La Página Literaria, bastión de las letras canarias, 32 años celebrando la cultura
Jorge Schneidermann
"Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros; hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua; en lo que a mí se refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros". Jorge Luis Borges
Contenido de la edición 21.08.2023
Despuntaba la década del noventa. Años tumultuosos para el mundo, si los hubo. El inevitable desmoronamiento de los grandes relatos hegemónicos, el fin de la Guerra Fría y la consiguiente caída del Muro de Berlín preludiarían el inicio de una irrefrenable avanzada globalizadora.
En tanto Francis Fukuyama salía a la palestra en 1992 presagiando "El fin de la Historia" y Samuel Huntington proponía, cuatro años después, un revulsivo análisis de la coyuntura geopolítica finisecular en "Choque de civilizaciones", el planeta transitaba por un proceso transformacional orientado hacia la instauración de disruptivos paradigmas sociales y tecnológicos.
Como por arte de birlibirloque, aquel agonizante mundo bipolar y analógico cedería el paso a la era digital y, más pronto que tarde, los dispositivos electrónicos devendrían, tal cual prospectara Marshall Mc Luhan en los sesenta, en sendas prolongaciones del cuerpo y los sentidos.
Como alguna vez aseverara con proverbial elocuencia el gran Heráclito de Éfeso, la vida es un incesante devenir en cuya esencia lo único que permanece es el cambio, pues todo fluye mientras deambulamos cadenciosamente a través del tiempo peregrinando afanosamente en busca de nuestro norte existencial, sabedores, como el ingenioso hidalgo cervantino, de que la felicidad no está en la posada, sino en el camino.
En tal contexto, el 22 de agosto de 1991 nacería La Página Literaria, espacio que de allí en más engalanaría semanalmente la propuesta periodística de Hoy Canelones.
Prontamente, el laureado escritor, poeta y docente Gerardo Molina, hijo dilecto de Los Cerillos (ciudad recientemente declarada capital departamental del Canto y la Poesía), asumiría su conducción desarrollando una propuesta dinámica, plural y abierta a las diferentes expresiones del quehacer literario.
Trascendiendo las fronteras departamentales y nacionales merced a las bondades de un proyecto comprometidamente consustanciado con las expectativas de una creciente comunidad de lectores, Molina, inveterado cultor del arte del buen decir, nos invita a recorrer a través de su profusa obra y la de otros grandes exponentes de las letras universales los feraces jardines de la creatividad donde florecen en palabras las sensaciones y las emociones que manan de los estratos más profundos del alma humana.
Somos lo que leemos
Hace más de 13.000 años, el hombre primitivo sintió la necesidad de expresar sus asombros y exorcizar sus miedos a través del arte rupestre. Sus primeros escarceos pictóricos en las cuevas de Altamira han dado cuenta de ello. El deseo de transferir experiencias y representar simbólicamente la realidad sería una constante que más acá en el tiempo derivaría en la aparición de primigenias formas de escritura en Mesopotamia y Egipto.
La Epopeya de Gilgamesh, poema escrito en lengua acadia aproximadamente entre los años 2.500 y 2.000 antes de Cristo, fue a la sazón la obra que amojonaría el surgimiento de las artes literarias, las cuales, indubitablemente, alcanzarían su mayor esplendor en el mundo antiguo a partir del siglo VIII a.C. en la Grecia de Homero, Esopo, Esquilo y Sófocles.
En las postrimerías de la Edad Media -lóbrego tramo de la historia durante el cual el saber era monopolio de pocos y el frustrado anhelo de muchos-, la irrupción de la imprenta democratizaría definitivamente el acceso a los libros, habilitando a los menos afortunados a pensar más allá de lo estatuido, en el entendido de que la lectura nos torna individuos libres y refractarios a toda clase de dogmas o sujeción. Su ausencia, en consecuencia, ensancha y ahonda las brechas por donde suele escurrirse toda posibilidad de formar seres pensantes, críticos, reflexivos, leales a sí mismos y a su prójimo.
Al tiempo que somos el aire que respiramos, el alimento que ingerimos, los vínculos que establecemos, los sueños que abrazamos y las decisiones que tomamos, también somos los libros que leemos. El hábito de leer nos permite construir una mirada subjetiva sobre la realidad, estimular el desarrollo de nuestras capacidades cognitivas y abstraernos de los avatares cotidianos.
Tristemente, las urgencias mundanas nos apartan cada vez más de la sana costumbre de entregarnos a la lectura de un cuento de Quiroga, un poema de Almafuerte, una novela de Dickens o regodearnos con aquellos clásicos que al reencontrarlos siempre tienen algo nuevo que contarnos.
Bienaventurados quienes aún hallamos solaz durante las tibias tardes estivales releyendo parsimoniosamente aquella vieja enciclopedia de tapas raídas que con oracular prestancia nos invita a recorrer sus desgastadas páginas por enésima vez.
¿Qué fue de las tertulias del Sorocabana y las interminables rondas de café donde se enzarzaban en bizantinos debates Juan Carlos Onetti, Ida Vitale, Idea Vilariño, Carlos Maggi, Marosa di Giorgio, Emir Rodríguez Monegal, Benedetti y Maneco Flores Mora, entre otros tantos referentes de la gloriosa Generación del 45?
¿Dónde fueron a parar aquellas entrañables librerías de viejo, rebosantes de textos y entusiastas diletantes, a las que acudíamos en tiempos de juventud y bolsillos flacos en busca de un ejemplar de El Aleph, La tregua o Los miserables?
Hoy por hoy, al cabo de los años, ocupan un sitial de privilegio en nuestra memoria colectiva y resuenan en nosotros cada vez que nos sorprende el llamado de la nostalgia.
Asumiendo nuevos desafíos
En ocasión de celebrarse en 2016 su vigésimo quinto aniversario, ardua resultaría la tarea de compendiar en un solo volumen las innumerables obras y documentos de altísimo valor testimonial que semana tras semana fueron enriqueciendo el nutrido acervo de La Página Literaria.
Cientos de egregias figuras como Javier de Viana, José Alonso y Trelles (El Viejo Pancho), Melitón Simoes, los hermanos del Cioppo, María García Marichal, Cervantes, Víctor Hugo, junto a una plétora de autores nacionales y extranjeros de antaño y hogaño, dejaron su indeleble huella a lo largo de ese primer cuarto de siglo.
De allí en adelante, el desarrollo de actividades divulgativas, la organización de concursos, el apuntalamiento de la Biblioteca Nacional y Americana, la incentivación de la lectura, la participación en simposios internacionales y el apoyo a las nuevas generaciones de escritores, marcaron la nutrida agenda de un espacio en franca evolución y permanente diálogo con las demás áreas del conocimiento.
Al momento de cumplir 32 años de fecunda labor cimentada sobre los pilares del esfuerzo, el talento, la perseverancia y la creatividad, vaya todo el reconocimiento y agradecimiento a Gerardo Molina y quienes a su lado brindan lo mejor de sí para que la cultura canaria siga haciendo camino al andar.
JORGE SCHNEIDERMANN
Psicólogo clínico, ensayista, docente y comunicador.
jorgeschneidermann@gmail.com