Memoria verde

Alejandro Vásquez

Contenido de la edición 11.12.2022

 

Y tú, ¿qué vas a hacer? Empieza la mañana. Huele a día insubordinado. Casi ausencia de rutina laboral. El sol es tamizado por una especie de liencillo de nubes blancas, semitransparentes. No se ve, pero se siente su calorcito de transición estacionaria. Desde el fondo de una caminera de cemento flanqueada por árboles, se oyen voces de personas que seguro celebran algo. O todo lo que sucede ese domingo.

El niño vuelve su pequeño rostro ovalado. No entrarás a la cueva. Va tomado de la mano de su abuela de cabello blanco, siempre empinada como si no viviera sus setenta y varios años. Están ante la boca negra de una pequeña caverna natural. Temprano, el viejo de cabello negro largo desteñido los esperó en la entrada del parque inmenso, lleno de verdor vegetal y sosiego. Caminaron y conversaron.  En el trayecto, el chico casi siempre callado, curioseaba y recogía pequeños insectos o uno que otro objeto similar. Contento les mostraba sobre la palma de su mano, alguno de sus hallazgos y les hablaba de este, a veces de manera inentendible.

Él se detiene como suspendido en un éter de temor. Miedo. Desagrado imprevisto para decirlo más ligero. No esperaba tener que entrar a ese túnel de oscuridad. El chico, entusiasmado, insiste. Te quedarás allí.  Sí, yo custodiaré la entrada y los rescataré en caso necesario. Mentiras. Mentiras. Los ve entrar a la cueva. Ojea a su alrededor.  Cercano, unos jóvenes venden tortas fritas. Un poco más lejos se aprecia a un hombre que pareciera dar instrucciones a otro, alto fornido y calvo. Dos mujeres lo escuchan también.

Lleva una coleta en su cabello entrecano. Es delgado, muy delgado. Sentado en un escalón enladrillado del patio de aquel museo bordeado de vegetación, fotografía una obra de teatro. Se mueve de manera flexible, silencioso. Casi en postura de loto, mira por el visor de su cámara. Y espera. Oye lejísimos la voz del actor. En algún fragmento de serenidad, recuerda el pasadizo oscuro, que atormenta al personaje principal de una serie televisiva que a veces mira. Para evadir. Quizá para escondérsele a la rudeza de esos días. En la tele no le asusta boca oscura, túnel, ni pasadizo negro alguno. Ahora está en vivo y directo, ante una obra de teatro. Un monólogo sobre una guerra sucia. Una dictadura verde opaco. Desaparecidos políticos. Asesinatos. Consignas entintadas de sangre. El actor hace su representación.  Se desdobla. Pareciera que oliera a pólvora. Que hubiese estado en esa refriega bélica de ilusiones y balas. La obra de teatro se desarrolla en el patio trasero del museo.

El hombre de coleta en su cabello entrecano, una y otra vez, mira reposado por el visor de su cámara fotográfica. Tiene sesenta y pocos años. Hace sonar pausadamente los disparos de la caja de ilusiones. Siente una especie de trance alucinatorio. Bruma intangible de goce.  Desde hace un año no le sucedía algo similar. Cuando pulsa el obturador, el tiempo no existe. Ni la caverna natural o televisiva. Solo Imágenes de gestos, pedazos de la voz del hombre calvo.

El público, en sillas de metal cromado a cielo abierto, participa de la tragedia del pasado, vuelta relato. Puede que sonrían, que ajen con manchitas de tristeza o cólera su rostro. Se sabe poco. Todos llevan mascarilla anti peste, porque son meses de peste. De cuando en cuando, el fotógrafo voltea, encierra a algunos en el tragaluz de su máquina. Una mujer de un moreno sugestivo, amamanta a su hijo. El niño con ojos cerrado de agrado, habita en otros ámbitos. Una mujer gruesa, de pantalón negro adherido a sus piernas, se ve en tres cuartos laterales en la imagen. Suena el clic nuevamente. Dos muchachas, quizás ajenas a la historia del monologo, se muestran de cuerpo entero muy cercano. Después vienen los aplausos. La explicación del director de la obra y el actor. La exhortación a preguntar o comentar. Dos o tres compensaciones de los asistentes, todos adultos. Luego, puede que se remueva la nostalgia. O la ira añejada. Que crezca la curiosidad. Cómo es vivir en dictadura. Ser asesinado en un país cercano por soñar con un mundo armonioso. Cómo es que alguien muera por sus ideas. Y eso no es todo.

El niño de seis años y locuacidad para hablar de sus aventuras botánicas, viene con su nana desde la gruta natural donde no hay luz. Trae el brazo levantado, la palma de su mano hacia el cielo. Seguramente encontró un escarabajo verde como una esmeralda reluciente. Se ve feliz. Ya vivirá su guerra. Ojalá no. Ojalá no.

Vamos a vernos en la entrada del Museo de la Memoria el próximo domingo. Vos sabes dónde es. Darán una obra de teatro Y conversamos, le dijo al fotógrafo, la mujer que viste de goce cuando está con su nieto. La de cabello canoso, la recuerdan. Y eso sí es todo.

 

ALEJANDRO VÁSQUEZ ESCALONA

(Venezuela, 1956). Fotógrafo, escritor, videoasta. Profesor de la

Escuela de Comunicación Social de La Universidad del Zulia (1987/2016).

Docente invitado a Aquelarre - Escuela de Fotografía. Montevideo (Uruguay-2021)

 

Imagen de portada y del texto: Alejandro Vásquez Escalona

Foto personal: Ivett García


Archivo
2022-12-11T22:06:00