Rodó, un autor del siglo XXI

Pablo Romero García

José Enrique Rodó ha vuelto a la escena pública. Motivo: se cumplen 150 años de su nacimiento. Mucha agua ha pasado bajo el puente y aquel autor que tanto marcó a su generación y a las siguientes -a lo largo de varias décadas, tanto en lo local como en la región-, ha ido perdiendo su peso e influencia. 

Contenido de la edición 22.07.2021

 

Ya no es una referencia ineludible y su presencia en la formación intelectual del país es marginal. En los centros de estudio, las nuevas generaciones raramente entran en contacto con su obra. Rodó les resulta conocido, en todo caso, por un parque donde existen juegos de atracciones y una playa llamada Ramírez

Las conmemoraciones de natalicios de ilustres figuras suelen quedar en ciertos actos que reafirman la condición de mármol y  bronce del homenajeado. Más cercanas a destacadas pompas fúnebres que a revitalización del autor, sin embargo, siempre son oportunidades, ventanas y puertas que se abren, por donde algunos descubren vidas y textos que los terminan sumando a la nómina de interesados o incluso de expertos del personaje celebrado, permitiendo que la rueda de su pensamiento siga su marcha, manteniéndolo vivo. Por esto mismo, el valor que tienen estas instancias es de por sí significativa, más allá de que para una mayoría quede en una anécdota.

Este aniversario, que incluso define nuestro Día del Patrimonio, resulta una ocasión propicia para retomar su legado intelectual y, a su vez, el hilo narrativo de lo mejor de nuestra historia del pensamiento, en donde ocupa un lugar de privilegio junto a Carlos Vaz Ferreira, Pedro Figari, José Pedro Varela y Arturo Ardao, entre otros.

Entrar en contacto, retomar críticamente, leer, discutir, actualizar a  los autores decisivos de nuestra historia intelectual, aquellos que conforman el soporte del patrimonio cultural de nuestra sociedad, es una tarea que supone el cultivo de los valores fundamentales de una comunidad. Es reconocernos en lo mejor de nosotros, es forjar una identidad desde la cual nos enmarcamos en una tradición que nos permite visualizarnos como los herederos de Rodó o de Vaz Ferreira, o sea, un sentido de pertenencia marcado por la excelencia. Uruguay es un país signado por la brillantez de sus intelectuales. No lo olvidemos. No dejemos de intentar estar a la altura del legado. Las últimas décadas han marcado un declive educativo y cultural importante. Nos lo indica la realidad palpable a todos aquellos que llevamos muchos años trabajando en las aulas del sistema público de educación, pero también nos lo señalan las diversas evaluaciones locales e internacionales a nivel cualitativo y los infames números del egreso de nuestra educación media. Hoy, solo cuatro de cada diez jóvenes uruguayos culmina el liceo, ubicándonos últimos en tal rubro a nivel cuantitativo en América Latina. Es una verdadera tragedia social y cultural, que también explica parte del porqué nuestros clásicos del pensamiento no son leídos. Es que leemos escasamente, a secas, en general (y más allá de la masificación en el acceso educativo, que es un dato positivo de las últimas décadas, pero que va a contrapelo de los resultados cualitativos y cuantitativos señalados).

Este clima de época, trae consigo varias consecuencias. Una de ellas es, justamente, estar perdiéndonos la oportunidad de leer en clave de actualidad a José Enrique Rodó. Es un autor que tiene mucho para aportar a nuestra agenda del siglo XXI. Nos resulta  más necesario ahora que lo que lo fue hace un siglo. Claro que su estilo literario puede resultar un escollo para el contexto del lector contemporáneo, pero si se sabe bucear más allá de tal coyuntura, su pensamiento es un aporte contundente en ideas a tener en cuenta.

Veamos brevemente algunas de esas ideas que marcan la vigencia del pensamiento rodoniano.

1. La integración regional, latinoamericana, desde valores culturales, intelectuales, éticos, estéticos que nos representan, desde el vínculo con nuestra cultura grecolatina. Frente a modelos anclados en la perspectiva economicista o en la consolidación de la identidad por oposición a un "enemigo en común", retomar el planteo rodoniano es apuntar a la integración desde la tradición humanística fundante de nuestra civilización, subrayando, por otra parte, la responsabilidad que tienen, en tales asuntos, quienes conducen los países de nuestra región. Aunque Rodó juzga negativamente a la utilitaria cultura anglosajona, no la culpa de lo que finalmente sucede por estos parajes, en tanto entiende que el primer y principal escollo somos nosotros mismos. Retomar lo mejor de nuestras raíces es una tarea que nos corresponde y que involucra decididamente a las autoridades que gobiernan nuestras sociedades, particularmente a las que tienen responsabilidades de primer orden en el ámbito educativo y cultural.

Fomentar el pensamiento uruguayo y latinoamericano es un modo de actualizar el pensamiento de Rodó y de colocar en el debate público su planteo respecto de la necesidad de integrarnos regionalmente (y más aún en este siglo XXI, en un mundo absolutamente globalizado) desde nuestra mejor carta de presentación, desde la fusión de horizontes de nuestras tradiciones éticas, educativas y culturales.

Rescatar y promover las identidades culturales autóctonas en el marco de un movimiento global que abre las puertas a la convivencia, a la composición cultural híbrida, es una tarea política de primer orden para nuestros países. En estos momentos en que agoniza incluso en sus aspectos comerciales, qué bien nos vendría pensar en un MERCOSUR Rodoniano.

2. La participación en la esfera pública, particularmente de la juventud, de las nuevas generaciones. Punto crucial, sobre todo en sociedades con jóvenes que tardíamente se inician en la vida pública y que tienen escasa incidencia en las decisiones comunitarias importantes. Las páginas rodonianas son un motor de impulso para pensar la revitalización de nuestra cultura política, para reflexionar acerca de la necesidad de generar las debidas condiciones para que nuestra juventud participe activamente, un factor crucial de la calidad democrática de toda sociedad.

El estudiantado, los jóvenes, eran para Rodó el primer sujeto de acción, aquellos capaces de redescubrir nuestras raíces y propiciar la unión espiritual de Latinoamérica. Su impacto, en tal sentido, fue enorme en su época. Un hito fundamental de nuestra vida universitaria y cultural como lo fue el movimiento e impulso reformista de Córdoba a comienzos del siglo XX, que tiene entre sus puntos claves la celebrada reforma universitaria de 1918, tiene una impronta de lenguaje rodoniano. Rodó era un claro referente, el maestro de la juventud de América.

Necesitamos imperiosamente de jóvenes rodonianos del siglo XXI, construyendo espacios de diálogo, conformando una nueva generación de intelectuales comprometidos con la formación y acción política (en su acepción más general, o sea, involucrados en los problemas de la polis, de los asuntos que conforman el bien común).

3. Defensa de los valores democráticos y de la tolerancia. Aquí hay dos puntos centrales: primero, la idea de generar una democracia que esté a resguardo, como bien lo señala Rodó, tanto de los valores aristocratizantes como de los provenientes de la mediocracia, sostenidos desde las mayorías compactas y homogéneas. Luego, el postulado de que la democracia, en su búsqueda de igualdad, debe ir acompañada de políticas que aseguren una clase política-intelectual dirigente formada en valores deseables, con sólidos basamentos culturales y capaz de fomentar y difundir la tolerancia de ideas como uno de los elementos primordiales.

Rodó defiende la pluralidad, la rotación partidaria y el entendimiento para gobernar (y lo hace en el marco de un país que venía saliendo de la guerra civil entre blancos y colorados, todavía con las heridas a flor de piel, con la lógica del "enemigo" muy presente en la arena política, en la incipiente vida democrática), rescatando la importancia de la opinión ajena, del valor de la tolerancia  (al respecto, nada mejor que leer el debate sobre la quita de los crucifijos de los hospitales que sostuvo con Pedro Díaz, y que aparece recogido en su obra Liberalismo y Jacobinismo).

En tiempos donde la intolerancia parece ir ganando terreno en el espacio de los diálogos políticos, del intercambio de ideas, y, justamente, en el marco de una sociedad cada vez más plural, el planteo rodoniano es tan vigente como urgente, una antídoto eficaz para la lógica de las trincheras, para los cultivos de las grietas y las dicotomías totalizadoras.

4. La defensa de una formación universalista y una educación que no sea meramente especializada y utilitaria. Al respecto, su planteo también cobra una vigencia incluso mayor que la que tuvo en su época. Bien nos vale para reflexionar, por ejemplo, sobre los modos en que solemos vincular la educación al campo laboral y a las necesidades productivas de un país, asuntos que inevitablemente terminan cayendo en planteos que vacían el sentido más profundamente humanista de la formación educativa. Necesitamos más Rodó y menos educación atada al concepto de suministrar utilidades en términos de formar recursos desde la óptica del concepto de "capital humano".

Y, en este sentido, es fundamental reivindicar el papel de las humanidades y, en particular, de la filosofía. El aporte que realiza en el campo argumentativo (un gran déficit que tenemos), en la reflexión ética (abriendo, entre otros puntos, el debate sobre los valores deseables de circular en una comunidad), en dotar de perspectivas de procesos de largo alcance (justamente en el marco de un mundo que pregona la inmediatez), en brindar la necesaria flexibilidad intelectual para desempeñarnos en cualquier campo profesional, en cualquier oficio o ámbito laboral, forma parte de algunas de las virtudes que nos aporta.

Las generaciones que estamos formando son las que nos van a sustituir y las que instalarán los futuros debates públicos. Es vital apostar a formar jóvenes con sólida capacidad en términos reflexivos, con autonomía intelectual, de modo tal que fortalezcan nuestras prácticas democráticas. La formación universalista, de carácter humanista, es propedéutica.

Por otra parte, la perspectiva rodoniana coincide con la defensa vazferreireana del deber de cultura general que todo docente y alumno tiene respecto de su formación intelectual. Este aspecto lo coloca en un debate también fundamental sobre la actual formación docente y universitaria, en el marco del surgimiento de especialistas alejados de la esfera pública, sin ninguna incidencia en ella, y con la tendencia agudizada en cuanto a la disección del saber y sus contenidos en grados de reducción al absurdo. La defensa de la formación universalista y del pensamiento como un elemento vivo es un punto de encuentro entre los dos intelectuales más decisivos de nuestro país: Rodó y Vaz Ferreira. 

5. El amor y el desinterés como guía política. Frente a una política maniqueísta, de trincheras partidarias, que genera ideologías de amigos y enemigos, simples y cómodas dicotomías de buenos y malos -con la consabida ausencia de debate de ideas y falta de tolerancia para posibilitar el real dialogo democrático-, el rescate rodoniano del amor, del desinterés y la independencia como guía para la práctica política resulta tan vitalmente ingenua y demodé como imprescindible en estos tiempos que corren (y que han corrido, lamentablemente, a lo largo del siglo XX).

En este punto, vale decir, es también coincidente el planteo de Rodó con los postulados vazferreireanos sobre la formación cultural sustentada en el saber desinteresado. Y en tiempos de intelectuales que adaptan sus postulados y acciones a razón de la ostentación de su cargo en la burocracia pública y la tarea de agradar a su jefe político de turno, un mal que aqueja y recorre toda Latinoamérica, el planteo de Rodó nos recuerda que la autonomía y la decencia del pensar y el actuar es algo que debemos cuidar a toda costa.

Frente a la camada de intelectuales interesados en la vida política como un mero trampolín de cargos públicos que le permitan navegar en la estabilidad económica personal  y/o en el prestigio narcisista de la imagen proyectada, asunto que sigue construyendo nuestros gobiernos, lo de Rodó resulta un antídoto más que actual y pertinente. 

6. Apelación al cultivo de nuestra interioridad, a la búsqueda de la realización y el perfeccionamiento interior, de nuestras fuerzas individuales, desde una mirada en tono vitalista que preconiza el cultivo del mundo interior como preámbulo necesario de todo aporte comunitario. Este punto, central en  Motivos de Proteo, se enlaza con el siguiente que plantearemos, con el de la necesidad de cultivar el ocio noble, conformando un conjunto que va al centro de la problemática existencial quizás más acuciante que estamos viviendo los ciudadanos de este siglo del vértigo, del rendimiento permanente, del agotamiento y la exigencia, de la autoexplotación, donde la frustración, el estrés y la depresión emergen como elementos patológicos característicos, donde la exterioridad y superficie en la que nos alojamos no da lugar al desarrollo adecuado de la interioridad.

En este presente prolongado en el que vivimos, lo que más nos está faltando es vida contemplativa, es mirar hacia nuestro adentro, conocernos a nosotros mismos, cultivar una personalidad que se fortalece desde el interior. Ciertamente, nos vendría muy bien asomarnos a los motivos rodonianos sobre el asunto.

7. Retomar el ocio noble. Autores de primera línea en el campo filosófico de este comienzo de siglo, como Byung-Chul Han, plantean la necesidad de retomar el espacio reflexivo de  la pausa, de la profundidad del pensamiento, del ocio creativo. La arenga de Rodó de hace más de un siglo,  heredada de su admirada cultura helénica, respecto de no descuidar la meditación intelectual, de cultivar el ocio creativo y la libertad interior -ni siquiera por la limitante del tiempo que nos absorbe el trabajo, por el imperio de la necesidad material, o por el tener condiciones culturales inicialmente adversas que puedan condicionarnos-, es otro punto resaltable de su  vigencia, particularmente en épocas en donde el tiempo libre, el escaso espacio posible de ocio reflexivo que tenemos, suele consumirse en pasatiempos tecnológicos sin mayor sentido que el de "matar el tiempo" o en consumos mediáticos para no pensar, para no pensarnos.

Una sociedad rodoniana

Ojalá que este breve punteo de actualidad rodoniana pueda motivar al lector a acercarse a un autor que todavía tiene mucho por dar y que, sin embargo, en términos amplios, hemos colocado en el museo del olvido, lo que constituye un crimen de lesa culturalidad. Volver a ponerlo en el ruedo, pensar aspectos de nuestro presente y futuro a partir de su obra, es una tarea que nos interpela y que se requiere en lo inmediato.

Que celebrar el siglo y medio de su nacimiento no se convierta meramente en otro cúmulo de pomposas honras, es nuestra responsabilidad, esa que el propio Rodó supo visualizar claramente en su vida y obrar en consecuencia. Volver a leerlo y discutirlo es algo que le debemos y que nos lo debemos como sociedad. Que la nuestra sea una sociedad rodoniana es algo que todavía tenemos pendiente por reconocer.

PABLO ROMERO GARCÍA

Profesor de Filosofía, comunicador

 

Imágenes. José Enrique Rodó (Biblioteca Nacional)

 

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2021-07-22T00:07:00