Los mensajes y la comunicación: lo que nos enseñan los animales

Gabriel Francescoli

En esta época de covid y aislamientos, una de las principales discusiones que se da, un día sí y otro también, es cómo llegar a comunicar mensajes a la gente con una efectividad importante. 

Contenido de la edición 14.01.2021

(adhocFOTOS/Javier Calvelo)

Más allá de las discusiones entre publicistas, periodistas, opinólogos y expertos (o supuestos expertos), ese tipo de intercambios, que también son comunicativos, me hizo pensar en qué tanto sabemos de cómo comunican nuestros ancestros animales.

Esos animales con los que compartimos el planeta (aunque a veces no parezca que recordamos eso) han estado comunicando mensajes entre sí desde hace mucho tiempo y han desarrollado sistemas de comunicación, de envío y recepción de mensajes, por los medios más variados y efectivos que tuvieron y tienen a su alcance. Nuestros sistemas comunicativos, con sus particularidades y complejidades inherentes, son hijos de los que ellos usaban y usan.

En mi trabajo académico, intento comprender cómo funcionan esos sistemas de comunicación, de dónde surgieron, cómo evolucionaron, etc. ¿Por qué? Porque pienso que eso nos puede llevar a comprender mejor nuestros propios sistemas de comunicación (que son varios, no sólo el verbal), y además nos permitirá en un futuro, quizá, comunicarnos mejor con ellos.

Si bien los mecanismos para transmitir mensajes a otros individuos son muy variados y dependen de medios físicos para hacerlo (las llamadas modalidades o canales de comunicación), también es importante la información que se transmite y cómo la interpretan quienes la reciben. Eso, además de tratar de asegurarse de que esa transmisión de información tenga costos razonables y llegue a quien tiene que llegar, y también, no llegue a quién no debe recibirla.

¿Cómo lo hacen los demás animales? Trataremos de explicarlo de una manera más o menos sencilla en una serie de notas para CONTRATAPA, y también trataremos de extraer algunas enseñanzas sobre nuestros propios modos y problemas de comunicación.

Una de las primeras cosas a considerar es que el "propósito" de las señales es ser vehículo de cierta información para otro, aunque a veces ese "otro" pueda ser el mismo sujeto, que podrá captarla o no, usarla o no.

Pero para usarla, primero debe detectarla y luego interpretar esa información, y ella puede estar "marcada" en origen (o sea, el emisor de la información puede construír la señal de manera que induzca cierta respuesta del receptor) o puede depender en mayor o menor grado de la interpretación que de ella haga el receptor. Esa interpretación, en general, dependerá de la información que se haya introducido en la señal por parte del emisor y del contexto en el que ambos se encuentran, ya que ese contexto podrá modular qué información introduce el emisor y cómo la interpreta el receptor, o al menos le proporcionará al potencial receptor un "escenario" particular en el marco del cual desarrollará su interpretación o decidirá sobre el uso de esa información.

Todo lo anterior trata de decir que no importan tanto las intenciones del emisor (si las tiene y si es consciente de ellas o no) ya que el receptor puede directamente no entender la señal (incluso no reconocerla como señal), o puede interpretarla de diferentes maneras según el contexto externo y lo que de él sepa, y según su estado interno.

Esto me lleva a pensar que, si miramos un problema actual como la información sobre las covid y el comportamiento de las personas hacia el riesgo, podemos ver que por más campañas informativas que se hagan, dirigidas a ciertos grupos o más o menos generales, siempre puede haber (y seguramente habrá) receptores que interpreten el mensaje de diferentes maneras según el contexto externo en el que se encuentren, su contexto interno, las informaciones previas que sobre el asunto tengan o crean tener, y su percepción o no del mensaje y lo que de ese mensaje consideren significativo.

Esa capacidad de los receptores de evaluar lo que reciben, aceptarlo o rechazarlo, e incluso ni siquiera considerar esa información que se les brinda, responde en buena medida a la capacidad de los emisores de introducir información incorrecta o falsa en la comunicación, es decir, a su capacidad de mentir.

Esto quizá pueda ser una novedad para muchos, porque desde hace mucho tiempo se pensó que el único animal capaz de mentir era el hombre (en el sentido de especie; aquí no pretendo discutir asuntos de sexo o género en el término, aunque se podría), incluso que esa era una característica definitoria del lenguaje (hablado) humano.

Ahora sabemos que no es así, y que muchos otros animales son capaces de mentir o desinformar, o esconder información a sus congéneres, en su propio beneficio. Es por eso que más arriba decía que los receptores deben ser cuidadosos en el manejo de la información que reciben, y eso dependerá de la fiabilidad de la fuente de información.

Ahora bien, ¿cómo se sabe si una fuente de información es fiable?

En el mundo animal, básicamente habría tres formas de saberlo:

1) si las informaciones que se intercambian no tienen un valor tan importante que amerite el uso de la desinformación y/o la mentira;

2) si el costo de informar es tan alto que solo los individuos capaces de sosterner esos costos son considerados confiables y los otros que no pueden sostener esos costos no son tenidos en cuenta;

3) si la información, dentro de un grupo social, proviene de un emisor conocido y al que por experiencias anteriores sabemos que podemos consierar confiable.

Como el amable lector podrá ver, no somos tan diferentes del resto de los animales como suponemos, y viceversa, si es que el lector decide que esta información es confiable...

La continuación del tema en más detalle quedará para el mes próximo.

GABRIEL FRANCESCOLI

Doctor en Biología, encargado de la Sección Etología de la Facultad de Ciencias

 

(Las opiniones vertidas en esta note son de exclusiva responsabilidad del autor y no comprometen a la institución en la que se desempeña)

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2021-01-14T00:01:00