Literatura y tatuaje

Alejandro Carreño T.

Contenido de la edición 20.01.2022

 

En su ensayo "Tatuaje: ¿Entre el arcaísmo y la moda?" (AISTHESIS Nº 65, 2019, Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile), Alejandra Walzer Moskovic comenta que ciertas actividades como la publicidad, la programación televisiva de reality shows, contenidos online y algunos elementos de la moda del vestido, "han dotado al tattoo de un nuevo prestigio o, incluso, de un aura de actualidad asociable a la moda como fenómeno capaz de encarnar lo estéticamente deseable".

No sé si encarna lo "estéticamente deseable". Tampoco es el objetivo de esta columna desentrañar esta hipótesis. Pero que el cuerpo humano ha sido una fuente inagotable de semiosis en la historia de las civilizaciones, es un hecho innegable documentado por la historia antropológica y sociológica. Y el siglo que vivimos no tendría por qué ser la excepción. Al respecto, Morín y Nateras (2009), citados por Carolina Romero en su Tesis Doctoral, Estéticas Itinerantes - reinvenciones corporales: El tatuaje mexicano en el contexto global (Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Guadalajara, Jalisco, 2017), comentan: "Los usuarios son cada vez más diversos respecto a clase, edad, género, condición étnica, escolaridad, ocupación, gustos, etcétera".

El tatuaje como expresión cultural ha hecho del cuerpo humano un libro abierto que la sociedad decodifica según sus patrones culturales. Libro que se escribe y reescribe, o incluso se borra con las nuevas tecnologías láser. Alejandra Walzer Moskovic, en otro de sus ensayos, "Tatuaje y significado: en torno al tatuaje contemporáneo" (Revista de Humanidades, N. 24, 2015), señala: "La voluntad de transformar el cuerpo se ha convertido en un lugar común (...). El cuerpo no es más la encarnación irreductible del ser sino una construcción personal, un objeto transitorio y manipulable, susceptible de muchas metamorfosis según los deseos del individuo". El tatuaje es, entonces, un sistema simbólico que comunica. De aquí la importancia de entender la cultura donde operan los signos que componen el tatuaje. En la cultura, nos dice Umberto Eco, "cada entidad puede convertirse en un fenómeno semiótico. Las leyes de la comunicación son las leyes de la cultura" (La Estructura Ausente, Editorial Lumen, 1999). El tatuaje, como entidad cultural que es, significa dentro de un determinado contexto cultural cuya decodificación relaciona a hablante y receptor como actantes de todo sistema comunicacional. Es decir, el sentido, o si prefieren, la significación saussuriana o la semiosis peirciana, en definitiva, nos coloca de lleno en la relación que, como usuarios del signo tatuaje, tenemos con él.

Caminar por las calles de cualquier ciudad del mundo, centros de recreación o playas, cuando la canícula arrecia, es encontrarse con un mosaico de colores y figuras que descuellan de las diferentes partes del cuerpo humano, que se ha convertido en una especie de feria de vanidades en la que cada uno expone su "última vanidad". Recuerdo que alguien dijo, -me parece que fueron V. Vale y Andrea Juno (Modern Primitives, 1989)-, "que un tatuaje es una verdadera creación poética". La afirmación puede resultar audaz cuando a menudo somos agredidos por tatuajes que nos parecen francamente feos, vistos desde los patrones cultuales en los que fuimos educados social y estéticamente, pues entendemos "creación poética" como exactamente lo opuesto a lo feo. Con todo, ambos conceptos, "bello y feo", desde el punto de vista artístico, conforman una simbiosis estética que más los une que separa. Al respecto Umberto Eco nos recuerda que "cualquier forma de fealdad puede ser redimida por una representación artística fiel y eficaz" (Historia de la Fealdad, Lumen 2007). Y cita la Poética de Aristóteles que "habla de la posibilidad de realizar lo bello imitando con maestría lo que es repelente". Y a Plutarco, en De audiendis poetis, que nos dice que "en la representación artística lo feo imitado sigue siendo feo, pero recibe como una reverberación de belleza procedente de la maestría del artista". De suerte que la "creación poética" que se le atribuye al tatuaje como creación artística, bien puede considerarse estéticamente bella desde la argumentación clásica revisada por Eco. Hablamos de la fealdad formal, que es la fealdad artística. Ahora bien, el otro tipo de fealdad que reconoce Eco en su estudio es la fealdad en sí misma (ver Introducción), que representa sin rodeos la decodificación de lo feo en muchísimos tatuajes que la canícula nos deja ver.

¿Y los tatuajes literarios? Son una variedad significativa del espectro sígnico del tatuaje contemporáneo, pero de raíces profundas en la literatura de todos los tiempos; la escrita y la icónica, que no necesariamente, como es de suponer, se relaciona con el concepto "literatura" como lo entendemos desde hace algunos milenios. Como la cruz tatuada cerca de la rodilla del Hombre del Hielo, llamado Ötzi de "solo" 5.300 años, y cuya autopsia se revela con inigualable maestría mediante las fotografías de Robert Clark (National Geographic, España, noviembre de 2011). La cruz pudo ser, como dicen los científicos: "un remedio popular contra la artritis". Por otro lado, Juan Eduardo Cirlot, en su clásico Diccionario de Símbolos (Editorial Labor, 1969), menciona el libro de Ernest-Gustave Gobert, Notes sur les tatouages des indige`nes tunisiens (1924), que relaciona el tatuaje con el proverbio árabe "La sangre ha corrido, la desgracia ha pasado". Como dice Cirlot, "Un simbolismo genérico puede englobar tatuaje y ornamentación [...]. El que se marca a sí mismo desea señalar su dependencia a lo que el signo alude". Tal es la relevancia en la historia icónica del tatuaje y su significación, que hasta el mismo Jesús se ha visto "envuelto" en su dialéctica comunicacional. La edición online del diario El País de España (12 de febrero de 2018), en un breve artículo firmado por Juan Arias, titulado "¿Estaba tatuado Jesús?", plantea la polémica que ha suscitado el capítulo 19 del Apocalipsis, versículo 16: "En el manto y sobre el muslo lleva escrito un título: Rey de reyes y Señor de señores", considerando que, en Levítico, 19. 28, se lee: "No se harán incisiones por un difunto ni tampoco tatuajes. Yo soy el Señor".

Pero los personajes literarios, lejos de esta polémica bíblica, y el hombre de nuestro siglo, más lejos aún, han encontrado en este mensaje corporal una identidad que la aleja del sentido tribal que tuvo el tatuaje en el pasado remoto. Desde pequeños signos, icónicos y simbólicos a la vez, desde la mirada peirciana, hasta pequeños textos, los seres humanos de carne y hueso y los literarios, han hecho de sus cuerpos un libro abierto para la comunidad. Otras veces, su marca es un estigma que deben ocultar porque es condenado por la sociedad.

Revisaremos algunos ejemplos en una selección que no puede ser más que arbitraria (presentamos el link o el capítulo correspondiente de la obra citada). Comencemos con el símbolo de la flor de lis en Milady de Winter, grabada en su hombro, que representa la marca del delincuente. D'Artagnan (sí, hablamos de Los tres mosqueteros), le cuenta a Athos su hallazgo y se produce la anagnóresis que condenará definitivamente a la muerte a Milady, pues Athos la reconoce como la mujer a la que había creído matar hacía varios años (Capítulos XXXVII y XXXVIII).

Ray Bradbury no solo es famoso por sus clásicos Fahrenheit 451 y Crónicas Marcianas, también lo es por los no menos clásicos El hombre ilustrado, 1951 (ver aquí) y La feria de las tinieblas, 1962, (ver aquí). En ambas obras, los tatuajes inundan el cuerpo de sus protagonistas. En la primera, que reúne 18 cuentos, el personaje central es un vagabundo, el hombre ilustrado, que tiene su cuerpo completamente tatuado y cada uno de los tatuajes representa una historia: "El hombre ilustrado era una acumulación de cohetes, y fuentes, y personas, dibujados y coloreados con tanta minuciosidad que uno creía oír las voces y los murmullos apagados de las multitudes que habitaban su cuerpo" (Prólogo: El Hombre Ilustrado). En la segunda, el señor Dark (sombra en español), hombre siniestro, dueño de la feria de las tinieblas, tiene un tatuaje por cada persona que ha visitado su tenebrosa feria. El título en inglés, Something Wicked This Way Comes, traducido literalmente como "Algo malo está por suceder", es un indicio de las experiencias terroríficas que pueden vivir las personas que llegan a esta feria: "En la muñeca aparecieron anguilas, gusanos rojos, negros, verdes, y de un azul eléctrico. / -¡Oh! -gritó Will-. ¡Usted tiene / que ser el Hombre Tatuado! / -No -dijo Jim estudiando al forastero-. El Hombre Ilustrado, que no es lo mismo / El señor Dark asintió, encantado [...] / Jim miró. El brazo era como una cobra que ondulaba, se sacudía, antes de atacar [...]  / -¿Qué tenía en el brazo, Jim? / -Una pintura. / -Sí, ¿pero qué clase de pintura? / -Era... -Jim cerró los ojos.- /  Era... la pintura de... una víbora... eso / es... una víbora" (Capitulo 18).

De terror que imponen la presencia del señor Dark y su feria de las tinieblas nos trasladamos a una playa de Barcelona. Un cadáver sin rostro pero con "la siguiente leyenda tatuada sobre una paletilla: HE NACIDO PARA REVOLUCIONAR EL INFIERNO".  Misterio que deberá resolver el detective privado, exagente de la CIA, Pepe Carvalho, en la novela Tatuaje, 1974 (ver aquí). Y de Tatuaje a Tatuajes, 2014, (ver aquí), de la escritora de literatura infanto-juvenil, la argentina Sandra Siemens: "Tenía los músculos completamente tatuados [...]. El malu era el tatuaje que se hacían las niñas de su pueblo cuando se convertían en mujeres. Taia tenía trece años cuando fue la mujer de Koké" (Capítulo Taia). La lista de textos literarios que tienen en el tatuaje un personaje relevante para la narración, es interminable. La semiosis de este signo que hizo del cuerpo humano su relato viviente es, parodiando a Eco, "ilimitada", pues comprende todos los sentidos de la significación que la cultura pueda registrar, desde el terror al crimen; desde el romanticismo más acaramelado a la más acendrada denuncia social.

Los dos últimos ejemplos que revisaremos en "Literatura y tatuaje" son el cuento de José Revueltas, El Apando, 1969, (ver aquí) y el breve relato de Jonathan Nolan, Memento Mori, publicado en marzo de 2001 en la edición de Esquire magazine (ver aquí).  El primero, considerado por la crítica mexicana como uno de los textos fundamentales de su historia literaria, relaciona el tatuaje con el hampa, una de sus cunas que lo acogió por décadas como su hijo predilecto, expulsándolo de la sociedad como un signo de la decadencia moral del hombre. El Carajo y el Albino se encuentran en la cárcel. El primero tenía "el pecho y el torso desnudos, llenos de bárbaras cicatrices, y bajo la piel, de lejanos y desvaídos tatuajes". El segundo tenía "tatuada en el bajo vientre una figura hindú -que, en un burdel de cierto puerto indostano, conforme a su relato, le dibujara el eunuco de la casa, perteneciente a una secta esotérica de nombre impronunciable [...]".

Memento Mori, por su parte, es la historia de Earl, cuya esposa ha sido violada y asesinada por un asaltante, que le ha provocado serios daños cerebrales que le causaron amnesia anterógrada. Por ello, se vale de notas y tatuajes para aprender la nueva información: "The arrow points to a sentence tattooed along Earl's inner arm. Earl reads the sentence once, maybe twice".  En otro pasaje leemos: "The rest of his upper torso is covered in words, phrases, bits of information, and instructions, all of them written backward on Earl, forward in the mirror". De este modo, Earl aminora la dificultad de aprender nueva información una vez comenzada la amnesia. Memento Mori ("Recuerda que morirás", en latín), fue el guion base de la película Memento, conocida también como Amnesia, dirigida por su hermano Christopher, y ricamente premiada por la prensa internacional.

En este verano o en cualquier otro verano, cuando los cuerpos pintados se dejan ver en todo su esplendor sígnico y colorido, es probable que usted, lector, se encuentre con don Quijote al lado de su fiel escudero Sancho, caminando bajo el sol en el encantador muslo de una soñadora Dulcinea. O, por qué no, se encuentre con el Principito tomando baño en una acogedora piscina municipal. Pero tampoco se sorprenda si se le aparece Alicia corriendo apresurada o el Gato de Cheshire, sonriente como siempre, en algún antebrazo fanático de la historia de Lewis Carroll.  Es probable, también, que algún veraneante lo maraville con un verso de Romeo y Julieta en el centro de su pecho. Todo puede suceder cuando los cuerpos se despojan de sus ropas y dejan ver escenas de sus libros favoritos, en un cinematógrafo que no tiene fin, como Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach, surcando los aires para la eternidad entre los suaves omóplatos espumantes de otra soñadora de una playa cualquiera.

Pero, ¡cuidado, lector! También hay películas feas. La "fealdad por sí misma", como dijo Umberto Eco. En ellas, difícilmente encontrará "la creación poética".

 

ALEJANDRO CARREÑO T.

Profesor de Castellano, magíster en Comunicación y Semiótica,

doctor en Comunicación. Columnista y ensayista (Chile)

 

Imagen de portada: adhocFOTOS/Ricardo Antúnez

 

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2022-01-20T14:11:00