Los dos Nerudas de las Memorias de Pablo: abandono y violación

Alejandro Carreño

Contenido de la edición 19.01.2023

 

La RAE presenta numerosas definiciones para la palabra "memoria". Para los fines de esta columna, hemos seleccionado las siguientes: 3. "Exposición de hechos, datos o motivos referentes a determinado asunto"; 10. "Relación de recuerdos y datos personales de la vida de quien la escribe"; 11. "Relación de algunos acaecimientos particulares, que se escriben para ilustrar la historia". Las tres definiciones apuntan a hechos sucedidos a quien los narra. Suele asociarse el término "memorias" con "autobiografía, pero algunos autores sugieren que "memorias" es un concepto más reducido, que comprende un relato parcial de la vida del autor, a diferencia de "autobiografía" que sería un relato pleno de su vida. Para la RAE, "autobiografía" es la "Vida de una persona escrita por ella misma".  Por su parte, Wikipedia se refiere con "memorias" a un "relato que de una forma más o menos fiable describe los hechos y acontecimientos que el autor ha vivido como protagonista o testigo". De cualquier forma, el término "memorias" coloca de lleno al lector en un relato que este supone pleno y no una narración selectiva de los acontecimientos por parte del autor. Sea comprendido de una forma o de otra el concepto que ahora comentamos, lo importante es su relación con el Premio Nobel de Literatura, Pablo Neruda.

Confieso que he vivido se publicó en 1974, pero nunca despertaron ninguna reflexión pública. Solo en grupos reducidos se habló de ellas respecto de los dos episodios que marcaron para siempre la vida de la persona Pablo Neruda: el abandono de su hija Malva Marina, enferma de hidrocefalia y la violación. Chile guardó ignominioso e incomprensible silencio ante ambos episodios, tanto por sus aliados políticos de una parte (Neruda era comunista) y su cofradía académica, de otra parte.

Sobre el abandono de su hija, remito a mi columna publicada el 18 de marzo de 2021 en CONTRATAPA, "Una niña llamada Malva Marina: el lado oscuro de Pablo Neruda". Digamos, solamente, que sobre este episodio Confieso que he vivido no le dedica ni una sola línea. Es como si el olvido se hubiese tragado la memoria de Malva Marina, muerta el 2 de marzo de 1943 en Gouda, Holanda. ¡Una pesadilla! Pero las pesadillas sí existen y son como la voz de la conciencia atormentada que despierta cada noche como un Pepe Grillo implacable. Ignoro si alguna vez Pepe Grillo le habló a Pablo Neruda.

Sin embargo, el episodio de la violación se describe con mórbida minuciosidad en Confieso que he vivido: "Era tan bella que a pesar de su humilde oficio me dejó preocupado. Como si se tratara de un animal huraño, llegado de la jungla, pertenecía a otra existencia, a un mundo separado.  La llamé sin resultado. Después alguna vez le dejé en su camino algún regalo, seda o fruta. Ella pasaba sin oír ni mirar. Aquel trayecto miserable había sido convertido por su oscura belleza en la obligatoria ceremonia de una reina indiferente. / Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara.  No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama. Su delgadísima cintura, sus plenas caderas, las desbordantes copas de sus senos la hacían igual a las milenarias esculturas del sur de la India. El encuentro fue el de un hombre con una estatua.  Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia" (cito por Unidad Editorial, Madrid, 1999, p. 118). Ignoro también si en algún momento el hombre Pablo Neruda, figura universal consagrada con el Premio Nobel de Literatura en 1971, recordó este episodio en la soledad de su conciencia o lo comentó con las más íntimos.

Y la vida de Pablo Neruda transcurrió plácida entre sus viajes, su riqueza, sus caracolas, su fama y su Premio Nobel de Literatura, hasta hace muy pocos años, cuando a alguien se le ocurrió bautizar el Aeropuerto Internacional de Santiago con su nombre. Pero esos dos episodios marcaron su vida para siempre, por lo menos desde la mirada de la conciencia crítica de sus lectores y estudiosos, aun de quienes sienten que el nombre de Pablo Neruda se encuentra por sobre el bien y el mal. Recuerdo que cuando escribí la columna "Una niña llamada Malva Marina: el lado oscuro de Pablo Neruda", recibí muchísimas quejas y críticas de amigos nerudianos que me acusaban de enlodar el nombre del Premio Nobel de Literatura, como si el premio fuese escudo de los dioses para soslayar cualquier comentario crítico sobre el ser humano del poeta. Conocer a los personajes ilustres en su condición más humana no significa aminorar su valor literario o aumentarlo. Ni lo uno ni lo otro. Tampoco identificar su obra literaria con su obra humana, aunque en algunos casos una puede perfectamente hallarse incrustada en la otra. Simplemente significa, en mi opinión, tener una conciencia como lector más amplia y reflexiva del artista.

Cuántas veces no nos hemos quedado admirados de la obra de un pintor, músico o poeta, pero ignoramos a la persona que se encuentra detrás de su creación. Muchos escritores son evaluados por su religión, condición sexual, credo o ideología política, como si esto fuese motivo suficiente para negar o soslayar el valor de su creación artística. No hablamos, en consecuencia, del poeta de Residencia en la tierra, Canto General o Estravagario, sino del hombre Pablo Neruda, que muere de cáncer el 23 de setiembre de 1973. Del hombre que escribió unas memorias que lo marcaron para siempre, más allá de la vida, más allá de la muerte. Del hombre cuyo nombre se repetiría miles de veces diariamente alrededor del mundo: Aeropuerto Internacional Pablo Neruda, de Santiago de Chile.

Pero a diferencia del cuento de Borges, el día prometido no llegó, y los nerudianos se quedaron con la emoción retenida y el credo en la boca. La pregunta que los críticos, estudiosos y lectores de Confieso que he vivido se hacen es la siguiente: ¿por qué Neruda narra minuciosamente la violación en cuanto ignora olímpicamente el episodio del abandono de su hija Malva Marina? Me aventuro a esta respuesta: vergüenza y vanidad. Vergüenza porque, tal vez, el tiempo le despertó su Pepe Grillo y en el silencio de su alma meditó el actuar de sus amigos poetas, como Federico García Lorca, por ejemplo, que le escribe un bello poema a su hija, lo que él jamás hizo. Al contrario, cuando la menciona se burla cruelmente de su enfermedad: "Mi hija, o lo que yo así denomino, es un ser perfectamente ridículo, una especie de punto y coma, una vampiresa de tres kilos". Vanidad, porque Neruda era el prototipo del macho latinoamericano: mujeriego, bebedor y parrandero. Amante de la buena mesa y de las mujeres Tuvo muchas amantes y varias esposas. Y, aunque físicamente no era muy agraciado y su voz gangosa era un suplicio para los oídos, su fama y su riqueza le bastaban.

Razón tiene el columnista de la BBC News Mundo, Lioman Lima, en su artículo "Pablo Neruda: la descripción de una 'violación' por la que muchos en Chile se oponen a darle el nombre del poeta al aeropuerto de Santiago".

Tampoco es comprensible que después de tantos años (las memorias fueron publicadas en 1974), se abra un debate que debió abrirse hace mucho tiempo, y solo era comentado por algunos profesores en sus clases o en soterradas conversaciones de amigos. Es que Pablo Neruda siempre fue un poeta protegido por su círculo de hierro, como observó Hagar Peeters, autora de la novela Malva, que no pudo publicar en Chile porque los editores encontraron que era muy crítica de Neruda. Así lo relata Pedro Pablo Merino en "Malva Marina habla desde la tumba", Revista de Libros El Mercurio, domingo 25 de febrero de 2018: "la autora advirtió que Neruda todavía es visto por muchos como una brújula moral. Alguien que no se puede lastimar, el poeta paternal de la película 'Il postino', el creador del impresionante Canto general". Razón tuvo también Mark Eisner, autor de Neruda. El llamado del poeta (2018) en declaraciones a BBC Mundo, citado por Lima en su artículo, que uno de los hechos más llamativos sobre ese relato es que estuvo allí desde 1974 y nadie se cuestionó, hasta hace unos años, qué era, en realidad, lo que se contaba allí. Para Eisner, la violación narrada en Confieso que he vivido, es "la descripción de una violación, el testimonio de un hombre que cuenta cómo impuso su fuerza y su voluntad sin consentimiento a una mujer pobre".

Las voces opositoras se levantaron con fuerza y el aeropuerto mantuvo su nombre. Pero las voces leales al poeta también se levantaron con fuerza, aunque con argumentos que caen en la benevolencia, la absurdez o decididamente en la indolencia machista y retrógrada que tanto daño le hace a la convivencia social y a la verdad de los hechos a todas luces condenables. Una de estas voces fue la del secretario ejecutivo de la Fundación Pablo Neruda, Fernando Sáez (citado por Lima en su artículo) quien, en declaraciones a BBC comentó: "Es la derecha más dura la que ejerce un poder para tratar de demeritar su imagen", como si una violación fuese un problema de derecha o de izquierda (debe recordarse que Neruda era comunista). Pero declaró también que la nueva lectura que se le quiere dar al hecho es "tergiversar la historia poniendo los hechos del pasado a los principios de hoy", como si una violación tuviese principios en cualquier época y en cualquier cultura. Como si hubiese algún principio que validase un acto atroz como la violación, más aún cuando el propio violador la describe con una fría indiferencia como si estuviese narrando una historia cualquiera, intrascendente, olvidable. Y remata sus declaraciones a BBC con estas palabras que no tienen ningún asidero moral: "No quiero justificar lo que sucedió, pero desgraciadamente en esos años y en Chile durante décadas hubo un abuso del hombre sobre la servidumbre. Eso era normal y corriente. A veces con consentimiento y a veces sin, pero siempre desde el poder que tenía el hombre como patrón". Qué manera más burda, indolente y primitiva de defender a un violador. ¿Vale un Premio Nobel tamaño despropósito argumentativo?

Por lo menos para el Premio Nacional de Literatura 2000, Raúl Zurita, sí vale cualquier despropósito argumentativo, como el de él: "Chile no sería Chile sin Pablo Neruda. Sería otra cosa". Y responde así a las críticas recibidas por Neruda: "es un elogio a la ignorancia, es una barbarie" (cito por el artículo de Verónica Abdala, "Neruda confesó una violación y por eso el aeropuerto de Santiago podría no llevar su nombre", Clarín - Cultura, 7 de diciembre de 2018. La defensa que Zurita hace de Neruda es tan precaria como inaceptable, pero ilustra la cofradía del Nobel sometida a sus vanidades y atropellos a la dignidad de las personas como la sirvienta violada y el desprecio por su propia hija.

Con todo, más etérea es la defensa que asume el sobrino del poeta, Rodolfo Reyes, pues afirma "que el relato pertenece a unas memorias poéticas y que, por tanto, no se puede tomar literalmente lo que dice", en declaraciones a BBC Mundo. En realidad, la defensa de Reyes no es más que una infantil argumentación para engañarse a sí mismo, y convencer a los críticos del poeta con argumentos en los que la lógica y el sentido ético y común brillan por su ausencia. Y concluye así la defensa del Premio Nobel: "Además, Neruda era un joven de 24 años en ese entonces, estaba solo en Asia, no se le puede criticar su vida en ese sentido. Y lo que relata hay que verlo en el contexto mismo. Y, si ocurrió, fue en su juventud, con una falta de experiencia total. Después en el mismo relato dice que no lo volvió a hacer, pide excusas en ese sentido". ¿A qué contexto alude el sobrino? Seguramente al hecho de que la mujer violada era una pobre sirvienta, sumisa, "de la raza tamil de la casta de los parias", como él mismo la describe. Sin capacidad, por lo tanto, de ninguna reacción. La realidad es que Neruda se aprovechó de su poder. No hubo consentimiento de la mujer. Hubo sometimiento. El mismo poder que el poeta usó para manipularlo todo a su antojo. Un hombre exitoso, donjuanesco, rico y famoso. Chile ha mantenido un vergonzoso silencio ante las tropelías y desmanes del Pablo Neruda. Sus biógrafos, sus críticos, sus amigos, han construido en torno a él una aureola mítica que recién ahora comienza a mostrar algunas brechas por donde se pueda analizar sin eufemismos la historia de este personaje público.

Personalmente me quedo con la opinión de Mark Eisner, autor de la última biografía de Neruda, escrita el año 2018, Neruda. El llamado del poeta y que nosotros citamos hace un momento: "Estamos ante la descripción de una violación, el testimonio de un hombre que cuenta cómo impuso su fuerza y su voluntad sin consentimiento a una mujer pobre". No solamente eso: "una violación es una violación no importa en qué siglo ni en qué contexto cultural, político o legal. Las acciones que describe allí, las llamemos abuso sexual, violación o como queramos, es el comportamiento de un hombre que impuso su voluntad sexual a una mujer. Y el hecho de que se arrepienta o no, no hace la acción menos cuestionable. Es como decir violé a alguien y me arrepiento. Yo puedo decir que maté o violé a alguien y después decir que lo siento, pero eso no quita mi culpa y mi responsabilidad".

A mi modo de ver, su ego y su vanidad sin límites, llevaron a Neruda a contar sus hazañas sexuales y mostrarlas al mundo, pero no tuvo el coraje de contar qué hizo de su hija, y prefirió callarlo. Pero la historia estaba ahí y salió a flote como un cadáver maloliente, cuando a alguien se le ocurrió ponerle su nombre al Aeropuerto Internacional de Santiago. 

Como lo he dicho en innumerables ocasiones, nada ni nadie puede perdonar el actuar de Pablo Neruda. El Premio Nobel no le alcanza para cubrir sus trapazas de hombre al margen de la ley de los hombres y de la ley de Dios.  

 

ALEJANDRO CARREÑO T.

Profesor de Castellano, magíster en Comunicación y Semiótica,

doctor en Comunicación. Columnista y ensayista" (Chile)

 

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2023-01-19T17:35:00