Jean-Luc Godard, una apreciación

Cinemateca Uruguaya

Contenido de la edición 03.11.2022

 

Una encuesta de la revista Entertainment Weekly lo proclamó cierta vez "el más importante realizador cinematográfico de todos los tiempos", aunque cinco minutos después de que esa afirmación fue impresa surgieron las discrepancias y es probable que hoy nadie avalara el punto, incluyendo el propio Jean-Luc Godard, quien ha llegado a afirmar que "el cine nació con Griffith y murió con Abbas Kiarostami". Otro punto a discutir, por cierto.
Esa es, en todo caso, una más de las polémicas que Godard ha podido provocar a lo largo de su trayectoria, una de las más variadas, creativas, desparejas, contradictorias y discutidas de la historia del cine y que, de alguna manera, su reciente fallecimiento justifica reavivar.

Los períodos de esplendor y de eclipse se han alternado en el correr de su trayectoria. Esta incluyó un comienzo como crítico, la confección de un cine muy personal, una ruptura con el establishment y una opción por el cine militante, el posterior desencanto de esos radicalismos, la vuelta a un cine (digamos) "normal" y algunos vaivenes más recientes. Denostado por algunos y aclamado como un genio por otro sector de la crítica, su talento inquieto, contradictorio, fascinante, discutible y con frecuencia irritante está en el centro de muchas transformaciones en el universo del cine del último medio siglo. Puede no gustar pero es difícil librarse de él.
Nacido en París en 1930, cursó estudios en Suiza y en el Liceo Buffon de París. Diplomado en etnología, pronto comprendería, empero, que el cine era su verdadera vocación. En la Cinemateca Francesa conoció a André Bazin, François Truffaut, Jacques Rivette y Eric Rohmer y, en 1950, comenzó a colaborar como crítico (bajo el seudónimo de Hans Lucas) en la Gazette du Cinéma. Tras un viaje por América, trabajó como obrero en Suiza y desempeñó pequeños papeles en cortometrajes dirigidos por sus amigos Rivette y Rohmer antes de comenzar una obra propia que dio inicio en 1954 con el cortometraje Operation Béton, al que seguirían otros (Une femme coquette, 1955; Tous les garçons s'appellent Patrick, 1957; Une histoire d'eau, 1958, este último dirigido en colaboración con François Truffaut).

Sin aliento

Paralelamente, desarrolló en Cahiers du Cinéma una labor crítica de particular agresividad. En 1959 saltó al largometraje con Sin aliento, un título mayor que lo colocó junto a Truffaut (que hizo al mismo tiempo Los cuatrocientos golpes) a la cabeza del movimiento conocido como Nouvelle Vague, una tendencia de ruptura alimentada fundamentalmente por los jóvenes críticos de Cahiers.
Seguirían El soldadito (1960, pero demorada por la censura hasta 1963), Una mujer es una mujer (1961), Vivir su vida (1962), el episodio El nuevo mundo de RoGoPag (1962), Los carabineros (1963), El desprecio (1963), Asalto frustrado (1964), La mujer casada (1964), Alphaville (1965), Pierrot le fou (1965), Dos o tres cosas que sé de ella (1966) y La chinoise (1967).

En ese momento, uno de sus exégetas pudo definirlo así: "Cineasta del instante, sus films fueron el resultado de la yuxtaposición de una serie de "momentos de verdad" privilegiados, obtenidos a través de una técnica de improvisación que tiende a confundir a sus actores con los personajes, cuyo lenguaje deja de ser un medio de comunicación para convertirse en un elemento expresivo. Su síntesis se llevó a cabo a través de un verdadero collage dialéctico, a medio camino entre el montaje de atracciones de Eisenstein y la estética del pop art, hecha de la unión de los elementos más dispares (ruptura del tono de la comedia a la tragedia y viceversa, citas de todas clases), en busca de la representación de un equilibrio inestable entre el personaje y el mundo que lo rodea, y del incesante devenir de ambos".


Asalto frustrado

En 1968 Godard rompió con el cine que había hecho y con la vida que había llevado y se fue con los guerrilleros palestinos y como documentalista de movimientos sindicales y manifestaciones de protesta en Inglaterra, Estados Unidos, Italia y Francia. Llegó a ser, incluso, uno de los apóstoles de la Revolución Cultural maoísta antes de entender que no se trataba de un movimiento popular sino de una manipulación "desde arriba", digitada por un líder en decadencia que trataba de librarse de rivales políticos molestos y mantenerse en el poder pese a la cadena de errores garrafales (el denominado Gran Salto Adelante) de la que sensatamente se le responsabilizaba. Para entonces, Cahiers du Cinéma, revista en la que Godard ya no escribía, se había vuelto también maoísta e ilegible.
Una década más tarde, Godard volvió al redil (es una forma de decir: si hay algo indiscutible, a su favor, es que no tiene ciertamente mentalidad de rebaño) a partir de un film como Sauve qui peut la vie, que él mismo ha llamado "su primera nueva película". Los tiempos habían cambiado y, de alguna manera, entendió que había menos espacio para él. El cine globalizado nunca fue el mismo después de 1977, año de la entronización de los Lucas y los Spielberg y del agotamiento del impulso de buena parte del secentismo. La imagen que proporciona el Godard posterior es con frecuencia el de un ensayista encerrado en su torre de marfil desde la que emite, periódicamente, reflexiones que a veces resultan interesantes y a veces no. Cuando ha logrado salir de ella ha sido por las razones equivocadas. En los ochenta generó un miniescándalo con Yo te saludo María, una película mucho menos transgresora de lo que creyeron sus enemigos que no se molestaron en verla y condenaron la blasfemia (a discutir) y la pornografía (inexistente) que presuntamente contenía.
El presente ciclo reúne solo la parte inicial de la obra de Godard. Se trata de su cine más mainstream, si es que el término le puede ser aplicado, otro punto a discutir; pero hay tiempo para más.

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2022-11-03T08:48:00