La otra Biblioteca de Babel

Alejandro Carreño T.

Contenido de la edición 29.05.2023

 

El libro, ese artefacto que Jorge Luis Borges llamó "extensión de la memoria y de la imaginación", no es apenas el objeto físico que con fruición aprisionamos en nuestras manos y contemplamos en nuestra biblioteca, sino también el otro, el de ficción que vive su propia "realidad", en un mundo creado en el que también alguien lo creó o soñó.

Como don Quijote, por ejemplo, devenido Caballero Andante por la locura de Alonso Quijano, se nos aparece en la Segunda Parte, la de 1615, como personaje de un libro que narra sus aventuras de la Primera Parte, esa de 1605. Entonces don Quijote, que respira amor y justicia hasta en el moho de sus armas, y su conciencia oscila entre la luz y la oscuridad, es lector de sus propias locuras. Cervantes ha recreado la multiplicación de los espejos borgianos en la invención de su libro que es uno y varios al mismo tiempo. La magia de la literatura se hace presente en estos libros que de repente adquieren vida ante los ojos del lector, asombrado por el encantamiento del sueño, de la locura o de la pura invención. Del Quijote de Cervantes a Cide Hamete Benengeli, el autor inventado y sus cartapacios, donde se encuentran las aventuras de nuestro caballero andante, en otro idioma, que vive por la locura de un pobre hidalgo de lanza en astillero y que muere lúcido y arrepentido de esas locuras, para que su personaje pueda vivir y vivirlo en la eternidad.

Estos libros doblemente imaginarios, incrustados en ese libro físico que hoy suele poblar también la realidad virtual, podrían construir otra Biblioteca de Babel, sin su pragmatismo numérico como la biblioteca borgiana, pero caótica como ella en sus desplazamientos temporales propios de la eternidad.

El primero de los axiomas que leemos en el cuento borgiano es "La biblioteca existe ab aeterno". Antes ha definido la biblioteca como "una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible". Y más adelante nos dirá: "Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad". Y termina su extraordinario relato sobre la Biblioteca de Babel con estas palabras: "La Biblioteca es ilimitada y periódica". En esta biblioteca que es el Universo, se encuentran también los libros que un día serán. Y los que son copia de sí mismos y aquellos que otros reescribieron, como "Pierre Menard, autor del Quijote". Borges sabe de estas cosas. Ts'ui Pên, el gobernador de Yunnan, "renunció al poder temporal para escribir una novela y edificar un laberinto". Nadie encontró el laberinto y la novela era insensata y caótica. La novela era el propio laberinto, "El jardín de senderos que se bifurcan", el cuento que seguramente usted, lector, leyó en algún momento de ocio intelectual.

El libro en esa otra Biblioteca es como un jardín de senderos que tal vez se bifurquen, pero que sí adquiere diversas formas. Puede ser un libro propiamente tal, como el Quijote de la Segunda Parte o el Quijote de Pierre Menard. Pero también puede ser un manuscrito, como los veinticuatro mil versos de Victoria y Derrota, de Pampa Kampala que Salman Rushdie transforma en su mágica Ciudad Victoria, su última novela. O, por qué no, el manuscrito de Melquiades que hizo de Cien años de soledad una de las novelas gigantes de la literatura universal. Otras veces, este libro inventado, soñado, pensado por un loco o que simplemente llega como una especie de Convidado de Piedra a la historia, para que algún personaje reviva con él momentos de su propia existencia hecha de recuerdos. A veces no es más que un nombre, como Los hijos del hombre de corazón de piedra, la novela de Mór Jókai, el escritor húngaro que Alondra, la muchacha nada agraciada, aunque laboriosa, talentosa e inteligente de la homónima novela de otro húngaro, Dezso Kosztolányi, lee una y otra vez: "Ese gran escritor nuestro conocía muy bien los secretos del corazón humano y sabía describirlos con preciosas palabras". Pero no solo la novela de Jókai es lectura en la novela de Kosztolányi, también el padre de Alondra, Ákos Vajkai, experto en heráldica, diplomacia y sigilografía, repasaba una y otra vez diversos documentos y libros sobre el tema, entre los cuales se encontraba el Almanaque de Gotha, publicado por primera vez en Alemania en 1763, y que ilustra minuciosamente la historia de las casas reales, la alta nobleza, la aristocracia europea y el mundo de la diplomacia.

El libro recreado por el autor en su obra, como en la novela Alondra, no solo cumple la función de caracterizar al personaje que hace de él su lectura preferida. La literatura es una lista interminable de ejemplos de este tipo. En El Loco Estero (1909), una de las grandes novelas chilenas de la primera década del siglo XX, Matías Cortaza, el engañado marido de Manuela, la mujer ambiciosa que se ha apoderado de los bienes de su hermano, Julián Estero, a quien mantiene encarcelado en su propia casa bajo el pretexto de que está loco, lee las memorias de Juan Egaña Risco, El chileno consolado en presidios, sobre su relegación y cautiverio en la isla de Juan Fernández, o Robinson Crusoe. Manuel conlleva en su conciencia la doble indecencia de su esposa y vive en su propia reclusión moral al aceptar tanto el engaño como la injusta prisión de su cuñado. Aquí, en la obra de Alberto Blest Gana, tanto las memorias de Juan Egaña Risco como el clásico de Daniel Defoe, son recursos literarios utilizados por el autor para enfatizar la conciencia atormentada de Matías Cortaza, al mismo tiempo que condiciona la mirada crítica del lector hacia el cuestionable silencio del esposo de Manuela, y la solidaridad con Julián Estero, injustamente encarcelado en su propia casa. El autor entiende que el lector comprenderá el drama de Cortaza y el sufrimiento de su cuñado, pues supone que conoce tanto las memorias como a Defoe.

Si hay una expresión artística inagotable en su laboriosa invención lúdica, es la literatura con sus miles de años transitando por la oralidad y la escritura. El libro en la literatura, venturosa invención de la imaginación, ficción engendrada por otra ficción, guarda también su historia milenaria que se repite y reinventa en todos los idiomas. A veces sus personajes son arrancados de la historia, en la que permanecen olvidados o simplemente ignorados, para que vivan una realidad inventada que tal vez alguna vez soñaron. La vida de Armand de Sillègue d'Athos d'Hauteville o de Isaac de Portau no tiene, me imagino, ninguna trascendencia para quien me lee en este minuto, pues parecen nombres absolutamente desconocidos para todos nosotros. Sin embargo, ellos son Athos y Porthos, dos de Los tres mosqueteros, personajes inolvidables de la novela de Alejandro Dumas padre (en mi ensayo "Los tres mosqueteros: de De Sandras a Dumas", publicado en este mismo medio el 22 de abril de 2021, comento la historia real y ficticia de los mosqueteros). Henri d'Aramitz y Charlez de Batz-Castelmore d'Artagnan, en realidad, Aramis y D'Artagnan, de la clásica historia literaria, no solo dan vida a la primera y más famosa de la llamada trilogía de D'Artagnan, Los tres mosqueteros, sino que sus vidas y aventuras escriben las páginas de otras novelas: Veinte años después y El Vizconde de Bragelonne, que desarrolla la trama secundaria de otra novela famosa, El hombre de la máscara de hierro.

La literatura, en su infinita red de laberintos, teje los sueños de los hombres que las palabras inventaron, para que un libro viviese el sueño soñado por otros hombres de otro libro también soñado. Y entonces los libros conversan entre ellos, ajenos al tiempo y al espacio, como ocurre con las aventuras de los mosqueteros de Dumas. Porque, como dice el premiadísimo escritor español Enrique Vila-Matas, "La literatura nos permite comprender la vida, nos habla de lo que puede ser, pero también de lo que pudo haber sido... No hay nada más subversivo que la literatura".

Y subvertir en literatura es crear, imaginar, perderse en todos los tiempos que construyen la eternidad, penetrar la conciencia del lector y confundirla con sus laberintos imaginarios. La literatura lo altera todo, lo subvierte todo, seguramente para que vivamos otras vidas, en otros tiempos, en otros lugares. Cervantes lo anunció hace mucho tiempo en palabras del bachiller Sansón Carrasco: "Así es; pero uno es escribir como poeta y otro como historiador: el poeta puede contar o cantar las cosas no como fueron, sino como debían ser; y el historiador las ha de escribir, no como debían ser, sino como fueron, sin añadir ni quitar a la verdad cosa alguna" (Quijote, Segunda Parte, Capítulo III). La subversión de la literatura planteada por Aristóteles en Poética, Capítulo XI (1451b): "De lo que hemos dicho se desprende que la tarea del poeta es describir no lo que ha acontecido, sino lo que podría haber ocurrido, esto es, tanto lo que es posible como probable o necesario. La distinción entre el historiador y el poeta no consiste en que uno escriba en prosa y el otro en verso; se podrá trasladar al verso la obra de Herodoto, y ella seguiría siendo una clase de historia. La diferencia reside en que uno relata lo que ha sucedido, y el otro lo que podría haber acontecido".

Otras veces, en esta otra Biblioteca de Babilonia hecha de libros que se encuentran en los que usted ha tenido alguna vez en sus manos, tienen tal repercusión en la escritura de ese libro físico o virtual que los acoge, que su existencia no sería posible sin ellos, aunque el lector no se dé cuenta de esta lúdica jugarreta con que suele confundirnos la literatura. Es lo que sucede con Brave New World, traducida al español como Mundo Feliz, la novela de Aldous Huxley publicada en 1932, que mantiene un diálogo permanente con diferentes obras shakesperianas, evidenciando no solo la minuciosa lectura que Huxley tenía de Shakespeare, sino, y lo más importante, la construcción de Brave New World desde estas obras esenciales. El propio título de la novela se encuentra en un pasaje del Acto V de La Tempestad: "O, wonder"! / How many goodly creatures are there here! / How beauteous mankind is! / O BRAVE NEW WORLD / That has such people in't". La lúdica y terrorífica ironía futurista de Mundo Feliz que se despliega a partir de su título, se encuentra tapizada de intervenciones que dialogan, a partir del Capítulo 8, con diferentes obras de Shakespeare (para los lectores que leen portugués, recomiendo la edición brasileña de Abril Cultural, 1980, Admirável Mundo Novo, que contiene una minuciosa revisión a pie de página de los textos shakesperianos en los distintos pasajes de la novela).

Para facilitar la búsqueda y lectura del lector, utilizaré la versión online de Mundo Feliz de epublibre. Los textos shakespearianos aparecen en capítulos diversos, integrándose a la narración que los acoge y que a la vez les otorga un nuevo sentido, que no es otro que el de situarse en un lenguaje que traduce su significación y lo moderniza. En el Capítulo 8, John, el Salvaje, el personaje shakesperiano de Mundo Feliz, se encuentra por casualidad con las Obras Completas de William Shakespeare. Lo abre al azar y lee: "Nada, sólo vivir / en el rancio sudor de un lecho inmundo, / cociéndose en la corrupción, arrullándose / y haciendo el amor / sobre el maculado camastro...". ("Nay, but to live / In the rank sweat of an enseamed bed / Stew'd in corruption, homenyng and making love / Over the nasty sty..." (Hamlet, Acto III, escena 4). En esa poluta alcoba, John sorprende a su madre con un hombre, Pope, a quien odia. En la escena de Hamlet, el personaje recrimina a su madre por haberse casado con el hermano de su padre, al que trata de "un ratero ladrón del imperio y la ley". John se enfrenta a un mundo que no comprende y no es comprendido por él. Y Huxley con su Mundo Feliz, que en su tiempo se caracterizó como novela distópica y de la que es heredera 1984, la también llamada novela distópica de George Orwell, nos ilustra una realidad que, en gran medida, es la esencia del mundo actual en el que imperan las sociedades tecnologizadas, ególatras y desprovistas de humanidad.

En este mundo distópico, reino del soma, pura representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la castración de la naturaleza humana, en una sociedad alienada por un sistema científicamente totalitario y destructor del espíritu humano, la presencia de Otelo (capítulo 13), de Hamlet (capítulo 8, 17), de Macbeth (capítulo 8), de La Tempestad (capítulos 8, 13), de Julio César (capítulo 15), de Croilo y Crésida (capítulo 13), de Rey Lear (capítulo 13, 17), Antonio y Cleopatra (capítulo 11), Sueño de una noche de verano (capítulo 11), Romeo y Julieta (capítulo 9, 12), por citar solo algunos de los capítulos en donde aparecen estos textos shakesperianos, representan ese bálsamo de humanidad que distingue a John de los otros personajes entregados a una vida desprovista de cualquier sentido humano.

Jorge Luis Borges dice que un "libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo; hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos". En la otra Biblioteca de Babel, estos personajes de ficción, como John, el Salvaje, por ejemplo, encuentran en la lectura de una literatura que se filtra en su propia historia, los símbolos, como señala Borges, de su propia existencia. John ama. Un sentimiento ignorado en la sociedad civilizada de Mundo Feliz. Está enamorado de Lenina, pero no de la forma carnal, sino espiritual. En el capítulo 9, Lenina duerme (y lo hará dieciocho horas seguidas). John se arrodilla junto a su cama con la intención de tocar con mano temblorosa la mano de su amada: "¿Se atrevería? ¿Se atrevería a profanar con su indignísima mano aquella...? No, no se atrevió". Entonces recordó las palabras de Romeo a Julieta (Acto I, escena 5): "If I profane with my unworsthiest hand this holy shrine" ("Si con mi indigna mano / De este santuario la virtud profano"). 

La otra Biblioteca de Babel, esa que día a día se construye paralela a la borgiana Biblioteca de Babel, es también inagotable, pero sus libros suelen pasar desapercibidos en medio de la vorágine narrativa del libro físico o virtual que tal vez ahora, usted, lector, tiene en sus manos o en la pantalla de su computador. De cualquier forma, ellos son portadores de una rica y variada simbología que penetra el alma y la conciencia de estos personajes ficticios, que encuentran en estos símbolos, las respuestas que desvendan su identidad en ese mundo imaginado, soñado o inventado, que les tocó vivir.

Sí, Franz Kafka tiene razón cuando afirma que "la literatura es siempre una expedición a la verdad".

 

ALEJANDRO CARREÑO T.

Profesor de Castellano, magíster en Comunicación y Semiótica,

doctor en Comunicación. Columnista y ensayista (Chile)  

 

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2023-05-29T14:47:00