Novelas chilenas de las primeras décadas del siglo XX

Alejandro Carreño T.

Contenido de la edición 08.12.2022

 

Quienes nos dedicamos como lectores al fascinante mundo de la literatura hecho novela, guardamos en nuestros recuerdos de juventud liceana y universitaria, aquellas obras que vivimos con ingenua pasión de lectores hambrientos de lectura romántica y aventurera, que trascendía las limitaciones de la siempre odiosa pero necesaria realidad nuestra.

La literatura amplía las fronteras de la vida, y reconocemos en ella muchas veces la continuidad de nuestras propias vidas, confundidas con las  de los personajes de ficción que a su vez suelen confundirse con las nuestras. Historias literarias que en la primera juventud pueden resultar sorprendentes para un joven de hace décadas, como Juana Lucero, por ejemplo, la fascinante novela de Augusto D'Halmar, publicada en 1902 como La Lucero (Los vicios de Chile), una novela del Santiago de los inicios del siglo XX que se desarrolla en el Barrio Yungay, cuya protagonista, humilde, hija de una costurera y de un diputado ausente, despreciada y abusada por el dueño de casa donde trabaja, termina su vida como una prostituta: "--¡Déjeme...! ¡Gritó!, ¡déjeme...! / Fue una lucha cobarde y breve [...]. Cierto que aquel cuerpo aletargado en el desmayo no respondía a sus sensaciones [...]. ¿Cuánto duró aquella escena brutal?" (Segunda Parte, capítulo XV).

La primera novela de D'Halmar abre las puertas temáticas de una realidad que comenzaba a brotar en la sociedad chilena: la prostitución. La acción comienza a desarrollarse en 1895, un año antes de la aprobación del Reglamento para las Casas de Tolerancia como "una forma de regular, normar y controlar el ejercicio de la prostitución para fines monetarios, morales e higienistas" (Góngora Escobedo, Álvaro, La prostitución en Santiago, 1813-1931: visión de las elites, citado por Claudia Darrigrandi, "Representaciones urbanas e identidades femeninas en América Latina (de fines del siglo XIX a principios del siglo XXI", en OPEN EDITION JOURNALS).

Los prejuicios sociales arraigados en la sociedad chilena forman parte de estas primeras expresiones narrativas, en las que el dinero, el amor, la pobreza y el poder son temáticas recurrentes de los conflictos sociales, políticos y morales descritos por los autores chilenos de las primeras décadas del siglo XX. Pobreza descarnada vivida en los llamados conventillos, hermanos de miserias y degradaciones humanas de las favelas brasileñas y villas miserias argentinas, donde los hombres se encuentran despojados de su propia dignidad de hombres. En este mundo de niños descalzos, mujeres entregadas a su suerte y hombres gañanes y alcohólicos sin sueños ni esperanzas, se encuentran dos novelas representativas de la época: La viuda del conventillo (1930), de Alberto Romero, y Los hombres obscuros (1939), de Nicomedes  Guzmán. Sobre Alberto Romero y su obra, nadie mejor que su propia hija, la periodista Graciela "Totó" Romero, para hablarnos de sus inquietudes literarias descritas en su novela más famosa: "La marginalidad era la obsesión de Alberto Romero y su amor por los más pobres, incondicional. / Los amaba en cualquiera de sus dimensiones, incluyendo el hampa, donde tenía leales amigos, quienes se organizaban para proteger a este caminante de la noche [...]"  (Prólogo a la edición de Editorial Andes, Santiago de Chile, 1993).

La viuda del conventillo gira en torno a Eufrasia Morales, la viuda, y su mundo de conventillo donde cualquier bajeza humana puede suceder en todas sus formas, como lo atestigua el italiano Guido Lambertuci desde el mesón de su almacén: "Implacable, rígido, con su aire de viejo loro, grotesco, Lambertuci, por espacio de diez años, fue testigo presencial de un sinnúmero de hechos punibles que tuvieron por escenario -como diría un redactor de crónica roja- el pedazo de calle accesible a su mirada: robos, violaciones, desafíos, grescas de mujeres en celo, y hasta vio sacar el cadáver de una jovencita empleada de tienda que se pegó un tiro en un cuarto de la cité de enfrente" (Capítulo 3). El italiano es la memoria viva que describe en un párrafo la vida de seres sin ninguna importancia social, que se multiplican en la miseria y el dolor. La literatura asume su rol de denuncia social, como señala muy bien Eleazar Huerta respecto de sus personajes (citado por Raúl Silva Castro en su libro Panorama de la Novela Chilena, Fondo de Cultura Económica, 1995), se trata de "Vidas aparentemente insignificantes, cobran hondura y trascendencia, sin que sepamos cuándo, pues el autor avanza en la narración sin recargar ninguna escena, sin detenerse para darnos el retrato acabado de nadie".

Pero Nicomedes Guzmán es un narrador que ha revolucionado el lenguaje descriptivo en sus cuadros de sangre y miseria; dolor y prostitución. Los hombres obscuros es un relato vigoroso que no da tregua al lector, ni tampoco se compadece de él. Lo acosa con su verdad narrativa sin contemplaciones morales ni retóricas: "El conventillo está habitado por gente de la más baja condición social: obreros, peones, mozos, costureras que se amanecen pedaleando, lavanderas que consumen su vida curvadas sobre la artesa, rateros y putas; una de las piezas la ocupan dos maricones que realizan por las noches fiestas y bailoteos, a los que acuden «amigos» indecentes y sinvergüenzas; estas reuniones terminan con boches que congestionan al vecindario y que requieren la intervención de los hombres, quienes ponen a raya a los degenerados. 

Sin embargo, la mayordoma no desahucia a estos arrendatarios, porque «pagan tan puntualmente»". (Capítulo I). Nunca antes la literatura chilena se había atrevido a remover la conciencia del lector, zamarrearlo en la tranquilidad de su poltrona y restregarle una realidad sórdida, tal vez inimaginable para él. La propia dedicatoria de Los hombres obscuros es una advertencia al lector que no deja de sorprenderlo: "A mi padre, heladero ambulante, y a mi madre, obrera doméstica". Domingo Melfi, citado por Luis Sánchez Latorre, Filebo, en su artículo Reivindicación de Nicomedes Guzmán en Memoria Chilena, nos dice que el autor "posee en alto grado este sentido dramático de la vida que faltó a los escritores de generaciones anteriores. La novela citada, con ser breve, impresiona por la fuerza de la presencia humana. Guzmán estudió los tipos y el medio en su propia esencia. Fue él mismo un personaje".

Sin embargo, no todo fue dolor, miseria y prostitución en la novela chilena de estos tiempos. Otros temas como el dinero, la ambición, el poder y el amor también fueron abordados por escritores de las primeras décadas del siglo XX. El Loco Estero (1909), una de más reconocidas novelas de Alberto Blest-Gana pertenece a este género en que el poder y la ambición por un lado, y el amor de otro, le dan vida a un relato entretenido y vibrante con un final que ciertamente le agradará al lector, y lo sorprenderá al mismo tiempo: "Blest Gana supo siempre, desde el principio, hilvanar bien sus intrigas y poseyó en grado eminente el don de la inventiva. novelesca, escasa en Chile; pero aquí se sobrepasa y asistimos a un verdadero drama policial, con incógnitas que suspenden al espectador anhelante, con peligros, amores y aventuras que terminan en golpes de efecto inesperados, aunque no forzados, de la mejor calidad novelesca" (Hernán Díaz Arrieta, ALONE, Prólogo a la edición de Zig-Zag, Séptima Edición, sin fecha, que incluye además la novela corta Gladys Fairfield.

El Loco Estero es don Julián, un excapitán encarcelado en su propia casa por su hermana, doña Manuela, mujer adúltera quien, por razones de dinero, ha hecho creer al mundo que su hermano está loco, para apoderarse de sus bienes que, finalmente, volverán a su legítimo dueño: "--Y cuando venga -dijo, con ese sentimiento de reparación- le devolveré todos sus derechos; él gozara de sus bienes y hará con eIlos Io que quiera. / --Eso es lo mejor, hijita -aprobaba don Matías. / Doña Manuela se mostraba ansiosa de hacer cuanto antes la devolución de los bienes de su hermano y de vivir pobremente con el sueldo de su marido" (Capítulo XXIII). Guillermo Araya, en su artículo "Historia y sociedad en la obra de Alberto Blest Gana", citado por José Antonio Fabres en su ensayo Análisis estructural de El Loco Estero (Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes), señala: "A nivel de los personajes dos temas recorren toda la obra de Blest Gana: el amor y el dinero". Y no deja de tener razón, después de todo, Blest Gana es un romántico costumbrista que hace de la novela, historia. De hecho, Giuseppe Bellini titula su clásico ensayo sobre la obra del autor Alberto Blest Gana «historiador de Chile (Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes). El amor y el dinero mueven los hilos narrativos de sus novelas, cuyo marco histórico-político-social es un referente permanente por donde transitan sus pintorescos personajes como Carlos Díaz, el ñato Díaz, enamorado de Deidamia, sobrina de don Julián y libertador de este de su cautiverio: "Acercóse, entonces, a la puerta del calabozo- y, con estudiada precaución, torció la llave en la cerradura. Evitando hacer ruido, abrió con viva emoción la puerta. Dos brazos que temblaban le rodearon el cuello; una voz sofocada le murmuró al oído: / -¡Oh!, ¡mi salvador! ¡Mi ángel tutelar! Dios te bendiga" (Capítulo XIII).

Casa Grande (1908) Tomo I y Tomo II,  obra prima de Luis Orrego Luco, desató el mayor escándalo de la clase social más adinerada del Santiago de la época. De repente, la sociedad se vio reflejada en sus páginas que la describen en toda su miseria espiritual, carente de principios y a la que solo le interesa el lucro por sobre los valores morales y sociales. La novela desnuda las costumbres de la aristocracia chilena desde fines del siglo XIX hasta los primeros años del siglo XX; "retrata la vida de ese grupo social en las actividades comerciales, bursátiles, políticas y sociales. En este sentido, "Casa Grande" es un documento determinante para el conocimiento de ese tiempo" (Fidel Araneda, Ochenta años de "Casa Grande", novela de LUIS ORREGO LUCO (1908-1988).  La vida en Casa Grande transcurre entre los placeres y el lujo que solo el dinero, bien habido o mal habido, puede ofrecer. La aristocracia, en la ciudad o en los fundos, se encuentra a sí misma reflejada en las imágenes directas y sagaces de un espejo impecable e implacable que es uno de los suyos: "Sobre mesita rodeada de tazas de porcelana japonesa de estraños dibujos azúl y rosa, encontrábase lista la gran tetera de plaqué. con lámpara de alcohol, en la cual se preparaba el samovar, como decia, empleando la palabra rusa, con el prurito de extranjerismo de nuestro mundo de tono, tán aficionado á refrescar sus aires en la colonia cosmopolita de Paris" (Tomo I, Capítulo VII).

Orrego Luco nació en ese ambiente, y su suegro fue nada menos que Benjamín Vicuña Mackenna, uno de los mayores aristócratas y políticos de la Historia de Chile: "Orrego Luco, más de una vez, me refirió que la familia de su clase social, parientes muy próximos de su mujer, María Vicuña Subercaseaux, quienes se sentían aludidos en la obra, lo menospreciaron tanto que no le era grata la convivencia con la gente de la estirpe de su esposa, hija, nada menos que de Benjamín Vicuña Mackenna y Victoria Subercaseaux Vicuña" (Fidel Araneda, obra citada).

Tanto desprecio de la aristocracia le provocó la publicación Casa Grande a Orrego Luco, que su prima Manuelita Vásquez le dedicó los siguientes versos: "Luis Orrego Luco, / hombre ocioso y vago / que ejecuta diarios por casualidad / no es el literato, ni un escritor / es un pobre hombre sin ningún valor / si quieres saber cuánto es / tres chauchas y un diez, / tres chauchas y un diez" (Fidel Araneda, obra citada). El precio de proclamar la verdad.

Pero ni el amor ni el dinero son los temas que distinguen El Socio (1928), obra clásica de Jenaro Prieto. Tampoco la miseria humana. El socio representa un quiebre en la narrativa chilena de estas primeras décadas del siglo XX. Una historia inventada dentro de la ficción. La invención de un personaje que adquiere vida propia e interfiere en la "realidad" del relato, anticipando en décadas un tipo de literatura que se haría común en los narradores de nuestra América Latina, como Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez y Juan Carlos Onetti, entre otros autores relevantes que jugaron con la realidad y la ficción dentro de la propia ficción. La cita de Oscar Wilde que antecede al comienzo de la novela,  describe su naturaleza lúdica entre la ficción y la realidad: "Los únicos seres reales son los que nunca han existido, y si el novelista es bastante vil para copiar sus personajes de la vida, por lo menos debiera fingirnos que son creaciones suyas, en vez de jactarse de la copia". Es lo que hace Julián Pardo, el protagonista de El Socio, un mediocre corredor de propiedades, con dificultades económicas, un hijo enfermo y un matrimonio cayéndose a pedazos: crea un personaje, Mr. Walter Davis, su socio, "hombre experto en negocios y seguro de sí mismo", que es la descripción fiel del pensamiento wildiano. Se apodera del relato y de la vida de Julián Pardo: "Si no le acepto de inmediato, es porque efectivamente tengo un socio... un socio a quien debo mucho... El, en realidad, es el dueño de esta oficina v no puedo hacer nada sin su consentimiento" (Capítulo II). Es el momento del nacimiento de Mr. Davis y el comienzo del fin de Julián Pardo. Su doble, ser el otro y el mismo, como en los relatos borgianos, se convertirá en una cruel pesadilla que lo conducirá a la locura y la muerte.

Las últimas páginas de El Socio ilustran la ficción y la realidad de Julián Pardo a través de un diálogo dramático que desencadena una serie de acciones propias de la novela policial, en un mundo en que lo imaginario y lo real se cruzan y entrecruzan en el interior de la conciencia delirante del protagonista: "Es inútil que dispare, Míster Pardo... Usted mismo acaba de decir que me ha inventado, que soy un producto de su imaginación, "una creación del arte", si no encuentra un poco petulante el nombre" [...] /  -¡Me vengaré! ¡Quedarás ante todos como un asesino! /  --¡Oh! Puede usted hacer lo que quiera, Míster Pardo. Estoy libre de esas miserias terrenales...".

Dejo las últimas líneas de la novela al lector, para que se adentre en esta historia que lo sorprenderá gratamente, no solo por su temática que escapa a los patrones temático-narrativos de la novela de los años treinta en Chile, sino además por la naturalidad con que Jenaro Prieto teje un relato en donde la realidad del relato acaba sorprendentemente devorada por la ficción.

Sí, la novela chilena de principios del siglo XX es una fuente histórica que da cuenta de los conflictos sociales, políticos y económicos de un Chile resquebrajado en su estructura social, que los novelistas desnudan como una radiografía dolorosa de una realidad no resuelta en términos de equidad y justicia social. En medio de ella, El Socio se yergue como una luz narrativa que tomará, décadas más tarde, otras formas lúdicas en la novelística chilena y latinoamericana.

 

ALEJANDRO CARREÑO T.

Profesor de Castellano, magíster en Comunicación y Semiótica,

doctor en Comunicación. Columnista y ensayista" (Chile) 

 

Archivo
2022-12-08T11:59:00