Quino, Mafalda y la filosofía (parte II)

Pablo Romero García

Continuamos con la serie iniciada en la edición de abril

 

Contenido de la edición 20.05.2021

 

En cuanto a los personajes que constituyen el universo de Quino y, en particular, el del mundo de Mafalda, encontramos diversos talantes filosóficos.

Nuestra pequeña protagonista, amante de los Beatles y odiadora serial de la sopa, encarna el espíritu filosófico en su plenitud: el afán cuestionador, desde la mirada crítica y la pregunta mayéutica, la curiosidad y el asombro, la capacidad argumentativa y la reflexión profundamente ética, y la autonomía intelectual que se convierte simultáneamente en un "aguijón" que interpela a los otros, que los coloca en un lugar desde el cual pueden finalmente mirarse a sí mismo y preguntarse sobre el sentido de sus actos, sobre el derrotero de sus vidas.

Ciertamente, vale decir que no resulta una tarea fácil ser los padres de una pequeña Mafalda y uno llega a comprender las caras desencajadas que nos ilustra Quino respecto de las reacciones paternas y maternas. Una pequeña filósofa en el hogar puede no ser un asunto muy cómodo. De hecho, esa ha sido desde siempre una de las principales características de la filosofía: incomodar, para generar una toma de conciencia más plena.

En esa tarea que se propone el autor, coloca en escena otras voces que enriquecen la trama reflexiva, como la de Felipe, un niño despistado, tímido, indeciso, imaginativo y un tanto perezoso, que parece vivir asfixiado por las exigencias escolares, un soñador que trasmite la impresión de estar por fuera de la realidad y que presenta cierta ambigüedad frente a los cuestionamientos más propiamente filosóficos.

Un  personaje que parece ser el perfecto contrapunto para su amiga Mafalda, en el juego entre la crítica permanente de la realidad y la evasión de la misma, entre el vivir en el marco de las grandes interrogantes y la idea de no estar para complicarse la vida con las grandes preguntas; con todo, no descuidemos que Felipe va mostrando un talante en donde el cuestionamiento está muy presente y le genera un conflicto interno, que, eso sí, parece saldar a favor de la disfrutable pereza del estar acostado leyendo historietas, de la compleja simpleza de jugar a ser parte de las aventuras de "El llanero solitario".

Por otra parte, en Miguelito encontramos al personaje que quizás tenga mayor profundidad filosófica, el que presenta las interrogantes más complejas y también la personalidad más detallada, incluso en términos de vaivenes emocionales.

Con características solipsistas, egocéntrico y con un estilo frontal (por cierto, tres rasgos bastante habituales en los filósofos), que incluso lo lleva a ser desconsiderado en algún que otro momento, aunque es capaz de saber recibir de modo constructivo las críticas que le llegan por su actitud, lo vemos esbozar preguntas que para muchos resultan ser tontas y abstractas -que es lo que suelen hacer los filósofos-, pero que atendiendo debidamente y rascando sin prisas van mostrando su marcada hondura, su sutileza intelectual.

Cultivador de la interioridad, de ese "pastito interior" que nadie nos puede prohibir cuidar, regar y hacer crecer del mejor modo posible, de la libertad de pensamiento que siempre tendremos, aunque sea como espacio íntimo, bien podemos decir que si Mafalda es la niña filósofa de la tira (Libertad es otro personaje altamente cuestionador, el cual abordaremos en la siguiente entrega), Miguelito es su adecuado complemento filosofante.

Alguno podrá poner en el grito en el cielo y exclamar: ¡Sócrates nos libre de ser padres de una dupla compuesta por una Mafalda y un Miguelito! (ni Felipe sería capaz de imaginarse tanto, agregaría otro), pero si una vida sin reflexión no vale la pena vivirse, ¿qué más podríamos pedir como disparador hogareño para el diario ejercicio de las necesarias abdominales filosóficas?

Imágenes: Quino


PABLO ROMERO GARCÍA

Profesor de Filosofía, comunicador

 

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2021-05-20T00:17:00