Se compra gallo para sacrificar a Asclepio

Eduardo Infante

Me ha escrito un alumno del Colegio Internacional Meres para decirme que en su centro han censurado mi libro.

Contenido de la edición 24.06.2021

 

El director decretó prohibida la lectura de Filosofía en la calle (editorial Ariel) y ordenó la retirada inmediata del libro de las aulas. Por lo que me cuentan, un padre se quejó vehementemente porque el libro aborda temas inapropiados. El progenitor no considera conveniente que alumnos de segundo curso de bachillerato nacional y del programa del bachillerato internacional reflexionen sobre el suicidio. Debe de parecerle mucho mejor Netflix que Camus para que los "niños de dieciocho años" aborden estos temas, ¡dónde va a parar!

Entiendo que haya quien proteste porque se enseñe a sus hijos a pensar en lugar de a obedecer (a sus padres, a los políticos, a los jefes...). Imagino que les preocupa que sus vástagos se pierdan en este difícil tránsito hacia la madurez y confundan lo malo con lo bueno, lo aparente con lo verdadero o lo valioso con lo vano; por ello, les dictan lo que deben leer, lo que deben pensar o cómo han de vivir.

Es mejor que el padre piense por su hijo y que este último encarne la voluntad del primero.

El problema es ¿a quién obedecerá cuando ya no esté el padre? ¿No sería preferible enseñarle a ejercitar su propia razón para que se guíe por ella a la hora de discriminar qué es lo verdadero, lo bueno y lo valioso, en todo momento y en cualquier circunstancia? ¿No le dejará también huérfano de criterio cuando la parca venga a visitarle? ¿No sería mejor refutar que censurar?

Aunque he de reconocer que es todo un honor que Filosofía en la calle esté en el Index librorum prohibitorum de este centro educativo, lo mejor de esta historia y lo que  realmente me inflama el pecho de orgullo es que algunos alumnos enarbolaron el libro como símbolo de libertad. ¿Quién quiere libertad de expresión en un mundo en el que no existe la libertad de pensamiento? Así pues, mi tributo va para esos jóvenes virtuosos que se han enfrentado a la tiranía y han defendido su derecho a pensar por ellos mismos, que han decidido servirse de su inteligencia por encima de la guía de otros, que han tenido el coraje y los arrestos de usar su propia razón y renunciar a la tutela externa. Por los alumnos del Colegio Meres, hoy me subo a mi mesa y grito: ¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!

En el 399 a. C., Sócrates fue denunciado por Anito y Meleto de corromper a los jóvenes. Lo que disgustaba a estos dos "nobles" ciudadanos atenienses no era que el filósofo enseñase a sus hijos cosas malas, puesto que Sócrates solo les planteaba problemas y preguntas, sino que los incitase a seguir lo que les dictaba su razón por encima de la opinión del patriarca. En cuestiones de salud, las personas confían más en los médicos que en sus padres; en las asambleas, los buenos ciudadanos confían más en los que dicen cosas sensatas que en sus parientes; pero en esto de pensar es otro cantar.

Peligrosa tarea la de enseñar a los jóvenes a examinar, analizar, cuestionar, refutar y reprobar las opiniones... aunque, como Sócrates, yo tampoco entiendo el gran poder que los anitos y meletos le conceden a la filosofía:  no se conoce a nadie que por la práctica de la filosofía haya pasado de prudente a imprudente, de sensato a impulsivo, de austero a derrochador, de amante del esfuerzo a holgazán.

Durante el juicio, a Sócrates le propusieron un trato: si renunciaba a la filosofía, levantarían los cargos contra él. Pero tanto el viejo maestro como los que nos declaramos sus seguidores sabemos que, una vez que se ha probado la filosofía, no se puede renunciar a ella. Por eso respondió a los jueces que, aunque los apreciaba y los quería, obedecería a su conciencia antes que a ellos; que, mientras le quedase aliento, jamás dejaría de filosofar; que cada vez que se encontrase con alguien, fuese joven o viejo, ciudadano o forastero, lo examinaría, discutiría con él y lo refutaría si fuera necesario, y lo persuadiría de no ocuparse de los bienes exteriores o del cuerpo antes que del alma. Que no haría otra cosa, aunque hubiera de morir mil veces.

Como Platón, considero a Sócrates mi maestro, y el más bueno y justo de todos sus hombres. En honor a él, he de decirles a mi Anito y mi Meleto que yo tampoco dejaré de filosofar por muchas censuras que me impongan, y que la virtud y la libertad de sus hijos es proporcional a la mezquindad y el miedo que han demostrado.

Como narro en mi peligroso libro, Platón nos cuenta que Sócrates fue condenado a muerte y que las últimas palabras que pronunció antes de morir fueron: "¡Mecachis! Se me ha olvidado sacrificar un gallo a Asclepio". Momentos después se estremeció y quedó inerte. Critón, uno de sus jóvenes discípulos, le cerró la boca y los ojos.

¿Qué quiso decir Sócrates con lo del gallo? En la religión griega era costumbre sacrificar este animal a Asclepio, el dios de la medicina, cuando un enfermo se curaba. Para el alma de un hombre al que una sociedad corrupta le había impedido pensar con libertad, la muerte era la única cura. Así pues, aprovecho estas líneas para preguntar: ¿Alguien me vende un gallo?

EDUARDO INFANTE

Español, nacido en Huelva. Docente de Filosofía, escritor,

conferencista, asesor filosófico de programas televisivos

 

Imagen de portada: adhocFOTOS/Nicolás Celaya


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2021-06-24T00:23:00