La actualidad de Rodó y Vaz Ferreira
Pablo Romero García
Contenido de la edición 13.10.2023
Entre 2021 y 2022 hemos celebrado en Uruguay los 150 años de dos de nuestros principales pensadores: José Enrique Rodó y Carlos Vaz Ferreira. Las conmemoraciones de natalicios de ilustres figuras suelen quedar en ciertos actos que reafirman la condición de mármol y bronce del homenajeado. Más cercanas a destacadas pompas fúnebres que a revitalización del autor, sin embargo, siempre son oportunidades, ventanas y puertas que se abren, por donde algunos descubren vidas y textos que los terminan sumando a la nómina de interesados -o incluso de expertos- del personaje celebrado, permitiendo que la rueda de su pensamiento siga su marcha, manteniéndolo vivo.
Entrar en contacto, retomar críticamente, leer, discutir, actualizar a los autores decisivos de nuestra historia intelectual, aquellos que conforman el soporte del patrimonio cultural de nuestra sociedad, es una tarea que supone el cultivo de los valores fundamentales de una comunidad. Es reconocernos en lo mejor de nosotros, forjar una identidad desde la cual nos enmarcamos en una tradición que nos permite visualizarnos, por ejemplo, como los herederos de Rodó o de Vaz Ferreira, o sea, poseer un sentido de pertenencia marcado por la excelencia.
Ambos autores tienen mucho para aportar en relación al debate público regional y global a los principales problemas que nos desafían en este inicio del siglo XXI. Tanto que, sin exageración ni anacronismo alguno, es justo decir que nos resultan más necesarios ahora que hace un siglo. Y comencemos, pues, por las claves rodonianas de actualidad.
RODÓ, UN AUTOR DEL SIGLO XXI
José Enrique Rodó ha vuelto a la escena pública. Motivo: se cumple siglo y medio de su nacimiento. Mucha agua ha pasado bajo el puente y aquel autor que tanto marcó a su generación y a las siguientes -a lo largo de varias décadas, tanto en lo local como en la región-, ha ido perdiendo su peso e influencia. Ya no es una referencia ineludible y su presencia en la formación intelectual del país es marginal. En los centros de estudio, las nuevas generaciones raramente entran en contacto con su obra. Este aniversario, pues, resulta una ocasión propicia para retomar su legado intelectual y, a su vez, el hilo narrativo de lo mejor de nuestra historia del pensamiento. Uruguay es un país signado por la brillantez de sus intelectuales. No lo olvidemos. Y no dejemos de intentar estar a la altura del legado. Las últimas décadas han marcado un declive educativo y cultural importante. Nos lo indica la realidad palpable a todos aquellos que llevamos muchos años trabajando en las aulas del sistema público de educación, pero también nos lo señalan las diversas evaluaciones locales e internacionales a nivel cualitativo y los infames números del egreso de nuestra educación media. Hoy, solo cuatro de cada diez jóvenes uruguayos culmina el liceo, ubicándonos últimos en tal rubro a nivel cuantitativo en América Latina. Es una verdadera tragedia social y cultural, que también explica parte del porqué nuestros clásicos del pensamiento no son leídos. Es que, en general, leemos escasamente.
Este clima de época trae consigo varias consecuencias. Una de ellas es, justamente, estar perdiéndonos la oportunidad de leer en clave de actualidad a José Enrique Rodó. Claro que su estilo literario puede resultar un escollo para el contexto del lector contemporáneo, pero si se sabe bucear más allá de tal coyuntura, su pensamiento es un aporte contundente en ideas a tener en cuenta.
Veamos brevemente algunas de esas ideas que marcan la vigencia del pensamiento rodoniano.
1. La integración regional, latinoamericana, desde valores culturales, intelectuales, éticos, estéticos que nos representan, desde el vínculo con nuestra cultura grecolatina. Frente a modelos anclados en la perspectiva economicista o en la consolidación de la identidad por oposición a un "enemigo en común", retomar el planteo rodoniano es apuntar a la integración desde la tradición humanística fundante de nuestra civilización, subrayando, por otra parte, la responsabilidad que tienen, en tales asuntos, quienes conducen los países de nuestra región. Aunque Rodó juzga negativamente a la utilitaria cultura anglosajona, no la culpa de lo que finalmente sucede por estos parajes, en tanto entiende que el primer y principal escollo somos nosotros mismos. Retomar lo mejor de nuestras raíces es una tarea que nos corresponde y que involucra decididamente a las autoridades que gobiernan nuestras sociedades, particularmente a las que tienen responsabilidades de primer orden en el ámbito educativo y cultural.
Fomentar el pensamiento uruguayo y latinoamericano es un modo de actualizar el pensamiento de Rodó y de colocar en el debate público su planteo respecto de la necesidad de integrarnos regionalmente (y más aún en este siglo XXI, en un mundo absolutamente globalizado) desde nuestra mejor carta de presentación, desde la fusión de horizontes de nuestras tradiciones éticas, educativas y culturales.
Rescatar y promover las identidades culturales autóctonas en el marco de un movimiento global que abre las puertas a la convivencia, a la composición cultural híbrida, es una tarea política de primer orden para nuestros países. En estos momentos en que agoniza incluso en sus aspectos comerciales, qué bien nos vendría pensar en un Mercosur rodoniano.
2. La participación en la esfera pública, particularmente de la juventud, de las nuevas generaciones. Punto crucial, sobre todo en sociedades con jóvenes que tardíamente se inician en la vida pública y que tienen escasa incidencia en las decisiones comunitarias importantes. Las páginas rodonianas son un motor de impulso para pensar la revitalización de nuestra cultura política, para reflexionar acerca de la necesidad de generar las debidas condiciones para que nuestra juventud participe activamente, un factor crucial de la calidad democrática de toda sociedad.
El estudiantado, los jóvenes, eran para Rodó el primer sujeto de acción, aquellos capaces de redescubrir nuestras raíces y propiciar la unión espiritual de Latinoamérica. Su impacto, en tal sentido, fue enorme en su época. Un hito fundamental de nuestra vida universitaria y cultural como lo fue el movimiento que impulso reformista de Córdoba a comienzos del siglo XX, que tiene entre sus puntos claves la celebrada reforma universitaria de 1918, tiene una impronta de lenguaje rodoniano. Rodó era un claro referente, el maestro de la juventud de América.
Necesitamos imperiosamente de jóvenes rodonianos del siglo XXI, construyendo espacios de diálogo, conformando una nueva generación de intelectuales comprometidos con la formación y acción política (en su acepción más general, o sea, involucrados en los problemas de la polis, de los asuntos que conforman el bien común).
3. Defensa de los valores democráticos y de la tolerancia. Aquí hay dos puntos centrales: primero, la idea de generar una democracia que esté a resguardo, como bien lo señala Rodó, tanto de los valores aristocratizantes como de los provenientes de la mediocracia, sostenidos desde las mayorías compactas y homogéneas. Luego, el postulado de que la democracia, en su búsqueda de igualdad, debe ir acompañada de políticas que aseguren una clase política-intelectual dirigente formada en valores deseables, con sólidos basamentos culturales y capaz de fomentar y difundir la tolerancia de ideas como uno de los elementos primordiales.
Rodó defiende la pluralidad, la rotación partidaria y el entendimiento para gobernar (y lo hace en el marco de un país que venía saliendo de la guerra civil entre blancos y colorados, todavía con las heridas a flor de piel, con la lógica del "enemigo" muy presente en la arena política, en la incipiente vida democrática), rescatando la importancia de la opinión ajena, del valor de la tolerancia (al respecto, nada mejor que leer el debate sobre la quita de los crucifijos de los hospitales que sostuvo con Pedro Díaz, y que aparece recogido en su obra Liberalismo y Jacobinismo).
En tiempos donde la intolerancia parece ir ganando terreno en el espacio de los diálogos políticos, del intercambio de ideas, y, justamente, en el marco de una sociedad cada vez más plural, el planteo rodoniano es tan vigente como urgente, un antídoto eficaz para la lógica de las trincheras, para los cultivos de las grietas y las dicotomías totalizadoras.
4. La defensa de una formación universalista y una educación que no sea meramente especializada y utilitaria. Al respecto, su planteo también cobra una vigencia incluso mayor que la que tuvo en su época. Bien nos vale para reflexionar, por ejemplo, sobre los modos en que solemos vincular la educación al campo laboral y a las necesidades productivas de un país, asuntos que inevitablemente terminan cayendo en planteos que vacían el sentido más profundamente humanista de la formación educativa. Necesitamos más Rodó y menos educación atada al concepto de suministrar utilidades en términos de formar recursos desde la óptica del concepto de "capital humano".
En este sentido, es fundamental reivindicar el papel de las humanidades y, en particular, de la filosofía. El aporte que realiza en el campo argumentativo (un gran déficit que tenemos), en la reflexión ética (abriendo, entre otros puntos, el debate sobre los valores deseables de circular en una comunidad), en dotar de perspectivas de procesos de largo alcance (justamente en el marco de un mundo que pregona la inmediatez), en brindar la necesaria flexibilidad intelectual para desempeñarnos en cualquier campo profesional, en cualquier oficio o ámbito laboral, forma parte de algunas de las virtudes que nos aporta.
Las generaciones que estamos formando son las que nos van a sustituir y las que instalarán los futuros debates públicos. Es vital apostar a formar jóvenes con sólida capacidad en términos reflexivos, con autonomía intelectual, de modo tal que fortalezcan nuestras prácticas democráticas. La formación universalista, de carácter humanista, es propedéutica.
Por otra parte, la perspectiva rodoniana coincide con la defensa vazferreireana del deber de cultura general que todo docente y alumno tiene respecto de su formación intelectual. Este aspecto lo coloca en un debate también fundamental sobre la actual formación docente y universitaria, en el marco del surgimiento de especialistas alejados de la esfera pública, sin ninguna incidencia en ella, y con la tendencia agudizada en cuanto a la disección del saber y sus contenidos en grados de reducción al absurdo. La defensa de la formación universalista y del pensamiento como un elemento vivo es un punto de encuentro entre los dos intelectuales más decisivos de nuestro país: Rodó y Vaz Ferreira.
5. El amor y el desinterés como guía política. Frente a una política maniqueísta, de trincheras partidarias, que genera ideologías de amigos y enemigos, simples y cómodas dicotomías de buenos y malos -con la consabida ausencia de debate de ideas y falta de tolerancia para posibilitar el real dialogo democrático-, el rescate rodoniano del amor, del desinterés y la independencia como guía para la práctica política resulta tan vitalmente ingenua y demodé como imprescindible en estos tiempos que corren (y que han corrido, lamentablemente, a lo largo del siglo XX).
En este punto, vale decir, es también coincidente el planteo de Rodó con los postulados vazferreireanos sobre la formación cultural sustentada en el saber desinteresado. Y en tiempos de intelectuales que adaptan sus postulados y acciones a razón de la ostentación de su cargo en la burocracia pública y la tarea de agradar a su jefe político de turno, un mal que aqueja y recorre toda Latinoamérica, el planteo de Rodó nos recuerda que la autonomía y la decencia del pensar y el actuar es algo que debemos cuidar a toda costa.
Frente a la camada de intelectuales interesados en la vida política como un mero trampolín de cargos públicos que le permitan navegar en la estabilidad económica personal y/o en el prestigio narcisista de la imagen proyectada, asunto que sigue construyendo nuestros gobiernos, lo de Rodó resulta un antídoto más que actual y pertinente.
6. Apelación al cultivo de nuestra interioridad, a la búsqueda de la realización y el perfeccionamiento interior, de nuestras fuerzas individuales, desde una mirada en tono vitalista que preconiza el cultivo del mundo interior como preámbulo necesario de todo aporte comunitario. Este punto, central en Motivos de Proteo, se enlaza con el siguiente que plantearemos, con el de la necesidad de cultivar el ocio noble, conformando un conjunto que va al centro de la problemática existencial quizás más acuciante que estamos viviendo los ciudadanos de este siglo del vértigo, del rendimiento permanente, del agotamiento y la exigencia, de la autoexplotación, donde la frustración, el estrés y la depresión emergen como elementos patológicos característicos, donde la exterioridad y superficie en la que nos alojamos no da lugar al desarrollo adecuado de la interioridad.
En este presente prolongado en el que vivimos, lo que más nos está faltando es vida contemplativa: mirar hacia nuestro adentro, conocernos a nosotros mismos, cultivar una personalidad que se fortalece desde el interior. Ciertamente, nos vendría muy bien asomarnos a los motivos rodonianos sobre el asunto.
7. Retomar el ocio noble. Autores de primera línea en el campo filosófico de este comienzo de siglo, como Byung-Chul Han, plantean la necesidad de retomar el espacio reflexivo de la pausa, de la profundidad del pensamiento, del ocio creativo. La arenga de Rodó de hace más de un siglo, heredada de su admirada cultura helénica, respecto de no descuidar la meditación intelectual, de cultivar el ocio creativo y la libertad interior -ni siquiera por la limitante del tiempo que nos absorbe el trabajo, por el imperio de la necesidad material, o por el tener condiciones culturales inicialmente adversas que puedan condicionarnos-, es otro punto resaltable de su vigencia, particularmente en épocas en donde el tiempo libre, el escaso espacio posible de ocio reflexivo que tenemos, suele consumirse en pasatiempos tecnológicos sin mayor sentido que el de "matar el tiempo" o en consumos mediáticos para no pensar, para no pensarnos.
Una sociedad rodoniana
Ojalá que este breve punteo de actualidad rodoniana pueda motivar al lector a acercarse a un autor que todavía tiene mucho por dar y que, sin embargo, en términos amplios, hemos colocado en el museo del olvido, lo que constituye un crimen de lesa culturalidad. Volver a ponerlo en el ruedo, pensar aspectos de nuestro presente y futuro a partir de su obra, es una tarea que nos interpela y que se requiere en lo inmediato.
Que celebrar el siglo y medio de su nacimiento no se convierta meramente en otro cúmulo de pomposas honras, es nuestra responsabilidad, esa que el propio Rodó supo visualizar claramente en su vida y obrar en consecuencia. Volver a leerlo y discutirlo es algo que le debemos y que nos lo debemos como sociedad. Que la nuestra sea una sociedad rodoniana es algo que todavía tenemos pendiente por reconocer [1].
VAZ FERREIRA, UN PENSAMIENTO VIVO
Líneas arriba, en el señalamiento de coincidencias entre Rodó y Vaz Ferreira, fuimos adelantando algunos de los postulados de del máximo exponente del pensamiento uruguayo. Apreciado hasta por el mismísimo Albert Einstein (con quien llegó a encontrarse y charlar largamente en Montevideo, en una memorable tarde de abril del año 1925), sin embargo, su obra no ha tenido fuera de Uruguay una difusión acorde al nivel de su importancia. En tal sentido, les propongo para esta instancia aterrizar en sus principales líneas de trabajo.
La lógica viva como una terapéutica del error
Lógica viva es una obra mayor del pensamiento filosófico latinoamericano y precursora de posteriores enfoques en la filosofía del lenguaje y la Teoría de la Argumentación que se desarrollaron en los circuitos filosóficos más destacados del siglo XX. Los planteos vazferreireanos nos proponen -y nos permiten- profundizar en la relación entre pensamiento y lenguaje. Y lo hace desde su planteo del lenguaje como limitado esquema, desde su afán por la redefinición de la razón, por el pensar por ideas y evitar los sistemas filosóficos cerrados y totalizadores, por la apelación a la razón razonable, por la apreciación de la lógica viva como una terapéutica del error, por el exponer las falacias en las que solemos incurrir y sus nefastas consecuencias en la esfera pública. Lo hace desde la indignación y el sufrimiento como motor en su búsqueda de una razón dialógica y una lógica de las discusiones que supere el pensamiento unilateralizado, dogmático y fanatizado. Su apelación a una sensibilidad ética en el hábito lingüístico público resulta un proyecto de enorme necesidad y vigencia.
La esquematización y su efecto público, las falsas oposiciones y las lógicas excluyentes, son parte de nuestra cotidianidad y se han incrementado a partir, por ejemplo, del uso de las redes sociales y de una ética de la comunicación muy difusa en nuestros tiempos digitales. Así, su llamado a razonar mejor y a desarrollar la sensibilidad moral como prevención contra los totalitarismos y como mejoramiento de la democracia, es clave y lo convierte en un autor ineludible para pensar nuestro tiempo.
Vaz Ferreira tiene como principales preocupaciones filosóficas (y vitales) el asunto de cómo pensamos, los modos en cómo discutimos y, sobre todo, las maneras en que nos equivocamos, las formas en que generamos, por ejemplo, falsas oposiciones o el cómo esquematizamos torpemente nuestras ideas, pues entendía que era allí, en echar luz sobre tales procesos para intentar corregirlos dentro de lo posible, donde se jugaba buena parte de nuestras posibilidades de mejorar como sociedad, como humanidad. O, al menos, el intentar no meter la pata tan asiduamente por culpa de nuestros modos de razonar.
En tal sentido, la lógica tradicional le resulta un proyecto limitado y será desde su lógica viva que pretenderá subsanar tal déficit, con una impronta pedagógica, didáctica, capaz de ser comprendida por la amplia mayoría de los ciudadanos, capaz de ayudarlos a pensar bien, a equivocarse menos, tomando elementos de nuestras discusiones cotidianas, aterrizando en los efectos prácticos de las argumentaciones, concentrándose en las opiniones de personas reales, agregando el debido contexto dialógico. La vida misma entrando en el campo de la lógica, en el campo de la argumentación.
Yendo más allá del análisis formal y esquemático de las operaciones lógicas formales tradicionales, Vaz Ferreira se propone analizar nuestras confusiones más habituales desde una psicológica, o sea, desde el análisis de los procesos psicológicos y los esquemas verbales que finalmente ponemos en juego cotidianamente y que son la clave para poder comprender nuestros errores argumentativos más frecuentes.
El afán pedagógico, de explicarse y de explicar lo más claramente posible su pensamiento, atraviesa toda la obra de Vaz Ferreira y adquiere grados magisteriales en el desarrollo de su lógica viva.
Desde su obra y un estilo asociado a la oralidad de sus clases magistrales en el ámbito universitario, reconocer de qué hablamos cuando hablamos de falacias de falsa oposición o de falsa precisión, o de los paralogismos más habituales, se torna una tarea accesible para el lector y una imprescindible guía pedagógica para docentes y estudiantes. Desarrollar el planteo sobre los modos de conocer prelingüísticos, el psiqueo y el lenguaje, el enfoque de las palabras como prejuicios o la importancia de las diferencias entre cuestiones explicativas y cuestiones normativas, es un desafío nada menor, que resulta particularmente clave en el afán del maestro por comunicar con claridad sus ideas.
Argumentación y educación
Nuestro filósofo se nutre de la lógica para desarrollar una perspectiva pedagógica. Este punto es central para quienes venimos desde hace años poniendo énfasis en la importancia de vincular la obra vazferreireana en el campo de la argumentación con el campo educativo. La educación fue el principal eje de interés de Vaz Ferreira, sea en lo teórico, sea en lo práctico, ejerciendo diversos cargos de primera relevancia en el sistema educativo. En buena medida, sus esfuerzos por ayudarnos a pensar mejor tienen que ver con comprender cómo se razonaba a la hora de visualizar y comprender problemas en materia educativa.
En su perspectiva, la educación y el debate público son decisivos en la construcción de los valores que determinan nuestras prácticas ciudadanas, por lo tanto, el campo pedagógico y argumentativo van inevitablemente de la mano. Hay que educar en pensar bien, hay que sostener y fomentar una pedagogía del buen razonar, una ética de la argumentación.
El estudio de las falacias (donde la de falsa oposición juega un rol central y tiene un especial tratamiento también en este libro) será, en definitiva, el elemento preponderante para conformar una pedagogía que aminore el impacto social negativo que tienen. En definitiva, la obra vazferreireana apunta a hacer de la sociedad un mejor espacio común, fundado en el entendimiento y la convivencia. Las vías para lograrlo pasan por retomar la centralidad de valores humanistas, que en Vaz Ferreira nos remiten a la importancia de la filosofía, la lógica, la argumentación, la ética, la pedagogía, la psicología, desde un enfoque que les reúne fermentalmente. Y la política, claro.
El conflicto entre la libertad y la igualdad
En Sobre los problemas sociales (1922), Carlos Vaz Ferreira se plantea la interrogante de si es posible resolver aquello que denominamos "el problema social" y señala que, en todo caso, requiere de una solución que no será ciertamente perfecta, considerar todas las soluciones posibles, analizar ventajas e inconvenientes de cada una y, por último, realizar una elección.
Esto tiene un inconveniente, nos indica: no resulta factible sopesar todas las teorías -incluyendo aquellas que escapan a nuestras previsiones- ni efectivamente contemplar todas las ventajas y desventajas. Y, además, siempre tenemos el problema de las subjetividades, de las sensibilidades particulares, en relación a esta cuestión del "problema social". Sin embargo, lo que hay que alcanzar es precisamente una solución consensuada de elección. Y para esto, nos dice Vaz, lo primero sería comenzar por
"algo utilísimo y bueno, que es lo primero que voy a tratar de sintetizar aquí; y es empezar por investigar si hay tanta oposición real como aparente, si no debería haber un acuerdo mayor; si está bien que, como ocurre en la práctica, las tendencias y las teorías luchen como si fueran contrarias en todo y desde el principio -o si todas esas tendencias deberían tener una parte común, sin perjuicio de que el resto siguiera siendo materia de discusión. Y es esto último lo que voy a tratar de mostrar: que, en vez de oposición y lucha total (por ejemplo: de conservadores contra socialistas, anarquistas, etc.), como hay en gran parte y como se cree que tiene que haber, los espíritus comprensivos, sinceros, humanos, pueden y deben de estar de acuerdo sobre un ideal suficientemente práctico, expresable por una fórmula, dentro de la cual caben grados" (Sobre los problemas sociales, vol. VII de la Edición de Homenaje de la Cámara de Representantes, Montevideo, pág. 21)
Y vale recordar, en este punto, que Vaz Ferreira fue influido en buena medida por el liberalismo de Stuart Mill (particularmente de su concepto de libertad) y por el liberalismo evolutivo de Herbert Spencer (sobre todo por su concepción del individualismo) y si bien evita utilizar el término "liberalismo", refiriéndose en cambio a la tendencia "individualista", es pertinente ubicarlo en la tradición liberal.
Luces y sombras del socialismo y el individualismo
Y es a partir del planteo de la búsqueda de una fórmula que evite las oposiciones que nos paralizan, y se concentre en los puntos de encuentro, que el autor aborda las dos tendencias ideológicas dominantes en relación al problema social.
"La oposición fundamental es la lucha de la tendencia individualista y la tendencia socialista; ésta es, diremos, la oposición polarizante. Bien: si se examinan esas tendencias como se presentan, hacen más o menos este efecto al que no está fanatizado ni unilateralizado:
El "individualismo" se presenta como la tendencia a que cada individuo actúe con libertad y reciba las consecuencias de sus actos (esto, esencialmente; pues la parte de "beneficencia" que admite el esquema individualista, es como simple paliativo). Y esa tendencia así formulada produce al espíritu sincero y libre, una mezcla de simpatía y antipatía.
Simpatía, porque la tendencia es ante todo favorable a la libertad, que es uno de los determinantes de la superioridad de nuestra especie. Y porque es favorable a la personalidad. Y porque es favorable a las diferencias individuales. Y porque es tendencia fermental. Capacidad y posibilidades de progreso. Pero produce, la tendencia, también antipatía. Ante todo, por su dureza: cierto que generalmente suele presentarse paliada por la beneficencia; pero ésta, encarada como caridad, no nos satisface.
Y, además de su dureza, el individualismo nos aparece como la teoría que de hecho sostiene el régimen actual; y entonces, va hacia ella nuestra antipatía: por la desigualdad excesiva, por la inseguridad; por el triunfo del no superior, o cuando más del que es superior en aptitudes no superiores, por ejemplo la capacidad económica. Demasiada predominancia de lo económico, absorbiendo la vida. Y justificación de todo lo que está, como la herencia ilimitada, la propiedad de la tierra ilimitada, etc. Ahora, el 'socialismo' nos produce, desde luego, efectos simpáticos, por más humano: hasta su mismo lenguaje y sus mismas fórmulas...más bondad, más fraternidad, más solidaridad; no abandonar a nadie; también tomar la defensa del pobre, del débil. Simpático, también, por la tendencia a la igualdad, en el buen sentido. Simpático, todavía, por sentir y hacer sentir los males de la organización actual, y así mantener sentimientos y despertar conciencias. Y tal vez, también, capacidad de progreso en otro sentido.
En cambio, antipático, o temible, por las limitaciones, que parecen inevitables, para la libertad y para la personalidad. Limitaciones a la individualidad. Tendencia igualante, en el mal sentido. Claro que eso no está siempre consciente en la doctrina: adeptos de ella buscarían la realización, no a base de imposición, permanente o pasajera, sino de sentimientos; pero entonces el socialismo se nos aparece como una de esas tendencias que supondrían un cambio psicológico demasiado grande y ya utópico para la mentalidad humana. Y así, podría decirse, en este primer examen, que al socialismo parece presentársele una especie de dilema: o utopía psicológica, o tiranía. Autoridad, leyes, gobierno, prohibiciones, imposiciones, demasiado de todo esto. Y demasiado estatismo, algo que tiende a suprimir la personalidad, la individualidad y las posibilidades de progreso. Esto último lleva a sentir al socialismo, también como algo que fija, como algo que detiene; y pensamos en esas organizaciones, de los artrópodos, por ejemplo, en que la perfección va unida a la detención del progreso.
Y, así, si recibimos los conceptos y tendencias como se presentan y si nos sometemos a su acción sinceramente, el resultado será la duda, la oscilación. Y la oposición de esas dos tendencias es, en verdad, lo fundamental: el análisis de otras nociones, propiamente no agregaría nada esencialmente a ellas. Repitámoslo: lo esencial sigue siendo el conflicto de las ideas de igualdad y de libertad (con las tendencias respectivamente conexas)." (ob. cit, págs. 22 a 25).
Socialismo hasta un punto y luego libertad
Vaz Ferreira se centra en el planteo de la oposición libertad/igualdad y nos remarca que hay gente más "sensible" al valor de la libertad y personas más "sensibles" al valor de la igualdad, a la vez que entiende que la libre acción genera inevitablemente desigualdad y, por otra parte, la idea de igualdad termina introduciendo coercitivamente la redistribución. Entonces, afirma, la alternativa viable como solución de elección, como resolución al problema social, debe contemplar la fusión de lo mejor de una y otra tendencia.
Enfocándose en esa propuesta de fusión, entiende que si bien lo deseable para una comunidad es esperar que cada individuo obtenga la consecuencia de sus acciones, del desarrollo de sus talentos y virtudes, el problema es que no todos partimos de posiciones igualitarias y, entonces, igualar el punto de partida sería lo primero y esencial.
Pero para que esto suceda se debería acabar con el mecanismo natural de transmisión de bienes económicos y herencia cultural en una familia, lo que Vaz Ferreira denomina "familismo", régimen en donde las generaciones pasadas pesan sobre el presente y que reproduce la desigualdad sin más, sin contemplar los debidos merecimientos y esfuerzos que cada generación debe poner en juego.
Siendo esta una solución difícil de concretar (recordemos en tal sentido la crítica y propuesta de Vaz Ferreira para limitar la herencia) y que atenta en algún punto contra aspectos que son derechos entendibles de los padres (por ejemplo, el hecho de brindarles, de heredarles, a sus hijos las "ventajas" culturales), lo que Vaz finalmente propone es atenuar las desigualdades para luego dejar primar una sociedad en donde los individuos sean responsables de sus actos, de su destino y lugar en la sociedad, más allá de lo que ha sido determinado de antemano por el familismo y más allá también del cobijo socializante y estatal.
Para ser más claros: socialismo hasta un punto y luego liberalismo, fusionando lo mejor de ambas tendencias. Asegurar al individuo un mínimum, unas condiciones básicas para una existencia digna que habilite un estado social en donde sea finalmente la idea de libertad la que prevalezca:
"En verdad, se podría defender bastante simpáticamente esta posición máxima: asegurar (por socialización, o como fuera) a cada individuo, esas necesidades gruesas, pero como punto de partida para la libertad, a la cual se dejaría el resto" (ob. cit. pág. 79).
Aunque señala que van a darse diferentes puntos de vista -según el talante socialista o liberal de ocasión- respecto del momento adecuado para "abandonar" al individuo a la libertad, considera que hay un mínimo -un socialismo de "primer grado"- que es deseable asegurar: acceso a la educación, a los servicios de salud, a la vivienda, a la alimentación, a la vestimenta y a un derecho fundamental, el de tener una tierra de habitación; todo con "una obligación de trabajo correlativa" por parte de los individuos asistidos.
Y advierte que, en todo este proceso de fusión de horizontes ideológicos, de complementar antes que de oponer, es vital dejar de pensar el problema social en términos de problema de clases, en los términos -que consideraba negativos, confusos y simplistas- de burgueses y proletariados:
"Idea simplista; de gran valor de combate, y hasta ahora pragmáticamente buena en cierto efecto grueso, en cuanto tendió en el plano de la acción a mejorar en algo las condiciones del trabajo manual; pero simplista, lo repito, y de tal poder confusivo que hace imposible resolver y hasta pensar. (...) En cuanto a mí, no me gusta, o no me parece conveniente, pensar por 'clases'; ni creo que se deba; se piensa y se siente y se resolvería mejor el problema, observando, juzgando y proyectando las que fueran las mejores organizaciones desde el punto de vista del bienestar, de la seguridad, de la igualdad, del mejoramiento, del estímulo, de la libertad, de la fermentalidad, sin esas divisiones (ob. cit, pág. 63).
A grandes líneas, esta es la solución de elección que para el problema social propone Vaz; y más allá de la solución concreta -atendible y discutible- que presenta, resulta importante la perspectiva que sobre el asunto arroja y que entiendo es vital incorporar en nuestra cultura y práctica política.
Vaz Ferreira como guía para nuestras prácticas políticas
"Comprender bien que todos los que piensan sensata y acertadamente sobre los problemas sociales, deben estar de acuerdo parcialmente; y comprender sobre qué deben estar de acuerdo y sobre qué, solamente, han de recaer sus posibles divergencias." (ob. cit, pág. 93)
Así, para quienes, en términos del lenguaje vazferreireano, no estamos "fanatizados ni unilateralizados", ni creemos en que las "oposiciones polarizantes" y la "lucha de clases" sean lo mejor para nuestra democracia, el planteo de nuestro principal filósofo oficia como una guía, como una necesaria apelación a la moderación y el consenso, a un acento que nos remite al justo medio aristotélico, a la tarea de evitar los extremos y priorizar la búsqueda del bien común por sobre otros intereses particulares.
Mucho necesitamos de su apelación a la búsqueda de acuerdos como punto de partida para concretar acciones que beneficien al conjunto de la ciudadanía, de su modo de sintetizar un republicanismo liberal que representa lo mejor de nuestro siglo XX.
Su búsqueda y planteo de una ética mínima como base para alcanzar una fórmula de consenso social que mejore nuestra vida en común, y que a la par nos haga más libres como individuos, sigue representando un faro en el horizonte [2].
A modo de breve conclusión
Como lo señalábamos al iniciar este trabajo, las celebraciones de autores de referencia son una oportunidad para recuperarlos desde el diálogo crítico con nuestro tiempo, desde los aportes reflexivos que puedan seguir brindando a sociedades que, como en estos dos casos que abordamos, ya no son las mismas que habitaron y que, sin embargo, más que nunca parecen necesitarles. No siempre sucede, por cierto. La peculiaridad del pensamiento de José Enrique Rodó y Carlos Vaz Ferreira los coloca en ese círculo privilegiado de autores que se convierten en clásicos vivos, de urgente vigencia, sobre los que conviene volver una y otra vez.
Es tarea del lector, de aquí en más, ingresar en los universos propuestos y finalmente coincidir o no con lo aquí planteado. Seguramente, en todo caso, siempre valdrá la pena el viaje, la aventura intelectual. Sigamos pensando juntos, sigamos leyendo a los mejores de los nuestros. Sapere aude.
PABLO ROMERO GARCÍA
Profesor de Filosofía, comunicador
(*) Ponencia presentada en las XXI Jornadas de Pensamiento Filosófico, "Desafíos actuales para la filosofía argentina e iberoamericana", organizadas por la Fundación para el Estudio del Pensamiento Argentino e Iberoamericano (FEPAI), agosto de 2023.
Imagen tomada de la portada del libro "Rodó y Vaz Ferreira, maestros de la inteligencia uruguaya", de Arturo Ardao (Linardi & Risso, 2022).
[1] José Enrique Rodó tuvo una corta y prolífica vida. Nació en Montevideo el 15 de julio de 1871 y falleció en Palermo (Sicilia-Italia) el 1º de mayo de 1917. Escritor, profesor, periodista, ensayista, crítico literario, filósofo, diputado, algunas de sus principales obras han sido referenciadas en la propia narrativa de los puntos de actualidad esbozados líneas arriba.
Ampliando debidamente la información respecto de sus textos publicados, que transcurren entre el campo literario, ensayístico y filosófico (y varios de modo póstumo), su bibliografía incluye: La Vida Nueva: "El que vendrá" (1896-97), La novela nueva (1897), Rubén Darío (1899), Ariel (1900); Liberalismo y jacobinismo (1906), Motivos de Proteo (1909), El mirador de Próspero (1913), El camino de Paros (1918); Epistolario (París, 1921), Hombres de América (Barcelona, 1920); Nuevos Motivos de Proteo (1927) y Últimos Motivos de Proteo (1932).
[2] Carlos Vaz Ferreira nació el 15 de octubre de 1872, en Montevideo, falleciendo en la misma ciudad el 3 de enero de 1958. Filósofo, abogado, profesor, impulsor y luego Decano de la Facultad de Humanidades, fue Rector de la Universidad de la República y autor de obras claves del pensamiento uruguayo. Su extensa bibliografía incluye: Curso expositivo de psicología elemental (1897), Ideas y observaciones (1905), Los problemas de la libertad (1907), Conocimiento y acción (1908), Moral para intelectuales (1909), Lógica Viva (1910), Lecciones sobre pedagogía y cuestiones de enseñanza (1918), Sobre la propiedad de la tierra (1918), Sobre la percepción métrica (1920), Sobre los problemas sociales (1922), Sobre feminismo (1933), Fermentario (1938), Trascendentalizaciones matemáticas ilegitimas y falacias correlacionadas (1940), La actual crisis del mundo desde el punto de vista racional (1940), Algunas conferencias sobre temas científicos, artísticos y sociales (1ª serie). (1956), Los problemas de libertad y los del determinismo. (1957), Tres filósofos de la vida (1965), entre otros.