La suelta de libros

Contenido de la edición 27.05.2024

 

Hoy es el día de La Suelta de Libros, un emprendimiento formidable para que en lugares públicos cada quien recoja un libro a su gusto y pueda disfrutarlo. El primer paso es que alguien decida dejarlos, y ahí encontré mi oportunidad buscada desde hace años.

Me habían sobrado varios ejemplares de mi segundo libro de cuentos, "Maldita sea", y de mi primera novela, "Flaco, yo me saco el pasaporte". Una vez leí que en España los libros que no se venden en seis meses- quizás un poco más, pensándolo mejor- se envían a reciclar como papel. Me horroriza la idea que pudieran picar industrialmente alguno de mis libros para volverlos a usar como papel de embalaje o bolsas de supermercado. Acepto el reciclaje de todos los productos, a ultranza, pero tengo mi corazoncito cuando se trata de libros; quizás, sea un exceso de romanticismo.

Lo concreto es que he realizado varios intentos con la Intendencia para donarlos a bibliotecas municipales, con la Cámara del Libro para que los repartan donde mejor entiendan, con el Ministerio de Educación y Cultura para que hagan lo propio. Me trataron con formal asentimiento, pero con escaso entusiasmo. Exigía poner en acción a determinados engranajes burocráticos que, por lo visto, estaban un tanto herrumbrados o cuya predisposición a la recolección de ejemplares exigiría un esfuerzo fuera de lo convencional. Me ofrecí a llevarlos, pero no tenían claro dónde dejarlos o quién y cuándo los recogerían.

Es posible argumentar que nada podría estar más lejano de la realidad, ni atentar contra el merecido reconocimiento a la gestión cultural de tan prestigiosos actores. Quisiera aceptar que así fuera...quizás no supe expresarme bien cuando les planté la iniciativa.

Debo agregar un caso que llegó a entusiasmarme y lo supuse como la solución ideal a mi interés de regalar esas decenas de ejemplares. Leí en un diario acerca de un proyecto que se lleva, o llevaba a cabo, en una facultad, consistente en leer y regalar libros a las mujeres privadas de libertad. Ese punto siempre me resultó loable porque las madres reclusas crían a sus hijos estando en la cárcel, hasta los cinco o seis años de los niños. Ello moviliza mi sensibilidad y quise cooperar. Envié un mail al centro de estudios y les expresé mi total apoyo y deseo de cooperar regalándole libros. No obtuve respuesta.

Pasó un tiempo, imprimí el mail, fui a la facultad, me dirigí al departamento correspondiente y entregué la hoja impresa con mis datos a la espera de una respuesta que nunca recibí. Me dije: no te enojes, las burocracias son así, ya las describió Montesquieu hace siglos, las trató también Foucault y cualquier ciudadano de a pie la sufre igual que vos...tranquilo...si no estás seguro todavía mirá Zootopia y lo vas a entender.

Finalmente llegó mi momento tan ansiado: La Suelta de libros del 27 de mayo de 2024. Decidí recorrer las paradas de ómnibus y dejar montoncitos allí para que, justamente, el ciudadano de a pie, quien podría no tener un fácil acceso a comprar libros, o, incluso no tener libros en algunos casos, pudiera tomarlos libremente. Quiso la mala suerte que una semana antes me afectase una feroz gripe con fiebre alta y tos persistente a las que vencí con disciplinado reposo y ayuda de medicamentos. El 26 de mayo fue el primer momento en que me sentí bien.

El 27 de mayo, mi gran día, hace frío y llueve sin cesar, pero no importa. Abrigo, paraguas y determinación. Tuve en cuenta a los trabajadores del transporte, ellos también se merecen el privilegio de obtener gratis un libro para su hogar.

Me dirigí con varios ejemplares a una terminal de ómnibus y me presenté con entusiasmo: hoy es el día de la suelta de libros, muchachos, y quienes quieran llevarse un lindo libro de cuentos o una buena novela, se las dejo por acá. Que las disfruten. Reacción: un par de caras de asombro. Uno no sabía que día es ese ni tenía claro si se vendían. El otro fue más concreto: señor, no puede dejar eso acá. ¿Por qué? pregunté incrédulo. Esto es un lugar de trabajo. Ah, perdone, entiendo, los dejé en el mostrador. ¿Tiene alguna mesita, o los puedo dejar acá arriba del frigobar? No señor, no los puede dejar, son las normas. ¿Qué normas? Las normas de acá. Bueno...susurré. Recogí mis libros y respondí: son malas sus normas, que tenga un buen día.

Luego pensé: debes de comprenderlo, son gladiadores del asfalto curtidos por problemas cotidianos y espadas de Damocles por incumplimientos múltiples, no se quiso complicar con vaya a saber qué nuevo tipo de problemas pudiera traerle si algún superior notase tal anomalía en la oficina. Quizás...démosle una oportunidad a esta perspectiva más solidaria. Me había mojado inútilmente, pensé si no me volvería a resfriar. No lo dudé, de ninguna manera, continué con el plan.

Me subí al auto y comencé a circular en búsqueda de la primera parada de ómnibus. El banquito estará mojado...no importa, haces una florcita con los libros y solo se mojará un poquito el de abajo. Fantástico. Fue entonces cuando me di cuenta que debía enfrentar un nuevo desafío: no todas las paradas de ómnibus tienen banquito. Uau, ¿por qué no les ponen banquito a todas? en el piso no los voy a dejar. Seguí buscando.

Recorrí varias paradas y me topé con el problema de dónde estacionar, aunque sea un momento. Encontré un hueco y me metí. Aún sin cerrar el auto, con los libros en una mano y la otra en la puerta, una voz joven femenina me advirtió:  Señor ¿usted viene al banco? Porque están por llegar los compañeros y es el estacionamiento de ellos. Le expliqué que duraría un minutito, solo cruzaría a dejar estos libros en la parada. Volví a los pocos minutos y ya más contemplativa me dijo: Qué bueno ¿los está reglando? Le dije que sí y pregunté si acaso quisiera algunos ejemplares para repartir entre los compañeros. Respondió, luego de pensar unos segundos: No, mejor no, déjeselos a esta gente "que los necesita más." Aclaro que el entrecomillado es propio. Tratándose de una joven hubiese querido contestarle con el emoji de asombro, el de los ojos abiertos y las cejas altas. Pero no. Le sonreí, saludé y liberé el estacionamiento.

Varias paradas estaban vacías y los dejé igual. Alguna gente me agradeció y me hizo feliz, otra señora me contestó gentilmente que por ahora no, un señor me felicitó, otros me ignoraron, pero, cuando me fui, curiosearon los libros y vi que se llevaban uno o dos ejemplares. Quedé muy contento. Debo suponer que ya hayan recogido todos los cuentos y la novela. Ojalá les gusten. Hoy me va a leer gente de a pie, tan libre de estructuras como yo, en esta jornada fría y lluviosa.

Espero no agarrarme una recaída.

Chau. Un abrazo a todos. Hoy es un gran día.

ROBERTO CYJON

Ingeniero, magíster en Historia Política, doctorando en Historia por la FHCE.

Expresidente del Comité Central Israelita del Uruguay

 

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2024-05-27T22:49:00