La canción de Shakira: ¿un estado de situación?

Pablo Silva Olazábal

Contenido de la edición 02.02.2023

 

Es sabido que la canción de Shakira generó un revuelo considerable a escala mundial. Todavía, aunque más apagado, continúa acaparando la atención de los públicos más variados. El video en YouTube (que se puede ver aquí y la letra leer aquí) supera los 229 millones de visitas y generó un verdadero tsunami de reacciones en las redes (el verso más conocido de la canción fue, entre otras cosas, trending topic en Twitter). También en Montevideo siguen las repercusiones. Hace unos días, en Tristán Narvaja, estaba conversando sobre este asunto en la librería Montevideo cuando pasó una señora y al oírme repetir "las mujeres facturan", se detuvo, sonrió y dijo: "de eso habla todo el mundo en la calle y en la feria".   

Cuando una canción (o una publicidad o, en menor medida, un poema) tiene tal impacto es porque condensa de algún modo un concepto, una imagen o un valor (o disvalor) que previamente existe en la sociedad y que encuentra así su expresión.

"Shakira crea el nuevo lema del empoderamiento femenino: las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan'", repite un titular haciéndose eco de las decenas de miles de posteos en redes sociales. No sé si realmente representa ese valor ni si el asunto tiene tales dimensiones; habría que recordar primero que la canción tiene un tono eminentemente humorístico y nada que sea dicho con humor debería tomarse literalmente (porque el humor, como la ironía, distancia al signo de su significado, de lo que denota directamente), pero también es verdad que ese verso ha tenido un respaldo extraordinariamente masivo en las redes. Más que provocar, Shakira parece haber constatado un hecho: ella y Bizarrap se toparon con un estado de situación previo.

Se ha escrito mucho sobre la internalización del capitalismo en las relaciones humanas; el filósofo Byung-Chul Han recuerda que en el siglo XXI ya no es necesaria la figura exterior del patrón porque todos la tenemos internalizada. El sujeto actual no sufre explotación, sino que se explota a sí mismo: se autoexplota.

Vivimos inmersos en un frenesí de múltiples actividades que nos exigimos a nosotros mismos, en una práctica profusa que «modifica radicalmente la economía de la atención».  Por otro lado, esta voracidad cuantitativa y cualitativa por producir, o por fingir que se está produciendo (y que tiene su correlato en la aversión por la quietud y el ocio improductivo), se ha intensificado en las últimas décadas de la mano de una convicción planetaria: no hay futuro fuera del capitalismo. Esta afirmación, que no es racional (y tampoco razonable) implica una fe; se sostiene en una creencia que actúa como una suerte de autoprofecía cumplida.

Por ella la humanidad se niega toda posibilidad de construcción deliberada de futuro. No es posible incidir en lo que vendrá, construirlo actuando prospectivamente. Dicho de otro modo: cambiar el capitalismo entra en el terreno de lo inimaginable.

Ante la convicción de que no hay futuro o, mejor dicho, de que solo nos espera la amplificación y profundización del presente, aceptamos, internalizándolas, las reglas de juego capitalistas. Pero estas fórmulas, que fueron hechas para regir actividades externas, verificables, que sirven al lucro, pasaron a regir el terreno de lo íntimo, de lo inasible, de lo invisible. Las aplicamos a contenidos que son imposibles de mensurar: emociones, sentimientos y valores. Es decir, todo aquello que compone las relaciones humanas.

El hallazgo de una canción

La canción de Shakira da entonces en el blanco porque facturar (ganar dinero) se ha convertido en el eje para laudar todo conflicto. Por lo tanto, aquella (o aquel) que factura es el que ha conquistado la victoria y tiene toda la razón. El verso completo es aún más lúcido porque aclara que «las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan», equiparando dos actividades de naturaleza distinta que son igualadas por la (omnipresente) visión capitalista. Llorar integra el terreno de lo más subjetivo del alma humana; es una actividad que no se puede cuantificar ni mensurar. Simplemente, la emoción no es cuantificable.

Como siempre ocurre ante cualquier creación, es imposible conocer las intenciones de su autor o autores; solo podemos calibrar y tratar de explicar las repercusiones en la gente, en la sociedad. Está clara la intención ligeramente paródica de Shakira, de su forma de expresar graciosamente su despecho; es posible (aunque improbable) que todos sus seguidores estén en el mismo tono, es decir, que no se tomen totalmente en serio una letra de canción pegadiza y sumamente bailable. Pero en ese caso nada cambia; la parodia es una forma de constatación, de prueba, de acusación. Es el mecanismo por excelencia del carnaval, decir las verdades con un tono jocoso y un punto de exageración.

Una religión con demasiados profetas

A partir del siglo XVIII la religión empezó a ser desplazada en un proceso que continúa profundizándose hasta hoy; pensábamos que había sido sustituida por la luz de la razón y la ciencia, pero en realidad la sustituyó el capitalismo.

Ambos, ciencia y capitalismo, presentan cierta afinidad: identifican lo real con lo mensurable. Solo aquello que se puede medir y cuantificar (mediante instrumentos y cálculos tecnológicos) es real. Lo que no se puede medir, no lo es: pertenece a lo ideal, a la ensoñación, al romanticismo.

Así, toda actividad y expresión humana ha entrado en un proceso de cosificación, de cuantificación. Por ello la mentalidad capitalista (la nuestra, la de todos) tiende a sustituir las relaciones de «yo-tú» por las de «yo-ello». Y en eso también la canción de Shakira demuestra coherencia: abunda en comparaciones cosificadoras en torno a relojes, autos y otros objetos de consumo. Expresa con eso que es posible evitar la tristeza por la pérdida del ser amado y sustituirla por la ganancia monetaria, que convierte la derrota en victoria. No me atrevería a afirmar que Shakira valida esta forma de pensar; pero sí que en esa forma de pensar hay poco espacio para la fraternidad, para el viejo y querido amor, que, por suerte, sigue siendo imposible de cuantificar. Por supuesto, tanto en el presente como en el futuro, fuera de las redes y en medio de la lucha por la vida diaria, seguirá habiendo millones de mujeres y hombres que llorarán sus penas porque desde siempre, como dijo Pascal, el corazón tiene razones que la razón no comprende (las mujeres, eso sí, seguirán facturando menos por trabajos idénticos a los hombres, siendo desplazadas de los puestos jerárquicos y destacándose en otros rubros estadísticos como, por ejemplo, el de las víctimas de la violencia intrafamiliar). 

«Hay que dar vuelta el tiempo/ como la taba» decía una hermosa canción que interpretaba Mercedes Sosa (llamada "La «Negra» por amigos y seguidores) y también Alfredo Zitarrosa, «el que no cambia todo/ no cambia nada». Queda claro, a esta altura del siglo, que ese «cambiar todo» implica, más que nada, una nueva actitud en los términos de los relacionamientos humanos. No se trata de «dar vuelta la tortilla» replicando los mismos modos de opresión previos en los vínculos personales. Por decirlo en términos dramáticos, no importa si se siguen utilizando los mismos términos en las relaciones humanas, si en vez de patrones mandan obreros. Hay evidencia histórica: a la corta o a la larga, se genera la misma injusticia.

La canción de Shakira, con su éxito global, señala un estado de situación, una premisa global en las relaciones humanas. Algo que no se puede ignorar y que hay que cambiar, aunque no se sepa bien cómo. «Somos la prehistoria» me dijo hace poco el escritor español Manuel Vicent, «el Homo sapiens jamás imaginó este presente, así como nosotros tampoco sabemos lo que seremos en el futuro», lo que, por suerte, también es verdad.

PABLO SILVA OLAZÁBAL

Escritor, comunicador, director y conductor del programa radial La máquina de pensar

 

Imagen de portada: Twitter/@shakira


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2023-02-02T12:37:00