Rosario Castellanos Figueroa - El que se va se lleva su memoria
Lilián Hirigoyen
Contenido de la edición 10.05.2022
Rosario Castellanos Figueroa nació en Ciudad de México el 25 de mayo de 1925 y murió en Tel Aviv, Israel, el 7 de agosto de 1974. Fue una diplomática y escritora mexicana, una de las más importantes del siglo pasado, símbolo del feminismo latinoamericano.
Creció en la hacienda de su familia en Comitán, en la región maya del sur de México, Altos de Chiapas. A la edad de siete años, su hermano menor murió de apendicitis. Cuando tenía veintidós años, ambos padres fallecieron, quedando en una pobre situación económica. A pesar de eso, Rosario pronto se convirtió en la primera mujer escritora de Chiapas.
En 1950, habiendo emigrado a Ciudad de México, se graduó en filosofía en la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México). En esa época se vinculó con Ernesto Cardenal, Jaime Sabines y Augusto Monterroso. También obtuvo una beca para perfeccionarse en la ciudad de Madrid
Fue profesora en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en la Universidad de Wisconsin, en la Universidad Estatal de Colorado y en la Universidad de Indiana. Escribió durante años en el diario mexicano Excelsior, fue promotora del Instituto Chiapaneco de la Cultura y del Instituto Nacional Indigenista. En 1954-1955, fue becada por la Fundación Rockefeller en el Centro Mexicano de Escritores.
En 1958 se casó con el profesor de filosofía Ricardo Guerra Tejada, con quien tuvo un hijo. Después de trece años de matrimonio, se divorció, tras sufrir depresión e infidelidades del marido. Dedicó gran parte de su obra y de sus energías a la defensa de los derechos de las mujeres.
Como promotora cultural, trabajó en el Instituto de Ciencias y Artes de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, y dirigió teatro bajo el auspicio del Instituto Nacional Indigenista. En la UNAM, trabajó como titular de la Dirección General de Información y Prensa entre 1960 y 1966 y fue profesora en la Facultad de Filosofía y Letras. Fue nombrada embajadora de México en Israel en 1971, y también trabajó como catedrática en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Mientras cumplía servicios en el exterior y a los cuarenta y nueve años, falleció en Tel Aviv, el 7 de agosto de 1974, como consecuencia de la descarga eléctrica de una lámpara, al salir de bañarse cuando acudía a contestar el teléfono. Sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres, en México, desde el 9 de agosto de 1974. Debido a su carácter melancólico también se llegó a pensar que su muerte fue consecuencia de suicidio. Como si avizorara el futuro, años atrás había escrito en uno de sus poemas:
"Yo no voy a morir de enfermedad
ni de vejez, de angustia o de cansancio.
Voy a morir de amor, voy a entregarme
al más hondo regazo.
Yo no tendré vergüenza de estas manos vacías
ni de esta celda hermética que se llama Rosario.
En los labios del viento he de llamarme
árbol de muchos pájaros".
Rosario Castellanos prácticamente cultivó todos los géneros literarios. Escribió tres novelas, ensayos, obras de teatro, cuentos, artículos periodísticos y once poemarios. Fue gran admiradora de Gabriela Mistral, a quien consideraba la poeta más grande de América Latina.
Recibió varios e importantes reconocimientos en su país.
En su obra, mayormente plagada de una fuerte carga política, está presente la discriminación sufrida por la mujer y también por los indios, sustentada en ambos casos por una larga tradición de sometimiento.
En su amplio repertorio no dejó de lado la temática del amor o la soledad como la otra cara ineludible de los afectos, y con extrema sensibilidad vivió su condición de mujer como tema recurrente. Su forma de adjetivar, su tono melancólico e irónico y sus figuras literarias que surgen de lo cotidiano, se vuelcan en un lenguaje accesible y para nada académico, por lo que su poesía no resulta jamás oscura ni difícil.
SILENCIO CERCA DE UNA PIEDRA ANTIGUA
Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras
como con una cesta de fruta verde, intactas.
Los fragmentos
de mil dioses antiguos derribados
se buscan por mi sangre, se aprisionan, queriendo
recomponer su estatua.
De las bocas destruidas
quiere subir hasta mi boca un canto,
un olor de resinas quemadas, algún gesto
de misteriosa roca trabajada.
Pero soy el olvido, la traición,
el caracol que no guardó del mar
ni el eco de la más pequeña ola.
Y no miro los templos sumergidos;
sólo miro los árboles que encima de las ruinas
mueven su vasta sombra, muerden con dientes ácidos
el viento cuando pasa.
Y los signos se cierran bajo mis ojos como
la flor bajo los dedos torpísimos de un ciego.
Pero yo sé: detrás
de mi cuerpo otro cuerpo se agazapa,
y alrededor de mí muchas respiraciones
cruzan furtivamente
como los animales nocturnos en la selva.
Yo sé, en algún lugar,
lo mismo
que en el desierto cactus,
un constelado corazón de espinas
está aguardando un hombre como el cactus la lluvia.
Pero yo no conozco más que ciertas palabras
en el idioma o lápida
bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado.
Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;
Este cabello triste que se cae
Cuando te estás peinando ante el espejo.
Esos túneles largos
Que se atraviesan con jadeo y asfixia;
Las paredes sin ojos,
El hueco que resuena
De alguna voz oculta y sin sentido.
LO COTIDIANO
Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;
este cabello triste que se cae
cuando te estás peinando ante el espejo.
Esos túneles largos
que se atraviesan con jadeo y asfixia;
las paredes sin ojos,
el hueco que resuena
de alguna voz oculta y sin sentido.
Para el amor no hay tregua, amor. La noche
Se vuelve, de pronto, respirable.
Y cuando un astro rompe sus cadenas
Y lo ves zigzaguear, loco, y perderse,
No por ello la ley suelta sus garfios.
El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla
El sabor de las lágrimas.
Y en el abrazo ciñes
El recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.
FALSA ELEGÍA
Compartimos sólo un desastre lento
Me veo morir en ti, en otro, en todo
Y todavía bostezo o me distraigo
Como ante el espectáculo aburrido.
Se destejen los días,
Las noches se consumen antes de darnos cuenta;
Así nos acabamos.
Nada es. Nada está.
Entre el alzarse y el caer del párpado.
Pero si alguno va a nacer (su anuncio,
La posibilidad de su inminencia
Y su peso de sílaba en el aire),
Trastorna lo existente,
Puede más que lo real
Y desaloja el cuerpo de los vivos.
MEDITACIÓN EN EL UMBRAL
No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoi
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.
Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo de una almohada de soltera.
Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Messalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser.
ESTA TIERRA QUE PISO...
Esta tierra que piso
es la sábana amante de mis muertos.
Aquí, aquí vivieron y, como yo, decían:
Mi corazón no es mi corazón,
es la casa del fuego.
Y lanzaban su sangre como un potro vehemente
a que mordiera el viento
y alrededor de un árbol danzaban y bebían
canciones como un vino poderoso y eterno.
Ahora estoy yo aquí. Que nadie me salude
como a un recién llegado. Si camino así, torpe,
es porque voy palpando y voy reconociendo.
No llevo entre las manos más que una breve brasa
y un día para arder.
¡Alegría! ¡Bailemos!
Quiero jurarlo aquí, amigos: otra vez
como la primavera
volveremos.
MONÓLOGO EN LA CELDA
Se olvidaron de mí, me dejaron aparte.
Y yo no sé quién soy
porque ninguno ha dicho mi nombre; porque nadie
me ha dado ser, mirándome.
Dentro de mí se pudre un acto, el único
que no conozco y no puedo cumplir
porque no basta a ello un par de manos.
(El otro es el espacio en que se siembra
o el aire en que se crece
o la piedra que hay que despedazar)
Pero solo... Y el cuerpo
que quisiera nacer en el abrazo,
que precisa medir su tamaño en la lucha
y desatar sus nudos
en un hijo, en la muerte compartida.
Pero solo... Golpeo una pared,
me estrello ante una puerta que no cede,
me escondo en el rincón
donde teje sus redes la locura.
¿Quién me ha enredado aquí? ¿Dónde se fueron todos?
¿Por qué no viene alguno a rescatarme?
Hace frío. Tengo hambre. Y ya casi no veo
de oscuridad y lágrimas.
LILIÁN HIRIGOYEN
Escritora, fue jurado en el área Letras del Premio Morosoli,
expresidenta y actual directiva de la Casa de los Escritores del Uruguay