Vino y Literatura

Alejandro Carreño T.

Contenido de la edición 30.05.2024

 

Hace muchos años, más de cincuenta, el poeta y cantor chileno, Tito Fernández, conocido en el mundo artístico como El Temucano, escribió la canción Me gusta el vino, publicada por primera vez en 1975: "Me gusta el vino, porque el vino es bueno. Pero cuando el agua brota pura y cristalina de la madre tierra, más me gusta el vino". Si hasta el mismísimo Elvis Presley, en la película Fun in Acapulco (El ídolo de Acapulco), de 1963, le cantaba al vino: "Música, dinero y amor", en una típica cantina mexicana.

Desde los tiempos bíblicos, y antes, el vino no ha dejado a nadie indiferente y ha acompañado la vida de los hombres, los de carne y hueso y los de letras, por su caminar a lo largo de la historia y de la poesía. "¿Qué vida es esa cuando falta el vino, que fue creado desde el principio para alegrar?", nos dice Eclesiástico 31:27.

No creo, en todo caso, que Polifemo haya quedado muy contento con la borrachera que le propinaron Ulises y sus marineros, que le arrancó su único ojo y permitió la huida del hombre de Ítaca. "-Nadie, yo te comeré a ti el último, después de tus compañeros [...] Así hablando, el cíclope cae tendido de espaldas [...] de su boca se escapan el vino y los jirones de carne humana, los arroja en su pesada embriaguez [...] Ellos, entre tanto, cogiendo aquella rama de olivo afilada, la hunden en el ojo del Cíclope; y yo, apoyándome encima, la hacía girar", nos relata Homero en el Canto IX de su Odisea (Zeus, Barcelona, 1968).

El optimismo de Eclesiástico 31:27 o del Salmo 104:16: "y vino que le alegra el corazón", no lo tuvo Polifemo. Tampoco Lazarillo, miles de años después, el clásico personaje de la novela picaresca La vida de Lazarillo de Tormes, golpeado cruelmente por el ciego cuando el pícaro le bebía su vino: "Fue tal el golpecillo, que me desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos de él se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quedé [...] / Lavóme con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había hecho, y, sonriéndose, decía: / -¿Qué te parece Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud -y otros donaires que a mi gusto no lo eran" (Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes). El astuto ciego, o quien estuvo detrás de él, escondido en su anonimato, después de todo era peligroso mostrarse con nombre y apellido cuando se narraban las trapazas de la iglesia, sabía de las variadas cualidades del vino. No solo el vino como sanación, también como perdición, tan bien representados por el pícaro Lázaro que, como él mismo relata, estaba "hecho al vino" y "moría por él". Con toda certeza, si hubiese conocido a Federico García Lorca, habría dicho con el poeta que le "gustaría ser todo de vino y beberme yo mismo". Una fervorosa hipérbole para rendirle culto al vino.

El vino corre a raudales entre mitos y leyendas; historias y literaturas; filosofías y religiones. Jesucristo ofrece vino a sus discípulos en la Santa Cena: "Tomando la copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo: Beban todos de ella, porque esta es mi sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados" (Mateo, 26: 27,28). El vino como símbolo de la espiritualidad divina, el propio Espíritu Santo. Esta mirada simbólica del vino como espíritu divino, se encuentra también en el islamismo: "é a bebida do amor divino, um símbolo do conhecimiento espiritual e da plenitude do ser na eternidade" (Herder Lexicon, Dicionário dos Símbolos, Círculo do Livro, São Paulo, 1990). Y los griegos lo consideraban la sangre de Dionisio. Del vino sagrado que se conecta con la espiritualidad más profunda, al vino mundano que profana lo sagrado, como ese pasaje de Los Sueños (1627), de Francisco de Quevedo, en que el estilo sarcástico e hiperbólico del escritor, describe mediante la crítica mordaz, la afición desmesurada de los curas por el vino, simbolizado en la figura de fray Jarro: "Con una vendimia en los ojos, escupiendo racimos y oliendo a lagares, hechas las manos dos piezgos y la nariz espita, la había remostada con un tonillo de jarro" (Ebro, Zaragoza, 1938). Pero los curas encontraron en Luis de Góngora, rival de Lope y Quevedo, un defensor tanto o más sarcástico que el propio Quevedo.

"Hoy hacen amistad nueva / más por Baco que por Febo / don Francisco de Que-Bebo / don Félix Lope de Beba". Si le creemos al autor de Soledades, Francisco de Quevedo y Lope de Vega, el autor del clásico Fuente Ovejuna, eran ardientes admiradores del vino, tanto como fray Jarro. Baco en la mitología, en la historia y en la literatura. Baudelaire, uno de los maestros de la poesía moderna con sus Flores del mal publicada el 23 de junio de 1857, decía que había que "estar siempre borracho". Que para no sentir el peso del Tiempo había "que emborracharse sin tregua". Pero ¿de qué?", se preguntaba: "De vino, de poesía o de virtud, a vuestro gusto". Y Baudelaire no solo fue un maestro literario para incontables escritores que le sucedieron en estos más de ciento setenta años desde las Flores del Mal, sino también "un ejemplo etílico a seguir". Siete años después, como lo registra el medio El Universo en su artículo "Historias de escritores embriagados de vino y poesía", del 15 de septiembre de 2012, Baudelaire publica el 7 de febrero de 1864 su poema Embriagaos, "que expresaba una subversiva forma de pensar en relación al arte y al valor asignado a sustancias que se recurre para huir del tedio". El poema en su versión original, termina así: "Pour n'être pas les esclaves martyrisés du Temps, enivrez-vous ; enivrez-vous sans cesse! De vin, de poésie ou de vertu, à votre guise".  

La lista de amantes de Baco es interminable y cientos de publicaciones en diarios y revistas, académicas o no, así lo han registrado en sus artículos, entrevistas y trabajos de investigación. Hemos revisado varias fuentes de investigación al respecto, y todas coinciden en algunos nombres emblemáticos de escritores amantes del vino y gozadores de la vida. Herederos de Dionisio, Baco, Kurent y el cura Jarro.

Pero de todos ellos, uno me ha llamado la atención por su amor incondicional al vino que fue la perdición de Polifemo: Li Po. Li Po o Li Bai (19 de mayo de 701-30 de noviembre de 762), fue un poeta chino romántico de la dinastía Tang. En su poesía sobresalen como temas recurrentes la luna y el vino. Uno de sus pomas más famosos es Libación solitaria bajo la luna. En su primera estrofa el poema plantea la simbiosis entre la luna y el vino: "Rodeado de flores, ante un jarro de vino, / libo solo, sin compañera. / Alzo la copa, y convido a la luna. / Ella, mi sombra y yo, venimos a ser tres amigos" (cito por el texto Dieciocho poemas de Li Po. Introducción y traducción del chino de Chen Guojian 7 Instituto de Lenguas Extranjeras de Guangzhou [Cantón], China).

En otro de sus poemas más reconocidos, Despertar de la embriaguez en un día primaveral, Li Po plantea en la primera estrofa su afición a la bebida que el mito o la leyenda atribuyen como la causa de su muerte: "La vida en el mundo no es más que un gran sueño; / No lo estropearé con ningún trabajo o cuidado. / Diciendo estuve borracho todo el día, / Tirado indefenso en el porche frente a mi puerta". Y en los últimos cuatro versos aparece nuevamente esta relación entre el vino y la luna: "Conmovido por su canción, pronto comencé a suspirar, / Y, como había vino allí, llené mi propia copa. / Cantando salvajemente, esperé a que saliera la luna; / Cuando terminó mi canción, todos mis sentidos se habían ido" (cito por la traducción inglesa de Arthur Waley, que se encuentra en el sitio que Wikipedia le dedica al poeta chino).

El vino y la luna lo acompañaron en su vida de poeta gozador de la vida. Y también en la muerte, si nos atenemos a la leyenda: murió al caerse de un bote, en el río Yangtsé, cuando trataba, borracho como siempre, de abrazar el reflejo de la luna en el río. La historia cuenta que su muerte fue más natural, aunque provocada también por su estilo de vida ofrendada al vino y la poesía. Pero, qué importa la historia si la gente cree en la leyenda. Es que la poesía cuenta lo que pudo haber sucedido, en cuanto que la historia lo que sucedió (Poética de Aristóteles, Capítulo 9, 1451b).                                                  

Historia o literatura. Qué más da. El vino trasciende a ambas y realidad y ficción se empapan con él desde los tiempos en que los dioses gobernaban el cielo y la tierra. Como Kurent, el Baco o Dionisio adorado por los eslovenos, amante de placeres desenfrenados, las fiestas y las borracheras, como todo buen dios que se precie. En sus manos yace el destino de los hombres y es celoso de su poder y de sus bienes. Como todos los dioses. Kurent le permitió a Kranyatz, el único sobreviviente de la inundación que terminó con todos los hombres, que gobernase la tierra siempre y cuando cumpliese con ciertos requisitos. Pero Kranyatz desobedeció, subió al monte de los dioses, comió la comida de Kurent y bebió su vino. Los dioses lo expulsaron y le quitaron el poder. ("Los dioses del vino según las diferentes religiones del mundo", La Razón, 24 de noviembre de 2020).  El sobreviviente del diluvio, ahora abandonado por los dioses, quiso, como en el verso de Jorge Luis Borges, buscar en el vino "las fiestas del fervor compartido". Pero el Olimpo esloveno no estaba para compartir ningún fervor. El poema de Borges, "Al Vino" (El otro, el mismo, 1964) describe la historia del hombre y sus avatares desde el vino que llegó con la aurora: "En la aurora ya estabas. A las generaciones / Les diste en el camino tu fuego y tus leones".

"Fuego" y "leones", dos símbolos que representan en el vino borgiano, el poder y la gloria, pero también la destrucción y el mal (muy interesante el análisis que de ambos símbolos presenta el citado libro de Herder Lexicon, Dicionário dos Símbolos). Es el vino que fluye, como dice Borges, en su recorrido por la historia del mundo: "Vino que como un Éufrates patriarcal y profundo / Vas fluyendo a lo largo de la historia del mundo". Se detiene y corre desaforado con su torrente de sangre roja, bañando las páginas que lo han consagrado en todas las culturas como una especie de dios supremo. No sé si "es una de las cosas más civilizadas del mundo", como lo describió Hemingway en su libro sobre los toros, Muerte en la tarde, capítulo primero. Pero es una de las cosas que llegó con el lejano amanecer para darle sueños, ensoñaciones y poesía a la vida: "Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia / Como si ésta ya fuera ceniza en la memoria" (Jorge Luis Borges en su poema "Soneto", El otro, el mismo). O ver la historia de la humanidad hecha ceniza en la memoria de todos los hombres, porque la ceniza es el símbolo de la muerte, pero también de la resurrección (ver "cinza" en el citado Dicionário de Símbolos).

Pero el vino y su poética relación con el mundo superior de dioses y Olimpos, que "resplandece en el bronce de Homero", como dice Borges en el primer verso de su poema "Al vino" y "siembra poesía en los corazones", como cantaba Dante Alighieri, recrea también todo un universo que se encuentra en las antípodas de esta literatura mitológica y heroica, de héroes terrenales que parecen dioses y de dioses que imponen en la tierra su omnímodo poder. Es el vino de la mundana existencia, con sus placeres y vanidades; con sus alegrías y frustraciones. Es el vino llorado y el vino de los sueños. Con su ser vida y su ser muerte. Es el vino terrenal de Nicanor Parra, que, sin habitar el Olimpo, "tiene un poder / que admira y desconcierta", porque "transmuta la nieve en fuego / y al fuego lo vuelve piedra" ("Coplas del vino" de La cueca larga 1958. Citamos por Poemas para combatir la calvicie, antología a cargo de Julio Ortega, Fondo de Cultura Económica, 1995). Este vino, como el río de un Heráclito callejero incansable, ha inundado la literatura de obras monumentales. La Celestina, el célebre personaje trotaconventos de la obra homónima de Fernando de Rojas, sabe de las bondades del vino para hacer de la vida mundana lo que vida sin él no sería. Para ella, que se fue haciendo vieja, "de noche en invierno no hay tal escalentador de cama, que con dos jarrillos destos que beva cuando me quiero acostar, no siento frío en toda la noche".

Cito por la edición Tragicomedia de Calisto y Melibea (La Celestina) a cargo de José Luis Canet, de la Universidad de Valencia, Revista Celestinesca, 2020, noveno auto: "Celestina tenía el respaldo de un célebre como Platón, para quien el vino era "la leche de los ancianos". Calentador de las frías noches de Celestina o alimento de los ancianos, lo cierto es que poetas y narradores han hecho del vino un personaje de sus creaciones literarias. "Quita la tristeza del coraçón", le "da esfuerço al moço y al viejo fuerça". Pero también le da "coraje al cobarde", dice la sabia Celestina. Este vino, río callejero, se desliza por entre los laberintos de una humanidad literaria desbordada de miserias, de sueños y de esperanzas que espera "al principio de todos los caminos", "silencioso en el umbral de todas las puertas", "en las más perdidas calles de lejanas ciudades", escribe el poeta Jorge Teillier en su "Poema del vino". El mismo vino que esperaba en la venta donde se encontraban don Quijote y Sancho, Cardenio y el cura, calmar la sed del caminante, pero que don Quijote, en su locura caballeresca, imaginada y soñada, lo sacó a cuchilladas de los cueros que lo guardaban, confundiéndolos en sus desvaríos con gigantes enemigos de la princesa Micomicona.

El vino inundó la venta: "--¿Qué sangre ni que fuente dices, enemigo de Dios y de tus santos? -dijo el ventero--. ¿No ves, ladrón, que la sangre y la fuente no es otra cosa que estos cueros que aquí están horadados, y el vino tinto que nada en este aposento, que nadando vea yo el alma en los infiernos, de quién los horadó? (Capítulo XXXVI, Primera Parte). Pobre, Sancho, un fervoroso amante del vino, pagando las culpas de su señor a manos del indignado ventero. Pero, aunque el vino lo sea todo, como dice Nicanor Parra en su citado poema "Coplas del vino", sea el mar y "las botas de veinte leguas / la alfombra mágica, el sol / el loro de siete lenguas" y hasta la loca confusión de don Quijote, el mismo personaje, en sus momentos de lucidez que también confunden por la profundidad de sus reflexiones, aconseja beberlo con mesura a Sancho cuando sea gobernador: "Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra" (Segunda Parte, Capítulo XLIII). Locura y cordura. Una comunión que solo cabe en personajes como don Quijote, como buen cristiano y caballero andante. Tiene razón don Quijote que vivía su vida de locuras y mesuras con los códigos de la caballería, cristianos por sobre todas las cosas. Y en el citado Eclesiástico (31:27), encontramos el consejo de don Quijote: "Mucho licor enreda al necio", refiriéndose, evidentemente, al vino.

La templanza en el beber pareciera ser lo recomendable para disfrutar del vino, aunque dioses y mortales no siempre compartan esta templanza. Pareciera ser, cuando se recorre la historia literaria del vino, que "Hay más filosofía y sabiduría en una botella de vino, que en todos los libros". Y Luis Pasteur sabía de lo que hablaba. Después de todo, a él se debe el proceso de pasteurización que elimina los microorganismos que pueden degradar no solamente el vino, sino también la cerveza o la leche: "¿Cómo puede explicarse el proceso del vino al fermentarse?", se preguntaba. Pero esta es otra historia.

¿Habrá algo mejor que el vino? Una pregunta que puede resultar muy inconveniente a la luz de dioses y personajes literarios presentados en este ensayo. Muchos dirán que sí: el amor. Y Manuel Rojas, el escritor chileno que dio fama a su personaje Aniceto Hevia, así lo postula desde el mismo título de la segunda novela de la trilogía de su personaje: Mejor que el vino, el aprendizaje amoroso de Aniceto Hevia. El amor sufrido, crudo, sin eufemismos, pero con sus compensaciones e ilusiones. El amor en su más profunda expresión humana. El título viene de lejos, del Cantar de los Cantares: ¡Béseme con besos de su boca! / ¡Son tus amores mejores que el vino!, dice la esposa en los primeros versos de este diálogo amoroso que ha sido modelo literario de tantas obras.

Pero esta también es otra historia.

 

 

ALEJANDRO CARREÑO T.

Profesor de Castellano, magíster en Comunicación y Semiótica,

doctor en Comunicación. Columnista y ensayista (Chile) 

 

Imagen: Bodegas Raíz de Guzmán


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2024-05-30T17:34:00