La política en tiempos de incertidumbre

Miguel Pastorino

El coronavirus puso en evidencia la profundidad de los problemas sociales, políticos y culturales que ya teníamos y que no parecían tan evidentes. 

Contenido de la edición 24.06.2021

 

Somos parte de sociedades complejas, donde conviven diversas perspectivas sobre la realidad y una inabarcable diversidad de información disponible sobre los más variados asuntos. Los principios que rigen la vida humana y la convivencia social no dependen de técnicos y científicos y las decisiones políticas cargan con esta responsabilidad ética que reclama un serio debate público y una reflexión conjunta en la búsqueda del bien común. Por otra parte, la gobernanza de la tecnología será cada vez más un problema ineludible en la agenda política, para lidiar con la inteligencia artificial y las biotecnologías.

El nodo más problemático de la política en nuestra época no lo constituye las "cuestiones técnicas", sino los cimientos antropológicos y éticos de las sociedades democráticas, y de modo especial los derechos humanos, que, siendo una verdadera piedra fundamental del progreso moral de la humanidad, pueden verse sometidos a toda clase de manipulaciones y deconstrucciones relativistas o de lecturas fundamentalistas.

La "política paliativa", como la llama Byung Chul Han, "no es capaz de tener visiones ni de llevar a cabo reformas profundas que pudieran ser dolorosas. Prefiere echar mano de los analgésicos, que surten efectos provisionales y que no hacen más que tapar las disfunciones y los desajustes sistemáticos".

La preferencia por la inmediatez, la falta de reflexión y las nuevas formas de individualismo llevan a la cultura, las relaciones humanas, el derecho, la política, la religión y los dilemas éticos a un territorio inexplorado, donde la mayoría de los hábitos aprendidos para enfrentar la vida han perdido aparentemente toda utilidad y sentido. En un cambio sociocultural de magnitudes insospechadas, aprender a vivir en la incertidumbre, pensar a largo plazo y trabajar en procesos de humanización de las estructuras sociales se han vuelto desafíos ineludibles para la política.

Sobre estos temas complejos, amplios y aún por pensarse con mayor profundidad, he publicado por iniciativa de la Fundación Konrad Adenauer un breve ensayo titulado "La era de la responsabilidad: el rol de la política en tiempos de incertidumbre" que puede descargarse gratuitamente de la página de Diálogo Político aquí, a partir del cual comparto en CONTRATAPA un breve resumen de algunos de los temas allí planteados.  

Decisiones políticas en sociedades complejas.

Somos parte de sociedades complejas, donde conviven diversas perspectivas sobre la realidad y una inabarcable diversidad de información disponible sobre los más variados asuntos. Y en los momentos de crisis la diversidad de perspectivas se hace patente de una manera inevitable. Quienes tuvieron y tienen que tomar decisiones difíciles ante la crisis del covid-19 no podían dedicarse a un solo mundo, sino que tienen que atender varios mundos al mismo tiempo con perspectivas, intereses y valores distintos, y luego, sin que todos estén de acuerdo, priorizar responsablemente las acciones a seguir. Graves dilemas éticos azotan tanto a médicos como a políticos, científicos, educadores y a cada uno de nosotros en diversas situaciones. ¿A qué le damos prioridad en una crisis? ¿Es más importante el derecho a manifestarse públicamente que el riesgo de contagio masivo? ¿Es más importante la salud pública que la economía? ¿Es más importante priorizar la educación presencial o posponerla por la salud pública?  ¿Es más prioritario mantener abiertos los centros comerciales que las iglesias en tiempos de desesperación? ¿A quiénes atender primero en una emergencia médica cuando se satura el sistema de salud?  

Sobre estos y otros asuntos, no todos están de acuerdo y no siempre depende de voces expertas, porque en cuestiones filosóficas y éticas no puede uno esperar evidencias científicas que lo guíen, ni algoritmos que den la mejor opción habiendo calculado todas las posibilidades. Como bien lo expresa el filósofo Daniel Innerarity: "La política es por eso el intento de articular de la mejor manera posible la diversidad de perspectivas que conviven en la misma sociedad"[1].

Aprender a vivir en la incertidumbre de una pandemia es algo que exige reinventarse. Y es entendible que las decisiones más importantes a nivel político no puedan ser tomadas por expertos que ignoren las condiciones sociales ni por políticos que no estén suficientemente informados en lo técnico y científico. Los criterios científicos son fundamentales, pero no tienen la última palabra, sino que esta pertenece a quienes tienen la responsabilidad política por el bien común.

La respuesta no la tienen solo los científicos, ni solo los políticos, ni solo los filósofos, sino la colaboración inteligente, la mutua cooperación de todos en la previsión y prevención, en la capacidad de anticiparse y reaccionar a tiempo a los desafíos que se presentan. Si bien es cierto que no es la ciencia, sino la política quien decide las prioridades sociales, los políticos no pueden dar la espalda al conocimiento.

Narcisismo cultural: el nuevo individualismo.

A nivel sociocultural, hay una realidad que está reconfigurando las relaciones humanas y por ello también la vida política, un fenómeno también amplificado por las nuevas tecnologías: el individuo autorreferencial, centrado en sí mismo de modo absoluto.

Las grandes estructuras socializadoras perdieron autoridad y el individuo queda a la intemperie, ya que la liquidación de las costumbres y el olvido de las tradiciones culturales ha desarticulado y complejizado las relaciones. Muchos hoy tienen que pedir cursos de coaching o asesoramiento psicológico para aprender a escuchar, a respetar al otro, a expresarse sin agresividad, a poner límites, a decir lo que sienten, etc.  Es como si los valores también hubiera que ir a comprarlos al hipermercado.

Las batallas "ideológicas" y políticas en las redes son hiperemocionales, frívolas y pasajeras, donde se salta de un tema a otro como quien cambia de canal, en una especie de zapping de discusiones y agresiones o apoyos solidarios que solo quedan en la fugacidad del mundo virtual, sin medir las consecuencias.

Los proyectos históricos no movilizan, ni los planes políticos a largo plazo. Lo que moviliza es el fetiche de la "innovación", del "cambio por el cambio", del gusto de la novedad por la novedad misma, aunque sea algo viejo con nombre nuevo.

El dominio de la lógica consumista en casi todos los campos de la vida parece ser una de las principales causas de la frivolidad y la inestabilidad de los vínculos. En debates sociales sobre cuestiones bioéticas como la eutanasia, se plantean como si fuera solo una cuestión de libertad individual ignorando las consecuencias sociales sobre los más vulnerables, y no se analizan los presupuestos antropológicos que hay detrás de esos proyectos.

La presunción actual de que todas las cosas giran en torno a uno mismo, de que yo soy el centro del universo y que "la" realidad es "mi" realidad, va creando una incapacidad progresiva de entender que hay otros modos de pensar y de ver el mundo. Esto tiene consecuencias sociales y políticas devastadoras: si lo único que importa es mi interés y las cosas son solamente como yo las veo, ¿qué sentido tiene hablar de bien común? ¿cómo es posible que alguien entienda que tiene que aceptar límites a su egoísmo para dar lugar al bien ajeno?

Crece en nuestros tiempos una gran incapacidad para vivir el conflicto, para aceptar lo distinto, para vivir en la diferencia, para ver al otro realmente como es en realidad. Una persona autorreferencial se siente atacada cuando alguien piensa distinto, porque no puede separar su identidad de sus opiniones subjetivas. Por eso incluso calificará de "intolerante" a alguien por el solo hecho de no pensar igual.

El verdadero diálogo es hablar con quienes no piensan igual. Lo igual no necesita dialogar ni encontrarse con lo diferente. No pocas veces las banderas de la igualdad pueden promover la exclusión y la expulsión de lo distinto. La igualdad de derechos no ha de confundirse con una homogeneidad social de ideas y puntos de vista. 

La crisis de los fundamentos éticos.

El fundamento de los derechos humanos puede ser secuestrado por imposiciones de mayorías políticas o por presiones de minorías. Y es que la cultura jurídica occidental se ha fundamentado en valores jurídicos radicales, por encima de las decisiones de eventuales mayorías o de imposiciones plebiscitarias. El fundamento de los derechos humanos es la dignidad inherente de todo ser humano. Cuando esta dignidad se vio pisoteada por regímenes totalitarios cuyo pragmatismo y relativismo ético los llevó a manipular a su antojo el valor de la vida humana, las naciones que acordaron esta Declaración Universal, entendieron que los fundamentos intocables de los derechos humanos son pre-políticos y por lo tanto reconocibles por todos. Lo cierto es que como no se profundizó en las bases filosóficas de dicho documento, quedó expuesto a interpretaciones que relativicen sus fundamentos y que podamos retroceder en el reconocimiento de la dignidad de todo ser humano debido a intereses particulares.

Hoy se confunden deseos individualistas con derechos, y no importan los derechos de los otros, solo los propios. Los deberes que son inseparables de los derechos no parecen interesar demasiado. No se distingue ya lo público de lo privado y negando cualquier norma universal, todo se vuelve una pugna por imponer los propios gustos, valores e intereses particulares al resto de la sociedad.

¿No sucederá también que la política reducida en su horizonte y desfundamentada se encuentra necesitada de nuevas raíces, de un fundamento que le dé sentido y credibilidad? ¿A dónde va la política entregada al relativismo y al pragmatismo? ¿No es esta falta de suelo antropológico y ético común una herida abierta para el surgimiento de nuevas formas de fundamentalismos y sectarismos de toda clase? ¿No estamos renunciando silenciosamente a los mínimos fundamentos del edificio en el que se sostienen nuestras sociedades democráticas?

Son muchos los desafíos del presente y el futuro que plantean grandes cuestionamientos a las formas de gobernar herederas de otros tiempos y de otros esquemas culturales. Estos desafíos requieren de un nuevo liderazgo ético en la política. Para muchos, la ética es una cuestión cosmética, de imagen o de reputación, pero es algo mucho más fundamental y profundo que hace la diferencia en el mundo que construimos con nuestras decisiones, especialmente de quienes tienen la responsabilidad sobre el bien común, cuyas decisiones afectan a todos los demás. Pensar a largo plazo y en el bien común debería estar por encima de la estrechez de miras pragmática que domina nuestro tiempo.

 

MIGUEL PASTORINO

Licenciado en Filosofía, magister en Dirección de Comunicación.

Profesor de Filosofía en la Universidad Católica del Uruguay

 

Imagen: adhocFOTOS/Javier Calvelo

 


[1] Innerarity, Daniel. 2020. Pandemocracia. p. 61

 

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2021-06-24T00:23:00