Sábado a mediodía

Alejandro Vásquez Escalona

Contenido de la edición 03.08.2025

 

Posiblemente es sábado a mediodía. Cinco o siete amigos, Rogelio, Argenis y Daniel entre otros, vacilamos bajo árboles de Laras o acacias que descuelgan sus ramos como brazos sombreadores. Conversamos, lavamos nuestras motocicletas. Disfrutamos unas cervezas. Somos posadolescentes. De alguna vivienda seguramente se evapora el sonido de alguna balada de Los Terrícolas, de los Tres Tristes Tigres. O un raspacanilla de los Melódicos. A lo mejor, cabalga sobre las músicas, el aroma de un bistec encebollado.  En la semana, algunos de nosotros, zigzagueamos la ciudad. Saeteamos el smog de las avenidas. Somos motorizados con moto propia. Encaballados en nuestras máquinas, mensajeamos para empresas. Ahora habitamos un solar común de la urbanización Urdaneta en Maracaibo.

En parte celebramos la graduación de detective de la Policía Técnica Judicial de Rogelio. Suman las cervezas, sube la música, brillan limpias las motocicletas Yamaha enduro 250 cc y Suzuki 125. Se cruzan gritos de guapetoneria. Manoteos de maracuchos arbolarios, escandalosos. Rogelio blande su pistola de reglamento y casi se la encaja en la boca a Daniel. Queréis que te pegue un plomazo marico, tengo luz verde, le grita a su contrincante. Daniel se marcha. Después, Rogelio nos explica que una vez egresado como detective de la PTJ, les dan un tiempo para cargarse a alguien. Mientras no lo hagas, mientras no asesines a una persona, eres un simple e intrascendente policía.

Muchas lunas y agua bajo los puentes después, me desplazo por la avenida Bella Vista. Son las once y media de otro sábado. Tengo cincuenta y ocho años. Recuerdo una canción de Joaquín Sabina y me siento como de cincuenta y nueve. Samuel y Vania aprenden inglés en el Centro Venezolano Americano del Zulia (CEVAZ).  Lo barajan como astilla de su ilusión para desprenderse de este país ajado. Y atizo la candela para que me llamen traidor a la patria, vendido, bla, bla, bla.

Salgo de mi casa una media hora antes del tiempo necesario para el viaje. Maliciosamente alegre, a sabiendas que los hijos terminan sus clases del idioma redentor a las doce treinta. Cercano al lugar, me desvío a la izquierda. Estaciono mi vehículo frente a la licorería Tome y Punto. Sus propietarios, dos periodistas en ejercicio, lo nombraron así cuando inauguraron el expendio de licores. A lo mejor para advertir a sus clientes que el día los había podrido de cotorras en su labor de fablistanes. Que si visitaban ese negocio como clientes era para beber cervezas y no para hacer de radio fiao como diría un habitante de los cerros de Caracas en los setenta. Ni de hablador de pistoladas. O polémico eunuco.

Una mujer surcada de arrugas, barre el frente de la licorería con una escoba desmechada. Solicito una cerveza. Salgo y la abro en un destapador adherido a la pared exterior del local. Luis, el dependiente, me observa desde sus ojos cursimente seductores de homosexual amargado. Varios inquilinos provisorios ocupan la enramada exterior. Juegan caballos. Conversan. Viven desganadamente. Viven. En la calle trastean las bocinas de los autos y el sopor de treinta y tantos grados centígrados de sol inclemente. Saludo a un hombre sentado en una especie de enlosado; toma también. Setenta y largos años. Temple como árbol de cují en arenales, vestimenta descolorida. Me mira sin medias tintas. Me convida a sentarme. Cesar es su nombre. Se deslava entre ambos una conversación lugarcomunera. Nos acercamos en el dialogo, lavamos las extrañezas.  La prosa calidece: cuando era adolescente, tenía diecisiete años quizás, habitaba en esta ciudad, no tenía trabajo. Desperdiciaba el tiempo viendo televisión. O miraba el techo de mi habitación. A veces, a escondidas, esparcía en los baños públicos de la ciudad panfletos del Partido Comunista de Venezuela. Tenía un tío que era teniente del ejército.  Rómulo Betancourt salía en la tele de cuando en cuando. Era presidente de Venezuela.

La mujer de la escoba recoge en una bolsa negra la basura acumulada. Mira a uno de los asistentes, le sonríe. Su represa de dientes blancos es solo aliento del pasado. El paisaje de su boca es un agujero negrirosado, con algún molar o incisivo solitario.

El hombre de piel cascarea de cují, sentado en el enlosado me cuenta que su tío, un día cualquiera, como a su subalterno militarmente le notifico que lo había inscrito para estudiar en la Escuela de Detectives de la Policía Técnica Judicial (PTJ), en Caracas. No tenía excusas para no hacerlo. No tenía trabajo. Además, era comunista clandestino, guardé en una maleta de cuero amarillento mis changuitos y me marché a formarme como PTJ. Oigo su conversa. Interpreto. Sintetizo: dos años de trajín académico policiaco. Dos años de vivencias pavlovianas. Dos años de esmerilado de la condición humana. De afilamiento de su esencia humanoide. De tiros y manuales. De ojo por ojo. De disparo por disparo. De cinco muertos ajenos por cada uno de nosotros. Teorización. Aulas. Academia. Después vendría la vida cierta. La vida de policía como debe ser. La sangre y los disparos.

Y sigue el relato del hombre que saborea cerveza Regional en el enlosado de Tome y Punto en Bella Vista. Cesar cuenta que, al regreso de estudiar en Caracas, presenta sus credenciales en una Comisaria de la PTJ ubicada en la avenida Cecilio Acosta de Maracaibo. Hombres vestidos de pantalón y corbata negra, camisa blanca. Sonido de tecleo de máquinas de escribir marca Remington o a lo mejor Brother. Paredes embadurnadas con pintura de aceite blancas con una franja gruesa azul. Un entrar y salir de gente. Un refilar de las pistolas en las cinturas de los detectives. Un ambiente aceitosamente grueso y pesado.

Cumplido el protocolo de presentación de su credencial, sale de la oficina del Comisario Jefe. Se sienta en la sala de espera. Pasan los minutos. No tiene idea de lo esperado, pero esa es la orden. Mira la televisión que muestra una telenovela mamá campanita. Una mujer con moretones en el rostro. Ojeras y sangre en la nariz, entra a la comisaria casi arrastrada por dos detectives. Comienza el interrogatorio.

Se acerca el mediodía. La mujer con el rostro colmado de arrugas, deja reposar su escoba desgastada. Bebe una cerveza. Bromea con dos amigos amellados por la vida, que guiñan miradas picarescamente entre ellos. Tejen alguna travesura

 Un comisario camisa blanca y corbata negra, camina por el pasillo verdosamente alumbrado por el fluorescente. Custodia a un hombre esposado a la espalda. Llega a la salita de espera donde está Cesar sentado. Lo toca en el hombro,

Detective, esta es su primera misión: llévelo a la Sibucara y haga lo que tiene que hacer, le ordena. Cesar mira a su colega policía como si fuera el Acertijo de la serie Batman. La Sibucara son terrenos enmontados y desocupados en la vía hacia el Mojan. Espacio para sembrar cuerpos abaleados, para quemar evidencias humanas. Para despenalizar de vergüenzas criminales a la ciudad. Para esconder la muerte impune, sí comisario, enseguida.

Va la tercera cerveza. Samuel llama desde su centro de estudios, ya salimos pa.  Casi llego, hijo, voy por Santa Rosa, le miento. Afilo el oído. Entusiasmo la conversa con el exdetective. Sube el calor en el asfalto de la calle. Traquetean los cornetazos de los autos que se alinean para surtirse de combustible en una gasolinera cercana. Aumenta el suspenso del relato. Cesar comparte conmigo la vivencia de su viaje iniciático. Cuenta que subió al preso a un auto particular asignado.  Que entrompó por la avenida el Milagro. Silbó. Cambió de emisora de radio. Miró pasar a un minusválido en silla de ruedas en el semáforo en rojo de Santa Rosa. Piropeó a una muchacha parada en la salida de Isla Dorada. Vio aletear los buchones en los manglares a la orilla de la carretera frente a la entrada de Playa Bonita cercano a Santa Cruz de Mara. Tanteó su pistola Browning en la cintura varias veces.  Pensó en el desayuno que le ofreció su madre esa mañana antes de marcharse a la comisaria de la avenida Cecilio Acosta a presentarse a sus superiores. Miró de ojo ladeado varias veces al detenido. No oyó su voz, lamento, suspiro, ni respiración acelerada. Solamente vio su perfil reseco, maltratado y su ropa sucia y su larga estatura desdoblada en el asiento del vehículo.

La mujer barredora y desdentada intercambia manoseos con uno de los ancianos que la acompañan. Les increpa que siente la boca seca. Sin cerveza. Carcajea.

Otra llamada de Samuel. Llegando hijo, miento de nuevo. Otra cerveza. Es sábado. Hay un relato inconcluso. No se permiten saltos narrativos. Las elipsis cinematográficas no son válidas. El suspenso se niega a quedarse colgado. El hombre que repartía panfletos comunistas en su adolescencia, ahora viejo, araña el relato. Sostiene que, al llegar a la Sibucara, hizo bajar del auto al prisionero. Lo empujó al terreno desolado. Lo hizo arrodillarse. Apuntó la Browning a la cabeza del arrodillado, No dijo nada. Me miró con ojos opacos como animal que entra a la calleja del matadero y presiente lo que sucederá. Hice lo que tenía que hacer, sostiene Cesar, vacío de emociones.

Hago silencio. Entiendo que adhirió el cuerpo del detenido como sello postal al paisaje de moscas verdosas que merodean la basura entretejida a los cujíes. Lo abandonó entre chivos masticando papeles enmantecados por pellejo de cadáveres humanos. Lo hizo parte de aquel espacio saturado de chiflos de vientos de pólvora. Peticiones de clemencia. Trastear de hueso quebrados. De cabezas agrietadas con sangre. De desprecio por la condición humana.

El semáforo detrás de la licorería seguramente está en verde. La mujer desdentada que barría en la licorería, quizás atraviesa la avenida de la mano de uno de sus amigos de tragos. Difícilmente imaginaríamos a un detective de la PTJ que conduce imprudentemente y atraviesa en luz roja encandilado por el deseo de disparar su arma virginal.

 

ALEJANDRO VÁSQUEZ ESCALONA

(Venezuela, 1956). Fotógrafo, escritor, videoasta. Profesor de la

Escuela de Comunicación Social de La Universidad del Zulia (1987/2016).

Docente invitado a Aquelarre - Escuela de Fotografía. Montevideo (Uruguay-2021)

acuantola@gmail.com


 

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2025-08-03T22:16:00