Las “ventanitas al pasado” de la Ciudad Vieja de Montevideo

Alejandro Giménez Rodríguez

Contenido de la edición 18.09.2022

 

Las recientes excavaciones en un predio estatal en la esquina de Rincón y Misiones nos muestran vestigios de los siglos XVIII y XIX, al mismo tiempo que recuerdan a un personaje casi desconocido del período colonial en aquella ciudad incipiente.

El predio, inserto en plena Ciudad Vieja, es un estacionamiento, aunque ya en la segunda presidencia de Julio María Sanguinetti (1995-2000) se presentó un proyecto de realizar allí una ampliación del vecino Museo Casa de Rivera. Nunca se concretó hasta hoy, en que se llevará a cabo la anhelada obra de la que es sede central del Museo Histórico Nacional, y un conjunto habitacional impulsado por el Ministerio de Vivienda y Ordenamiento Territorial.

Los restos arqueológicos hallados nos retrotraen al pasado colonial y a las primeras décadas de nuestra vida independiente, así como a un personaje olvidado de aquella ciudad en sus primeros años, digno de ser recordado.

El inefable dueño de una gran fortuna en una incipiente ciudad

Con solo 16 años, Juan de Achúcarro llegó a la bahía de Montevideo en 1727, incentivado por su primo Francisco de Alzaybar, recordado por traer las expediciones de colonos canarios en 1726 y 1729, en los primeros años de la hoy capital uruguaya.

Era el cuarto de ese nombre en una familia vasca, misma procedencia que los Zabala y los Viana. Fue forjando una gran fortuna, siendo uno de los primeros abastecedores de carne en la novel urbe, además de pionero en instalar un molino de viento en esta península (en una de sus propiedades sobre la actual calle Francisco de Sostoa, que fue su yerno) y propietario de gran cantidad de bienes raíces en la planta urbana y en las afueras de la misma.

Fue cimentando una actividad pública muy importante, siendo cabildante a partir de 1744, ocupando la responsabilidad de alcalde de primer voto, luego teniente general del rey y representante frente al gobierno de Buenos Aires, de la que dependió la ciudad hasta 1751, cuando se creó la gobernación montevideana, en la que llegó a ser lugarteniente y justicia mayor, algo así como vicegobernador.

Al igual que los Artigas, Achúcarro se haría hidalgo en América, ya que en Europa no había ostentado prestigio social ni bienes materiales. Aquí fue "señor de solar conocido", llegando a obtener una nobleza no titulada, la que no había alcanzado en su tierra natal.

Pero Achúcarro era al decir del genealogista Ricardo Goldaracena "un vasco grosero y mandón", y su prestigio empezó a venirse a pique en 1768, cuando fue conocido un incidente  que tuvo con el Alférez Real y el Depositario.

Ambos integrantes del Cabildo se apersonaron en la puerta de su casa sobre la calle Real (luego San Gabriel y hoy Rincón) y del Gallo, después San Francisco y actual Zabala, con el objetivo de cobrarle una contribución de 25 reales para financiar la construcción de una fuente. Ante el pedido, preguntó de parte de quién era la petición, y ante la respuesta dijo indignado: "¡Me cago en el alcalde!". La respuesta constó en actas del cuerpo capitular de la ciudad.

El dueño de casa estaba más enojado por el procedimiento que por el aporte monetario que se le había solicitado, ya que se trataba de personas de menor rango que él, entonces vicegobernador. Este exabrupto le costó la destitución, aunque renunció antes.

También estuvo vinculado a la congregación de San Francisco, y participó de la liquidación de los bienes de la orden de los Jesuitas, expulsada de las posesiones españolas en América en 1767, siendo acusado de manejos poco claros, dejando sombras de corrupción.

En junio de 1768 Juan de Achúcarro falleció repentinamente y, curiosamente, el apellido desaparecería de Montevideo, no continuándose al dejar solo descendencia femenina. Suele confundirse con Alejandro Chucarro, que tuvo papel protagónico en los días en se forjaba la independencia del Uruguay, siendo constituyente en 1830, y luego ministro y legislador en las primeras décadas de la república.

El paso de los siglos que se descubre en el subsuelo

La inminencia de la obra en un área patrimonial como la Ciudad Vieja determinó la obligación de hacer excavaciones para realizar un estudio de impacto, buscando en donde puede haber restos. Al mismo tiempo, a través de documentos, archivos y crónicas de época se pudo inferir que hacia 1750 ya había una construcción en el predio de las actuales Rincón y Zabala.

Construcciones de distintas épocas se encontraron en el predio, de los siglos XVIII y XIX. Es lo que la arqueóloga Nicol De León llama "ventanitas al pasado", no más que ver en el subsuelo del estacionamiento distintos momentos del pasado, extrayéndose objetos de hueso, vidrio y mayólica.

De la centuria fundacional de la ciudad se encontraron muros, sobre todo los que dan sobre Rincón, que tienen casi 300 años. Asentados con barro, allí hay piedra (que en ese período se reservaba fundamentalmente para fortificaciones) y ladrillos grandes, muchos más que los actuales.

En cuanto al siglo XIX, lo más importante encontrado son cuatro cisternas abovedadas, revocadas en su interior con brea (una forma de impermeabilizarlas), que se llenaban con agua de lluvia, además de caños que datarían de 1860. No hay que olvidarse que cuatro años antes se había inaugurado el primer saneamiento de la ciudad, la Red Arteaga, la que a menudo aparece cuando hay trabajos en la capital, y que sigue en parte en funcionamiento.

En el predio, presumiblemente había varias viviendas, por lo que se han hallado pisos de patios, y muy posiblemente hubiera jardines y plantaciones de familias pudientes que vivieron allí, las que mandaron hacer las cisternas antes mencionadas.

¿Cómo es el rescate de lo encontrado? "Se pide a la Comisión de Patrimonio Cultural de la Nación autorización para excavar, registrar lo encontrado, hacer un relevamiento 3D, para generar información y documentación", manifiesta De León, a la vez que nos muestra un cucharín, una brocha, una espátula, un jalón y una escala, instrumental que permite hacer un trabajo que arroja luz sobre nuestro pasado alojado en el subsuelo de la ciudad.

El Museo Histórico Nacional tuvo la buena idea de realizar visitas guiadas para grupos escolares y liceales de la zona, restauradores, historiadores y público en general, a cargo de la arqueóloga responsable de los trabajos. Es que quizás en poco tiempo ya no puedan verse esos bienes patrimoniales, los que quedarán debajo de las obras a realizarse allí, más allá de que los objetos encontrados sean catalogados y estudiados.

Como un gran palimpsesto sobre el que los habitantes de distintos momentos históricos van dejando su huella, nuestro patrimonio sigue dando señales. De ahí que las excavaciones sean claves en cuanto a la conservación de nuestro pasado.

 

ALEJANDRO GIMÉNEZ RODRÍGUEZ

Historiador, docente, comunicador,

asesor en la Dirección Nacional de Cultura del MEC

 

Imagen de portada: detalle de plano de ingeniero Juan de los Reyes, 1800, señalando el lugar de actuación arqueológica


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2022-09-18T18:04:00