Contratapa

 

Está divina, está divina, dijo la rubia. Él, que también la estaba mirando, al escucharla con tanta ilusión dijo "sí, pero precisamos herramientas...".

¿Podrás creer que fueron y como a la hora volvieron, esta vez con un pesadísimo bolso? Las herramientas ya no eran un problema.

La hora también ayudó a disipar la niebla e ir descubriendo el escenario.

Un buque pesquero encallado mismo frente al Palacio de la Luz.

A ella le había tocado evaluar el entorno, mientras él desmontaba la puerta de la cabina. Le llamaba la atención un señor que cocinaba en el cantero de la rambla. Estaba a mediana distancia, junto a una carpa de bolsas hecha claramente por él mismo.

Solo se dio cuenta lo pesada que era cuando la sacó.

"No te creo, no voy a poder" se decía; apenas la arrastró unos metros entre los restos y ya no podía respirar.

Todo lastimado y con una voluntad pocas veces vista, logró tirarla por arriba de la baranda.

Se clavó en el barro, y ahí sí, los dos supieron que la habían perdido.

Una voz los sacó de golpe de aquella despedida...

"¿Le doy una mano, maestro?"

Ricardo se llamaba aquel oportuno y servicial cocinero. Se lo contó atravesando los charcos mientras llevaban el fangoso botín. Tipo camilla la tenían; así y todo, descansaron un par de veces antes de llegar al auto.

Era tan larga que el baúl no cerraba. No importa, decía ella entre nerviosas carcajadas, vámonos, vámonos.

Antes, sacó la mejor propina posible de su cartera y le dijo "¡gracias señor!"   

Más emocionante que tener la puerta fue lo que Ricardo respondió: "No preciso plata, fue de onda".

Él lo abrazo, insistió y se la dio.

Mientras aceleraban en medio de la alocada alegría, Riki, que también sonreía, les gritó: "ahora la bahía esta unos cuantos kilos más limpia".

Vaya uno a saber cómo la imaginación se va desplegando para ir llegando a la obra final. Sea como sea, la puerta está ahí -o parece estarlo- y no dudemos que de aquí a un tiempo termine convertida en una nueva pieza de la colección de "El arte naviero".

 

JORGE RIVAROLA