Trasmutaciones
Daniela Bouret Vespa
"En el universo del utilitarismo, en efecto, un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo más que una poesía, una llave inglesa más que un cuadro: porque es fácil hacerse cargo de la eficacia de un utensilio mientras que resulta cada vez más difícil entender para qué pueden servir la música, la literatura o el arte". (Ordine, Nuccio. La utilidad de lo inútil. Manifiesto, Barcelona, 2013. Ed. Acantilado, pp. 12)
Contenido de la edición 07.03.2022
Con el descubrimiento del átomo, los alquímicos supieron que ya no es posible trasmutar el plomo en oro, o al menos, si bien es técnicamente posible, no es rentable. Pero todo alquimista sabe que requiere cierto aprendizaje -que implica una trasmutación personal-, para poder leer los símbolos y acercarse, al menos un poco, a lo trascendente. Y ¿qué son las artes, la creación, sino una forma de trascender burlando la inevitable finitud de la vida?
El acto de exponer juntas las obras de Carolina Dück, Anabella Corsi y Pato Gainza, es también poner en relación un corpus documental atravesado por una pandemia, por una serie de transformaciones que implicaron adaptaciones, movimientos, cambios colectivos y de piel.
Enfrentarnos a este sistema de significación producido por tres artistas en este marco, nos muestra la presencia de un problema en la sociedad con múltiples aristas, porque el arte, como producto social, responde a su tiempo.[1] En este sentido, las producciones artísticas nos brindan perspectivas sobre las creencias y carencias del mundo, propiciando también un campo de batalla por el sentido y provocando nuevas lecturas.
Ellas coincidieron en el Taller Cruz del Sur, un espacio de referencia desde donde es posible distinguir un mapa de desplazamientos y caminos de producción pictórica. Este tiempo las encuentra -con lenguajes distintos-, buscando las mismas cosas, transitando hacia lo abstracto, aunadas en un mismo colectivo artístico: Minga!
Carolina Dück
Oráculo - Pachacamac
Es una trabajadora nata. Busca desde las raíces el soporte mismo para la creación, explora los medios, las texturas y los materiales para producir su propio papel. Más que por una inquietud estética, lo elabora como una suerte de poética para una estructura que se ofrece como plataforma para desarrollar una plástica profundamente emocional. ¿Es una búsqueda de equilibrio? Es por cierto su respuesta cuando se enfrenta a lo sublime de la naturaleza, cuando se cuestiona cómo relacionarse con el universo de lo que ve, de lo que toca, de lo que huele, cuando se enfrenta a la conmoción que le produce la luz; persigue intensamente el cómo pintar el movimiento.
Su obra muestra la tensión entre un mundo artístico que busca el orden (¿Vitrubio, el número de oro, la simetría, lo apolíneo o lo dionisíaco?), con otro menos ordenado; busca permanentemente la belleza, ya sea en conformidad a un sentido geométrico, a través de un canon, de unas reglas del arte europeas o indoamericanas; su obra transpira las enseñanzas de sus maestros Nelson Ramos, Gerardo Acuña y Sergio Viera; trasmuta del arte figurativo al arte abstracto, donde permanecen las preguntas como centro.
Persigue el aprender a mirar, a centrarse en la idea y buscar el impacto. Pero para que emerja la mirada, se produce una operación compleja donde debe haber una intención, seguida por el acto de enfocar la mirada para ver eso en cuestión. Quizás por esa inquietud, Carolina usa la estructura, pero la libera para desarrollar la plástica: dibuja en papel, luego recorta la forma, hace varios fondos buscando la riqueza en el color; coloca la forma una vez más, craquela, usa telas, tul, cartón, collage y va trabajando el fondo y la figura dejando lugar para la sorpresa: hasta sacarlo no se sabe el resultado con certeza. "La posibilidad misma de pintar depende de la omisión del fondo, del sacrificio ritual del cuerpo del soporte. Para que la obra represente, el fondo debe desaparecer, su evidencia debe ser tachada."[2] La ley de la Gestalt dice que vemos más fácilmente una figura cerrada que una abierta; que los objetos parecidos los vemos más cómodamente por la ley de agrupamiento; y por la Ley de figura y fondo sabemos que para ver una figura, decido no ver el fondo en el cual se recorta. Aquí, el hecho mismo de mirar, organiza y determina lo que es visible.
En su obra impera una búsqueda espiritual, hay tensión y ambigüedad, formas orgánicas y geométricas donde el caos y la armonía parecen construir una convivencia en equilibrio, sin excesos. Carolina trabaja su obra en torno a un eje, un espacio de conexión que no sabe fehacientemente dónde terminará porque no busca aciertos seguros, porque responde a sus necesidades más profundas en el camino de ser fiel a sí misma. Ahí mismo, se puede ver el énfasis en las expresiones del yo, plasmado en contenidos simbólicos con colores y trazos que revelan emociones y misticismo.
Anabella Corsi
Empatías
La necesidad de comunicar se expresa en Anabella Corsi a través de una propuesta para mirar el mundo, donde aúna sus universos gráficos y artísticos -de límites borroneados-, en un sistema de signos. Propone una composición con las grafías, trabaja con signos lingüísticos donde juega con la creación y brinda una nueva morfología que invita a leer los vacíos, los blancos que quedan entre las formas. Presenta una suerte de juego, en línea con Ferdinand de Saussure, donde la palabra tiene una significación y un valor[3]; su obra da cuenta de esa tensión entre significante y significado, mediada desde un afuera. Porque si para poder escribir, hay que saber leer, "la imagen es la madre de la letra, pero la articulación de la letra en escritura, en signo, en código, libera a la imagen de la función de comunicar y le abre la dimensión del simbolizar".[4] Anabella expresa una pequeña parcela de lo visible, en un idioma visual que opera entre particularidades caligráficas y la plasticidad del arte; en obras donde hay que agudizar el mirar, para encontrar.
Pero hay más. Su obra es una exploración para descubrir la belleza, y lo hace a través de estéticas de la proporción muy pensadas, donde pone forma a lo informe, equilibrando el tono, la armonía y lo formal de la estructura, con trazos de sus llamados "dibujos madre".
Busca trasladar lo más auténtico que son sus emociones, materializándolas en un lienzo, en un papel, en un cartón. Insiste en hacer tangible lo intangible de un pensamiento, un sentimiento, un dolor, peleando la obra hasta que funcione, tratando hasta el final para "salvarla", para lograr la trascendencia. En su búsqueda, entiende la belleza no como la característica del objeto, sino que la coloca en las capacidades de los sujetos para verla, en los efectos que produce.[5]
Su técnica de pintar, raspar y pintar nuevamente, si bien da lugar a la sorpresa, es capaz de repetir y perseguir una forma, una imagen. Busca desarrollar el símbolo, ese lugar de encuentro entre las personas, de acuerdo; y lo desarrolla, lo libera, lo plasma. Pero no nos confundamos, Anabella tiene una idea del todo, desde el comienzo, la razón prima absolutamente, en una artista que se interesa por lo que la rodea y la construye.
Pato Gainza
Máscara
Según Ionesco, la obra de arte exige nacer, se impone a su autor, aunque la sociedad luego pueda adorarla o ignorarla; y aunque no tenga que ser útil, a las artes, se les pide reflejar la sociedad. En este sentido, Pato Gainza trasmuta su compromiso social en una obra multifacética, que habla de lo que piensa y donde es capaz de evidenciar su amplio interés en las inequidades del mundo que le rodea. Sus años en México la vincularon con el realismo mágico y universos místicos, aflorando alebrijes, máscaras y flamencos que salen del cuadro, que se fugan del lienzo y desbordan el orden en una inestabilidad dinámica.
Ya los bestiarios medievales -aquellas colecciones de ilustraciones sobre animales reales o fantásticos-, reunían detalladas descripciones de diversas criaturas que concitaban, más que un interés científico, un carácter simbólico, porque constituían la base de enseñanzas morales. Pero en ningún bestiario aparecen alebrijes. Tampoco en la literatura latinoamericana, porque no están en los cuentos de Julio Cortázar o en el Libro de los Seres Imaginarios de Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero. Pero todos comparten la creencia de que cada elemento del reino animal, vegetal o mineral, tenía una función en la creación. Así lo viven aún hoy los habitantes de México, quienes, con unas estructuras de cartón, alambre y madera construyen seres imaginarios con características de animales diferentes: fantásticos. "Ignoramos el sentido del dragón, como ignoramos el sentido del universo, pero algo hay en su imagen que concuerda con la imaginación de los hombres."[6] Creados por Pedro Linares, los alebrijes son una artesanía mexicana que se instaló en Patricia. Son sus salvadores, sus brújulas, un recurso que encontró en los años vividos en esas tierras y se convirtieron en esos seres imprescindibles en su obra, que no operan en sentido mágico, sino en metáfora, de diversos tamaños, colores, trazos y formas.
Asimismo, surgen las máscaras en su obra como un elemento de larga duración. Cuando algo está atravesando un proceso de cambio, en transformación, no es posible afirmar rotundamente cómo va a ser el resultado, o cuándo es el momento exacto en el cual pasa de ser una cosa, a ser otra. En esto, las máscaras pueden constituirse en un facilitador de la transformación, ocultar mientras sucede el pasaje, ocultar para ahuyentar mágicamente a los enemigos, ocultar para resguardar el yo, mientras se pierde la propia identidad para convertirse en otro.[7],[8] Las máscaras crecieron en su obra como forma también de pensar la diversidad de las personas, desde una perspectiva de inclusión.
Trabaja óleo sobre lienzos, acrílicos de pequeño formato; no siempre sabe dónde va; menos sabría repetirlo, asegura. Plasma lo que siente, lo que ve, lo que piensa; en ese viaje el mundo se le mete por los poros y hasta las palabras elegidas para describir su integración en Minga!, responden a su mirada latinoamericana: Pato se siente "apapachada", que en náhuatl, significa sentirse acariciada con el alma.
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Anabella Corsi, Carolina Dück, Daniela Bouret, Pato Gainza
Cuando nos enfrentamos a una exposición de tres artistas contemporáneas, es probable que también se nos crucen análisis desde una perspectiva de género. Lo que abre el universo a preguntarnos, si es distinto el goce estético que podemos experimentar ante una producción artística hecha por mujeres, varones o personas no binarias. Encontrar posibles respuestas intelectuales o emocionales dependerá, en todo caso, de quien mira. Porque estas artistas, ponen el cuerpo; sus historias de vida están plagadas de equilibrios constantes entre la casa, los afectos, los trabajos y su producción artística. El nacimiento de sus hijos marca los hitos del tiempo en la vida de las tres, y subraya aquello de que las diferencias entre la experiencia social de los hombres y mujeres se lee al interior del campo de análisis del sistema sexo/género, producto de las relaciones sociales específicas en cada sociedad. Estas mujeres construyen y se reconstruyen, son visibles y hacen visibles sus miedos, sus errores, sus aciertos, sus ilusiones, su necesidad de estar y cambiar el mundo, deconstruyendo lo visible, poniéndolo en relación en sus diversas obras. Solo hay que mirar.
[1] Wolff, Janet, La producción social del arte. Colección fundamentos, Ed. Istmo, Madrid, 1997.
[2] Del Estal, Eduardo, Historia de la Mirada. Ed. Atuel, Bs. As, 2010. p.34.
[3] Medina, Pepa, Saussure: el signo lingüístico y la teoría del valor, Las Nubes 17, Filosofía, Literatura, Arte, Barcelona, junio de 2015.
[4] Del Estal, Eduardo. Op.Cit. p.73.
[5] Eco, Umberto, Historia de la Belleza, Ed. Lumen, Barcelona, 2007, p.133.
[6] Borges, Jorge Luis, El Libro de los seres imaginarios, Editorial Destino, Argentina, 2007.
[7] Cirlot, Juan Eduardo, Diccionario de símbolos, Ed. Siruela, España, 2018, pp. 307 y 8.
[8] Serrano Simarro, Alfonso y Pascual Chenel, Álvaro, El libro de los símbolos, Ed. Libsa, Madrid, 2012, p. 207.
DANIELA BOURET VESPA
Licenciada en Ciencias Históricas y magíster en Ciencias Humanas, directora de Cultura del SCIBU (UdelaR)
"Trasmutaciones", con la curaduría de Gabriel Sosa, se presentó en la sala Carlos Federico Saéz del Ministerio de Transporte y Obras Pública, Rincón 575, del 4 de marzo al 8 de abril
Imagen de portada: Ñandúes mecánicos/Pato Gainza