Mujeres infieles en el cuento literario
Alejandro Carreño T.
Contenido de la edición 26.07.2024
Sacha Guitry, el dramaturgo ruso, nacido en San Petersburgo en 1885, decía que "una mujer que huye con su amante, no abandona a su marido, le libra de una mujer infiel". Miles de años antes, Menelao no se sintió libre de Helena, la heroína que huyó con Paris a Troya. Muy por el contrario, partió a buscarla dando origen a la legendaria Guerra de Troya que Homero relata en la Ilíada. Desde la clásica epopeya del epónimo borgiano, la infidelidad femenina con sus variadas formas, ha sido tema recurrente de la literatura en sus diversas expresiones estético-literarias. Hablamos de un texto compuesto en el siglo VIII a.C., pero que algunos estudiosos sitúan en el siglo VI a.C. Miles de años más tarde, el siglo XIX le daría al mundo tres novelas clásicas del adulterio: Rojo y Negro, Madame Bovary y Ana Karenina. La obra de Stendhal, publicada en 1830, historia del ambicioso Julian Sorel y su amante Luisa Rênal, estuvo en el Index Librorum Prohibitorum de la Iglesia Católica hasta el año 1900. Y Flaubert, en 1856 primero, en formato folletín, y 1857 en formato libro, nos describe la vida de Ema, esposa adúltera del médico Charles Bovary, y su suicidio con arsénico. Veinte años después, en 1877, Tolstoi publica Ana Karenina, la historia de la hermosa esposa de Alejandro Karenin y amante de Alejo Vronsky, que termina trágicamente sus días lanzándose al paso de un tren.
Helena de Troya heredó una larga tradición en la literatura occidental, que la novela ha ilustrado en grandes obras como las que acabamos de citar. Pero el cuento también tiene lo suyo en lo que se refiere a la exploración de la infidelidad femenina. Y pareciera ser, como dice Oscar Wilde, que "lo único que hace emocionante el matrimonio es la infidelidad". Al otro lado de occidente, Los relatos de Las mil y una noches, esa obra maravillosa de la literatura oriental, se inician con un cuento que dará forma a la estructura narrativa dentro de la cual se irán contando las otras historias en una secuencia única de narración enmarcada, de la que dependerá que la cabeza de Scherezada, la esposa del sultán Schahriar, permanezca donde debe estar. "-Después de haber sido testigo de aquellas infamias -añadió-, pensé que todas las mujeres están sujetas a las malas intenciones y no pueden resistir a sus malos instintos; y convencido de esto, me pareció una gran debilidad en un hombre hacer depender su dicha de la debilidad femenina" (edición de la versión alemana de Gustavo Weil, Edicomunicaciones, Barcelona, Tomo I, 1997). La reflexión de Schahzamán, rey de Tartaria, y hermano del sultán Shahriar, sobre las mujeres, luego de la infidelidad sufrida por ambos por parte de sus respectivas esposas, tiene también una larga tradición en la cuentística universal.
A pesar de que los cuentos de Las mil y una noches fueron escritos entre el siglo XI y XIV, como nos dice Michel Gail en su "Nota Introductoria" a la edición que cito, la historia de Scherezada y otros relatos tienen origen mucho más antiguo. Como afirma Gail, "a pesar de la cantidad de ejemplos ofrecidos, el tema del engaño por parte de las mujeres no es típicamente indio o persa". Y se detiene en Heródoto y la historia del rey egipcio Feros, un rey no identificado, cuyo relato guarda mucha similitud con la historia de Schahriar y Scherezada. Feros ha quedado ciego luego de lanzar una jabalina a un remolino de una crecida del río Nilo. Estuvo ciego diez años; en el año undécimo, un oráculo le dijo que para recuperar la vista debía lavarse los ojos con orina de mujer que solo hubiese tenido como hombre a su marido. Comenzó por su propia mujer y después de muchas experiencias recuperó la vista. Como Schahriar que decapitaba a todas las mujeres con quienes dormía, al amanecer del día, Feros ordenó quemarlas a todas menos a aquella que lo había sanado, a la mujer fiel a quien tomó por esposa. La historia que relata Heródoto y la de Las mil y una noches tienen un denominador común: la infidelidad femenina en la realeza, como diríamos hoy, y que trae consigo la muerte de la infiel.
La RAE define "infidelidad" como "Falta de fidelidad" y "fidelidad" como "Lealtad, observancia de la fe que alguien debe a otra persona". En un interesante estudio sobre la infidelidad, Magdalena Varela Macedo, señala: "Existen muchas definiciones sobre lo que es la infidelidad, pero en términos generales, se entiende como el contacto sexual que una persona mantiene con alguien que no es su pareja socialmente establecida, su novio(a), esposo(a) o la persona con quien vive" ("Estudio sobre la infidelidad en la pareja: Análisis de contenido de la literatura", Alternativas en Psicología. Revista Semestral. Tercera Época. Año XVIII. Número 30. Febrero - Julio 2014, Facultad de Psicología, Universidad Nacional Autónoma de México). Es decir, una falta de lealtad hacia el otro. De hecho, así se desprende de la propia etimología de la palabra "infidelidad", formada de la partícula "in" que significa "negación" y "fidelitas" que se traduce como "fidelidad". Como vimos, en ciertas culturas ilustradas por los episodios de Feros y el rey Schahriar, la infidelidad se paga con la muerte de la adúltera. En este sentido, pareciera ser que las palabras del Marqués de Sade se confunden con la historia cultural de ciertos pueblos reflejada en sus relatos, cuando afirma que "no hay amante en el mundo que no prefiera ver muerta a su querida, a que le sea infiel". Rabia, desprecio, muerte.
Y el cuento del francés Alphonse Daudet (1840-1897), La embustera, es un buen ejemplo del pensamiento de Sade: "-Me has estado engañando durante cinco años. Me has mentido cada día, a todas horas, siempre [...]. ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Por qué te has cruzado en mi camino? ¡Habla! ¡Di algo! [...]. ¡Y así murió aquella desgraciada! Murió disimulando, mintiendo hasta el último minuto". El final del relato, de un dramatismo sobrecogedor, enfrenta al protagonista, el pintor D., con la agonía de la mujer que amó y el misterio de una infidelidad que no tuvo explicación. "En verdad que debí haberla dejado morir tranquila, pero la había querido demasiado", nos relata el narrador de la historia del pintor D. La historia de Daudet es el del siglo XIX, cuando los patrones socioculturales castigaban severamente la infidelidad femenina, y liberaban a los hombres de este compromiso de "fidelitas". Concepción, el personaje femenino de La misa del gallo, cuento del brasileño Machado de Assis (1839-1908), representa muy bien el prototipo de la mujer resignada con su rol de esposa engañada por su marido: "Meneses tenía amores con una señora, separada de su marido, y dormía fuera de casa una vez a la semana. Concepción había sufrido, al principio, debido a la existencia de la amante; pero al final se había resignado, se había acostumbrado, y terminó encontrando que todo estaba bien".
Pero hoy las cosas han cambiado y Meneses no podría tan tranquilamente ir a dormir con su amante, en cuanto su resignada esposa vive el acostumbramiento cultural. En más de una centuria de estos relatos, la realidad sociocultural ha evolucionado bastante y en ella la mujer ha ido ganando los espacios que los factores históricos, sociales, políticos y culturales le habían usurpado, sobre todo en temas tan relevantes como la relación de pareja o su independencia para decidir su propio camino, como Antígona, en el ayer remoto y Nora en un ayer más cercano. Pero tanto la obra de Sófocles, Antígona, como la de Ibsen, Casa de muñecas, no son más que indicios de una realidad abrumadoramente opresiva en la historia literaria de los personajes femeninos, y que cada una de ella resuelve a su manera para desligarse del yugo de la ley política, social y cultural que las condenaba simplemente a no ser o, lo que es peor, a asumir el ser dictado por otros. En este sentido, como señalan Cann, Magnum y Wells, citados por Angélica Romero-Palencia y otros: "Las normas culturales son factores importantes para el entendimiento de las respuestas que hombres y mujeres tienen ante la infidelidad" ("Propuesta de un Modelo Bio-Psico-SocioCultural de Infidelidad Sexual y Emocional en Hombres y Mujeres", Psicología Iberoamericana, julio-diciembre, 2008), Vol. 16, No. 2, Universidad Iberoamericana, Ciudad de México).
Y Ana Sergeyevna, la bella mujer del cuento de Anton Chejov, La dama del perrito, pareciera darles la razón a Cann, Magnum y Wells: "-Hice mal -dijo--. Ahora usted será el primero en despreciarme". Ella misma cuestiona su acto de infidelidad recién cometido al engañar a su marido con Gurov, hombre que de tanto engañar a su esposa tenía una opinión nada favorable de las mujeres. "Su rostro languideció y lentamente se le soltó el pelo", nos dice el narrador. Y continuó con la descripción de Ana: "en esa actitud de abatimiento y meditación se asemejaba a un grabado antiguo: la mujer pecadora". Y es así como se siente Ana. El pecado se le aparece como la tentación del propio demonio que la ha dominado: "-Créame, créame usted, se lo suplico. Amo la existencia pura y honrada, odio el pecado. Yo no sé lo que estoy haciendo. La gente suele decir: "El demonio me ha tentado". Yo también pudiera decir que el Espíritu del Mal me ha engañado". Hay una presión social de naturaleza moral que condena a la mujer infiel con mayor dureza que la infidelidad masculina, independiente de las razones que haya tenido para serlo. O, simplemente, no haya tenido ninguna. "Para la mujer hay mayores sanciones sociales que para el hombre", nos dicen Drigotas y Barta, citados por Magdalena Varela en su "Estudio sobre infidelidad en la pareja: Análisis de contenido de la literatura" (Alternativas en Psicología. Revista Semestral. Tercera Época. Año XVIII. Número 30. Febrero - Julio 2014).
Pero, la mujer del saxofonista del cuento El muchacho del saxofón de la brasileña Lygia Fagundes Telles (1923-2022), no estaba preocupada del "qué dirán" ni mucho menos de las sanciones sociales. Su infidelidad, además, ilustrada en su condición de prostituta que ejercía su arte, parodiando el título de la obra de Nicolás Fernández de Moratín, Arte de las putas, exactamente en la pieza del lado donde su marido tocaba el saxofón, desconcierta al lector, poco habituado al consentimiento de un hombre que permanece absurdamente entregado a su cruel destino: "El muchacho apretó el saxofón contra el pecho hundido. / --Es en la puerta siguiente -dijo con voz de susurro, señalando con la cabeza [...]. ¿Y tú aceptas todo eso así tan tranquilo? ¿Por qué no le das una buena paliza, no la mandas a patadas con la maleta y todo al centro de la calle? ¡Si fuese tú, carajo, ya la habría partido al medio! Perdóname por entrometerme, ¡pero no irás a decir que no haces nada! / --Yo toco el saxofón". El narrador, y "cliente", está anonadado, como seguramente lo está el lector. La parsimonia del saxofonista ante la prostituida infidelidad de su mujer remece, sin duda, su comprensión, acostumbrado al engaño sutil de la mujer, a todos sus esfuerzos por pasar inadvertida en su "pecado", como lo llama Ana Sergeyevna, la dama del perrito.
Es un caso emblemático en la literatura el que nos cuenta Lygia Fagundes Telles, por el descarnado descaro de la mujer del muchacho del saxofón y por la desgarradora complicidad del saxofonista, dos personajes que perturban e incomodan por la indescriptible complicidad que los une, porque tampoco puede hablarse de una infidelidad controlada. El artículo que publica El Sol (Mendoza, Argentina), "¿Infidelidad controlada?", a propósito del libro de la australiana Holly Hill, Sugarbabe, termina con las siguientes preguntas al lector: "¿crees que la infidelidad controlada puede funcionar? ¿conoces a alguien que lo haya intentado? O ¿piensas que existen otras alternativas para mantener una pareja de largo plazo?". Pero se refiere sobre todo a la infidelidad masculina. Una publicación más reciente (la de El Sol es de 2010), del medio GQ, 2020 (México), "Infidelidad controlada: cuando tu pareja sabe que la engañas, pero lo permite", aborda tanto la infidelidad de los hombres como de las mujeres, alude a la modernidad y a las culturas occidentales en donde cada vez "es más común ver la infidelidad controlada con cierto sentido lógico, y de hecho es algo que ha existido siempre".
Las personas, se lee en el artículo de GQ, (así sean hombres o mujeres) "saben que sus parejas los engañan, pero deciden no decir nada, ya sea porque no les afecta o porque no lo ven como una amenaza a la relación y al vínculo que tienen. Se separa la actividad sexual de lo sentimental, y así muchos aseguran que esa libertad crea una mayor confianza en la relación". Podría entenderse, desde la mirada de este comentario de GQ, que al saxofonista no le afecta la prostituta infidelidad de su mujer o que no se siente amenazado por ella de ninguna manera: ni en su ser hombre ni en su orgullo. Y por eso la consiente. El muchacho del saxofón es un personaje único en la revisión de la infidelidad femenina de los diversos cuentos que consideramos para este trabajo. Lo mismo su mujer que no esconde su prostituta infidelidad, como hemos visto en los cuentos citados. Tampoco se asemeja a Betty, el personaje ficticio de la fotonovela, del cuento del brasileño Rubem Fonseca (1925-2020), Corazones Solitarios, que el narrador y reportero policial del diario Mujer, un medio cuyo público es "Clase C", según su director, escribe con el seudónimo de Dr. Nathanael Lessa. De reportero policial a la sección "De Mujer a Mujer" para responder el consultorio sentimental. Y de aquí, a petición de Oswaldo Peçanha, editor jefe y dueño de Mujer, a escribir una fotonovela.
Corazones Solitarios es una historia con muchos y sabrosos ingredientes que, con certeza, agradará al lector. Betty es una novia ejemplar. Virgen. Como su novio que se ha pasado cinco años trabajando para tener su departamento y amoblarlo: "Roberto y Betty están comprometidos y van a casarse. Roberto, que es muy trabajador, economizó dinero para comprar un departamento y amueblarlo, con televisión en colores, combinado, heladera, lavarropas, enceradora, licuadora, máquina de lavar platos, tostadora, plancha automática y secador de cabellos. Betty también trabaja. Ambos son castos". Nunca supe de un engaño contado en tan pocas líneas como lo hace Rubem Fonseca. Ni menos en una historia encajada dentro de otra. Una inédita narración enmarcada. Tiago, amigo de Roberto, le dice que no puede casarse sin tener alguna experiencia sexual y lo lleva a la casa de la "Superputa Betraton" que no es otra que su cándida y castiza novia Betty: "¡Oh!, ¡cielos!, sorpresa terrible. Alguien dirá, tal vez el portero: ¡Crecer es sufrir! Fin de la novela". Crecer es sufrir. Tiene razón el narrador. Vivir siempre lo fue desde que el pecado original nos expulsó del Paraíso. Pero morir también es sufrir, si entendemos bien al pobre protagonista de ¿Fue un sueño?, el magnífico cuento de Guy de Maupassant (1850-1893).
La lectura de ¿Fue un sueño? me recordó de inmediato la novela de Érico Veríssimo, el gran escritor brasileño, Incidente en Antares. Es el mundo de los muertos que se rebelan por distintos motivos. Nos quedamos con el cuento de Maupassant y dejamos la novela como curiosidad para el lector. Todos los epitafios recuerdan las bondades del muerto en vida. Pero deciden escribir su verdadero epitafio. El narrador en primera persona, triste y apesadumbrado por la muerte de su amada esposa, visita el cementerio donde lo encuentra la noche. Sentado sobre una tumba siente que esta se mueve y lentamente se levanta el muerto o lo que queda de él y con su esquelético dedo reescribe el epitafio. Lo mismo hacen todos los muertos y el cementerio es una esquelética sala de redacción de epitafios que reseñan la verdadera vida de cada de uno de esos muertos. Corre en busca de la tumba de su amada en cuya losa había escrito "Amó, fue amada y murió". Esperaba encontrar la pureza de ese amor. Pero en su lugar estaba escrito: "Habiendo salido un día de lluvia para engañar a su amante esposo, pilló una pulmonía y murió".
¿Fue un sueño? Tal vez. Pero, como dice el refrán "Se han visto muerto cargando adobes". Por lo mismo, lo aconsejable es que la noche no lo pille en los cementerios. Ahora, si ella lo encuentra ahí, no visite la tumba de su esposa porque, como dice también el refrán "Más vale prevenir que curar".
Después de todo, sea sueño o realidad, la infidelidad es la misma.
NOTA:
Los cuentos "La embustera", "Misa de Gallo", "La dama del perrito" y "¿Fue un sueño?", se encuentran en Cuentos de mujeres infieles, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1996.
Los cuentos "El muchacho del saxofón" y "Corazones solitarios" se encuentran en Cuentos Brasileños, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1994
ALEJANDRO CARREÑO T.
Profesor de Castellano, magíster en Comunicación y Semiótica,
doctor en Comunicación. Columnista y ensayista (Chile)