MONDIACULT/1982-2022: las políticas culturales en el núcleo del debate internacional

Conferencia Mundial

Contenido de la edición 26.09.2022

 

Cuarenta años después de su primera edición, celebrada en 1982, la Conferencia Mundial de la UNESCO sobre Políticas Culturales y Desarrollo Sostenible (MONDIACULT) se inaugura en setiembre de este año en México. Particularmente fecundos, los debates que han tenido lugar las cuatro últimas décadas, han hecho evolucionar considerablemente la definición de la cultura, y, sobre todo, han propiciado el reconocimiento del patrimonio inmaterial y la diversidad de las manifestaciones culturales.

1 de Julio de 2022

Después de la crisis sanitaria, que golpeó severamente al sector cultural, este se enfrenta ahora a problemas persistentes como la repercusión del cambio climático sobre el patrimonio, los cambios en la condición del artista o la lucha contra el tráfico ilícito de bienes culturales. Estos asuntos y muchos otros recibirán atención preferente en la edición de 2022 de MONDIACULT, que ofrecerá también la oportunidad de afirmar el papel que desempeña la cultura como bien público mundial.

La primera Conferencia Mundial de la UNESCO sobre Políticas Culturales y Desarrollo Sostenible, celebrada en México en 1982, fue un auténtico punto de inflexión. De este encuentro surgieron las que, a lo largo de las décadas posteriores, serían las ideas impulsoras de los vínculos funcionales entre la cultura y el desarrollo de las sociedades. Junto a las manifestaciones materiales de la cultura, se consolidó su interdependencia con las expresiones inmateriales, lo que propició la protección del conjunto de manifestaciones que encuadran nuestros estilos de vida y que, a su vez, facilitan la transmisión intergeneracional de valores y conocimientos.

Este concepto ampliado sirvió de base a la Recomendación de la UNESCO sobre la salvaguardia de la cultura tradicional y popular (1989) y extendió el ámbito del patrimonio de la humanidad a la "cultura viva" y a las sinergias con otras esferas del desarrollo tales como el bienestar y la educación. A partir de entonces, las lenguas, la música, la danza, los ritos o la artesanía obtuvieron derecho de ciudadanía en el ámbito cultural y, en la actualidad, su importancia socioeconómica recibe cada vez más reconocimiento. Encarnación de la memoria colectiva de las comunidades, este patrimonio vivo en perpetua evolución refuerza el sentimiento de identidad y de pertenencia, así como la resiliencia y la capacidad de proyección hacia el porvenir. 

El nexo entre cultura y desarrollo

Concebida como un reflejo de la evolución social, la cultura se ha integrado progresivamente en los programas internacionales, al tiempo que su importancia para el desarrollo sostenible y la defensa de los derechos humanos alcanza un reconocimiento cada vez mayor, en particular por su contribución a la cohesión social, el empleo y la innovación. El movimiento de la década de 1990 en pro de la diversidad cultural dinamizó el uso de los recursos creativos, partiendo de la idea de que, si los esfuerzos orientados al desarrollo habían fracasado en el pasado, fue por omisión o negligencia de la importancia del factor humano, constituido por un complejo entramado de relaciones y creencias, valores y aspiraciones, y de expresiones creativas e imaginación. Este nuevo impulso se basa en la capacidad de la cultura para ampliar "las opciones del individuo, [...] las posibilidades que tiene cada uno de  llegar a ser una persona sana, instruida, productiva y creativa, y de vivir en la dignidad y el pleno disfrute de sus derechos humanos" (Nuestra diversidad creativa, 1996).

La importancia de la cultura para el desarrollo sostenible es objeto de un reconocimiento cada vez mayor

La Declaración universal de la UNESCO sobre la diversidad cultural, aprobada en 2001, constituyó una etapa decisiva para reafirmar el nexo indisoluble entre la cultura y el desarrollo. Los principios de la Declaración inspiraron un conjunto de textos normativos adoptados por los Estados Miembros de la UNESCO, que ampliaron el campo de acción de la cultura a la protección del patrimonio cultural subacuático (2001), la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial (2003), la protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales (2005) y la conservación de los paisajes urbanos históricos (2011). Otro paso adelante fue la aprobación, en octubre de 2003, de la Declaración relativa a la destrucción intencional del patrimonio cultural.

Restablecer el vínculo social

Esta evolución que ha experimentado la valoración del rol de la cultura no es meramente conceptual. En 2004, durante la reconstrucción del puente de Mostar, destruido en 1993 durante la guerra en Bosnia Herzegovina, lo que estaba en juego no era únicamente la restauración de un monumento, sino superar el trauma colectivo, asociando las distintas comunidades culturales, étnicas y religiosas a las tareas de reconstrucción. Los acuerdos de paz de Dayton (1995), que pusieron fin a los enfrentamientos en Bosnia Herzegovina, contenían entre las cláusulas relativas al respeto de los derechos humanos una sección sobre la protección del patrimonio cultural. Por primera vez, este aspecto de la cultura lograba reconocimiento como elemento fundamental de un tratado de paz. 

En fecha más reciente, en 2014, el enorme proyecto coordinado por la UNESCO en Tombuctú, en Malí, para reconstruir los mausoleos y preservar los manuscritos antiguos ilustró, una vez más, la necesidad de integrar la cultura en los esfuerzos encaminados a consolidar la paz. El apoyo brindado a la reconstrucción de la ciudad de Mosul, en Iraq, en el marco del proyecto de la UNESCO "Revivir el espíritu de Mosul", o las medidas de salvaguardia del patrimonio cultural y el sistema educativo de Beirut (Líbano), coordinadas por la UNESCO, son otras tantas iniciativas orientadas a permitir que las comunidades restauren sus vínculos sociales mediante la reconstrucción de monumentos históricos y barrios enteros. 

El impulso de la mundialización

Con el transcurso de los años, de una conferencia internacional sobre políticas culturales a la siguiente, han surgido otros temas. En la conferencia de Estocolmo (Suecia) de 1998, en un contexto marcado por el rápido avance de la mundialización, vinieron a primer plano asuntos como el acceso a la cultura, la libertad de expresión, la gobernanza participativa o el comercio de productos culturales. En ese momento el desarrollo de las tecnologías digitales empezaba a modificar profundamente el consumo y la distribución de bienes culturales. Porque, si bien esas nuevas tecnologías permiten un acceso sin precedentes a los contenidos -lo que impulsa las industrias culturales y creativas- su desarrollo va acompañado también de retos como la desregulación de los mercados, la necesidad de una remuneración más equilibrada para los artistas y profesionales de la cultura, la concentración económica, la fractura digital o la homogeneización de la cultura. Problemáticas que siguen siendo sumamente vigentes.

El futuro de nuestras sociedades se juega ahora a escala planetaria. El turismo de masas, el crecimiento urbano desbocado o las repercusiones del cambio climático son algunas de las amenazas que se ciernen sobre sitios emblemáticos de la Lista del Patrimonio Mundial como Venecia y su laguna, los Arrozales en terrazas de las cordilleras de Filipinas, las islas Galápagos (Ecuador), la Gran Barrera de Coral de Australia o el Bosque de los cedros de Dios (Horsh Arz Al Rab), en Líbano.

Replantearnos nuestro vínculo con el mundo

Durante la crisis de covid-19, la cultura ha demostrado su capacidad de adaptación y de resiliencia, poniendo de relieve la solidaridad dentro del sector y, más ampliamente, a través de ámbitos como la economía, la salud y la educación en los periodos de confinamiento. Al mismo tiempo, la cultura ha revelado las debilidades persistentes, obligándonos a replantearnos sus bases.

Los conceptos forjados durante estos cuarenta años conforman una base conceptual sobre la que se ha elaborado la acción normativa y programática de la UNESCO. En el marco de la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, la UNESCO debe asumir una función decisiva para coordinar el diálogo internacional sobre los nuevos desafíos. Cuestiones como la diplomacia cultural, la lucha contra el tráfico ilícito de bienes culturales y su restitución a los países de origen, la condición social del artista, la libertad de expresión, el peso de la economía creativa, la repercusión de las transformaciones digitales, el turismo cultural sostenible o el papel que desempeña la cultura en las iniciativas a favor del clima estarán en el centro de los debates en la  Conferencia de México. Su objetivo no es únicamente aclarar nuestra acción futura, sino también reubicar la cultura en tanto que bien público mundial. 

Garantizar el acceso de todos a la cultura - incluso en línea -, salvaguardar la diversidad cultural como un componente esencial de los servicios globales, y asegurar el pleno ejercicio de los derechos culturales ante nuevos desafíos son imperativos que no sólo incrementan un compromiso local e internacional, sino también una acción global y concertada por parte del conjunto de la comunidad internacional. Se trata del papel transformador que hay que reconocer a la cultura, en su calidad de bien público mundial, a la hora de construir sociedades inclusivas y solidarias. Este nuevo contrato social tiene que construirse teniendo en cuenta a la cultura completamente. La cultura es nuestra reserva de sentido, nuestra energía creativa, la que forja nuestro sentimiento de pertenencia y la que libera nuestra imaginación y nuestro poder de innovación y de compromiso al servicio de un futuro más sostenible en beneficio de toda la humanidad.

 

Publicado originalmente en la edición de julio de 2022 de EL CORREO DE LA UNESCO. Reproducido con autorización expresa de los editores.


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2022-09-26T22:28:00