Por ejemplo, empecé a ir a conciertos, que nadie en casa iba. Me preguntaban ¿fuiste al cine?, y yo "no, fui a un concierto". Y ahí me preguntaban ¿qué tocaron? Era también una forma de controlarme.

La conversación discurre hacia el libro de poesía Memoria de Medusa, de la colaboradora de CONTRATAPA, Lilián Hirigoyen, y luego de manifestar que siente que ha desaparecido un poco del escenario la mitología, recuerda el primer libro que tuvo sobre el tema, de Jean Humbert, y se detiene en el nombre del padre de la autora, a quien está dedicado el libro.

¡Júpiter! ¡Se llamaba Júpiter el padre!, exclama. En casa también había nombres raros entre mi padre y mis tíos, que eran como 14, incluyendo los que se murieron de niños. Uno era Manlio, que fue crítico de teatro muchos años en el diario El Plata. Pero, para complicar un poco las cosas se llamaba Tito Manlio.

El dictador romano.

Una de las mayores era Clelia, después estaban Déborah e Ida. Había un tío Antonio, que ese es muy sencillito, pero tenía otro nombre que no recuerdo que complicaba. Mi padre era Publio Decio. El menor de todos se llamaba Pericles. El único Pericles que conozco en el mundo y a la redonda... no sé si en Grecia habrá. Estaba también Fabrizio, que murió joven, y Rossolino, "la bestia".

¿La bestia?

Era doctor, médico. Yo lo odiaba. Era un déspota con Pericles, que era muy buena persona. Él se acostaba a las nueve de la noche. Podía llamar una señora a las 9.15 diciendo que se estaba muriendo el marido y él no se levantaba. Lo detestaba. Se llamaba Rosolino, y no había cosa que le mortificara más que alguna carta que llegaba de Francia dijera Dra. Rosolinne. Yo no le hablaba. Me parecía una persona espantosa, y si me enfermaba, llamaban a otro médico. Era el bicho raro en la familia. Yo decía: no hay que tener título, porque eso estropea todo. Todos eran nombres con trayectorias históricas en Roma y Grecia.

La conversación va derivando hacia otros temas, y recae en el teatro, y en la necesidad que muchos plantean que -al igual que otras actividades artísticas- debe divertir. Si es para pensar, bajonear, no, te dicen muchos.

Entonces, pueden ir borrando a la mitad de la literatura universal. Es tan sutil como todo va cambiando... es como el agua del mar, que un día puede estar salada y azul y al otro día no tener color.

Cuando miré la hora, casi las ocho de la noche, pensé que ya era hora de dejar que Ida Vitale desayunara, pero no pude retirarme sin volver a ese poema que tiempo ha me había impactado:

Corta la vida o larga, todo

lo que vivimos se reduce

a un gris residuo en la memoria.

 

De los antiguos viajes quedan

las enigmáticas monedas

que pretenden valores falsos.

 

De la memoria sólo sube

un vago polvo y un perfume.

¿Acaso sea la poesía?

 

En su casi centenaria vida, Ida, ¿qué hay de eso? ¿Es la poesía lo que queda?

Y sí, en general; supongo, pero no todo es resumen o reelaboración de lo que se ha vivido. Poesía puede ser todo, hasta una lección de geografía, si está bien hecha.

DANIEL FELDMAN

Director de CONTRATAPA


Archivo
2020-12-10T00:00:00