Sueños de biblioteca

Tomás Abraham

Contenido de la edición 11.08.2022

 

"La tentación de san Antonio" es un libro que Flaubert escribe y publica a mediados de la década del setenta del siglo diecinueve. Es otro de los planes e ideas que según los críticos el escritor pergeñaba hacía años. Este libro, como "Bouvard et Pécuchet", son los últimos que escribe. Tienen algo en común. Extreman el método de trabajo de Flaubert que consiste en pasar jornadas enteras en bibliotecas y buscar documentos que lo ayuden a recrear ambientes, escenarios y personajes de sus obras de ficción.

Como consecuencia, partes de la novela, decenas de páginas, se desprenden de la historia, olvidan las peripecias del personaje, se interrumpe la trama, y debemos leer toda la información que Flaubert copió en su labor investigativa.

Por eso le interesa tanto a Michel Foucault el libro sobre san Antonio: descubre en el escritor una forma de trabajar semejante a la suya. Casi cien años después de la publicación de la novela le dedica un breve ensayo. Para comenzar, despeja las apariencias que hacen del escrito una especie de delirio imaginativo y de fantasmagorías alucinadas que poseen a un anacoreta que sufre de sí.

Las visiones de san Antonio recorren la historia bíblica. En Babilonia reina Nabucodonosor, esto es lo que ve el santo: "Los invitados, con sus cabezas adornadas con flores, apoyados en triclinios, beben en sus copas el vino vertido por esclavos que inclinan las ánforas, frente a un salón en cuyo extremo, coronado por una triara cubierta de rubíes, Nabucodonosor bebe y come solo. A su derecha y a su izquierda, hileras de sacerdotes balancean sus incensarios. Por tierra, desparramados por las escalinatas, reyes cautivos mutilados, sin manos ni pies, se arrastran y roen huesos que les arrojan; más abajo aún están los hermanos del monarca con una venda en los ojos - todos ciegos -. Un lamento continuo se oye desde las celdas del subsuelo. Sonidos suaves y lentos de un órgano hidráulico acompañan a voces corales; se siente que hay alrededor de la sala una ciudad desmesurada, un océano de hombres que por oleadas chocan contra los muros".    

Imágenes tras imágenes, la imaginación al poder. Es la imaginación la que pierde a san Antonio, aquel legendario personaje que la historia rescata como uno de los pioneros de la anacoresis, el eremita de los desiertos egipcios, aquel Zaratustra prenietzcheano, que vive años en su caverna purificando su espíritu a la espera de las carrozas de fuego y el ascenso final.

¡Hipócrita!, exclama la voz. Dice el texto: "Te hundes en la soledad para mejor paladear tus deseos. Te privas de carnes, de vino, de abrigo, de esclavos y de honores, pero dejas que tu imaginación te ofrezca banquetes, perfumes, mujeres desnudas y los vítores y aplausos de las multitudes. ¡Tu castidad no es más que una corrupción un poco más sutil, y tu desprecio no es más que la impotencia de tu odio hacia el mundo! Eso es lo que convierte a tu sentir en algo lúgubre, imbuido que estás en un mar de dudas. La posesión de la verdad da alegría. ¿Acaso Jesús era un ser triste? Rodeado de amigos descansaba bajo la sombra de un olivo, discurría con el prójimo, multiplicaba los panes, perdonaba los pecados, curaba dolores. Tú solo tienes piedad para tus miserias como un remordimiento que te inquieta, y una locura feroz te domina hasta rechazar la caricia de un perro y la sonrisa de un niño".

Los historiadores de la Antigüedad dicen que san Antonio podía dominar sus pasiones, pero no los sueños. Su ascetismo era para la vigilia. Las tentaciones se corporizaban cuando dormía. Flaubert recoge el testimonio y lo acosa. Pero el santo resiste, la voz le dice que los símbolos del cristianismo son derivados de religiones paganas, que la santísima Trinidad ya existía en los misterios de Samotracia, que el emperador converso Constantino adoraba a Apolo, el bautismo se encuentra en los rituales dedicados a Isis, la redención en Mitra, el martirio de un Dios en las fiestas báquicas, que Proserpina es la Virgen. El santo no cede. Antonio invoca al Señor, a nuestro señor Jesucristo, al resurrecto, el que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos, cuyo reino no tiene fin.

Antonio delira, "¡oh felicidad, oh felicidad, vi nacer a la vida, vi el comienzo del movimiento. La sangre de mis venas late con una fuerza que las reventará, quiero volar, nadar, ladrar, bramar, aullar. Quiero tener alas, un caparazón, corteza, soplar humo, tener una trompa, retorcer mi cuerpo, ser una planta, fluir como el agua, vibrar como el sonido...ser materia!

"En el horizonte, en el centro del disco solar, brilla el rostro de Jesucristo. Antonio hace el signo de la cruz y reza..."

Así termina la novela. Foucault dice que el texto es un reservorio de violencia, fantasmagorías, pesadillas. Se tiene la sensación, agrega, de que Flaubert hubiera querido escribir siempre así, con una prosa suave, espontánea, y no de un modo sombrío y negativo. Desconocemos el criterio por el cual el filósofo juzga el estilo de Flaubert en términos de suavidad. En mi lectura se trata de un barroquismo apabullante en el que las escenas se multiplican como postales. No hay movimiento sino frescos en el que las figuras están fijas sin trasmitir vida a pesar de su aspecto supuestamente maravilloso.

Suponer que a Flaubert le hubiera gustado escribir siempre así es una apreciación aventurada que sepulta a "Madame Bovary" y a "L'éducaton sentimentale" en el olvido. Flaubert es consciente de sus "dos" estilos, dice en su correspondencia: "Hay en mí, hablando de un modo literal, dos personas distintas; una poseída por gritos, lirismo, grandes vuelos de águilas, de todas las sonoridades posibles en las frases y en las ideas, y otra que cava y busca la verdad en todo lo que puede, que registra tanto el hecho minúsculo como el grande y poderoso, que pretende hacer sentir casi materialmente las cosas que describe. A este le gusta reír y obtiene placer en resaltar lo animal en el hombre".

El problema que se me presenta en esta cita reproducida en "Autour de Bouvard et Pécuchet" de René Descharmes, publicado en el año 1921, minucioso estudio sobre esta última obra inconclusa de Flaubert, es que la frase en idioma original dice: "Celui-là aime à rire...",y este "celui-là" no quiere decir "este último", sino que puede ser "este", o "aquel", una incógnita que no sé si es solo gramatical y que alguien con mejor conocimiento del francés que yo, podría  dirimir, sino que además es una duda semántica, conceptual, ya que Flaubert se ríe bastante, tanto en su lirismo como en su prosa realista.   

Foucault dice que las descripciones en "La tentación de san Antonio", recuerdan las pinturas de Brueghel, Hieronymus Bosch y Goya. Es el aspecto pesadillesco y desopilante. Pero precisa que se trata de un género particular, lo define como "onirismo erudito". Es onírico en su aspecto delirante y por las apariciones nocturnas que dos siglos más tarde Agustín teorizará en las "Confesiones", cuando habla de los inútiles intentos de su voluntad por administrar el mundo del deseo.

Pero el aspecto erudito se debe a las investigaciones de Jean Seznec sobre la bibliografía y la iconografía empleada por Flaubert en la redacción de su libro. Este investigador del Warburg Institute ha demostrado que la vivacidad de la imaginación se sostiene en lo que Foucault llama ¨la paciencia del saber".

De un modo análogo, cuando se refiere a la obra de Nietzsche sobre la moral, Foucault dice que el trabajo genealógico es gris y meticuloso; aquí, en el caso de Flaubert, el lirismo es un "fenómeno de biblioteca". Precisa el filósofo que lo imaginario se ubica entre el libro y la lámpara.

Sitúa a La Tentación en una misma tradición que el don Quijote de Cervantes y la obra de Sade. El primero es a los libros de caballería lo mismo que "La nouvelle Justine" del divino Marqués a las novelas virtuosas del siglo XVIII. Con la diferencia que los nombrados emplean la ironía mientras Flaubert lo hace de un modo serio. ¿Serio? Nos permitimos la duda. El mismo filósofo dice en su escrito que Flaubert es un especialista en la relación entre la santidad y la estupidez, una "expertise" que demuestra en el personaje de Charles Bovary, en la Felicitas de "Un corazón sencillo" y en los dos amigos Bouvard y Pécuchet. 

De lo que no dudamos es que Foucault encuentra en Flaubert a un colega, a un hombre de biblioteca, a un escritor cuyo arte se construye sobre la base del archivo. El novelista es en la literatura lo que Edouard Manet en la pintura. Foucault dice que es posible que "Le dejeuner sur l'herbe" y "L'Olympia" hayan sido las primeras pinturas de Museo, una relación de la pintura con ella misma. Por su lado, "La Tentation de saint Antoine", es la primera obra literaria que toma en cuenta las instituciones en donde se acumulan los libros. Foucault concluye que Flaubert es a la biblioteca lo que Manet es al museo. Pintura y escritura en relación a lo escrito y pintado. Prestigio mayúsculo entre los prestigios, dice que la obra en el espacio de los libros hará posible a Joyce, Roussel, Kafka, Pound y Borges. Y, decimos nosotros, al mismo Foucault.     

 

TOMÁS ABRAHAM

Filósofo - Argentina

Profesor Emérito de la Universidad de Buenos Aires/Doctor Honoris Causa de la Universidad de Tibiscus, Timisoara (Rumania). Sus más recientes publicaciones: El deseo de revolución (Tusquets, 2017); La máscara Foucault (Paidós, 2019); Aburrimiento y entusiasmo (Ed. Digital, Indie, 2021); La matanza negada -autobiografía de mis padres (El Ateneo, 2021). 

 

Imagen de portada:  Michel Foucault


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2022-08-11T21:09:00