Historias olímpicas – Capítulo VI: El hombre que flotaba como una mariposa y picaba como una abeja (parte II)

Matías Mateus

Al igual que Tommie Smith, John Carlos y Peter Norman, que decidieron ser valientes y desafiaron al poder siendo irreverentes durante la ceremonia que coronó a los tres velocistas más rápidos en la prueba de los 200 metros llanos en los Juegos Olímpicos de México 1968; Muhammad Ali consecuente con sus principios e ideales, le dijo "no" al gobierno de los Estados Unidos, a sabiendas que el tiempo no le devolvería lo que posiblemente hubiesen sido los mejores años de su carrera deportiva

 

Contenido de la edición 27.08.2021

 

Con el párrafo del copete cerrábamos la primera parte del capítulo que titulamos El hombre que flotaba como una mariposa y picaba como una abeja. No fue un capricho dedicarle dos entregas a Muhammad Ali, ni encuadrarlo a la fuerza en este proyecto de Historias Olímpicas que empieza a tomar forma. Cuando nos metimos en México 1968, muchas cabos podrían quedar sueltos y entendimos pertinente profundizar en algunas de las historias que circundaban los acontecimientos más relevantes de esa década tan convulsa.

Recordemos que diez días antes de la inauguración de los Juegos de México, los primeros a celebrarse en Latinoamérica, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz consumó la barbarie en la Plaza de las Tres Culturas de la Unidad Habitacional Tlatelolco. La masacre puso fin al Consejo Nacional de Huelga, movimiento estudiantil que se oponía a la realización de los juegos y a las políticas autoritarias que venía desarrollando el partido de gobierno (PRI) desde hacía 39 años.

En los primeros meses de 1968, el gobierno mexicano tuvo que negociar con Avery Brundage y la cúpula del COI para que se revirtiera la decisión de restituir a Sudáfrica al seno olímpico, puesto que la política racista del apartheid provocó que un importante número de naciones se negaran a participar de los juegos. En tanto, The Olympic Project for Human Right (OPHR) llevó adelante una serie de manifestaciones en las que denunció la segregación racial dentro de Estados Unidos y cómo el país utilizaba a los deportistas afroamericanos, no solo para disputarle a la URSS el primer escaño del medallero olímpico sino para demostrar una falsa imagen de igualdad racial y social. 

También le dedicamos un capítulo al trío que inmortalizó una de las imágenes más icónicas de la historia deportiva. El australiano Peter Norman que portaba una insignia del OPHR, se mantuvo erguido mientras que, a su espalda, Tommie Smith y John Carlos elevaron sus puños enfundados en guantes negros cuando empezó a sonar el himno de los Estados Unidos.

En esos juegos de México despuntó George Foreman, un boxeador de fuste que, a contraposición de los velocistas afroamericanos que fueron expulsados de la villa olímpica y tratados como parias de regreso a su país, celebró la obtención de la medalla de oro sacudiendo una pequeña banderita estadounidense; actitud que le valió la reprobación de muchos de sus compañeros de delegación por considerarlo un traidor a la causa del OPHR, que en el primer punto de su demanda exigía la devolución del título a Muhammad Ali, a quien le habían quitado su licencia profesional por declararse objetor de consciencia negándose a combatir en Vietnam.

Cabe mencionar que Ali no era solamente un púgil con dotes extraordinarios, era alguien con un carisma capaz de montar un show en cualquier lugar que pisara, pero también era una persona que recibió formación en historia y sociología, tanto con Malcolm X como con otros ministros de la Nación del Islam; por eso, durante 1967 y 1970, mientras duró su suspensión, ofreció numerosas conferencias en diferentes universidades.

Del mismo modo que apelaba al humor para explicar porqué se había convertido al islam, fruncía el seño y no titubeaba al condenar la intervención militar en Vietnam y el modelo hegemónico occidental que sometía a la población afro.   

La irrupción de Muhammad Ali en la escena pública rompió todos los estereotipos con los que etiquetaban a los boxeadores afroamericanos. Lejos estaba de emparentarse con el modelo de matón, como era el caso de su antecesor, Sonny Liston. Este perfil representado por enormes máquinas de noquear, eran manipuladas por la mafia que los exprimían hasta que el negocio dejaba de ser rentable. Tampoco se lo podía encasillar con los deportistas que respetaban el establishment. Ali era diferente, era un provocador, fue resistido cuando se coronó campeón mundial y fue repudiado cuando oficializó su conversión al islam, abandonó su "nombre de esclavo" y se negó a viajar miles de kilómetros para "asesinar personas que jamás lo habían llamado nigger". 

Todos estos elementos hacen parte del contexto en que se celebraron los Juegos Olímpicos de 1968, y si llegamos hasta acá estaríamos en gravísima falta sino profundizamos en la segunda etapa de la carrera deportiva del mejor boxeador de la historia.

El 26 de octubre de 1970 Ali volvió a atravesar las cuerdas del cuadrilátero de forma oficial. El combate frente a Jerry Quarry, disputado en Atlanta, solo le insumió tres rounds. Mes y medio más tarde, el 7 de diciembre, se enfrentó con el argentino Óscar Bonavena en la ciudad de Nueva York, y esta vez lograr el nocaut le llevó los 15 asaltos.

En los primeros meses de 1971, el mundo boxístico se preparaba para presenciar el primer intento de Ali por recuperar su título, contra Joe Frazier, en el denominado Combate del Siglo. La previa estuvo condimentada, tal como era de esperar, por la performance del showman de Louisville. Tal como hizo con Liston, sacó a relucir el arsenal de acusaciones en donde señalaba a Frazier de Tío Tom, de haberle robado el título y de que era muy feo para poseer el cinturón de campeón mundial. Pero a diferencia de otros boxeadores, a Frazier le afectaron los comentarios de Ali, puesto que él como campeón del mundo intercedió para la restitución de su licencia profesional.

El combate del siglo: Frazier vs. Ali/Fuente: Los Angeles Times

Dejando a un lado el ida y vuelta de improperios, en los que Ali aventajaba al campeón en esa presunta disputa dialéctica, el combate celebrado en el Madison Square Garden el 8 de marzo de 1971 fue una batalla épica, en la que el campeón retuvo el título por decisión unánime.   

Muhammad Ali tuvo que esperar tres años más para hacerse del título. En ese período disputó otras 14 peleas: entre ellas destacan rivales de la talla de George Chuvalo, el excampeón mundial Floyd Patterson, dos peleas contra Ken Norton que, en la primera de ellas, además de derrotarlo le fracturó la mandíbula. Sobre esta pelea hay dos versiones: la del vencedor, que dice haberle le fracturado la mandíbula en el último asalto. Por otra parte, está la de Ángelo Dundee, entrenador de Ali, que dijo que su pupilo soportó el dolor desde el segundo round. Como fuese, Ali recibió su segunda derrota en el historial y se marchó con una fractura. La revancha contra Norton fue victoria de Ali, también por decisión dividida y previo al combate por el título mundial volvió a enfrentar a Joe Frazier, esta vez con vitoria a favor de Ali por decisión unánime.

Había llegado una nueva oportunidad para Muhammad Ali. Esta vez el campeón era George Foreman, que había obtenido el título después de derribar en seis oportunidades a Joe Frazier en tan solo dos asaltos. El jovencito que fue abucheado en México por celebrar la obtención de la medalla de oro agitando una pequeña banderita de Estados Unidos, defendería los títulos unificados de The Ring, el Consejo Mundial de Boxeo y la Asociación Mundial de Boxeo contra Muhammad Ali, en Kinshasa, la capital de la Zaire gobernada por el dictador Mobutu.

En lo previo, Foreman era un claro favorito. Poseía un record de 40-0, en las cuales 37 de ellas fueron por nocaut. Otro dato a manejar era que en solo cinco ocasiones las peleas duraron más de cinco asaltos. Foreman no solo noqueaba, sino que lo hacía rápido. Por su parte, ya había pasado más de una década en que Ali había derrotado a Sonny Liston por primera vez, en el medio tuvo una operación de apendicitis, de maxilar y tres años de inactividad profesional.

Pero el viejo zorro de Ángelo Dundee tenía sus estrategias y Ali sus mañas. Ni bien pisó suelo africano se las ingenió para ganarse la simpatía del público que vitoreaba el paso del boxeador cantando "Ali, bumaye", expresión que podría traducirse como: "Ali, mátalo". Arriba del ring, su velocidad y el baile mantuvieron los guantes de Foreman lejos de su rostro. Por su parte, el defensor tuvo que esforzarse más de la cuenta para alcanzar a un escurridizo y experimentado aspirante.

 

Rumble the jungle-Ali vs. Foreman, Zaire, 1974/Fuente: ABC

El propio George Foreman declaró en el documental Facing Ali, que en las pocas ocasiones que podía trabarlo y machacar cuerpo a cuerpo, Muhammad Ali lo provocaba diciéndole: "¿Eso es todo, George?", también confesó que supo caer en sus tretas y creerse la estrategia del rope-a-dope, en la que Ali se recostaba sobre las cuerdas y fingía estar cansado. En el único momento en que pudo conectar la mano que dirimiera el combate a su favor, desde la esquina, Ángelo Dundee le advirtió a su pupilo que no jugara con él. La guardia que solía mantener baja, oportunamente clausuró la brecha por donde Foreman podía liquidar la pelea.

La oportunidad de retener el título se le había esfumado al defensor. En el octavo asalto, con ambos púgiles agotados por el calor, la humedad y el desgaste de la fricción, Ali conectó un jab de izquierda y un uppercut de derecha, provocando que el campeón cayera hacia el centro del cuadrilátero. En ese momento quizás haya pasado desapercibido, pero mientras el invicto de Foreman se diluía en su camino a la lona, Muhammad Ali consciente que el nocaut estaba consumado y que un golpe innecesario podía generarle lesiones irreversibles a su oponente, aflojó la tensión del brazo y se guardó el puñetazo de gracia. Foreman casi cuatro décadas después del combate, confesó que él sí lo hubiese rematado, y agregó en favor de su verdugo, que esa actitud poco común entre los boxeadores convertía a Ali en el mejor boxeador de la historia.        

La épica en la carrera de Muhammad Ali no terminó con el Rumble in the Jungle en Zaire. Un año después, en Filipinas, se celebró The Thrilla en Manila, en donde Ali y Frazier disputaron el tercer combate. La elevada temperatura y el alto porcentaje de humedad marcó el ritmo de los 14 asaltos que duró la pelea. El ambiente inhóspito de Manila agotó a los contendientes, en una pelea que finalmente ganó Ali, cuando el entrenador de Frazier, Eddy Futch, frenó la pelea en el descanso previo al último round.

La rivalidad entre dos de los mejores pesos pesados de la historia iba más allá del cuadrilátero. A Frazier aún le dolían los comentarios que Ali había hecho sobre él en su regreso al profesionalismo. Esa noche salvaje en Manila en donde cada boxeador elevó el nivel de su rival, Ali pudo disculparse y junto a la cicatrización de las heridas que ambos padecieron el combate, cicatrizaron viejos resabios, dándole paso a una amistad que duró hasta el fallecimiento de Joe en el año 2011. 

Ali y Frazier/Foto: Walter Looss

Luego de Manila, Ali contaba con un record de 49-2 y su físico aparentemente estaba preparado para seguir un poco más. En 1977 le ganó al uruguayo Alfredo Evangelista y la tercera pelea a Ken Norton. Para febrero de 1978, en lo que a priori parecía un trámite sencillo, Ali pierde el cinturón contra Leon Spinks y lo recupera en la revancha el 15 de setiembre del mismo año.

Ya es suficiente, Muhammad, no te hagas más daño.

Pero no, dos años después vuelve al cuadrilátero. El aspirante es Larry Holmes, un joven que supo ser sparring en su campamento de entrenamientos y decidió abrirse camino por su cuenta. La paliza la detuvo Ángelo Dundee desde su esquina en el décimo asalto. Las imágenes son dolorosas, Ali ya tenía 38 años y estaba lejísimos de ser la estampa que irrumpió en el boxeo fascinando y provocando al mundo. Estaba excedido de peso, había perdido la velocidad que lo destacó sobre el resto, no le quedaban reflejos para contener los golpes con los que Holmes seguía machacándolo impiadosamente, y los primeros síntomas del Parkinson empezaban a abrirse camino en su sistema nervioso.

Siempre existe algo que mantiene la máquina en funcionamiento cuando esta nos pide que la detengamos. En un irreverente como Ali no sabremos cuál habrá sido el motivo: quizás su inmenso ego, el dinero, la inescrupulosa manipulación del deleznable Don King o un poco de todo. De todos modos, hubo lugar para un último episodio, en Bahamas frente a Trevor Berbick, en donde perdió por decisión unánime. Otro drama evitable.

Ali encendiendo el pebetero olímpico en Atlanta 1996/World Boxing Council

El resto de la historia es más que conocida: la enfermedad se adueñó por completo de Ali y, aunque el deterioro físico hizo estragos en su cuerpo, la inmensa cantidad de archivos disponibles nos permiten ver en el hombre que flotaba como una mariposa y picaba como una abeja una sonrisa pícara cada vez que aparecía en público, con la que parecía decirnos que aún seguía siendo el rey del mundo, el mejor, el más grande de todos los tiempos, el más hermoso. En definitiva, nada de eso era mentira. 

MATÍAS MATEUS

Escritor

 

Imagen de portada: Guía de Folha


Archivo
2021-08-27T00:17:00