Historias olímpicas – Capítulo IX: Moscú 1980 / Los Ángeles 1984, tiempos de boicots

Matías Mateus

En vísperas de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno que se celebrarán en Beijing, desde la Casa Blanca se anunció que no se enviaría a la capital china delegaciones oficiales ni diplomáticas, postura que fue acompañada por otros países. 

Contenido de la edición 21.01.2022

 

En este capítulo analizaremos algunos antecedentes de boicots, como los de Moscú 1980 y Los Ángeles 1984, sus causas y puntos en común con lo que está ocurriendo en estos días.

El 6 de diciembre del 2021, el gobierno de Joe Biden anunció que no se enviará delegados oficiales a los Juegos Olímpicos de Invierno que se celebrarán en Beijing en febrero del corriente año. Asimismo, los atletas tienen luz verde para participar en el evento.

La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, explicó: "El gobierno de Biden no enviará ninguna representación diplomática u oficial a los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Invierno de Beijing 2022, dado el genocidio y los crímenes de lesa humanidad en curso de la República Popular China en Xinjiang y otros abusos de los derechos humanos".

Por su parte, desde la cancillería china, el vocero Zhao Lijian acusó a Estados Unidos de "violar la neutralidad política en el deporte" y agregó que, de prosperar el boicot, se tomaran "contramedidas fuertes".

Kennet Roth, director de Human Rigths Watch (HRW), afirmó, por su parte, que China utiliza los Juegos Olímpicos para blanquear la represión en Xinjiang, perpetrada en contra de las minorías musulmanas que han sido encarcelados en "campos de reeducación". 

A la decisión de no enviar representación diplomática realizada por Biden, se sumaron los del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau; el primer ministro australiano, Scott Morrison e incluso el primer ministro británico, Boris Johnson, que atraviesa una crisis política a causa de su participación en fiestas dentro de la residencia oficial durante las restricciones por motivos sanitarios.

Un boicot en la antesala de un juego olímpico no es algo nuevo. En capítulos anteriores referimos en más de una ocasión a ellos. La celebración de los Juegos de Berlín 1936 estuvo amenazada, una vez que se aprobaron las Leyes de Núremberg en setiembre de 1935; en tal sentido, la Segunda República de España organizó los Juegos Populares programadas para realizarse entre 19 y 26 de julio de 1936 en Barcelona, que a pesar de la buena convocatoria atlética que tuvieron, debieron cancelarse dos días antes a causa de la sublevación del ejército alineado tras la figura de Francisco Franco.

Por entonces, también desde Estados Unidos se elevó la voz en contra de la política antisemita de Hitler, pero el encargado de silenciarla fue Avery Brundage, triste protagonista de nuestras Historias Olímpicas, al afirmar que el intento de boicot de Berlín 1936 era una conspiración judeocomunista.

Durante los meses previos a México 1968 existieron fuertes intentos de boicot. Por un lado, varias naciones africanas anunciaron que no asistirían al país latinoamericano si el Comité Olímpico Internacional -presidido por Avery Brundage, que simpatizaba con los supremacistas blancos sudafricanos-, no revocaba la decisión de admitir nuevamente en el seno olímpico al Comité Olímpico de dicho país, que había sido suspendido años antes por la institucionalización política del apartheid. A este movimiento se sumaron naciones de Oriente Medio, India, Jamaica, la Unión Soviética y todo el bloque del este.

En Estados Unidos, en tanto, el Olympic Project for Human Rights (OPHR) fundado y presidido por el doctor en sociología Harry Edwards, denunció que el gobierno utilizaba a los atletas negros para proyectar una imagen de igualdad racial y social, mientras la segregación dentro del territorio seguía más vigente que nunca. En tal sentido, el OPHR planteó tres demandas contra el gobierno: que se le restituyera el título mundial y la licencia profesional a Muhammad Ali; que Avery Brundage fuera removido del COI y que Sudáfrica no fuese invitado a los Juegos de México.  

Finalmente, Sudáfrica no fue invitada a México. Las naciones que habían amenazado con el boicot asistieron a la cita olímpica y el OPHR alentó a los atletas afrodescendientes estadounidenses a participar de los juegos, dándole luz verde para que se manifestaran de la forma que entendieran conveniente.

En Montreal 1976 se efectivizó el primer boicot masivo. Tanzania encabezó una protesta en la que se le solicitaba al COI que no se invitara a Nueva Zelanda, puesto que la selección de rugby del país oceánico había disputado un partido en la Sudáfrica del apartheid. El petitorio fue denegado y tras la postura de Tanzania se alinearon otros 27 estados africanos. Tampoco asistieron a Canadá la República Popular de China y la República de China. La primera porque el COI reconocía a la República de China, y esta, porque el país anfitrión reconocía a la República Popular, mantenía relaciones con Taiwán, y no quería que participara con el nombre de "República China".  

Durante la Guerra Fría, los bloques  comunista y capitalista marcaban el ritmo de la agenda mundial. La amenaza nuclear o la carrera espacial eran solo dos ejemplos de las permanentes tensiones entre soviéticos y estadounidenses. En el campo mediático y de producciones artísticas, desde ambas veredas se intentaba inclinar a la opinión pública en favor de un sistema y al tiempo satanizar al otro.

El campo deportivo no era ajeno a esto; las disputas económicas y políticas entre ambos Estados se trasladaban al ámbito del deporte, como forma propagandística de demostrar la superioridad de un sistema sobre el otro.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, la URSS había gobernado la disciplina del ajedrez. Sus factorías de producir maestros en la especialidad le habían granjeado el domino exclusivo en dicho deporte, hasta que en el mundial de 1972 en Reikiavik, Islandia, el norteamericano Bobby Fischer puso un paréntesis al reinado soviético.

En lo referente a los Juegos Olímpicos, la primera edición post Segunda Guerra se celebró en Londres 1948, y el medallero lo gobernó a Estados Unidos por amplio margen sobre Suecia, la segunda delegación más laureada. En esa ocasión la URSS decidió no participar ni medir fuerzas contra su principal enemigo. Sin embargo, había enviado especialistas de las diferentes disciplinas para ver cómo eran los métodos de entrenamientos de los países capitalistas.

En Helsinki 1952 debuta la URSS en los Juegos Olímpicos y se ubica segunda en el medallero tras su rival del norte de América. En Melbourne 1956 y Roma 1960 es la Unión Soviética la delegación que obtiene mayor cantidad de preseas. En Tokio 1964 y México 1968 Estados Unidos recupera el primer lugar. En Múnich 1972 son los soviéticos que lideran el ranking de medallas y en Montreal 1976 además de ganar, es la Alemania Oriental, bajo la égida de los rusos, quien se ubica segunda.

En 1980 Moscú fue la sede para albergar los Juegos de la XXII Olimpiada. Desde la clausura de Montreal 1976 se corrían los rumores de que Estados Unidos le bajaría el pulgar a los juegos moscovitas. Los argumentos, que circulaban en el orden de la especulación, iban desde una supuesta validación al régimen comunista en caso de asistir, hasta el miedo de una recibir una contundente derrota en el hogar de sus enemigos.

Sin embargo, a finales de diciembre de 1979 cuajó la excusa adecuada, cuando las tropas soviéticas invadieron Afganistán.

En abril de 1978 tuvo lugar la Revolución de Suar, liderada por Nur Muhammad Taraki, fundador del Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA), estableciendo en dicho país un Estado Socialista, hasta que fue derrocado en setiembre de 1979 en un golpe de Estado orquestado por su primer ministro, Hafizullah Amin. Taraki permaneció detenido junto a su familia en el palacio gubernamental, hasta que lo asesinaron asfixiándolo con una almohada el día 8 de octubre de ese mismo año.

El 27 de diciembre, un grupo especial soviético asesina a Amin e invade Afganistán. Por su parte, en 1980 la CIA pone en marcha la Operación Ciclón, en donde recluta a los fundamentalistas islámicos (muyahidines), entre los que se encontraba Osama bin Laden, dotándolos con apoyo económico, entrenamiento militar y armamento.

Un mes después que ingresaran las tropas soviéticas a suelo afgano, el presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, anunció al Comité Olímpico Norteamericano que ni sus compatriotas ni él avalan el envío de atletas a los Juegos mientras los soviéticos permanezcan en Afganistán, dándole al gobierno de Leonid Brézhnev un mes para deponer la intervención.

Los atletas estadounidenses propusieron alternativas a la decisión de Carter; cabe tomar en cuenta que un deportista de élite se prepara durante años para la mayor fiesta deportiva y perdérselas implicaría renunciar al sueño olímpico. En tal sentido, se barajaron las posibilidades de no participar del desfile inaugural, no asistir a las premiaciones, e incluso permanecer en suelo ruso únicamente el día de la competencia.

Una de las más enérgicas protestas las encabezó la remera y abogada Anita DeFrantz, que junto a atletas de diferentes disciplinas demandaron al Comité Olímpico de su país, pretendiendo que respetaran su derecho a participar de los Juegos; cosa que fue desestimada por la justicia.

Anita DeFrantz. Fuente: Boathouse Row

Al boicot encabezado por Jimmy Carter se le sumaron otras 65 naciones, entre las que se encontraban socios como Canadá, Alemania Occidental, Japón, Corea del Sur, China y países bajo dictaduras militares como Uruguay, Chile y Argentina.

Inauguración Moscú 1980. Fuente: Página 12

El 8 de mayo de 1984, cuando la antorcha olímpica partió de Atenas con rumbo a la costa pacífica de Estados Unidos, la Unión Soviética anunció que no participaría de los juegos. El argumento para justificar la ausencia se debía a que el país anfitrión no ofrecía las garantías de seguridad para sus atletas, además de la "histeria anticomunista".

Pese a los argumentos esgrimidos por el país comunista, la opinión pública daba por sentada que la verdadera razón se debía a lo ocurrido cuatro años antes. A la URSS se le sumaron sus socios del este: Bulgaria, Alemania Oriental, Checoslovaquia, Polonia, Hungría, Afganistán, Vietnam, Laos, Corea del Norte, Angola, Etiopia, Mongolia, Yemen del Sur y Cuba.

Además de no asistir a Los Ángeles, los países del bloque socialista organizaron Los Juegos de la Amistad, que se celebraron entre el 2 de julio y el 16 de setiembre de 1984. Estos juegos, alternativos a los organizados por el COI, se desarrollaron en nueve sedes: Moscú, Praga, Berlín Oriental, Varsovia, Sofía, Budapest, Ulan Bator, Pyongyang y La Habana; y congregaron a 2.300 atleta de 48 países.

Inauguración Los Ángeles 1984. Fuente: Marca

Pese al boicot soviético, los juegos de Los Ángeles tuvieron un saldo favorable en materia económica. Fue la primera vez que se contó con el patrocinio de empresas privadas, recaudándose 223 millones de dólares, y estableciendo un modelo de negocio para los juegos futuros.

Fuente: Marca

Al igual que en las anteriores entregas de Historias Olímpicas, nos detuvimos a analizar el contexto político y social en el cual se desarrollaron los juegos. Abordar los boicots sucesivos encabezados por las potencias enfrentadas durante la Guerra Fría nos pareció oportuno, más si tomamos en cuenta que se avecinan los Juegos de Invierno en Beijing y, nuevamente, los gigantes que hoy se disputan la hegemonía global entran a la arena deportiva, que presuntamente debería estar aséptica de política.

 

MATÍAS MATEUS

Escritor

 

Imagen de portada: Página12/Marca


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2022-01-21T16:18:00