Una catedral con olor a sudor: a propósito de Conversación en la Catedral
Alejandro Carreño T.
Contenido de la edición 26.08.2024
Estudiaba Pedagogía en Castellano en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, cuando Conversación en la Catedral, la tercera novela del Nobel peruano Mario Vargas Llosa se publicaba en dos tomos. Era julio de 1969.
Una novela monumental no solo por su tamaño (la edición de Alfaguara, 2005, que utilizo para este ensayo, tiene 734 páginas), sino también por su compleja estructura narrativa hecha de conversaciones que van y vienen, entregando al lector un mundo hecho de política, sexo y conflictos sociales. Contiene un brevísimo Prólogo del autor datado en Londres, junio de 1998. Al final de él se lee: "Ninguna otra novela me ha dado tanto trabajo; por eso, si tuviera que salvar del fuego una sola de las que he escrito, salvaría ésta". Es probable que así sea, pues de las ocho novelas que ha publicado posterior a la escritura de este brevísimo Prólogo, La fiesta del Chivo (2000), me parece la más relevante por la intensidad del relato y por el hecho de ser la segunda novela de Vargas Llosa situada fuera de Perú, en República Dominicana y la historia del dictador Rafael Trujillo. La primera es una novela espectacular: La guerra del fin del mundo (1981), sobre la guerra de Canudos en el nordeste brasileño (a la que personalmente salvaría del fuego), y cuyas raíces literarias se encuentran en Os Sertões, novela del brasileño Euclides da Cunha escrita en 1902.
Mario Vargas Llosa es un autor cuya obra desnuda la realidad social, cultural y política del Perú. Algunas novelas como ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986), Cinco esquinas (2016) y Tiempos recios (2019), profundizan en el mundo de la dictadura, de la política y del sexo, tema por lo demás recurrente en toda la novelística de Vargas Llosa. Como Conversación en la catedral. Política y sexo reconstruye la vida peruana bajo la represión política del dictador Manuel Apolinario Odria: "Ese clima de cinismo, apatía, resignación y podredumbre moral del Perú del ochenio, fue la materia prima de esta novela, que recrea, con las libertades que son privilegio de la ficción, la historia política y social de aquellos años sombríos" (Prólogo citado). Con ochenio, Vargas Llosa alude a los ocho años de la dictadura de Manuel Apolinario Odria (1948-1956). Y la primera mención al dictador la encontramos en los inicios de la novela: "¿No era increíble que los odristas y los apristas que tanto se odiaban ahora fueran uña y carne, niño?". Con todo, la dictadura de Manuel Odria no se caracterizó por la violencia esparramada en el continente por otras dictaduras, sino por la corrupción que, como dice Vargas Llosa, salpicó a su generación que avanzaba de la adolescencia a la madurez:
"Fue precisamente entonces (1948-1956) cuando mi generación pasaba de la adolescencia a la madurez y la encanalló y la frustró: todos salimos un poco salpicados de aquel lodo de Odria" (Luis Alfonso Díez, "Conversación en la catedral: saga de corrupción y mediocridad", en Asedios a Vargas Llosa, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1972). Pero la cita corresponde a una entrevista dada a Díez en febrero de 1969 en Londres, bajo el título "Mario Vargas Llosa ante su tercera novela: entrevista en Londres", y que el crítico recoge en Asedios. El autor, en aquel momento, no consideraba política su novela, sino una novela que contenía personajes políticos vistos desde una perspectiva familiar: "No es una novela política, pero contiene personajes políticos vistos desde un prisma familiar. En ese puñado de personajes he encontrado la fragmentación del clima social y de conciencia de aquellos años" (Asedios). Sin embargo, y muchos años después, Mario Vargas Llosa habla de su novela como una historia política, tal como la describe en el Prólogo citado. Lo que importa, en todo caso, es cómo esta historia política y social se construye de a pedazos, desde una conversación en La Catedral entre dos personajes tan dispares: Santiago Zavala, "Zavalita", y el zambo Ambrosio, que alguna vez fue el chofer de don Fermín, padre de "Zavalita".
El encuentro de ambos personajes después de tantos años, es la reconstrucción de la historia política y social de Conversación en la catedral. Una historia de descomposición moral que se enlaza con la pregunta que se hace "Zavalita", periodista, desde la puerta de La Crónica, en cuanto mira la avenida Tacna en una tarde gris, "sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris" (UNO, I, p. 17). Es la metáfora de la descomposición con que Santiago Zavala define al Perú en su ontológica pregunta: ¿En qué momento se había jodido el Perú? La novela gira en torno a esta pregunta que es el desencantamiento de "Zavalita" y del propio Perú, que irá siendo desmembrada en fragmentos narrativos desde La Catedral. Nada en la novela huele a otro olor que no sea la descomposición de un Perú que se pudre política y socialmente por todos los confines de su geografía. Santiago Zavala y el zambo Ambrosio, personajes emblemáticos de clases sociales tan opuestas, abren el telón para que comience el espectáculo grotesco de podredumbre política y social, que el lector comienza a percibir en el airado final de la conversación en la que Santiago hostiga a Ambrosio con su frase "deja de hacerte el cojudo", que tanto incomoda al zambo.
"-Sabes de sobra de qué estoy hablando -dice Santiago--. Por favor, deja de hacerte el cojudo". Santiago le ofrece un trabajo de portero en La Crónica, mucho mejor que estar matando perros en la perrera. "Estarías mucho mejor. Pero, por favor, deje un ratito de hacerse el cojudo [...]. --¿Se le ha subido el trago? -ronca, la voz descompuesta--. Qué le pasa. Qué es lo que quiere. Que dejes de hacerte el cojudo [...]. Que hablemos con franqueza de la Musa, de mi papá. ¿Él te mandó? Ya no importa, quiero saber. ¿Fue mi papá?" (UNO, capítulo I, p. 34). Estos dos nuevos personajes que de improviso aparecen en una conversación henchida de cerveza, serán relevantes en lo que cada uno de ellos aporta no solo desde su posición social, sino también desde su propia moralidad. Corrupción, poder y sexo los une y los separa al mismo tiempo del personaje central que es Santiago Zavala. Pero el lector deberá estar muy atento, porque será el encargado de atar los cabos de mosaicos dialogados y narrativos, dispersos, que trascienden el orden espacio-temporal propio de la novela clásica, con ese narrador omnisciente que lo lleva de la mano en cuanto él se preocupa solo de leer. Es el estilo vargallosiano dialogado y narrativo que va desnudando la miseria del Perú y su gente. Porque esa es la historia de Conversación en la catedral. La historia de un país en que los conflictos sociales, culturales y políticos pareciera no tener fin.
Razón tiene Zavaleta cuando afirma que la "conversación es como una pantalla, un referente. Detrás de ella o a partir de ella, y a través de narraciones envolventes y recurrentes, y de diálogos que pertenecen a diversos instantes de múltiples relatos, iremos descubriendo varios submundos, el de la prensa roja, el de la prostitución ligada a los poderosos, el de los perros con rabia, el de los prejuicios sociales, clasistas, racistas" ("Conversación en la catedral, no una sino muchas voces", Letralia, Tierra de Letras, Año XII, N. 175, 5 de noviembre de 2007). Perú ha sido fuente constante de inspiración para Mario Vargas Llosa. Y sus novelas, como esta que comentamos, son verdaderas historias noveladas que desnudan la sociedad peruana en su rica variedad de paisajes, gentes y cultura. Desde la Lima colonial a la selva amazónica, la sociedad se desgrana en su rica variedad temática que todo lo absorbe, desmenuza y presenta en el extenso abanico de los conflictos sociales que la componen. Algunos de estos conflictos, cuando no todos juntos, como los generados por la corrupción, el sexo y la política, se encuentran en una sola narración, como en Conversación en la catedral. De esta trilogía temática, el sexo predomina en la novelística vargallosiana. Y los conflictos que se generan a partir de él, son, como en el texto in comento, uno de los sustentos que dan forma al relato.
El propio Mario Vargas Llosa declara la importancia que el sexo tiene en su novelística. En Diálogo con Vargas Llosa, de Ricardo A. Setti, publicado por InterMundo, Argentina, 1989, página 122, comenta: "El sexo está muy presente en mi obra, es una experiencia que aparece continuamente descrita, en muchas variantes, porque es una experiencia absolutamente capital en la vida, ¿no?". En rigor, Los temas vinculados al sexo jamás le incomodaron a Mario Vargas Llosa. De hecho, Los cachorros (Editorial Lumen, 1967), una novela corta o un cuento largo, tenía el nada confortable nombre de Pichula Cuéllar, por el personaje castrado por un perro que, por cierto, fue modificado por Los cachorros, aunque conservando su título original entre paréntesis. Y no lo incomodan porque, como él mismo lo señala, el sexo "refleja en su obra lo que son las costumbres, los mitos, las instituciones de mi sociedad y mi tiempo. El Perú es una sociedad machista, donde hay una serie de tabúes en torno del sexo, y creo que eso está bastante presente en las cosas que he escrito" (Diálogo con Vargas Llosa, p. 122). Y en Conversación en la catedral, una de las variables del sexo, tal vez la que más incomoda a una sociedad machista y por lo mismo la más execrable, es la homosexualidad que, en la novela, la representa Fermín Zavala, el padre de "Zavalita".
Y en términos de homosexualidad, Vargas Llosa es un liberal. Nunca significó para él un problema, como él mismo lo declara en "El derecho y el revés" (Diálogo sobre Lezama Lima con Emir Rodríguez Monegal, Mundo Nuevo, 16, octubre de 1967): "Me tiene perfectamente sin cuidado que los hombres forniquen al derecho o al revés, y siempre me ha parecido una forma alevosa de la estupidez que se juzgue o mida a una persona o a una obra artística por la actitud que adopte frente al «problema» homosexual (que a mí no me parece problema en absoluto, ni social ni moral, sino un asunto de gusto personal, que debería ser resuelto libremente por cada cual como mejor le convenga)". El texto lo tomamos del ensayo de Matías Wong Campos Así que pasen cincuenta años: transfiguraciones de la primera a la última edición de Conversación en La Catedral (1969-2019). Pero a Santiago Zavala sí lo angustia la homosexualidad de su padre, don Fermín Zavala. Por eso su insistencia en su diálogo con Ambrosio en La Catedral, para que no "se haga el cojudo". Y si tuvo que ver, además, con el asesinato de la Musa.
Fermín Zavala es uno de aquellos personajes cuyas trapazas amparadas en la corrupción que sostienen el poder y el dinero, es la representación genuina de la metáfora del deterioro social y político que se desprende de La Catedral, el bar ubicado en la avenida Alfonso Ugarte, cerca de la Plaza 2 de Mayo, de la ciudad de Lima, y al que con frecuencia acudía Mario Vargas Llosa, según reporta el medio Infobae del 16 de octubre de 2022 en su artículo "Lleno de basura y en venta: así luce el bar que inspiró 'Conversación en La Catedral{ de Mario Vargas Llosa". Inaugurado en la década de los 50, estaba en pleno apogeo en la época en que lo frecuentaba el novelista que así lo describe en su clásica novela: "Un camión cargado de cajones oculta la puerta de La Catedral. Adentro, bajo el techo de calamina se apiña en bancas y mesas toscas una rumorosa muchedumbre voraz [...] y al fondo, detrás del humo, el ruido, el sólido olor a viandas y licor y los danzantes enjambres de moscas [...], y una mujer ancha, bañada en sudor, manipula ollas y sartenes cercada por el chisporroteo de un fogón" (UNO, I, p. 29).
Fachada de lo que fue el bar La Catedral. (Lima Antigua)
Cuando se observan las fotos de La Catedral publicadas por Infobae de lo que resta del icónico bar, símbolo de una época del Perú contada a través de diálogos fragmentados esparcidos en tiempos y espacios diferentes, que son necesarios armar para aprehender lo que se ha llamado de "novela total", no deja de sorprender cómo la destrucción del mítico lugar yergue sobre sus sobras, la destrucción de una sociedad que desgrana su podredumbre social que Conversación en la catedral construye en lo que fue ese lugar de enjambre de moscas danzantes. La realidad de La Catedral hoy pareciera ser un capítulo futurista de la propia novela que, intacta en su plenitud y más "real" que nunca a sus 55 años, entrega su vivencia suspendida en el tiempo, como un mosaico gigante que contempla el mapa social y político del Perú del ochenio de Odria. La realidad hecha ficción. "Yo necesito, siempre, para inventar, partir de una realidad concreta [...]. No, yo necesito siempre ese punto de partida que es la realidad concreta" (Diálogo con Vargas Llosa, p. 59). La Catedral es parte de esa realidad concreta, tal vez la más importante de la novela, porque es ahí donde se comienza a desentrañar el hilo de una historia cuyos límites contienen una realidad que se ficciona para convertirse en literatura: "Huele a sudor, ají y cebolla, a orines y basura acumulada, y la música de la radiola se mezcla a la voz plural, a rugidos de motores y bocinazos, y llega a los oídos deformada y espesa" (UNO, p. 30).
Desmonte en lo que queda del bar La Catedral (Lima antigua)
La basura acumulada de La Catedral y su olor a orines es el símbolo de la basura política y social que ha jodido al Perú, y que "Zavalita" encierra en la pregunta que le hace a Ambrosio, en cuanto el enjambre de moscas danza sobre sus cabezas y las ollas y sartenes chisporrotean en el fogón: "¿Él te mandó? Ya no importa, quiero saber. ¿Fue mi papá? (UNO, I, p. 34). Es la duda que corroe a Santiago sobre el asesinato de la Musa, nombre de fantasía de la prostituta Hortensia, y que él mismo, en su calidad de ocasional reportero policial reportea para el diario La Crónica. El asesinato de la Musa, uno de los personajes que implosionan la historia de Conversación en la catedral, se describe extensamente en la parte TRES, I. Un capítulo que desnuda a la vez el submundo de la prostitución y su conexión con el poder sumergido en la corrupción, así como las propias licencias del abusivo ejercicio periodístico. "-En vez de escarbar tanto su vida, debían preocuparse más del que la mató, del que la mandó a matar -sollozó Queta y se tapó la cara con las manos--. De ellos no hablan, de ellos no se atreven" (p. 431). El relato de Queta, la amiga y pareja ocasional de Hortensia, la Musa, desvenda trescientas páginas después uno de los resortes motivacionales de la novela: "Bola de Sebo la mandó a matar -dijo la Queta--. El matón es su cachorro. Se llama Ambrosio". Bola de Sebo es Fermín Zavala, el padre de Santiago.
El capítulo I de la parte TRES, laborioso, complejo e iluminador, elaborado en ese estilo vargallosiano de fragmentos dialogados que trascienden los límites del espacio y del tiempo convencionales, y se complementan como vasos comunicantes, según Luis Harss en Los Nuestros, refiriéndose a este estilo en La ciudad y los perros y la Casa Verde, no lo es solo para el lector, sino también para Santiago Zavala. Pero, ¿qué dijo Mario Vargas Llosa respecto de esta técnica narrativa construida a través de diálogos que se comunican de esta manera?: "Fue un poco para centrar ese gran caos [de la historia], porque ocurren muchas cosas y hay mucha gente en épocas tan distintas. Entonces surgió la idea de esa conversación que ya no tendría limitación de tiempo y de lugar, y en la cual podrían entrar y salir libremente personajes y episodios de distintas épocas y de distintos lugares" (Diálogo con Vargas Llosa, p. 56). En este capítulo, nombres, personajes, dichos, acciones y comentarios, se reproducen en los distintos diálogos que se cruzan y entrecruzan, desnudando la miseria moral de cada uno de ellos que compone este mosaico narrativo del Perú, social y político, llamado Conversación en la catedral.
Mucho tiempo ha transcurrido desde aquellos años maravillosos de mi vida de estudiante en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, pero no sé todavía cómo responder la pregunta de Santiago Zavala: ¿En qué momento se había jodido el Perú?
Tampoco creo que 55 años después, Santiago Zavala tenga la respuesta.
ALEJANDRO CARREÑO T.
Profesor de Castellano, magíster en Comunicación y Semiótica,
doctor en Comunicación. Columnista y ensayista (Chile)
Imágenes: Infobae