Sandor Márai: un encuentro para reconstruir una traición

Alejandro Carreño T.

Contenido de la edición 29.07.2023

La RAE presenta veinte definiciones para la palabra "encuentro", y otras tantas locuciones donde ella aparece. De todas ellas, tal vez la que más convenga a El último encuentro, la novela de Sándor Károly Henrik Grosschmid de Márai, el escritor húngaro conocido simplemente como Sandor Márai, sea la quinta: "Entrevista entre dos o más personas, con el fin de resolver o preparar algún asunto".

Por eso dije "tal vez", porque no se trata de una entrevista ni mucho menos para "preparar algún asunto". Pero sí para resolver un asunto. Este es, en una frase, el argumento de El último encuentro.

Dos personajes que se reúnen porque tienen algo que resolver: "El invitado mueve la mano de repente, de manera mecánica, y mira su reloj de pulsera con ojos de miope / -- Creo, --dice en voz muy baja-que ya hemos aclarado todo. Es hora de que me vaya" (Capítulo 19). Para llegar a esta despedida ha sido necesario un largo recorrido en el que la historia del encuentro le es contada al lector desde la perspectiva de un narrador clásico, omnisciente, cuya distancia de los acontecimientos narrados le permite contarlos con un alto grado de conocimiento y objetividad.

Pero la historia, lo sabemos, se puede contar de varias maneras. Una, es la que describimos recién, un narrador endiosado, heterodiegético, que nos describe minuciosamente el mundo que define las conductas de ambos personajes. Los acontecimientos descritos por este narrador en tercera persona se entrelazan con los recuerdos del general, el anfitrión del encuentro, cuyo relato fija, como en una fotografía, los episodios que unen y separan a estos dos actores de la narración.

 Ahora bien, independiente del tipo de narrador que sea, deben responder a la condición esencial de cualquier narración, que no es otra que mantener al lector atrapado en su historia. Esa es la conditio sine qua non que ningún narrador puede soslayar. Por lo mismo, no es el argumento lo que amarra al lector a la novela, puesto que este se puede contar en unas cuantas palabras, como el pasaje citado del capítulo 19, sino "que el autor se detenga y nos haga dar vueltas en torno a los personajes [...] La novela es un género esencialmente retardatario". Las palabras de Ortega y Gasset en su clásico ensayo "Ideas sobre la novela", de su libro Meditaciones del Quijote (1914), ilustran con meridiana claridad la morosidad narrativa de El último encuentro. La novela de Márai entrega el mundo morosamente. Ambos narradores, el que nos describe quiénes son los personajes del encuentro y sus circunstancias, como el narrador en primera persona que adquiere especial relevancia a partir del capítulo diez, entregan al lector una narración envolvente que va, lentamente, atrapándolo en su red y despertando en él la curiosidad indispensable para seguir acompañando las peripecias y reflexiones de estos personajes singulares que alguna vez fueron amigos y compartieron lo más trascendental de sus vidas.

Pocos autores han observado esta "urgencia narrativa" como E.M. Forster en su estudio Aspects of the novel (1927), a propósito de Las mil y una noches: "We are like Schehrezadede's husband, in that we want to know what happens next. That is universal and that is why the backbone of novel has to be a story". Una historia que nos enrede en su telaraña vagarosamente y mantenga nuestra curiosidad activa por saber qué viene a continuación.

Es la estrategia utilizada por el novelista húngaro que maneja la narración de tal manera que no deja que el lector escape de su provinciano universo imaginado, parafraseando a Ortega y Gasset: "Hacer de cada lector un 'provinciano' transitorio es, en mi entender, el gran secreto del novelista". Y este arrancarnos de nuestra cotidiana realidad para encerrarnos en su mundo inventado, Márai lo ejecuta desde las primeras líneas del relato. Todo el capítulo uno, brevísimo como la mayoría de los capítulos, es la entrega de una serie de indicios que despiertan nuestra curiosidad: "Eran las once pasadas cuando terminaron de embotellar el vino"; el montero lo esperaba "para entregar a su señor una carta que acababa de llegar"; "Reconoció la letra, cogió la carta y la guardó en el bolsillo"; "Que Kalmán prepare el coche para las seis. El landó, que va a llover"; "Solo tienes que decir que te he enviado yo y que ya está dispuesto el coche del capitán. Repítelo"; "Contaba el tiempo transcurrido entre una fecha remota y aquel día. Cuarenta y un años, dijo en voz alta"; "Cuarenta y uno, dijo al final, con la voz ronca. Y cuarenta y tres días. Eso era"; "-Así que ha regresado -dijo en voz alta--. Después de cuarenta y un años. Y cuarenta y tres días". Como lectores conocemos los preparativos de alguien a quien se espera y que aparece después de varias décadas y cuarenta y tres días. Alguien importante para el que espera, un viejo general, uno de los dos personajes del encuentro.

Cada una de las frases citadas irá configurando el mundo narrativo, pero no necesariamente en el orden en que aparecen en el capítulo. En esta elaboración preparatoria para atraer al lector y despertar en él la curiosidad necesaria para que no desista, algo que suele ocurrir más a menudo de lo que se piensa, Márai nos presenta un personaje minucioso, detallista, que no deja nada al azar. Obsesivo al punto de recordar con exactitud hasta los cuarenta y tres días que acompañan a los cuarenta y un años. Sin duda, el capitán, a quien fue a recoger el landó, es un personaje importante para este viejo general. Es el otro personaje del encuentro. Encuentro que el lector deberá esperar exactamente nueve capítulos para que comience a verlo con sus propios ojos: "--Ya vez, he vuelto, --dijo el invitado, en voz baja. / --Nunca lo he dudado -respondió el general, también en voz baja, sonriendo. / Se dieron la mano con gran cortesía" (últimas tres líneas del Capítulo 9). La importancia de este narrador heterodiegético en estos nueve primeros capítulos de la novela, endiosado, omnisciente o demiurgo, como quiera llamársele, radica en la necesidad narrativa de la presentación de los personajes y sus circunstancias. Los vemos a la distancia y reflexionamos sobre ellos. Conocemos a los unos y a las otras desde la perspectiva que nos da el distanciamiento de ellos, como a la nodriza Nini, de cuyo seno el general tomó "su primer sorbo de leche" (Capítulo 2). Pero no solo a Nini conocemos en este capítulo 2, sino también al otro personaje del encuentro. Se llama Konrád.

"-Me ha escrito Konrád -dijo el general, alzando la carta con la mano, sin dar importancia al gesto, con deseos de enseñársela--. ¿Te acuerdas de él? / --Sí -respondió Nini. Se acordaba de todo". Nini no es una nodriza cualquiera. Es la memoria viva que sustenta la mansión del general, y la encargada de su vida en todos sus pormenores, incluso de su propio mundo interior. Controla y calma sus emociones despojándolo de sus arrebatos y comportamiento de hombre acostumbrado a mandar: "--¿Quieres que todo sea como antaño? / --Sí, eso quiero -respondió el general--. Exactamente igual. Como la última vez. / --Bien -respondió ella con parquedad. / Se acercó al general, se inclinó ante él y le besó la mano fuerte, vieja, llena de manchas parduscas y adornada con su anillo. / --Prométeme una cosa -dijo-prométeme que no te excitarás. / --Te lo prometo -respondió el general, en voz baja y obediente" (Capítulo 3). El diálogo que reproduce el narrador es importante porque, por un lado, conocemos la relación de Nini con el general. Una relación que trasciende las diferencias sociales y sitúa a ambos personajes en el mismo plano de respeto y aprecio mutuos. De otro lado, la pregunta sobre "todo sea como antaño", atrae la atención del lector porque denota y connota al mismo tiempo, la reproducción de una escenografía que llevará a estos personajes, y a nosotros, al comienzo de la historia. Y la respuesta del general así lo confirma: quiere que todo sea exactamente igual como la última vez que estuvieron juntos.

La narrativa de Márai es un llamado permanente a la memoria del lector, a su capacidad de concentración para aprehender los continuos desplazamientos temporales hacia el pasado y hacia el futuro, en un juego narrativo en el que el narrador omnisciente y el narrador personal intercalan los tiempos del relato. Analepsis y prolepsis le dan forma y sentido a la historia de este encuentro de dos hombres setentones, después de cuarenta y un años y cuarenta y tres días. "¿Quieres que sea como antaño?". La pregunta de Nini al general, encuentra su respuesta varios capítulos después: "--Ese sillón de cuero estaba a la derecha -observó. --/ ¿Hasta de eso te acuerdas? -preguntó la nodriza.  / --Sí, respondió él-Ahí se sentaba Konrád, debajo del reloj, al lado del fuego" (Capítulo 9). Y en el capítulo siguiente, Konrád revive la escenografía que por años vivió en casa de su viejo conocido: "En el momento en que su antiguo amigo tomó asiento (el mismo sillón donde se había sentado cuarenta y un años antes, como si obedeciera, sin querer, a la atracción del lugar), él parpadeó con satisfacción". El encuentro entre los dos viejos unidos por una verdad que es necesario desvendar, le entrega al lector retazos de la vida de uno y de otro que van complementándose y acercándose morosamente al momento que simboliza la naturaleza de una reunión que ambos sabían que un día llegaría: "-He venido porque quería volver a verte. ¿No te parece natural? / --No hay nada más natural -responde el general con delicadeza--. Así que has estado en Viena" (Capítulo 11).

Llama la atención la delicadeza con que ambos protagonistas utilizan el lenguaje. No parecen dos hombres que se han reunido para "un ajuste de cuentas". Con las mismas ansias con que el general esperaba este encuentro, también en Konrád yacía el anhelo de volver a ver a su compañero de armas y de juventud, inseparables, vistos por los otros como verdaderos hermanos. Así lo recuerda el general: "-Claro que cuando todavía éramos muchachos, no sabías nada de esto. Era un tiempo maravilloso, una época mágica. La memoria de la vejez lo magnifica todo y muestra cada detalle con absoluta nitidez. Éramos unos niños y éramos amigos, y eso es un gran regalo de la vida, agradezcamos al destino el haberlo disfrutado" (Capítulo 14). Pero esa "época mágica" guarda también los oscuros momentos que el presente necesita aclarar. Después de todo, para eso se han reunido; para eso se ha conservado la escenografía como en un montaje teatral que la memoria se ha encargado de suspender en el tiempo. El presente de ambos personajes está hecho de retazos del pasado que se multiplican en los recuerdos del general, que encauza la conversación a un instante del ayer que comenzará por despejar el motivo del encuentro: la cacería. "Ha llegado la noche en que no tiene sentido hablar de otra cosa que no sea la verdad, lo esencial, puesto que esta noche no tiene continuación, quizás ya no haya ni muchas noches ni muchos días que la continúen... quiero decir que en ningún caso habrá ni un día ni una noche verdaderamente importantes después de ésta" (Capítulo 13). Y la verdad se esconde detrás de una cacería: "Sí, me enteré de todo durante la cacería", le dice el general.

Una verdad que irá desarrollándose morosamente, como toda la novela, hasta el penúltimo capítulo, cuando el misterio que encierra el encuentro se desentrañe, y ambos personajes sobrelleven su soledad, su culpa, su traición, su cobardía. "Y yo sentí que levantabas el arma, que la apoyabas en tu hombro y que me apuntabas [...]. Estuviste apuntándome durante medio minuto [...], Pasó medio minuto y el disparo tardaba [...]. Entonces bajaste el arma, muy lentamente" (Capítulo 14). La verdad que el general espera que Konrád admita, y que él busca desesperadamente desde cuarenta y un años y cuarenta y tres días. La verdad no es la realidad que el general conoce muy bien. Son solo detalles, le ha dicho a Nini en un diálogo que, posiblemente el lector recuerda en este momento en que ambos septuagenarios militares se encuentran por última vez: "--¿Qué quieres de ese hombre? --preguntó de repente la nodriza. / --La verdad - respondió el general. / --Conoces muy bien la verdad. / No la conozco, dijo él [...] / La verdad es precisamente lo que no conozco. / --Pero conoces la realidad -observó la nodriza, con un tono agudo, casi agresivo. / --La realidad no es lo mismo que la verdad -respondió el general-- / La realidad son solo detalles [...] / Ni siquiera Krisztina conocía la verdad.  Quizás la sepa Konrád. Ahora se la quitaré -dijo con mucha calma" (Capítulo 9).

Krisztina se encuentra en el centro de la verdad y la realidad que conforman el nudo de la novela. Los pormenores de esa realidad que los narradores van desentrañando en sus constantes analepsis y prolepsis que llevan al lector en un viaje permanente por los distintos sentidos del tiempo, vistos desde el hoy, que es el encuentro en que se sitúa el presente narrativo. Conocemos a Krisztina a través de los recuerdos del general, su esposo. Ella es el motivo que remece la conciencia de ambos personajes, pues alrededor de ella giran la realidad y la verdad que se oculta en una pregunta guardada cuarenta y un años y cuarenta y tres días: "Y ahora ha llegado el instante de saber la respuesta a mi pregunta. Respóndeme, por favor: ¿sabía Krisztina que tú ibas a matarme aquella mañana en la cacería? (Capítulo 17). Márai maneja con destreza la clave de su relato, que se camufla entre los recuerdos de general que van y vienen constantemente, desenrollando los misterios de un encuentro cuyo desenlace el lector deberá reflexionar una y otra vez. La pregunta que lacera a ambos y mantiene al lector suspendido en la espera de la respuesta que se hace eterna, se repite al final del capítulo 18, cuando la novela está prácticamente en su fin: "-Ahora -dice el general-ya puedes responder a mi pregunta. No existe ya ningún testigo que te pueda contradecir. ¿Sabía Krisztina que ibas a matarme aquella mañana en el bosque? ¿Vas a responderme?... / --A estas alturas ya no voy a responder tampoco a esa pregunta, dice Konrád".

Respondidas o no las preguntas, tanto el general como nosotros los lectores, reconstruimos los acontecimientos desde sus orígenes, cuando nadie podría siquiera imaginarse de qué manera los hilos de la narración irían armándose como en un rompecabezas de realidades pormenorizadas, sorprendentes, que escondían la verdad anhelada del general en una pregunta que Konrád se negó a responder.

El último encuentro ha llegado a fin. "Se despiden sin decirse nada, con un apretón de manos y haciéndose una profunda reverencia" (Capítulo 19).

 

ALEJANDRO CARREÑO T.

Profesor de Castellano, magíster en Comunicación y Semiótica,

doctor en Comunicación. Columnista y ensayista (Chile) 

 

Imagen: detalle de portada del libro

 

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2023-07-29T14:50:00