Literatura y realidad en la Navidad

Alejandro Carreño 

Contenido de la edición 23.12.2022

 

Mi vecino de cuatro años, Jorgito, ya le "escribió al Viejito Pascuero", como llamamos en Chile a Papá Noel o Santa Claus. Me lo contó su padre, mi amigo Nicolás. Como Jorgito, millones de niños en el mundo le escriben con el corazón a Papá Noel. Lo han visto en los centros comerciales y en la televisión. ¡Existe! ¿Qué duda cabe?

Las cartas son la confirmación de la existencia de un personaje que fue de la literatura a la realidad y de esta a la literatura. Los niños, sobre todo los más pequeños como Jorgito, ignoran lo que pueda ser una y otra, pero saben que tanto en los libritos como fuera de ellos, la Navidad se viste con las ropas de Papá Noel y su bolsa de sueños variopintos, hasta que la vida los despierta de esos sueños y los sumerge en la realidad, como le ocurre al narrador del cuento de Ciro Alegría, Navidad en los Andes: "Me gustaba ver que mi madre entraba caminando de puntillas y como ya nos habían dado los juguetes, ponía debajo de mi almohada un pañuelo que había bordado con mi nombre. Me conmovía su ternura. Deseaba yo correspondérsela y no le decía que la existencia había empezado a recortarme los sueños. Ella me dejó el pañuelo bordado, tratando de que yo no despertara, durante varios años".

Los niños saben que esa bolsa de sueños se abrirá silenciosa y depositará a los pies de "su" Árbol de Navidad, lo que pidieron en sus cartas. Pero los niños ignoran también que en la literatura como en la realidad, ese árbol de Navidad que titila como las estrellas que cantan los poetas, dejará su fantasía para sumergirse en el olvido o en su propia muerte.

El ayer trae a las viejas generaciones la fragancia del pino natural que se compraba cuando diciembre amanecía en el calendario, y que olvidado moría en algún lugar del patio de la casa cortado en minúsculos pedazos para los braseros del invierno. Era el destino de estos pinos arrebatados de su entorno natural para formar parte del cartón postal navideño del hogar. Como en el cuento El pino, de Hans Christian Andersen, doloroso en la cruda consagración de su destino en boca de uno de los niños que la noche anterior danzaba a su alrededor: "¡Mira lo que aún quedaba en ese feo árbol de Navidad! exclamó, pisoteando las ramas hasta hacerlas crujir bajo sus zapatos [...]. Y vino un sirviente que cortó el árbol en pequeños pedazos, hasta que hubo un buen montón que ardió en una espléndida llamarada bajo la enorme cazuela de cobre".

La muerte del pino, metáfora del Ave Fénix, muere para volver a nacer, para que el mito navideño se renueve todos los años entre sus ramas. Morir para nacer en otro. De hecho, en la antigüedad "o pinho, no sentido estrito, simbolizava a fertilidade". Y, en la simbología cristiana, "está estreitamente associado ao simbolismo da Árvore da Vida" (Herder Lexikon, Dicionário dos símbolos, Círculo do Livro, São Paulo, 1990). Por su parte, el clásico Diccionario de símbolos de Juan-Eduardo Cirlot, nos dice que el pino, como "otros árboles de hoja perenne, es símbolo de la inmortalidad" (Editorial Labor, Barcelona, 1969). Árbol de la Vida e inmortalidad, para volver a nacer, para volver a morir: "Este es el significado de la Navidad. Si el Señor sigue viniendo entre nosotros, si sigue dándonos el don de su Palabra, es para que cada uno pueda responder a esta llamada: hacerse santo en el amor" (Papa Francisco, 5 de enero de 2020 en Twitter). O como reza la última estrofa del poema de Rubén Darío Los tres Reyes Magos: "-Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos. / Triunfa el amor, y a su fiesta os convida. / Cristo resurge, hace la luz del caos / y tiene la corona de la Vida".

Pero el Árbol de Navidad ya no es ese pino de niño inocente que espera rebosado de sueños la Nochebuena: "¡Oh, si ya fuese de noche!", pensó el pino. "¡Si ya las velas estuviesen encendidas! ¿Qué pasará entonces?, me pregunto. ¿Vendrán a contemplarme los árboles del bosque? ¿Volarán los gorriones hasta los cristales de la ventana? ¿Echaré aquí raíces y conservaré mis adornos en invierno y en verano?". El final del cuento les enseña a los niños que todo se termina, como el propio cuento que acaba de leer o que sus padres le han leído: "Los niños seguían jugando en el patio. El más pequeño se había prendido al pecho la estrella de oro que había coronado al pino la noche más feliz de su vida. Pero aquello se había acabado ya, igual que se había acabado el árbol, y como se acaba también este cuento". No, ese pino de cándida niñez que ignora su trágico destino para volver a ser, es otro. Es la conciencia que despierta a la realidad de la vida como un día despertará Jorgito y otros niños como él; una vida que comienza con los mismos atuendos navideños que abrazan el mito navideño, cuestionado ahora por la reflexión de un niño pequeño aún, pero curioso y más reflexivo. El padre del personaje-narrador del cuento La Nochebuena del poeta, del español Pedro Antonio de Alarcón, le advierte a su hijo: "- Pedro: esta noche no te acostarás a la misma hora que las gallinas: ya eres grande, y debes cenar con tus padres y con tus hermanos mayores. - Esta noche es Noche-buena". El niño, que ya "es grande" se ufana de su "mayoría" y mira con desprecio a sus hermanos menores que no disfrutarán de ese privilegio.

Pero esa misma Nochebuena, la recordará años después en Madrid el narrador. Una copla cantada por su abuela paterna sacude su interior y le desvenda la vida en toda su indiferente crudeza: "La Noche-buena se viene, / la Nochebuena se va, / y nosotros nos iremos / y no volveremos más".  Es Nochebuena. Pedro, solitario y aventurero en Madrid, coteja en sus recuerdos de niñez las fiestas de Nochebuena con la que viven los madrileños, pero sobre todo esta en especial: "A pesar de mis pocos años, esta copla me heló el corazón. / Y era que se habían desplegado súbitamente ante mis ojos todos los horizontes melancólicos de la vida. / Fue aquel un rapto de intuición impropia de mi edad; fue milagroso presentimiento; [...]". La realidad penetra el mito, pero no lo destruye. ¿Intuición? ¿Presentimiento? Lo cierto es que más tarde o más temprano, todos despertaremos un día desprovistos de esa dulce niñez que le da vida a Papá Noel, con su nieve y sus renos y su saco colmado con los sueños que lo reviven año tras año en un ciclo sinfín: "Tal es la implacable monotonía del tiempo, el péndulo que oscila en el espacio, la indiferente repetición de los hechos, contrastando con nuestros leves años de peregrinación por la tierra..." (La Nochebuena del poeta). Y Pedro recordará en su soledad madrileña, con pena y nostalgia, "Todas aquellas dichas de mi casa anteriores a mis siete años".

Seguramente usted, lector, recuerda aquellas cartas que le escribía a Papá Noel, como Jorgito recordará la que "escribió" este año 2022 y las que escribirá hasta que la vida lo despierte de su inocencia.  O, quién sabe, ahora también les escribe a sus hijos, como Tolkien y tantos otros escritores que tuvieron en la Navidad una inestimable fuente de inspiración para recrear esta Fiesta del mundo cristiano y fantasearla para los niños.

De toda la simbología con que se adorna la Natividad, el Nacimiento de Jesús, la icónica figura de Papá Noel, Santa Claus o Viejito Pascuero es la que atrae la atención de niños y adultos. ¿Cuántos padres, tíos o abuelos no se han vestido con el disfraz del viejito que viajó del Polo Norte, montado en su trineo tirado por soberbios renos, para premiar las buenas acciones de los niños del mundo? Cuando de Santa Claus se trata, los personajes hechos de letras y los de carne y hueso tienen mucho en común, y nuevamente la ficción con la realidad se fusionan en un proceso osmótico que los confunde en su misión hacedora de sueños. J.R.R. Tolkien, en su Cartas de Papá Noel, Edición BaillienTolkien, 1976, con ilustraciones del propio autor, crea y recrea el mundo del Viejito Pascuero, en sus cartas escritas a sus hijos durante varios años. La primera edición es de 1976 a cargo de Baillie Tolkien, la segunda esposa del escritor. Corresponde a los años 1926 y |928. (Para una revisión más minuciosa de las distintas ediciones de las Cartas de Papá Noel, recomiendo el texto de Humphrey Carpenter, JRR Tolkien: Una Biografía, Minotauro, 1990). La primera carta data del 22 de diciembre de 1920, escrita a John, su hijo de tres años. El remitente es "Hogar de Papá Noel, Polo Norte" y su contenido anuncia el carácter lúdico que Tolkien imprimirá a la narración epistolar con sus hijos, construyendo el mundo fabuloso que rodea a Papá Noel, que se va haciendo a través de cada relato epistolar y del que participan él mismo y su familia.

La realidad y la ficción se confunden en un solo cuento encantado, en el que los personajes dialogan entre sí, y aparecen y desaparecen en las sucesivas cartas, sorprendentes y coloridas. Por razones de espacio, solo presentaremos la primera carta, aunque ciertamente, mencionaremos otras: "Querido John: Me he enterado de que le has preguntado a tu papá cómo soy y dónde vivo. He hecho un autorretrato y he dibujado mi casa. Guarda bien el dibujo. Ahora mismo me marcho a Oxford con el saco lleno de regalos (algunos para ti). Espero llegar a tiempo: esta noche la nieve es muy espesa en el Polo Norte. Con cariño, Papá Noel". Tolkien papá de John / Tolkien Santa Claus. Pero en otras cartas, como la de 1926, cuyo remitente se encuentra en "Casa del Acantilado, Cima del Mundo, cerca del Polo Norte, Lunes 20 de diciembre de 1926", la propia ficción se desdobla creando un retrato fascinante para la imaginación infantil: el Oso Polar del Norte, personaje reiterativo de los diversos relatos navideños, provocó una explosión tan grande con los fuegos artificiales que volvió NEGRO el Polo Norte y "desordenó las estrellas". Imagínense nada más el tamaño de la explosión que hasta "Rompió la luna en cuatro partes (y el hombre que habita en ella acabó en el jardín trasero de casa". El hombre de la luna le comió los bombones e hizo otras travesuras mayúsculas. Pero la carta no la termina Papá Noel, porque "es viejo y se preocupa cuando pasan cosas graciosas". Entonces le ha pedido a él, a Tolkien, que termine la carta: "Los renos correrán como nunca este año para llegar a Inglaterra. ¡Todavía tienen miedo!", concluye Tolkien, ahora Papá Noel.

Pero, ¿qué ocurre con la realidad, con nuestra realidad, en la que no siempre titilan las luces del Árbol de Navidad? A veces suele ser dramática. Aun así, los niños, y también los adultos, le escriben al mítico personaje que hizo su aparición en la vida y en la literatura hace ya tantos siglos. Santa Claus, cuyo nombre deriva por razones fonéticas, de los primeros migrantes holandeses de Estados Unidos, para quienes el Santa Claus estadounidense es en su lengua "Sinter Klass" (ver sobre los orígenes de Papá Noel, el texto citado de Humphrey Carpenter). Lo interesante, y lo comentamos como un estímulo para el lector interesado en esta figura esencial de la Navidad es que, en el comienzo de todo, en el Reino Unido, Papá Noel era "Father Christmas" en su versión pagana. Esta versión se fusionará siglos después con la corriente cristiana que simboliza San Nicolás, vía Estados Unidos, con el nombre de Santa Claus. "Las fuentes sitúan a este santo como obispo de Myra, ciudad conocida ahora como Demre, en Turquía, entre los siglos III y IV d.C. Nacido en Patara, de familia acaudalada, se comenta que, a la muerte de sus padres, siendo él aún muy joven, abandonó las riquezas para compartir con los más necesitados. Se sabe que murió un 6 de diciembre, aproximadamente del año 352" (texto citado de Humphrey Carpenter). La figura de San Nicolás está también rodeada de leyendas que no solo hablan de su generosidad, sino que abren las puertas para que entre en nuestra historia un primitivo Viejito Pascuero: "El evento más notable y recordado es aquel en el que el obispo Nicolás deja caer por la chimenea de una casa una bolsa con monedas para unas jóvenes pobres, yendo dicha bolsa a parar dentro de una media que una de las chicas había colocado cerca de las brasas para que se secara más pronto" (Humphrey Carpenter).

Pero, en qué momento de la historia aparece el personaje de barba blanca y oronda barriga tal como lo conocemos hoy. Como suele ocurrir, es la literatura la que entrega su versión en un poema de Clement Clark More conocido por dos nombres:  The Night Before Christmas o A Visit from St Nicholas, que el autor escribió como regalo de Navidad a sus hijos (1823-1824). En el poema se encuentra también su clásica risa y el saco con juguetes. De la literatura a la realidad hay un solo paso y viceversa. En pleno siglo XX en Estados Unidos, muchos artistas contribuyeron a difundir el personaje con sus creaciones, como Norman Rockwell y sus dibujos para el Evening Post entre los años 30 y 40. Pero la consagración definitiva de Papá Noel en el mundo de los hombres de carne y hueso, siempre apegados a lo novedoso, aunque ello implique la devoción del consumo, llegó con la publicidad de la Coca-Cola presentada por Haddon Sundblom en 1931. "Comienza así la comercialización del mito, la conversión del santo a marca comercial", nos dice Carpenter en su texto citado varias veces. Con todo, la "comercialización del mito" provoca a menudo la dramática realidad a que nos referíamos hace unos momentos.  Los hombres de buena voluntad suelen ser generosos en esta época de Navidad, y sus acciones aminoran el silencio de las estrellas que no titilan en el Árbol de la Vida. En Chile, y nos imaginamos que sucede en muchos países del mundo, Correos de Chile tiene una campaña que ya cumplió 30 años: "se encarga de recibir cartas y apadrinar los deseos de niños y familias que no pueden solventar un regalo" ("Un puente para cumplir los sueños de Navidad", artículo publicado en el diario La Tercera, de Santiago de Chile, el sábado 10 de diciembre de este año.  Juan Carlos Ríos, uno de los carteros más antiguos (40 años) comenta que el año 2018 Correo apadrinó 48 mil de las 60 mil cartas que llegaron, cifra que disminuyó a 10 mil por causa de la pandemia. Y recuerda: "Años atrás, en época de Navidad, nosotros recorríamos las casas que nos eran asignadas como carteros [...], se nos acercaban los niños y los papás para pedirnos que le pasáramos las cartas al Viejito Pascuero, y así nos dimos cuenta de una necesidad importante en los niños, donde sus familias estaban con problemas económicos y no podrían costear un pequeño presente para sus hijos".

Sí, ficción y realidad caminan tomadas de la mano para la Navidad, deparándonos alegrías y tristezas, pero también sorpresas que nos hacen pensar en los misteriosos recovecos de la vida que Jorge Luis Borges llamaba los "designios de Dios". Es posible que después de siglos y siglos un fragmento óseo, de la colección de fragmentos óseos de Bari que incluye el ilion izquierdo (parte superior del hueso de la pelvis), perteneciente al padre Dennis O'Neill, de la iglesia St. Martha of Bethany, en Morton Grove, Illinois (EE.UU.), corresponda a San Nicolás, cuyos restos descansan en la Basílica de San Nicola. Pero muchos de estos huesos fueron repartidos por Europa y otros, como este trozo de pelvis, llegó a manos del padre O'Neill (artículo de Patricio Lazcano: "Hallan hueso que sería del verdadero Papá Noel", diario La Tercera de Santiago de Chile del viernes 8 de diciembre de 2017. ¿Ficción? ¿Realidad? Interviene la ciencia, por cierto. Pero, ¿no es la ciencia muchas veces una ficción que adviene realidad? Después de todo, la ciencia sabe de sueños e invenciones. Por su parte, National Geographic en español, del 21 de octubre de este año, presenta un artículo de Andrea Fischer sobre la tumba de San Nicolás: "Encuentran la tumba de San Nicolás, el sacerdote turco que inspiró la historia de Santa Claus". El artículo contiene atractivas ilustraciones que acompañan su lectura y apoyan su comprensión.

Lo que no es ningún sueño, es el colosal hallazgo de dos tumbas en la nave transversal que cruza la nave mayor de la catedral de Notre Dame de París, durante las excavaciones de reconstrucción de la Iglesia que, como se recordará, se incendió el 15 de abril de 2019. Se trata de dos ataúdes de plomo hallados a comienzos de año. De acuerdo con el Instituto Nacional de Investigaciones Arqueológicas Preventivas, los sarcófagos contenían los restos mortales de dos figuras importantes de la sociedad parisina, considerando el lugar donde fueron enterrados. Uno de ellos, posiblemente de un Caballero, no tiene nombre y no es relevante para esta columna. Pero el otro corresponde a Antoine de la Porte, "uno de los grandes canónigos del templo", muerto el 24 de diciembre de 1710 a la edad de 83 años. Antoine de la Porte fue "un rico e influyente eclesiástico que patrocinó obras de arte expuestas en el Museo del Louvre" (artículo de David Barreira, "Misteriosos ataúdes encontrados en Notre Dame, diario El Mercurio de Santiago de Chile, martes 13 de diciembre de 2022). Y la literatura nos cuenta la historia del hermano Longinos, enterrado la Nochebuena bajo el coro de la capilla en una tumba especial labrada en mármol: "Los monjes cantaron, cantaron, llenos del fuego del milagro; y aquella Noche Buena, los campesinos oyeron que el viento llevaba desconocidas armonías del órgano conventual, de aquel órgano que parecía tocado por manos angélicas como las delicadas y puras de la gloriosa Cecilia... El hermano Longinos de Santa María entregó su alma a Dios poco tiempo después; murió en olor de santidad. Su cuerpo se conserva aún incorrupto, enterrado bajo el coro de la capilla, en una tumba especial labrada en mármol" (Rubén Darío, Cuento de Nochebuena, Ciudad Seva.

Literatura y realidad construyen el universo asombroso que rodea la Natividad, el Nacimiento de Jesús, normalmente olvidado en su pesebre a los pies del Árbol de la Vida, en cuanto titilan, a veces, sus luces coloridas y se desgranan los regalos, a veces también, que celebran la comercialización del mito navideño.

Pero a mí me gustaría una Nochebuena que tuviese, por lo menos, un plato de comida para toda la Humanidad.

¡Feliz Navidad, lectores de CONTRATAPA!

 


ALEJANDRO CARREÑO T.

Profesor de Castellano, magíster en Comunicación y Semiótica,

doctor en Comunicación. Columnista y ensayista" (Chile)

 

Imagen de portada: adhocFOTOS/Ricardo Antúnez

 

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2022-12-23T11:31:00